Jean Arthur Rimbaud |
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Breve Biografía
Nació en Charleville (Francia) en el año 1854, siendo aún estudiante ya dio muestras de su talento literario. Su impetuoso carácter lo llevó a huir de su casa paterna y recalar en París. A los 18 años compuso “El barco ebrio”, obra que habría de convertirse en uno de los pilares de la poesía simbolista, dos años más tarde Rimbaud ya era considerado un genio gracias a sus poemas y su prosa lírica, no obstante dado su carácter rebelde y aventurero, dejó de escribir y le dio a su vida un rumbo lejos de las letras; prestó servicio en el ejercito Holandés, fue marinero, agente comercial entre otros. En el año 1891 regresó a Francia, donde moriría poco después afectado por un tumor maligno. |
Algunos de sus mejores poemas:
A Ella Sol y Carne La Brisa Primera Velada Sensación ¡La Hemos Vuelto A Hallar! Ofelia El Baile de los Ahorcados Oración de la Tarde Místico Aurora Flores Marina Fiesta Invernal Guerra Una Temporada en el Infierno (Fragmento) A ELLA En el invierno viajaremos en un vagón de tren con asientos azules. Seremos felices. Habrá un nido de besos oculto en los rincones. Cerrarán sus ojos para no ver los gestos en las últimas sombras, esos monstruos huidizos, multitudes oscuras de demonios y lobos. Y luego en tu mejilla sentirás un rasguño... un beso muy pequeño como una araña suave correrá por tu cuello... Y me dirás: «¡búscala!», reclinando tu cara -y tardaremos mucho en hallar esa araña, por demás indiscreta. SOL Y CARNE ¡Si volviera el tiempo, el tiempo que fue! Porque el hombre ha terminado, el hombre representó ya todos sus papeles. En el gran día, fatigado de romper los ídolos, resucitará, libre de todos sus dioses, y, como es del cielo, escrutará los cielos. El ideal, el pensamiento invencible, eterno, todo el dios que vive bajo su arcilla carnal se alzará, se alzará, arderá bajo su frente. Y cuando le veas sondear el inmenso horizonte, vencedor de los viejos yugos, libre de todo miedo, te acercarás a darle la santa redención. Espléndida, radiante, del seno de los mares, tú surgirás, derramando sobre el Universo con sonrisa infinita el amor infinito, el mundo vibrará como una inmensa lira bajo el estremecimiento de un beso inmenso... El mundo tiene sed de amor: tú la apaciguarás, ¡oh esplendor de la carne! , ¡oh esplendor ideal ¡Oh renuevo de amor, triunfal aurora en la que doblegando a sus pies los dioses y los héroes, la blanca Calpigia y el pequeño Eros cubiertos con nieve de las rosas las mujeres y las flores su bellos pies cerrados! LA BRISA En su retiro de algodón, con suave aliento, duerme el aura: en su nido de seda y lana, el aura de alegre mentón Cuando el aura levanta su ala, en su retiro de algodón y corre do la flor lo llama su aliento es un fruto en sazón. ¡Oh, el aura quintaesenciada! ¡Oh, quinta esencia del amor! ¡Por el rocío enjugada, qué bien me huele en el albor! Jesús, José, Jesús, María. Es como el ala de un halcón que invade, duerme y apacigua al que se duerme en oración. PRIMERA VELADA Desnuda, casi desnuda; y los árboles cotillas a la ventana arrimaban, pícaros, su fronda pícara. Asentada en mi sillón, desnuda, juntó las manos. Y en el suelo, trepidaban, de gusto, sus pies, tan parvos. –Vi cómo, color de cera, un rayo con luz de fronda revolaba por su risa y su pecho –en la flor, mosca , –Besé sus finos tobillos. Y estalló en risa, tan suave, risa hermosa de cristal. desgranada en claros trinos... Bajo el camisón, sus pies –¡Basta, basta!» –se escondieron. –¡La risa, falso castigo del primer atrevimiento! Trémulos, pobres, sus ojos mis labios besaron, suaves: –Echó, cursi, su cabeza hacia atrás: «Mejor, si cabe...! Caballero, dos palabras...»» –Se tragó lo que faltaba con un beso que le hizo reírse... ¡qué a gusto estaba! –Desnuda, casi desnuda; y los árboles cotillas a la ventana asomaban, pícaros, su fronda pícara. SENSACIÓN Iré, cuando la tarde cante, azul, en verano, herido por el trigo, a pisar la pradera; soñador, sentiré su frescor en mis plantas y dejaré que el viento me bañe la cabeza. Sin hablar, sin pensar, iré por los senderos: pero el amor sin límites me crecerá en el alma. Me iré lejos, dichoso, como con una chica, por los campos, tan lejos como el gitano vaga. ¡LA HEMOS VUELTO A HALLAR! ¡La hemos vuelto a hallar! ¿Qué?, la Eternidad. Es la mar mezclada con el sol. Alma mía eterna, cumple tu promesa pese a la noche solitaria y al día en fuego. Pues tú te desprendes de los asuntos humanos, ¡De los simples impulsos! Vuelas según.. Nunca la esperanza, no hay orietur. Ciencia y paciencia. El suplicio es seguro. Ya no hay mañana, brasas de satén, vuestro ardor es el deber. ¡La hemos vuelto a hallar! -¿Qué?