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Capítulo IV: Obstáculos sociales para la efectiva dirección gubernamental en el proceso de salida a la crisis

 

Un elemento del libro: El estado en el agro mexicano en el contexto de crisis: 1977, del Dr. Xavier Gamboa Villafranca

 

I.- Presiones políticas: la lucha intra burocracia, las presiones de la burguesía y el aumento en la capacidad de negociación de la maquinaria corporativa.

II.- Obstáculos económicos: la penuria gubernamental durante 1977.

III.- Escollos burocráticos: el feudalismo administrativo contra la reforma administrativa.   

 

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I)        Presiones políticas: la lucha intra burocracia, las presiones de la burguesía y el aumento en la capacidad de negociación de la maquinaria corporativa.

 

1) La visión oficial: el gobierno como único rector.

 

Es incuestionable la afirmación del presidente de la república (IX/1)*, en el sentido de que estaba acabado por sus contradicciones, un patrón de crecimiento que agotó su último tabú con la devaluación. Lo que aquí interesa saber es, si son realmente efectivas las nuevas reglas en fondo, flexibilidad y agilidad de respuesta atinada y ubicada en la trama general conforme a las cuales el gobierno anuncia el combate a la espiral inflacionaria, a los movimientos masivos de capitales y a los efectos de los cambios radicales en los valores relativos de las principales monedas y de importantes materias primas. En otras palabras, lo que hay que conocer es si el gobierno de López Portillo realmente dirige el proceso por él señalado –con cierto grado de bases consensuales- como adecuado para salir del bache económico. Por tanto, es importante intentar percibir si la actividad de los demás sectores sociales se somete –ó, incluso sólo se pliegan- al rumbo marcado por los altos estratos de la burocracia central del Estado mexicano.

 

Conforme a los planes gubernamentales (IX.1), 1977 se plantea como el año de la reconstrucción económica. El año en que, ante la gravedad de la crisis, ó se remedia la situación económica con el concierto de todos los sectores –dirigidos por el gobierno-, ó estalla la violencia. En un período durante el cuál se torna necesario implementar una alianza que permite conjugar las intenciones de distintos sectores para armonizar idénticos propósitos, para procurar lo que los demás necesitan, para eliminar artículos suntuarios, para racionalizar los procesos de elaboración y comercialización (IX/1).

 

Hay algunos indicios de que las cosas no fueron fáciles para la fracción de la burocracia encabezada por JLP. En su mensaje político del 1° de septiembre, el jefe del ejecutivo federal intenta la reinvindicación verbal de la capacidad de auctuación independiente que tiene el gobierno, en particular del cargo que él ocupa: como jefe del ejecutivo federal, no puedo aceptar presiones. En las cuestiones de mi competencia sólo yo he decidido, decido y decidiré. Si ha habido aciertos, ese es mi compromiso, si errores, mi responsabilidad. La explícita alusión presidencial lleva a plantear las siguientes interrogantes: ¿Existe una correspondencia entre la anterior afirmación oral y la realidad?, ¿La fuerza del gobierno durante 1977 fue tan verdadera y poderosa como para permitir que éste implante en su totalidad el proyecto de desarrollo que formula, de manera bastante clara, desde principios de año? ¿Se consolida y opera la alianza para la producción?, ¿Qué obstáculos se le presentan al gobierno en este sentido?

 

2) El papel rector del gobierno en la realidad.

 

Los acontecimientos parecen señalar la existencia de serios obstáculos durante el año, para que efectivamente el gobierno de JLP se convierta en el efectivo conductor del proceso de implantación de su modelo de desarrollo y, por lo tanto, para que realmente se lleve a cabo la alianza para la producción. D ser así, existiría la posibilidad de que sufriera modificaciones posteriores el proyecto de desarrollo que se maneja formalmente durante este período de tiempo.

