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LA LIDIA

Queremos que se sepa que no todo en el toreo es gloria como nos quieren hacer creer.
Como en todo oficio, hay una serie de técnicas ocultas para el gran público, algunas de ellas prohibidas, que tienen como finalidad reducir riesgos, y como resultado hacer si cabe más brutal el desarrollo de la lidia para los animales que en ella participan.


EL TRANSPORTE

En el transporte empieza la agonía del toro, que no terminará, hasta su muerte.
Es encerrado en cajones de 90 Cm. de ancho en donde no pueden girarse ni moverse, y al tener distancias entre astas de hasta 120 Cm, en los ejemplares de más envergadura ni siquiera pueden agachar la cabeza o mirar a su alrededor.
Realizan el trayecto de las dehesas a la plaza sin comer y a veces sin beber y sin protección contra el calor.

EN TORILES

Ya en la plaza comienza el amoldamiento del toro, se recortan sus astas, lo que en términos taurinos se llama afeitado, que se hace por supuesto sin ningún tipo de anestesia, y se les arrojan sacos de arena sobre los riñones. Lo primero para que en la plaza no puedan medir sus cornadas y el maestro no corra riesgos, y lo segundo para que pierdan fuerza y sea más fácil lidiarlos.
Si se pasan, y el toro queda demasiado roto, se le practican una serie de cortes en las patas y se les unta de aguarrás o amoniaco para que con el escozor el animal no se quede quieto en la plaza, y se haga demasiado evidente el trabajo. También, se les administran laxantes y se les introducen bolas de algodón en la nariz para dificultarles la respiración.
El último toque, un poco de vaselina en los ojos para que no pueda ver por donde va y el toro está listo para la fiesta.
El último detalle, un pequeño arpón con los colores del ganadero antes de salir se clava en su lomo, ese arpón se llama divisa.

EN EL RUEDO

Aquí, es donde el público ve lo que ocurre, pero no todo. El torero intentará que el toro, aprovechando las condiciones en las que sale, choque contra las tablas, para hacerle perder fuerza. Se han dado casos en que el toro ha muerto en el impacto de la salida, esta práctica está prohibida.
Y por fin, el verdadero asesino del toro, el picador, montado en su caballo, clavará una garrocha armada con una puya de 10 Cm. en la cruz del toro, lo que provocará al animal una gran hemorragia y desgarros musculares. La idea es que el toro sufra lo bastante para perder fuerzas y que el maestro pueda matarlo sin peligro. Si los 10 Cm. de la puya no son suficientes, el oficio del picador hace que con ese arma se consigan heridas de mayor profundidad afectando hasta los pulmones y de hasta 40 Cm. de profundidad. También tenemos las banderillas, que son arpones afilados de unos 6 Cm. que desgarran la piel del toro según se mueve el animal y que se encargan de rematar la faena. En muchas ocasiones el torero se encarga de aumentar del daño de estas banderillas arrancándoselas violentamente, o recolocándoselas, procurando, eso sí, debilitar aún más al toro.
De los caballos tampoco nos podemos olvidar, rescatados de oficios para los que han dado toda su vida, se encuentran ahora envueltos en un peto protector - sus abuelos de principio de siglo no lo tenían - cegados con un pañuelo y con las cuerdas vocales seccionadas para que no molesten con sus relinchos de terror y a veces drogados. Son sometidos a los envites del toro y a veces a la muerte, porque no siempre el peto cumple su cometido.

EL ULTIMO TERCIO

El final se acerca, un toro ya moribundo, contempla las evoluciones que hace a su alrededor un individuo disfrazado de bailarina. Lo mejor que le puede pasar es que el diestro, en este caso bastante siniestro, sea lo suficiente hábil para en la primera estocada acertarle con el corazón; porque sino y lo que es mas habitual, las estocadas se sucederán provocandole un sinfín de hemorragias internas al perforarle los pulmones. Los mismos taurinos usan una expresión que es que el toro esta amorcillado al estar lleno de sangre. Y al dolor de las heridas se le une la angustia de la asfixia. Y así hasta que le abandonan las fuerzas y el toro dobla. Y entonces la muerte por fin se apiada de él en la forma del cachetero, que le da el descabello que teóricamente termina con sus sufrimientos. Aunque a veces sólo teóricamente...
El animal es retirado por las mulillas y transportado al desolladero, donde se le despieza inmediatamente. Su carne se destina al consumo.


Este es el tratamiento máximo que se le aplica a cualquier toro que entra en una plaza. No he descrito (aunque algunos enlaces lo hagan) los errores y la mala fe de algunos toreros que incrementan ese sufrimiento, basta multiplicar las estocadas o endurecer la labor de los picadores. Y me he limitado a describir prácticas habituales, pero la imaginación de algunos no tiene límites.
Siento si en algún momento he ofendido la sensibilidad a alguien. Pero cuando hablamos de toros debemos saber exactamente de que hablamos. No es un oficio tan peligroso como presumen los toreros. Como todo oficio los riesgos están perfectamente controlados. Y lo que es peor, ese control significa aumentar el sufrimiento de los animales. Pero, aunque eso no fuera así, el peligro que corren los toreros es un riesgo asumido, el de los toros no es un peligro, es un certeza de dolor y muerte.

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