ALTO A LA MINERA
SAN XAVIER
CARLOS
MONSIVAIS
Hablando claro: La ecología y las profecías de la
Tierra
JULIO 2, 2005.- Las ideas vencedoras —dijo alguna
vez Alfred North Whitehead— son aquellas cuyo tiempo
ha llegado. Eso podría decirse del pensamiento que
determina la conciencia ecológica y sus tareas de
rescate, prevención, dispositivos de mediano y largo
plazo, defensa de las prerrogativas de las
generaciones futuras, aceptación de los derechos de
los animales, celebración racional de la Naturaleza.
Si uno se atiene a las evidencias ha llegado el
tiempo de las ideas ecológicas, prosigue el
calentamiento de la Tierra, se incrementan los
desechos tóxicos, el capitalismo salvaje destruye
los ecosistemas, las sociedades campesinas a duras
penas protegen parte de sus zonas patrimoniales.
Y sigue la lista: el gobierno de George Bush se
niega a suscribir los Protocolos de Kyoto porque
“Norteamérica tendría que gastar mucho dinero”, los
japoneses insisten en el levantamiento de la veda de
la caza de ballenas; cada año los canadienses matan
a palos a más de 300 mil focas; la tala de los
bosques es una actividad delincuencial muy
favorecida por la alianza de industriales y
políticos en América Latina.
En México la conciencia ecológica ha sido tardía y
todavía ahora no muy eficaz, así ya disponga de la
simpatía de sectores muy vastos (lo que explica a
los votantes de ese fraude estrepitoso: el Partido
Verde Ecologista de México.) Si en los niños y los
adolescentes esta conciencia es la señal del
desarrollo civilizatorio, a los gobiernos y el
empresariado la defensa de la naturaleza les resulta
una actitud “subversiva”, lo que explica en Guerrero
la impunidad de las compañías madereras y la
perdurabilidad de los políticos que asesinan o
encarcelan líderes campesinos.
Se invaden espacios de la biosfera, y se desdeñan o
se califican de “alarmistas” las protestas contra
las perforaciones de la capa de ozono y sus
consecuencias previsibles, una de ellas la
proliferación del cáncer de piel
La instalación de la planta nuclear en Laguna Verde,
Veracruz, levanta una gran protesta que el gobierno
de Miguel de la Madrid desdeña sin siquiera dar
razones.
Los intereses creados insisten: nunca será tiempo de
las ideas ecológicas, porque perjudican los grandes
negocios.
En los libros de texto de la enseñanza elemental y
la educación media apenas se consignan los problemas
del medio ambiente, temas primordiales de cualquier
país.
No se ignora la ecología pero se disminuye su
importancia jerárquica y sólo se le dedican unas
líneas a la alteración de los recursos naturales, la
falta de control en las plantas termoeléctricas, los
derrames de petróleo en el mar, la contaminación de
las fábricas de cemento, las emisiones de humos,
polvos y gases de la industria petrolera (más las
descargas de deshechos), el uso de carbón de piedra,
la producción —cortesía de la minería y la
metalurgia— de residuos perjudiciales que los
organismos no consiguen biodegradar. Y todo esto no
provoca una alarma genuina.
Ante el panorama de los ecocidios, la sociedad se
considera indefensa, y esto decide el auge de la
indiferencia.
Con todo, hay grupos que persisten que con firmeza,
y hay activistas valerosos que se enfrentan a las
compañías depredadoras y los políticos y las
autoridades policiacas o militares que las protegen.
Pero no pueden demasiado ante el dinero de las
trasnacionales o las empresas nacionales que
obstaculizan el conocimiento de la realidad y la
aplicación de la ley.
No se entiende el costo múltiple de la destrucción
de las especies, ni trasciende el comentario trivial
un fenómeno como el calentamiento global.
¿A quién le atañen las emisiones de monóxido de
carbono por el uso de vehículos de motor? ¿Quiénes
actúan para detener la contaminación de los lagos y
los mantos acuíferos? En todo caso, se alega, son
problemas mundiales y el permitir (por alguna
compensación económica) la tala inclemente o las
cacerías fuera de temporada, no es asunto de interés
planetario.
De oírla en 1988, nadie habría hecho caso de la
advertencia de Jonathan Porritti: “Debemos
prepararnos para reducir nuestros estándares de
vida”. Al respecto, sólo unos cuantos se preocupan
en México y en América Latina por las consecuencias
de los ecocidios.
El movimiento ambientalista o ecologista o de los
verdes, surge en respuesta a problemas globales, y
tiende a operar en un nivel mundial, sin
concentrarse en demasía en los problemas locales.
(Esto cambia en tiempos recientes) Tarda en
implantarse el “Piensa globalmente, actúa
localmente”, y lo mismo sucede con las filiales de
organizaciones de tipo de Greenpeace, Friends of the
Earth, Worldwide Fund for Nature, y el Programa
Ambiental de la ONU...
En la década de 1980 se prodigan los grupos locales,
que obligan a los supermercados a vender “productos
de orientación ecológica”, y abogan por la
tecnología aplicada a la preservación del ambiente.
Pero la sociedad nacional acata los criterios de la
sociedad global, sujeta en demasía a los mecanismos
neoliberales.
Los problemas se acumulan hasta volverse
instituciones del apocalipsis subsidiado.
Lo perfilado en otros países (la tesis de la unidad
planetaria, la alternativa de la ecoespiritualidad,
la idea de la Tierra como un organismo único que
debe respetarse en su integridad) se minimiza o se
ignora en México, y desastres nucleares como los de
Three Miles Island y Chernobyl apenas repercuten en
América Latina. El alejamiento de los compromisos
planetarios es el último tributo al aislacionismo,
¿y cómo persuadir a las personas para que se
vinculen en algún nivel con el medio ambiente?
El uso despiadado de la alta tecnología destruye la
relación directa entre las personas y la Naturaleza.
Se divulga una creencia fatídica: la tecnología es
la repuesta última a los problemas, y por eso el
porvenir está asegurado.
Este optimismo delirante remite las cuestiones del
agua, la contaminación, la inversión térmica, el
calentamiento de la Tierra, al porvenir siempre
inverificable.
Y no obstante su tenacidad, las victorias de los
grupos ecologistas son por lo común sectoriales
porque las causas de la ecología aún no son
nacionales, con la excepción de la escasez del agua,
la amenaza trágica de los años próximos.
Sin embargo, como señala Cecilia Navarro, no sólo
las organizaciones civiles luchan contra los
proyectos corporativos, sino ya las propias
comunidades defienden sus recursos patrimoniales,
como en los casos de la comunidad de Cacahuatepec,
en La Parota, de la comunidad del valle de San Luis
Potosí y Cerro de San Pedro contra la minera San
Xavier, de la comunidad de El Higo contra la
incineradora de Askarelas de Altecín
Y debe mencionarse la lucha de los campesinos
ecologistas de Guerrero contra Boise Cascade y los
caciques de la región.
|