- -La Eternidad. Es la mar mezclada con el sol. OFELIA I En las aguas profundas que acunan las estrellas, blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio, flota tan lentamente, recostada en sus velos... cuando tocan a muerte en el bosque lejano. Hace ya miles de años que la pálida Ofelia pasa, fantasma blanco por el gran río negro; más de mil años ya que su suave locura murmura su tonada en el aire nocturno. El viento, cual corola, sus senos acaricia y despliega, acunado, su velamen azul; los sauces temblorosos lloran contra sus hombros y por su frente en sueños, la espadaña se pliega. Los rizados nenúfares suspiran a su lado, mientras ella despierta, en el dormido aliso, un nido del que surge un mínimo temblor... y un canto, en oros, cae del cielo misterioso. II ¡Oh tristísima Ofelia, bella como la nieve, muerta cuando eras niña, llevada por el río! Y es que los fríos vientos que caen de Noruega te habían susurrado la adusta libertad. Y es que un arcano soplo, al blandir tu melena, en tu mente transpuesta metió voces extrañas; y es que tu corazón escuchaba el lamento de la Naturaleza ––son de árboles y noches. Y es que la voz del mar, como inmenso jadeo rompió tu corazón manso y tierno de niña; y es que un día de abril, un bello infante pálido, un loco miserioso, a tus pies se sentó. Cielo, Amor, Libertad: ¡qué sueño, oh pobre Loca! . Te fundías en él como nieve en el fuego; tus visiones, enormes, ahogaban tu palabra. –Y el terrible Infinito espantó tu ojo azul . III Y el poeta nos dice que en la noche estrellada vienes a recoger las flores que cortaste , y que ha visto en el agua, recostada en sus velos, a la cándida Ofelia flotar, como un gran lis . EL BAILE DE LOS AHORCADOS En la horca negra bailan, amable manco, bailan los paladines, los descarnados danzarines del diablo; danzan que danzan sin fin los esqueletos de Saladín . ¡Monseñor Belcebú tira de la corbata de sus títeres negros, que al cielo gesticulan, y al darles en la frente un buen zapatillazo les obliga a bailar ritmos de Villancico! Sorprendidos, los títeres, juntan sus brazos gráciles: como un órgano negro, los pechos horadados , que antaño damiselas gentiles abrazaban, se rozan y entrechocan, en espantoso amor. ¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza , trenzad vuestras cabriolas pues el tablao es amplio, ¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla! ¡Furioso, Belcebú rasga sus violines! ¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta! Todos se han despojado de su sayo de piel: lo que queda no asusta y se ve sin escándalo. En sus cráneos, la nieve ha puesto un blanco gorro. El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas; cuelga un jirón de carne de su flaca barbilla: parecen, cuando giran en sombrías refriegas, rígidos paladines, con bardas de cartón. ¡Hurra!, ¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos! ¡y la horca negra muge cual órgano de hierro! y responden los lobos desde bosques morados: rojo, en el horizonte, el cielo es un infierno... ¡Zarandéame a estos fúnebres capitanes que desgranan, ladinos, con largos dedos rotos, un rosario de amor por sus pálidas vértebras: ¡difuntos, que no estamos aquí en un monasterio! . Y de pronto, en el centro de esta danza macabra brinca hacia el cielo rojo, loco, un gran esqueleto, llevado por el ímpetu, cual corcel se encabrita y, al sentir en el cuello la cuerda tiesa aún, crispa sus cortos dedos contra un fémur que cruje con gritos que recuerdan atroces carcajadas, y, como un saltimbanqui se agita en su caseta, vuelve a iniciar su baile al son de la osamenta. En la horca negra bailan, amable manco, bailan los paladines, los descarnados danzarines del diablo; danzan que danzan sin fin los esqueletos de Saladín. ORACIÓN DE LA TARDE Como un ángel en manos del barbero, sentado Vivo. Y empuño un chop de acentuadas estrías. Una pipa en los dientes y el epigastrio inflado, En el aire que surcan inciertas travesías. Como las heces cálidas de un palomar vetusto, Mil sueños en mí dejan una dulzura ardiente: Y así mi corazón es como un triste arbusto Que tiñen rojas gotas de un oro incandescente. Y una vez que a mis sueños me los volví a beber, Cauto, después de treinta o cuarenta festejos, A calmar me retiro el acre menester. Dulce como el Señor del cedro y los hisopos, Meo hacia el cielo ardo, muy arriba y muy lejos, Con la aquiescencia de los grandes heliotropos. MÍSTICO En la pendiente del terraplén, los ángeles cambian sus túnicas de lana en los pastos de acero y de esmeralda. Prados de llamas saltan hasta la cima del Mamelón. A la izquierda, la tierra del