 

En 1977, existen por lo menos tres grandes categorías de factores que dificultan el que el aparato burocrático sea el director único que eche a andar a las diferentes fuerzas sociales en la dirección señalada por sus órganos de planeación: a) las presiones que sufre desde el interior de la propia burocracia central, provenientes de grupos relativamente puestos entre sí, que –por lo menos hasta agosto- habían logrado el acceso a poderosas e influyentes posiciones políticas, que manejan modelos de desarrollo y esquemas de salida a la crisis no del todo coincidentes con los del régimen en turno, y que representan una suerte de continuidad con las distintas estrategias globales seguidas en las dos administraciones presidenciales precedentes; b) la composición, funcionamiento y agresividad de la burguesía en la crisis, que la coloca en la posibilidad de socavar severamente la relativa independencia del aparato burocrático con respecto a ella y, por lo tanto, de implantar  sus propias concepciones de salida emergente; c) el deterioro progresivo de las condiciones de vida de la fuerza de trabajo organizada, lo que determina el que la maquinaria corporativa del estado  se debilite internamente, lo que a su vez conduce a que, -para neutralizar ó minimizar este proceso- sus instancias dirigentes tomen una posición cada vez más radical en la defensa de los intereses de sus miembros, obligándolos las circunstancias a asumir en ocasiones un papel bastante mas a la izquierda que el que le ha sido delimitado por el aparato gubernamental.

 

La presencia de este conjunto de dificultades condiciona el que la capacidad directiva del gobierno esté seriamente limitada. En tanto que el capital toma un papel cada vez menos activo en el cumplimiento de los lineamientos que le son señalados por la burocracia del Estado mexicano, la maquinaria corporativa de este estado denota una progresiva actividad efectiva en la delimitación del contenido de los planes gubernamentales, en la conformación de la alianza para la producción, y en la real ejecución ó no de los compromisos contraídos en ella. Veamos cada una de estas categorías con mayor detalle.

 

A)    Dificultades intra burocráticas: el reacomodo sexenal.

 

El proyecto de salida  a la crisis, al nivel intra burocrático y en el plano inmediato, se plantea coyunturalmente como la resultante ó solución vectorial del proceso de enfrentamiento entre las respectivas concepciones de tres corrientes políticas principales: la corriente del expresidente Gustavo Díaz Ordaz, que en términos generales sostiene que la conducción del proceso de salida a la crisis debe ser efectuada por un estado intransigente, represivo y autoritario; el modelo esgrimido por el grupo de seguidores del expresidente Luis Echeverría Álvarez –incrustados no sólo en algunos niveles importantes del aparato de gobierno, sino colocados también en la mayoría de las principales localidades del Congreso de la Unión desde finales del sexenio de Echeverría-, que concibe que es un Estado  orientado  al cambio, con apoyos populistas, el que debe realizar  la planeación y dirigir la acción para salir de la crisis económica; la tendencia –alimentada por los en un principio escasos fieles seguidores del presidente de la república en turno-, que a grandes rasgos se caracteriza por la visión de que un Estado árbitro, dirigido por tecnócratas gubernamentales, que permita siempre la actuación conforme a Derecho, debe efectuar la planeación y señalar la dirección y estrategia del proceso requerido para sacar  al país de la crisis.

 

Desde el 1° de diciembre de 1976, la tendencia que resulta progresivamente fortalecida –y, por lo tanto el modelo de desarrollo coyuntural que se va a intentar aplicar en el ámbito extra burocrático- es la encabezada por el presidente López Portillo. Sin embargo, la hegemonía de su concepción del quehacer en las circunstancias del momento no estaría  totalmente garantizada en tanto persistiera la solidez política denotada por las otras dos corrientes. Es justamente por ello que, en el complejo marco de contradicciones secundarias  entre estas corrientes, agudizadas por el contexto de crisis económica en que se desenvuelva la lucha, el conflicto que se suscitó a mediados de agosto (VIII/16) entre LEA y GDO tuvo como corolario el que la fracción López Portillista golpeara  a las otras dos. La destitución del presidente de la gran comisión –a finales de agosto-, seguida por el hecho de que en la primera semana de septiembre renunciaron aquellos coordinadores de las representaciones de los diputados federales de cada entidad del país que hubiesen sido altos funcionarios en el sexenio precedente, es un claro indicador del proceso debilitador de la corriente Echeverrista. La renuncia del propio Díaz Ordáz como embajador en España representa el impacto de la fuerza dirigida contra la otra tendencia en pugna. Pero el problema de la hegemonía absoluta al interior de la propia burocracia no fue totalmente resuelto. Continúa, en cierto grado, para el grupo de López Portillo, durante todo 1977. Aunque las dos corrientes mencionadas fueron duramente castigadas, no murieron. Persisten, con mucho menos fuerza que antes, pero persisten. Su debilitamiento fue efecto de una acción directamente presidencial. La intervención de JLP fue legitimada porque los dos expresidentes asumieron un comportamiento de público enfrentamiento que implicó un fuerte rompimiento de las reglas del juego político, que establecen que la actuación de cualquier expresidente  puede ser real, pero debe ser mesurada y encubierta.

