Tú eras virgen, cuando llegastes al altar...
Yo, de igual manera porque nunca antes,
había podido amar.

Y los dos nos entregamos,
a nuestra inocencia...
Mirándonos sin darnos cuenta,
de lo que esa noche nos esperaba.

Nos casamos felizmente,
y el festejo fue grande...
Tú y yo, nos mirábamos como niños,
cuando no saben que hacer,
con el nuevo juguete.

Un beso cálido, e inocente,
nos dimos frente al altar,
jurando que jamás nadie nos iba a separar.

Allí ante Nuestro Señor,
conocimos la inocencia
del primer beso tibio,
de nuestros labios...
¿Dime, amor... Tú sentiste, lo mismo que yo?

Fue una sensación divina,
algo que no podré olvidar...
Tú tampoco, ¿Verdad, mi amor?
Que miradas tan dulce nos dábamos.

Así, al llegar el momento de marcharnos
al lugar escogido por los dos,
temblaron nuestros cuerpos,
pensando en el momento de la entrega.

Al llegar al aposento,
nos tomamos de las manos...
y sin saber como,
en la cama nos sentamos.
Pero no sabíamos que hacer,
y nos quedamos mirándonos.

¡Tus ojos brillaban, como luceros en el cielo!
Yo, no sé si los míos brillaban de igual manera.
Solo sé que así mirándonos amaneció,
sin tocarnos, ni decirnos,
lo que en aquellos momentos sentíamos.

Al mirar la luz del sol,
que entraba por la ventana,
comenzamos a reir como inocentes
de nuestras miradas.

Fue entonces que nos abrazamos,
y nuestros labios se unieron...
¡En ese momento ocurrió
el bello e inocente encuentro,
que hasta al cielo, nos elevo!

Autor:Evalyna

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