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    HUYENDO DE LAS TENTACIONES

 

(Génesis 39:1-20)

 

Cuando se menciona la palabra tentación, inmediatamente se viene a la mente una serie de conceptos acertados o equivocados. Por ejemplo, unos piensan que es Satanás que nos envía las tentaciones, otros creen que es Dios quien nos tienta, y otros consideran que las tentaciones las generamos nosotros mismos. En esta reflexión quisiera presentar dos ejemplos de tentaciones que nos pueden ayudar a entender el concepto de tentación. Uno es el caso de José y la mujer de Potifar (Génesis 39:1-20) y el otro es acerca de David y Betsabé (2 Samuel 11:1-27). Uno involuntario y el otro voluntario. Pero antes, es bueno saber qué es la tentación. Sobre la tentación podemos decir que es el impulso que nos mueve a hacer algo, especialmente algo malo. Por ejemplo, mientras usted va de compras, ve algo que le agrada y piensa que sería muy fácil robarlo sin que nadie lo viera. Sin embargo, su conciencia le dice que no lo haga, así que rechaza ese pensamiento y se va. En ese momento, le ha ganado la batalla a la tentación. Ahora bien, la Biblia nos dice que si alguna vez nos sintamos tentados a hacer algo malo no nos convierte en malas personas. La Biblia reconoce que todos nos enfrentamos a tentaciones (1 Corintios 10:13). Lo que de verdad importa es cómo reaccionamos ante ellas. Algunas personas se recrean en ese mal deseo y, tarde o temprano, terminan cediendo; mientras que otras lo rechazan de inmediato porque saben que está mal. “Cada uno es probado al ser provocado y cautivado por su propio deseo” (Santiago 1:14).

 

Veamos el caso de José. Él es comprado en Egipto por Potifar, oficial de Faraón, capitán de la guardia. Debido a que Dios estaba con él, todo lo que hacía era bueno y era prosperado, además de tener un buen testimonio. Es así como su amo lo pone al frente de todo lo que tenía, llegó a ser una persona de confianza. Todo estaba bien, hasta que un día, la mujer de su amo, puso sus ojos en José, ya que era de hermoso semblante y bella presencia. Ella le propuso que se acostara con ella, pero José rechazó esa propuesta, por considerarla indecente. Cada día la mujer lo acosaba para que se acostara con ella y él la rechazaba. Pero un día, ella lo tomó de su ropa y le propuso, una vez más, que se acostara con ella, pero José, dejando su ropa en las manos de ella, huyó de su presencia. Esta actitud le valió la acusación de intento de violación y ser puesto en la cárcel. José pudo haber cedido ante la tentación, pero su fidelidad en Dios, le permitió huir de tremenda tentación. ¿Qué diríamos hoy ante esta actitud de José? Aquí podríamos decir que nos encontramos ante una tentación involuntaria.

 

El otro caso es el de David. Él debería haber ido y estar al frente en el campo de batalla, como rey, ante los enemigos de Israel. Prefirió quedarse en Jerusalén y estar cómodo en su palacio. En esa circunstancia, un día se levanta de su lecho y se pasea en la terraza y ve a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. David, decide poseerla y tener relaciones con ella. Esta hermosa mujer se llamaba Betsabé y estaba casada con Urías, quien servía al rey David en el ejército. El deseo se consume, quedando embarazada Betsabé. En este caso la tentación es voluntaria, generada por la propia voluntad de David. Pero el asunto no queda ahí. David quiere disfrazar este pecado, haciendo que Urías se quede en casa y esté con su esposa. Al no darse eso, David, envía a su siervo a que esté en primera fila en la guerra. Como consecuencia, Urías muere en el campo de batalla. Por cierto que Dios no aprueba esta actitud del rey David. Más adelante la Biblia nos informa la trágica consecuencia de esta tentación voluntaria. David cedió a sus propios deseos y pasiones, no tuvo temor de Dios y no le importó las consecuencias.

 

Estos ejemplos, nos ilustra de cómo la tentación se puede presentar ante nosotros. Huimos de la tentación o somos parte de ella. La Biblia explica los pasos que llevan al pecado. Santiago 1:15 dice: “El deseo, cuando se ha hecho fecundo [o ha concebido], da a luz el pecado”. En pocas palabras, cuando no rechazamos un mal deseo, llega un punto en el que llevarlo a cabo es tan inevitable como que una mujer embarazada dé a luz. Sin embargo, no debemos ser esclavos de los malos deseos, podemos dominarlos. Hoy en día, las tentaciones están en todo momento y lugar. ¿Cuántas personas han caído? La Biblia señala que del mismo modo que podemos alimentar la mente con deseos incorrectos, podemos arrancarlos de raíz. Para lograrlo, debemos concentrarnos en otras cosas: realizar alguna actividad, conversar con un amigo o reflexionar en pensamientos buenos (Filipenses 4:8). También es útil meditar en las consecuencias emocionales, físicas o espirituales de caer en la tentación (Deuteronomio 32:29). Por otra parte, la oración puede ser de gran ayuda. Jesucristo dijo: “Oren de continuo, para que no entren en tentación” (Mateo 26:41).

 

Finalmente, no nos engañemos: la tentación es una trampa o carnada que puede poner en peligro a alguien ingenuo, inexperto o confiado (Santiago 1:14). Eso es especialmente cierto en el caso de las tentaciones relacionadas con la inmoralidad sexual, que producen consecuencias terribles (Proverbios 7:22-23). Jesucristo dijo: “Si ese ojo derecho tuyo te está haciendo tropezar, arráncalo y échalo de ti” (Mateo 5:29). Sin duda que, Jesús no hablaba en sentido literal. Quería decir que, si deseamos agradar a Dios y obtener la vida eterna, debemos controlar nuestro cuerpo para no pecar (Colosenses 3:5). Eso significa rechazar con firmeza una tentación. Un fiel siervo de Dios pidió en oración: “Haz que mis ojos pasen adelante para que no vean lo que es inútil” (Salmo 119:37). Claro, controlarse no es fácil, porque, como dice la Biblia, “la carne es débil” (Mateo 26:41).

 

Oremos al Señor para que nos libre de caer en cualquier tentación y permanezcamos en obediencia practicando sus enseñanzas, viviendo en santidad. Si por alguna razón fallamos, debemos arrepentimos de corazón y procurar que esa mala acción no se convierta en una práctica, confiando que nuestro Señor, será “misericordioso y benévolo” con nosotros (Salmo 103:8). Amén.

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

                                 


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