 

Con la experiencia de los golpes recibidos, en lo que resta del año ambas corrientes –como medio para sobrevivir como tales- se cuidarían de volver a romper abiertamente las reglas establecidas para su actuación. Su simple supervivencia política, aunque por lo pronto debilitada, implicaba que no era imposible su potencial fortalecimiento, en grados determinados por la manera específica en que sus dirigentes fueran capaces de aprovecharse de las contingencias que se presentasen. Su persistencia política representa, por tanto, la constante posibilidad de que sus respectivos proyectos, planes, esquemas y programas pudiesen en cualquier momento  influenciar, en grado significativo, a los alineamientos López Portillistas. Especialmente la fracción que tenía  ubicados a algunos de sus elementos en la Cámara de Diputados, siempre podría presionar a la posición gubernamental respecto al contenido de sus planes de desarrollo y cuestionar los resultados emergidos del proceso de implantación de aquella porción de sus planes de salida a la crisis que eran efectivamente seguidos en la realidad.

 

Así, la implantación de los planes del Régimen de López Portillo se encuentra inicialmente obstaculizada por factores ubicados en el propio interior del gobierno. Hay elementos políticos que dificultan el que su gestación –y, finalmente su contenido articulado y coherente- se realice de una manera pura. O su contenido está contaminado por el resultado de las presiones de las corrientes que se han mencionado inmediatamente arriba, ó el intento de poner en práctica acciones de acuerdo sólo a los planes puros de fracción hegemónica López Portillista se enfrenta a la oposición –más ó menos eficaz, de acuerdo a la coyuntura concreta en que ésta se presente- de estas corrientes. Este es, pues, el pecado de origen de la estrategia de salida a la crisis, esgrimida por la fracción hegemónica de la burocracia pública; en su propio ámbito interno se ubican fuerzas –que, obviamente, no están aisladas, sino que tienen intereses específicas, relaciones concretas y sistemas de fidelidades personales en el ámbito extra burocrático- que la intentan moldear de acuerdo a sus propias perspectivas.

 

Pero hasta aquí sólo se ha brindado una visión superficial de las dificultades que, ubicadas en una dimensión política intra burocrática, el gobierno debía  vencer para realizar cabalmente su papel  de confeccionador e implantador efectivo de una estrategia que lograra sacar a todos  los sectores productivos de la crisis económica, en los términos de alianza planteados por sus dirigentes. En el ámbito extra burocrático se localizan por lo menos otras dos grandes fuentes  de obstáculos  a la implantación de los programas del régimen  en turno: una, estaría  constituida por dificultades desprendidas del tipo  de relación existente entre el gobierno y los actores sociales que manejan el capital privado; otra, estaría conformada por los obstáculos conectados con el tipo de vinculación que se da entre el gobierno y los dirigentes  de la maquinaria corporativa del estado.

 

B) La burguesía no acepta rienda gubernamental.

 

La actividad de planeación del gobierno –y la programación económica y social en particular- es planteada por JLP y su grupo como una medida para concertar la participación de todos  los sectores y de todos los factores, que impida que el aparato de gobierno sea presa inerme del juego ciego de las presiones socioeconómicas y patentice nuestra vocación para gobernarnos y gobernar  los acontecimientos  (IX/1). En el fondo, la planeación gubernamental aparece como una medida destinada a coadyuvar al mantenimiento  de la autonomía se plantea, precisamente como una condición sine qua non para  la existencia de la planeación gubernamental. Justamente , es la autonomía indispensable requerida para que el gobierno  de este Estado pueda dirigir el proceso de salida a la crisis , normando la actividad de todos  los sectores de la economía y de las clases y grupos sociales respectivamente vinculados a ellos. En términos más concretos, la planeación implica que la burocracia pública tenga una mínima capacidad de actuación independiente  real;  la mínima para llevar a efecto la alianza para la producción.

