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    NO BAJAR LA GUARDIA EN EL TIEMPO DE PROSPERIDAD

 

(Génesis 2:7-25; 3:1-6)

 

El relato de la Creación nos presenta un panorama bastante favorable para Adán. El lugar donde va a vivir es un paraíso, es el huerto de Edén, en el cual todo es bueno, agradable y fructífero; hay árboles con buenos frutos, un árbol de la vida en medio del huerto y otro árbol del conocimiento del bien y del mal. Además, había cuatro ríos caudalosos que regaban las tierras del Edén. Adán con todas esas cosas y en una situación de prosperidad, recibe una advertencia de parte de Dios de que no podía comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, de lo contrario moriría. De todo podía disfrutar, excepto de lo que Dios ha considerado que no. Finalmente, Dios no quiere que Adán viva solo, sin ninguna compañía, y decide darle una pareja idónea, una mujer para su compañía y ayuda. Toda una situación de prosperidad. No falta nada. Esto nos debe hacer reflexionar, que Dios desde la Creación siempre ha buscado lo mejor para la humanidad. De igual manera, cuando venimos al mundo, Dios quiere lo mejor para cada uno de nosotros. Él nos provee todo lo necesario para vivir una vida próspera y en obediencia. Una pregunta que surge es, ¿Por qué no todos pueden tener acceso a esta condición de vida?

 

Según el relato bíblico, las condiciones de vida en el huerto de Edén es excelente, Adán y Eva tienen todo en sus manos, es la prosperidad en su máxima expresión. Ellos no tienen necesidad de nada, ni siquiera tienen que hacer mucho esfuerzo para conseguirlo. Hasta aquí, todo es bueno y próspero. De pronto, esta situación cambiaría. No se sabe en qué momento, el demonio disfrazado de serpiente, se acerca a Eva para decirle que coma del fruto que Dios le ha prohibido no comer, y que no moriría (Génesis 3:1-6). Ella al ver que el árbol era bueno para comer, agradable a los ojos y deseable para alcanzar la sabiduría, tomó de su fruto y comió. No contenta con desobedecer a Dios, le dio de comer a su marido, quien comió también. Ahí nomás, sus ojos fueron abiertos y se dieron cuenta que estaban desnudos. ¿Qué sucedió? ¿Por qué Eva cedió ante el engaño? Pasaron de la prosperidad a la desgracia. La desobediencia de ellos llevó a que se cumpliera lo que Dios les había advertido: morirán. Teniéndolo todo, quisieron tener más. Esto sucede también con personas que teniéndolo todo, quieren desear más y más. No son cautos en sus gastos, dan desenfreno al deseo de gastar y gastar. Pero no conformes con lo que tienen, deciden invertir, acceder a situaciones vedadas para conseguir más dinero, ingresan a sistemas para tener dineros ilícitos. Es tal la situación desenfrenada, que en un cerrar y abrir de ojos, se encuentran en la ruina. Esta ocurrencia debe ser una advertencia para nosotros de no bajar la guardia en el tiempo de prosperidad.

 

Adán y Eva tenían la prosperidad en sus manos que Dios les había dado. De pronto, ellos optaron por no obedecer a Dios, hicieron caso al diablo y se dejaron engañar por su mentira. Esto nos debe advertir que también a nosotros nos puede pasar lo mismo, nos dejamos engañar por palabras, apariencias, actos, mentiras, que tienen como propósito alejarnos de las bendiciones del Señor. No nos conformamos con lo que el Señor nos da, sino queremos más y más. Hoy en día, podemos ver cómo en forma progresiva aumenta la cantidad de personas que no se contentan con lo que tienen, quieren tener más de lo que ya tienen. Se quiere tener un nivel mayor de riqueza. La tentación de querer tener un nivel de prosperidad mayor de la que ya se tiene, nos puede llevar a acometer actos ilícitos que llevarán, sin duda alguna a la desgracia. De ahí que, no debemos bajar la guardia en el tiempo de prosperidad. Si el Señor nos provee recursos económicos, intelectuales u otros, debemos tener en cuenta que es para saber disfrutarlos y compartirlos con aquellos que padecen alguna necesidad. Las bendiciones y la prosperidad que provienen de Dios deben ser consideradas como el mejor regalo para nuestra supervivencia y debemos saber administrarlas con humildad y solidariamente. Esto es lo que el Señor nos ha mandado hacer. En esa abundancia o prosperidad, hay frutos prohibidos que no debemos comer.

 

En principio debemos dar gracias a nuestro Dios por todo lo que nos provee y pedir que nos ayude a no caer en la tentación de la desobediencia de Su palabra. Amén.

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

                                 


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