borde está pisoteada Por todos los homicidios y todas las batallas, y todos Los ruidos desastrosos siguen su curva. Detrás del borde De la derecha, la línea de los orientes, de los Progresos. Y, mientras, la franja superior del tablero está Formada por el rumor giratorio y saltante de las caracolas Marinas y de las noches humanas. La dulzura florida de las estrellas y del cielo y de todo lo demás desciende ante el terraplén, como una cesta -contra nuestro rostro-, y forma el abismo fragante y azul allá abajo. AURORA Abracé a la aurora del verano. Nada se movía aún en la faz de los palacios. El agua estaba muerta. Los campos de sombras no abandonaban el camino del bosque. Anduve, y despertaron los hálitos vivientes y tibios, y las piedras preciosas miraron, y las alas se alzaron sin ruido. La primera aventura fue, en el sendero ya henchido de frescos y pálidos destellos, Una flor que me dijo su nombre. Reí al salto de agua rubio que se desgreñó a través de los abetos. En la cima plateada reconocí a la diosa. Entonces retiré uno a uno los velos en el camino, Agitando los brazos a través de la llanura, donde la denuncié al gallo. En la gran ciudad, ella huía entre los campanarios y las cúpulas, y yo la perseguí corriendo como un mendigo sobre los muelles de mármol. En lo alto del camino, cerca de un bosque de laureles, la rodeé con sus velos amontonados y sentí algo de su inmenso cuerpo. La aurora y el niño cayeron al pie del bosque. Al despertar era mediodía. FLORES Desde una gradería de oro -entre los cordones De seda, las gasas grises, los terciopelos verdes y los discos De cristal que se oscurecen como el bronce bajo el sol-, veo abrirse la digital sobre un tapiz De filigranas de plata, de ojos y cabelleras. Monedas de oro amarillo sembradas sobre el ágata, Pilares de caoba que soportan una cúpula de esmeraldas, manojos de rasos blancos y finas varas de rubí Rodean la rosa de agua. Semejantes a un dios con enormes ojos azules Y con formas de nieve, el mar y el cielo atraen a las terrazas De mármol la multitud de jóvenes y fuertes rosas. MARINA Los carros de plata y cobre - Las proas de acero y de plata - Hieren la espuma -, Agitan los tallos de las zarzas. Las corrientes del páramo, Y las huellas inmensas del reflujo, Corren circularmente hacia el este, Hacia los pilares del bosque, Hacia los postes del muelle, Cuyo ángulo castigan torbellinos de luz. FIESTA INVERNAL La cascada resuena detrás de las cabañas de ópera cómica. Las girándulas se extienden, en los jardines Vecinos al meandro -los verdes y los rojos del crepúsculo. Ninfas de Horacio con peinados del Primer Imperio. Rondas siberianas, mujeres chinas de Boucher. GUERRA Cuando niño, ciertos cielos afinaron mi óptica: Todos los caracteres matizaron mi fisonomía. Los fenómenos se alteraron. Ahora, la inflexión eterna de los momentos y el infinito de las matemáticas me persiguen a través de ese mundo donde padezco todos los éxitos civiles, restado por la niñez extraña y los afectos enormes. Sueño con una guerra, de derecho o de fuerza, de lógica muy imprevista. Tan simple como una frase musical. UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO (Fragmento) Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín Donde todos los corazones se abrían, donde corrían todos los vinos. Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. –Y La encontré amarga.- Y la injurié. tomé las armas contra la justicia. Huí. ¡Oh brujas, oh miserias, oh rencor a vosotros Fue confiado mi tesoro! Logré que se desvaneciera de mi espíritu toda esperanza humana. Salté sobre toda alegría, para estrangularla, con el silencioso salto de la bestia feroz. Llamé a los verdugos para morder, al morir, la culata de sus fusiles. Llamé a las plagas para ahogarme con arena, con sangre. La desgracia fue mi dios. Me revolqué en el fango. Me sequé con el aire del crimen. Y jugué unas cuantas veces a la demencia. Y la primavera me trajo la horrible risa del idiota. Pero, hallándome recientemente a punto de lanzar el último gallo, se me ocurrió buscar la llave del antiguo festín, donde quizá recuperara el apetito. La caridad es esa llave. -¡Esta inspiración demuestra que he soñado! "Seguirás siendo hiena, etc....", exclama el demonio que me coronó con tan amables amapolas. "Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu egoísmo, y todos los pecados capitales." Demasiado harto estoy de eso: -Pero, querido Satán, te conjuro: ¡una pupila menos irritada! Y, en espera de algunas pequeñas infamias que se Demoran, para ti que prefieres en el escritor la ausencia De facultades descriptivas o instructivas, desprendo Estas horrendas hojas de mi cuaderno de condenado. |