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   PALABRA DE DIOS: PALABRA DE HONOR

 

"Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo" (Jeremías 29:11 DHH)

 

Desde hace mucho tiempo se oye decir que toda persona debe tener palabra de honor para que todos sus actos sean justos y dignos de confianza. Sin embargo, cuántas veces hemos escuchado decir: "soy una persona de honor y de una sola palabra", y esta afirmación no siempre ha sido cierta. Se suele empeñar la palabra y el honor para salir de una situación sin tener en cuenta las consecuencias que conlleva el no cumplir con lo que se promete.

En la Biblia encontramos que el único que tiene palabra de honor es Dios y no hay otro que lo iguale: "Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos" (1 Cr. 29:11). Cuando Él da su palabra, dicha palabra está investida de autoridad divina y deben respetarla y obedecerla tanto los ángeles como los hombres (Dt. 12:32; Sal. 103:20). La palabra de Dios es permanente (Is 40:8) y tiene que cumplirse (Is. 55:11). La palabra de Dios es una extensión de su personalidad. La promesa de que Su palabra se cumple la encontramos en muchos pasajes bíblicos, como por ejemplo: "Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo" (Jer. 29:11 DHH).

En el Nuevo Testamento la frase «palabra de Dios» solo en pocas ocasiones denota algo escrito. Generalmente denota un mensaje predicado, sobre todo el del evangelio predicado por Cristo y sus apóstoles (Lc. 5:1; 8:11, 21; Hch. 6:2; Ef. 6:17; Heb. 6:5; 13:7; 1 P. 1:23). En los escritos de Juan se halla un uso distinto de «palabra» o más bien del vocablo griego logos. Se emplea como título del Hijo de Dios, y se traduce «Verbo» en la mayoría de las versiones. Jesucristo es la palabra hablada y encarnada. Este es el argumento de Heb. 1:1, 2 y corrobora lo dicho en Jn. 1:18. «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo ... Él le ha dado a conocer».

Para la iglesia primitiva la palabra era un mensaje revelado por Dios en Cristo, que debía ser predicado, atendido, y obedecido. Se trataba de la palabra de vida (Fil. 2:16), de verdad (Ef. 1:13), de salvación (Hch. 13:26), de reconciliación (2 Co. 5:19), de la cruz (1 Co. 1:18). De ahí que la palabra de Dios no es cualquier palabra, es la palabra del Señor, revelada y encarnada, ahora en Jesucristo; por lo tanto es fiel, sincera, solidaria y llena de esperanza. Es palabra de honor.

No hace mucho tiempo era común dar la palabra de honor como un compromiso a asumirse de verdad. Ejemplos hay en la historia humana de personajes que empeñaron su palabra hasta llegar a la muerte si era necesario. Son pocos dichos personajes. Pero ninguno se compara al sacrificio de Jesucristo en la cruz. Él no tenía necesidad de empeñar su palabra a cambio de nada, desde ya como Hijo de Dios su palabra era de honor. Sin embargo, cumplió su promesa de que daría su vida por la salvación de toda la humanidad que se había perdido y que habría de resucitar al tercer día (Jn. 3:16-17; Mt. 16:21).

Para nosotros, cristianos y cristianas, esta palabra de Dios es nuestra única esperanza de que todo lo que Él ha prometido para nuestras vidas, se realizará inexorablemente. La Escritura nos dice que no debemos temer a nada, ya que Dios va siempre delante de nosotros ante cualquier circunstancia, que estará con nosotros y no nos desamparará (Dt. 31:8). También Jesucristo prometió que siempre estará con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt. 28:20b). Sólo son algunos ejemplos en la Biblia de cómo estas promesas se cumplen en nuestro diario vivir. Basta revisar o hacer un inventario de las múltiples veces en que esta palabra de Dios se ha hecho realidad en nosotros (sanidad, liberación de espíritus malignos, consolación, esperanza, bendición, inteligencia, trabajo, milagros, etc.), para comprobar su fidelidad. Desde esa experiencia existencial podremos decir al mundo incrédulo que la palabra de Dios es verdadera y de honor. No hay engaño ni mentiras, porque Dios no es mentiroso como los seres humanos lo son (Nm. 23:19; Tit. 1:2).

