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UN PUEBLO CON IDENTIDAD PROPIA

 

(Hechos 2: 40-47; 4: 32-37)

 

Este relato histórico tiene su antecedente en el acontecimiento de Pentecostés y en la predicación evangelizadora de Pedro. El efecto de esta evangelización es asombroso, tanto por sus resultados como el estilo de vida que llevaron los primeros cristianos. La evangelización realizada luego de Pentecostés logró que más de tres mil personas creyeran en el mensaje de salvación de Pedro y se convirtieran al Señor Jesucristo, para luego conformar la primera comunidad cristiana. Esta comunidad cristiana primitiva viene a ser el paradigma para toda comunidad de fe que quiera cumplir la misión que nuestro Señor Jesucristo encomendó. Actualmente tenemos muchos modelos de ser iglesia o comunidad de fe. En lugar de fortalecer la unidad de los creyentes lo que se ha logrado es confundir más a los nuevos creyentes, generando una desorientación y malestar. La identidad de la iglesia cristiana actualmente no refleja la unidad en Cristo, ni menos estar involucrada en un proyecto social de redención plena, tanto en lo espiritual como en lo social.  

 

La descripción que se hace en los últimos versículos del capítulo dos, del libro de los Hechos de los Apóstoles, de la primera comunidad cristiana es digna de tener muy en cuenta. En primer lugar porque nos describe una comunidad llena del Espíritu Santo y que vive en unidad, amándose uno al otro, compartiendo el pan, alabando con alegría a su Señor en el templo todos los días, donde no hay ningún necesitado, todo se comparte. Además era una comunidad evangelizadora que proclamaba el mensaje de salvación cada día y lograba que muchas creyeran en Jesucristo y se salvaran. Luego de ello se unían a la comunidad de base y ésta crecía cada día más. También podemos resaltar que era una comunidad de fe autosostenida, no necesitaban de recursos externos, les bastaba sus propios recursos para realizar la Misión. Y no solo eso, lograron el favor del pueblo. Cosa sorprendente en un contexto social de persecución y muerte para los seguidores de Cristo. Los últimos versículos del capítulo cuatro del mismo libro, nos dan mayor referencia sobre la forma de convivencia de estos primeros cristianos y primeras cristianas dentro la comunidad de fe. Aquí una vez más se reafirma el espíritu de solidaridad entre ellos, y como muestra se da un ejemplo: la disposición de la heredad de José para con ellos. Todo esto nos lleva a pensar que era un pueblo con una identidad propia. No la tomaron prestada de nadie ni imitaron a ninguna otra comunidad. Gestaron su propio testimonio en base a la fe y al amor.

 

Ahora bien, ¿cuánto de eso tendríamos que retomar como iglesia cristiana? Pienso que hoy en día existe un gran abismo entre nuestras iglesias y dicha comunidad de fe. No hay una sola identidad que nos identifique ante el pueblo, tenemos diversas prácticas litúrgicas, diferentes formas de evangelización y poca o casi ninguna incidencia social. Muchas veces estamos muy ocupados en nuestros propios problemas, en nuestras propias liturgias, en la forma de evangelizar, en la teología y doctrina que queremos prevalezca ante cualquier otra. Cada iglesia tiene diversas propuestas de ser la verdadera iglesia de Cristo. Si echamos un vistazo en cada una de ellas comprobaremos que estamos muy lejos de aquella comunidad primitiva. Unas solo se preocupan por la salud espiritual, otras en la prosperidad personal, unas a contentarse en llenar sus templos, algunas se preocupan por los pobres y marginados de la sociedad. ¿Cuál es nuestra verdadera identidad como pueblo de Dios? Pareciera que nuestra identidad ya no es tan propia, porque hemos importado modelos extranjeros al ser iglesia, hemos copiado doctrinas, liturgias, estilos de vida, modos de hablar y formas de evangelización. Alguien nos podría preguntar: ¿Cuál es la razón de ser la iglesia, en este mundo?.

 

Esta situación nos debe llamar poderosamente la atención, ya que si logramos ser esa comunidad que estamos analizando, en realidad el mundo sería otro. No habría divisiones, guerras, pobreza, corrupción, contrabando, tráfico de personas, desastres, etc. La suma de creyentes verdaderos lograría conformar una gran red de fe y solidaridad. Todos seríamos hermanos y hermanas, viviríamos como si fuera el paraíso, no sería necesario tener gobernantes ni tribunales de justicia. No tendríamos que importar evangelistas de ninguna parte. Cada quien evangelizaría con su propio testimonio personal y comunitario. La alegría de nuestros pueblos sería una señal de la felicidad plena, donde el ser humano vive confiado en un ser supremo, Dios, y es bendecido por su misericordia.   

 

Retomando nuestra reflexión sobre la primera comunidad primitiva cristiana, verdaderamente es de admirar el estilo de vida de esos creyentes valerosos que supieran dar su vida por su Señor y dar testimonio de la verdadera evangelización, en la que la fe, el amor y la solidaridad eran el núcleo de su razón de ser como pueblo de Dios, en un contexto donde no era nada favorable. No debemos olvidar que nosotros y nosotras somos herederos de esa historia y de esa misión, donde la verdadera razón de ser la iglesia de Cristo es proclamarle a toda criatura, lograr su salvación plena y compartir las múltiples bendiciones que recibimos con el que sufre, con el que no tiene nada y busca su redención. Que el Señor nos ayude a ser esa verdadera Iglesia. Amén.

 

Rev. Lic. Jorge Bravo C.

       


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