 

El licenciado López Portillo sostiene que la alianza  para la producción no implica el debilitamiento del estado, como la malicia exhibicionista lo pretende, sino por el contrario, su fortaleza (IX/1). En el marco de los acontecimientos del momento, la declaración del presidente de la República no deja  de ser  esencialmente  la de objetivos por lograr, y hay indicios de que  éstos estuvieron  bastante  alejados de su real consecución. La principal cuestión al respecto, es si los grupos y fracciones mas poderosas de la iniciativa privada, no aprovecharon las contingencias, con perspectivas claras de empeoramiento, para minimizar la autonomía relativa del Estado y lograr que se diera un cambio sustancial –todavía más a su favor- en el contenido de los planes y en la política económica del gobierno del Estado mexicano. En caso de que la respuesta fuese afirmativa, no se podría menos que colocar en tela de juicio la mencionada afirmación presidencial, calificándola de optimista.

 

Desde la perspectiva gubernamental, la crítica verbal a la posición oficial no es solamente sana, sino indispensable (IX/1). Sin embargo, la posición de la gran burguesía, cuando por diversas circunstancias el gobierno no ha accedido a la defensa  o mejoría de sus intereses inmediatos, adopta la forma de presión real y, las más de las veces, efectiva. Es una acción político-económica (por realización ó por omisión), no una indefensa crítica intelectual ó un mero enfrentamiento verbal. Contrario a la afirmación de JLP, en esta situación al Ejecutivo Federal no le queda sino aceptar presiones y actuar en consecuencia.

 

El claro que el gobierno requiere –para la implantación de sus planes- de un margen de independencia (IV/27). Ello es perceptible a través de varios indicadores. Tomemos un ejemplo. En el caso concreto de la producción de alimentos básicos, la premura por resolver los problemas hizo que el aparato burocrático quemara las etapas –programadas por sus propios técnicos- de la alianza para la Producción. En este marco, debe considerarse el que, sin haber logrado aún los objetivos buscados, a fines de julio se anunciaba el paso a la segunda etapa de la alianza. Conforme a ello, el gobierno divulgó ampliamente su suposición de que ya había sido lograda la reorientación de la estructura productiva y de distribución , de manera que era ya posible  el abastecimiento adecuado, al mejor  precio  posible, de los artículos  socialmente necesarios. Ahora sí,  conforme  al planteamiento  oficial, una vez que la reorientación estaba hecha, se procedería a otorgar créditos selectivos para la fabricación  de 26 productos alimentarios, que  alcanzaría la suma de dos mil millones de pesos (VII/26). Pero el hecho es que, para principios de septiembre, sólo un porcentaje bajísimo del número de bienes cuya producción había sido acordada por el capital, estaba siendo efectivamente elaborado y distribuido en los términos pactados.

 

En el caso de los planes gubernamentales para la producción de artículos socialmente necesarios, así como en la vasta generalidad de los pactos realizados entre  gobierno y burguesía, el capital –a pesar de sus acuerdos iniciales formales- en la práctica no actúa (y todo indicaba que tampoco lo haría en el futuro) conforme a los lineamientos del aparato burocrático de gobierno (IV/27). ¿Cuáles son los factores que explican esta reticencia de la clase del capital, en cuanto a los planes y perspectivas  gubernamentales?

 

i)        Esencial impotencia gubernamental para implantar compulsivamente sus planes.

 

Un primer factor, estriba en que los esquemas propios de la burguesía, respecto a las formas en que se debe asumir al proceso de salida a la crisis, no concuerdan totalmente con los manejados directamente por el aparato burocrático. Por ello, se dan las presiones consecuentes, destinadas a lograr la total identificación de ambos. En estas circunstancias , el gobierno federal está en fuerte  desventaja para imponer sus condiciones. Ello se debe a que, en la formulación de un plan  que tenga posibilidades reales de implementación , el Estado tiene –de partida- la limitante fundamental de contar con muy pocas facultades reales de intervención en materia económica.

 

El gobierno del estado mexicano, como el de todo estado capitalista , carece  de mecanismos realmente compulsivos, que puedan obligar a determinada fracción ó grupo del capital a orientar su producción en la dirección, con el volumen y en la calidad por él determinada (III/4). Puesto en palabras del propio presidente de la república:

 

El estado se empeñará en resolver la crisis con todos los recursos que un sistema democrático tiene, sin violar el esquema del estado de Derecho, en el que se  aplican las leyes que obligan y las que prohíben, y se aprovechan las facultades para convenir, estimular, desestimular y pensar (VIII/4).

