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Benjamín Valdivia
Algunos poemas







SONREÍR COMO TÚ SÓLO LA LLUVIA

Sonreír como tú sólo la lluvia
o las parvadas de la más perfecta hora
entre esta primavera.
Una laguna estremecida sutilmente
por vientos iniciales,
una vertiente de origen solamente imaginado
en el más alto resplandor de una montaña.
El aire filtrado entre los juncos tiernos
o las noches de viento
si se encuentra uno mirando las estrellas.
La espuma primera de las olas últimas.
El giro de la palma datilera
cuando la toca el sol.
Un movimiento aprisa
de la arena en un desierto por más deshabitado
y un guijarro insostenible
que de pronto cayó.
La primera llamarada cuando se parte el rayo.
Una abeja temblando en la frontera
de este mismo cristal.
El árbol que brotó sus hojas.
Las voces enlazadas y el silencio completo.
Sonreír como tú sólo tu risa
para que exista en este mundo maldito
la posibilidad de una canción.




ESTOS PEDAZOS DE LA ÚLTIMA LUNA

Estos pedazos de la última luna
no dejan ver la orilla del camino.
Tampoco dejan ver
la magnitud de la catástrofe.
Será que los secretos, devastados y mustios,
no pudieron fraguar su cometido.
O quizás anteriores escalones
ya nos hubieron puesto sobre el borde
del precipicio donde todos hunden su gemido final.
Pero son fragmentos que no existen
sino por tu mirada,
por tu animosidad hacia ti misma: lo que soy
en esta temporada de tu espejo.
Labra la luna el labrador,
los leñadores talan árboles blancos
y aquellos pescadores silenciosos
hacen brillar peces de lívido mercurio.
Y yo que sólo tuve vasta miel,
leonadas azucenas,
botes de oro increíble y fuego vivo
para uncirte la piel con esta lengua invisible,
soy ahora el desterrado,
el desollado de tu piel y convertido
en un río sin mar dónde fundir su cauce extraviado
o su torrente universal.
Abriré cotidianas amapolas al oriente,
las lámparas votivas de cada atardecer
seguirán indagando la luz de tu nombre y por tus ojos
habrán otras canciones y los trazos
de figuras o imágenes.
Tal vez un día en que tus labios se maduren
se recompongan las estrellas en sus constelaciones álgidas
y pueda entonces descansar en tu regazo
como el que vence una batalla
o como aquél que regresa de un viaje demasiado largo
sin saber dónde fue.




EN NUESTRO LECHO DE RAÍCES VIVAS

En nuestro lecho de raíces vivas
lumbrean los látigos de lívidos latidos:
somos la forma misma de la tierra,
concentración de llamaradas
a mitad de la frente:
la latitud de un sueño incomparable.
Por eso brotan manantiales del orden natural
retenido en las breves temporadas
en que nos encontramos:
los habitantes de un reino especular,
prisioneros del mundo que formaron.
Siete soles hastían tu corona
de maga sin final,
los lapislázulis profundos vetearon tu veste
al momento de las revelaciones.
No existen marcas en tu espíritu callado
más allá de las huellas digitales del mar
o de la sombra
o de las álgidas señales de mis ojos
al mirar en tu espíritu las huellas
de las manos del mar.
Gobernamos la noche y nuestro sueño
reitera los oleajes del día:
estás de nuevo aquí: línea y espacio
de los orígenes o de la devastación.
Retengo tu talle, aduzco tu argumento.
Igual a los silencios hay un sol
que quisiera apagarse en las orillas
del tiempo sucesivo.



A MI LUZ ALUMBRARÍA TU SOMBRA

A mi luz alumbraría tu sombra,
tu fundamento material, sensible,
corpóreo y mortal, irracional, anverso.
Toda la flama negra
de encendidos espejos
devastarías tú,
espesa llamarada de piel y movimiento.
El sol mismo,
el altísimo sol derrumbarías
a la forma cerrada de lo oscuro
al besarme los párpados
en un cenit irrefutable.
¿Quién eres en el punto crepitante
de esta cancelación de la altura,
en este mundo semejante a la caverna
del planeta augural,
en este precipicio horizontal de vivir
al alimón los días en la tierra?
¿Revelarás tu nombre último, la clave
de la sustancia críptica,
el método en silencio del beso presentido
al pronunciar en seco el océano de tu nombre?
Así venga la luz en torbellinos,
remolinante despertar formado en cuerpo:
destello y mapa de fulgor: tu mera sombra
de mundo es suficiente
para callarme el universo
en la lengua y en los labios.



RAPSODIA EN BLANCO

Bordado en la blancura de tu pecho
un seguimiento de hojarasca y brillo
confluye hacia tu cuello y se te enreda:

Entintas una página,
dices aquella frase,
desamparas un gesto.

El río de minutos nos persigue
dentro del tono blanco
del estremecimiento.




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