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El príncipe destronado

 

La originalidad de esta novela corta de Miguel Delibes estriba en el reducido marco que el autor se ha impuesto, no sólo en los límites cronológicos -la obra se desarrolla a lo largo de unas horas de un día de diciembre-, sino al tener la valentía de centrar el peso de la anécdota sobre un niño de tres años. Los conflictos entre los adultos, los barruntos dramáticos que se apuntan sólo valen en cuanto rozan la psicología de Quico, el pequeño protagonista. Se trata, pues, de una tentativa de aproximación al mundo de la primera infancia, ese mundo inefable y sepultado en el fondo de los tiempos y que a veces parece aflorar, para esfumarse de nuevo al conjuro de un sabor, un aroma o una canción. Por la sencillez y sensibilidad con que han sido descritos, algunos personajes de esta obra quedarán como antológicos dentro de los tratados por Miguel Delibes.

El príncipe destronado es la historia de un niño, Quico, que va a cumplir cuatro años. A Quico le pasa algo importante, le ha nacido una hermanita, Cris, que lo ha relegado a un segundo plano. Ahora, ya no es el rey de la casa; ahora, es el príncipe destronado. A lo largo de un día, desde que se levanta dando gritos hasta que cae rendido por la noche, asistimos a sus andanzas, vislumbramos sus secretos y conocemos sus angustias. Detrás del niño, tan admirablemente recreado, vemos el mundo familiar, los otros hermanos, el padre y la madre, las criadas, la ciudad, la historia, el mundo. Cuando el libro acaba uno quisiera seguir con Quico y su familia al día siguiente porque, aunque no haya ocurrido nada extraordinario, todo ha sido fascinante. A través del fino cristal que es el alma de Quico, Delibes nos deja esta novela extraordinaria sobre el misterio opaco de la infancia. Pero eso no es todo, también consigue que, de pronto, en algún rasgo de Quico, en algún gesto, en alguna palabra, reconozcamos con sonrisa cómplice, otra infancia, la nuestra.

Las 10

Entreabrió los ojos y, al instante, percibió el resplandor que se filtraba por la rendija del cuarterón, mal ajustado, de la ventana. Contra la luz se dibujaba la lámpara de sube y baja, de amplias alas -el Ángel de la Guarda- la butaca tapizada de plástico rameado y las escalerillas metálicas de la librería de sus hermanos mayores. La luz, al resbalar sobre los lomos de los libros, arrancaba vivos destellos rojos, azules, verdes y amarillos. Era un hermoso muestrario y en vacaciones, cuando se despertaba a la misma hora de sus hermanos, Pablo le decía: "Mira, Quico, el Arco Iris"