 

Por la naturaleza de nuestro sistema  de economía mixta, la acción del estado debe ser esencialmente indicativa, orientando mediante estímulos la participación del sector social y del sector privado  en nuestra vida económica y combinando con ellos la inversión pública. Este plan indicativo de desarrollo deberá  desembocar en un sistema de planificación en que el Estado, a través de un diálogo franco con productores y consumidores, canalice el esfuerzo de todo el país  hacia las metas  específicas que exige nuestro  desarrollo (VII/30).

 

Esta verdad fundamental es lo que hace posible que las diversas fracciones del capital se auto conciban en entera libertad para cumplir ó no con el compromiso contraído en diciembre de 1976 con JLP: es lo que permite que rechacen totalmente el esquema gubernamental, que se someten parcialmente a él, ó sólo actúen conforme a los manejados por ella. Tienen la clara visión de que, en última instancia no se les puede obligar realmente a hacerlo (VII/24).

 

Con base en esta verdad, pues, la clase del capital puede efectivamente presionar y negociar a su favor la política económica del gobierno. Para muestra un botón; de las medidas recomendadas en junio por el presidente de la Comisión de Exportación de Valores Invisibles, y expresidente de la Bolsa de Valores de Londres, al gobierno mexicano, la primera –que estriba el control de la inflación- estaba siendo implantada; la segunda, consistente en retardar la satisfacción de los requerimientos gubernamentales de capital para no dejar a un lado los del comercio y la industria, ya estaba incluso llegando a su límite para esas fechas; la tercera, consistente en porque al gobierno no le quedaba otros recursos, ya que las acciones en contrario eran tiradas por la borda por la presión de diferentes organizaciones de lucha del capital (VI/17).

 

ii) La heterogeneidad del capital impide una respuesta única de la burguesía a los lineamientos gubernamentales.

 

Tomando en consideración sus intereses económicos, la burguesía se diferencia internamente, cuando menos por: el monto de sus inversiones; el tipo de mercado a que se destina su producción; el grado de dependencia respecto al capital de las metrópolis internacionales; el nivel  en que depende  de la actividad gubernamental para su persistencia y expansión; el (los) sector (es) de la economía en que se ubica; el grado de verticalidad en su composición; el tipo y monto de mecanización que utiliza; el grado de extensividad o intensividad en que utiliza  fuerza de trabajo; niveles de rentabilidad, productividad y explotación; etc. Debido a esta diferenciación interna, siempre habrá determinados ámbitos  de las medidas globales contempladas en los planes gubernamentales destinados a indicar el camino a seguir a la burguesía en su conjunto, que serán desatendidos en alguna medida por grupos ó fracciones concretos de la clase del capital. Ante esta heterogeneidad, las recomendaciones presidenciales dirigidas al capital como conjunto, fueron seguidas durante 1977 por algunos de los sectores que lo componen, y por otros no. Ello dependía de la medida en que estas recomendaciones beneficiasen ó no sus intereses reales.

 

En este contexto de real heterogeneidad del capital, las medidas gubernamentales en torno al crédito y en torno a la liberalización económica general, no redundaron en los efectos  formalmente esperados en cuanto a incrementar el volumen de inversión productiva. Desde la perspectiva gubernamental, la escasez de crédito y de recursos en general –en parte debido a que se había llegado al nivel cercano  al máximo posible endeudamiento público- siempre representaba el riesgo de que con ello se propiciara el círculo vicioso de aumentos de precios y salarios, hasta llegar a lo alto  de la espiral inflacionaria que generaría aún más desempleo, menor producción  y violencia (IV/21). La burocracia, por tanto, tomó medidas para combatir la escasez de crédito:  redujo el encaje legal en marzo y en agosto, con el objeto formal de que el sistema bancario privado contara con fondos que permitieran la canalización de crédito hacia  actividades productivas y prioritarias;  aumentó las tasas de interés  a los ahorradores, con la finalidad formal de que la banca privada pudiera también disponer  de mayores volúmenes de recursos destinados a apoyar las actividades recomendadas por –y pactadas con el ejecutivo federal; a finales de agosto se decreta la liberalización de las tasas de interés bancario y financiero con objeto de que la banca pudiera invertir con altas tasas de utilidades.