Cuánta gente hoy en día sufre las consecuencias de caer en manos de personas faltos de verdad y honor. Veamos algunos ejemplos: hijos abandonados por causa del divorcio o abandono de los padres; parejas divorciadas a consecuencia del engaño; personas estafadas por causa del engaño y la mentira; suicidios causados por la traición del ser querido; pueblos gobernados por políticos y gobernantes inmorales, faltos de verdad y honor; inocentes en las cárceles por causa de fallos injustos de jueces corruptos; pobres que viven en la miseria por causa de la injusticia y la esclavitud asolapada de los que tienen el poder y de los que son dueños de grandes capitales; sociedades e instituciones gobernadas por dirigentes corruptos e inmorales; etc., etc. Lamentablemente dentro de muchas iglesias cristianas, como instituciones religiosas y sociales,  también existe esta falta de honor y verdad en los que las dirigen, generando la vergüenza de los fieles y el desprestigio de la palabra de Dios. Hay muchos casos que han sido ventilados en la prensa y medios de comunicación al respecto. Basta citar los casos de pedofilia (abuso sexual de menores) de parte de malos sacerdotes y pastores que han sido denunciados por sus víctimas; corrupción dentro de las instituciones eclesiásticas; abuso de poder de parte de las autoridades de gobierno eclesiástico; pleitos y acusaciones por asuntos doctrinales que han conllevado a la división de las iglesias; promesas no cumplidas por los lideres de las iglesias; silencio de la Iglesia ante la inmoralidad e injusticia cometida por los gobernantes de turno en contra del pueblo; etc., etc.

Ante este panorama deplorable de la falta de verdad y honor en la palabra dada, queda la pregunta: ¿en quién confiar?. Es por eso que la reflexión sobre la importancia de la palabra de honor adquiere importancia. Más aún si ésta actitud humana compromete a la palabra de Dios, haciendo del Señor una persona mentirosa, cosa que no es cierta. Es comprobado que el ser humano es incapaz de mantener su fidelidad y compromiso con la verdad. El mal testimonio de sus hijos e hijas no debería comprometer  la persona de Dios, pero lamentablemente los enemigos de Él utilizan como argumento esta situación, para negar su existencia o su soberanía en el universo. Definitivamente que la respuesta es única: confiar sólo en Dios (Sal. 40:4; 94:22; Pr. 3:26; Jer. 17:7; 39:17; 2 Co. 3:4; 1 Jn. 5:14).

La sociedad de hoy está en búsqueda de valores que permitan vivir una vida con dignidad y está queriendo encontrar personas que representen dichos valores. Lamentablemente los están buscando en un mundo falto de verdad y honor, poco es lo que se puede hallar. El ser humano de por sí está corrompido, necesita ser liberado del pecado y toda corrupción que destruye la vida. Sólo la persona que ha escuchado la palabra de Dios y la pone en práctica con seriedad y responsabilidad puede dar testimonio de esa Palabra viva y llena de amor. Es por eso que a pesar de las fallas y errores de Su pueblo, Dios se sigue manifestando con poder y siendo fiel a su palabra empeñada de salvar al mundo del pecado. Sólo Él es nuestra única esperanza, nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones (Sal. 46:1).

Termino esta reflexión dando mi testimonio personal de que la palabra de Dios es una palabra de honor, que siempre es real y en ella no hay engaño, Dios es verdadero y fiel. Fui rescatado de las garras de Satanás y liberado de su poder maligno, para ser una persona salva por la gracia de Dios Todopoderoso y servir como instrumento de Su amor en donde quiera me encuentre. Doy gracias a Dios por ese gran acontecimiento en mi vida personal. He pasado por pruebas y tentaciones tremendas, pero al final siempre he encontrado el auxilio y la ayuda oportuna del Señor; he sabido confiar en los hombres y terminar muchas veces defraudado; he confiado en la palabra de Dios y nunca he sido defraudado; he recibido bendiciones innumerables por Su gracia, tanto en mi vida pastoral, como en mi familia. De ahí que nunca me cansaré de testificar de las maravillas de esa Palabra que es palabra de Dios. Si lo que digo no fuese verdad, lo único que lograría es hacer a Dios un mentiroso y Su palabra sin sentido. En todo esto a Dios tenemos como testigo.

Ahora bien, todos estamos llamados a testificar de esta Palabra y proclamarla a pesar de que el mundo crea que tiene todo controlado y no necesita de nadie para  su redención. Que El Señor de la Verdad nos siga dando el ánimo y el coraje para seguirle anunciándole en donde quiera nos encontremos. Amén.

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

        


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