 

Sin embargo, en este caso –como en muchos otros- de los intereses manifiestos del gobierno, a las acciones reales de la burguesía, existe un gran trecho. En primer lugar, el crédito proporcionado por la banca privada no se orientó básicamente a las actividades productivas; normado por el criterio de obtención de máximas ganancias, siguió dirigiéndose en buena medida a la especulación (III/1). Por otra parte, los volúmenes de crédito que tenían efectivamente esta orientación productiva por parte de la banca, se encontraban limitados por la escasa liberalización del mismo. No existe consenso en torno a la cuestión de la disponibilidad de crédito durante el año. Desde el punto de vista de la gran burguesía, si el crédito se libera en la medida necesaria para abatir al desempleo, se agudiza la inflación; y, al revés, si la inflación se lleva a cero, aumenta el desempleo porque, automáticamente, deja de haber inversión (VII/2). Por tanto, el punto preciso a que el gobierno debía llegar para que el crédito fungiere como estímulo real a la salida de la crisis –logrando que la clase del capital (en su conjunto) actuase conforme a los lineamientos de la alianza para la producción- resultó ser una cuestión difícil de lograr. Siempre hubo fracciones concretas de la burguesía que, ó estaban en desacuerdo con la orientación productiva del crédito –y, por ende, intentaban modificar el que el gobierno lo canalizara exclusivamente en esta dirección-, ó simple y llanamente no lo utilizaron. Para determinadas fracciones de la burguesía, el crédito manejado así sencillamente no iba de acuerdo con sus objetivos de obtención de las máximas ganancias.

 

iii) El gran capital fortalece su posición, en el proceso de negociación de la política económica gubernamental.

 

En realidad, la alianza para la producción es inicialmente formalizada –en diciembre de 1976- mediante un acuerdo suscrito entre el gobierno federal y 140 empresas industriales, con las cuales se pusieron en marcha comités mixtos para concertar la estrategia de la alianza. El gran capital, representado en estas 140 empresas, tiene así asegurado un papel fundamental en el proceso de implantación de los planes gubernamentales.

 

Pero, incluso cuando llega a actuar de acuerdo al contenido de la alianza, la expansión económica del gran capital –dejada sin control gubernamental- puede hacerse sólo a base de la progresiva destrucción de las presas de pequeña y mediana dimensión. Sin embargo, por su papel absorbedor de mano de obra, el gobierno no puede permitir en principio la supresión, por el gran capital, de grandes proporciones  del conjunto total de unidades productivas artesanales y competitivas. Por el contrario, en aras de la legitimidad, tiene que incluir medidas que le permitan  sobrevivir, incluso encaminando relativamente grandes esfuerzos a apoyarla crediticiamente. De ahí que, de hecho, durante 1977 intente controlar la expansión del capital monopólico. Esto, precisamente genera fuertes contradicciones en la dirección y en la implantación de la política económica asumida por el gobierno. Si apoya decididamente al pequeño y mediano capitalista, se reduce el sostén  relativamente sustancial que hasta entonces había representado la gran burguesía. Si suprime el control indirecto sobre la forma de expansión  del gran capital, no solamente se echaría encima al pequeño y mediano empresario, sino que se generarían índices de desempleo mucho mayores de los que hasta entonces se presentaban. El punto medio requerido resultó harto difícil de lograr. En estas circunstancias, era forzosa la reticiencia (bien sea por parte del gran capital, ó proveniente del pequeño y mediano empresario), en cuanto a seguir los lineamientos gubernamentales.

 

Sin embargo, hay indicios de que la contradicción se resuelve durante el año a favor del gran capital. Tomemos al respecto dos ejemplos. El 1° de septiembre, JLP anuncia que su gobierno apoyó el establecimiento de la banca múltiple, lo que permitió abatir costos y elevar el nivel de competencia. Ello significa que el aparato burocrático asume un papel activo en la integración vertical del capital. Estimula el proceso de concentración monopólica de la fracción hegemónica de la burguesía. Pero los efectos de este tipo de acciones tienden a debilitar, a largo y mediano plazo, el papel de rectoría del propio aparato gubernamental. Posteriormente por tanto, sus esquemas respecto al proceso de salida de la crisis se verán  progresivamente identificados con los esquemas puros del gran capital. Habrá una cada vez mayor supeditación de la política económica gubernamental a estos intereses monopólicos. Los intereses del resto de las fracciones de la burguesía serán, así, considerados solo marginalmente.

 

El otro ejemplo respecto al fortalecimiento del gran capital en el proceso de negociación de la política económica del gobierno, se refiere a la liberalización de precios en la industria automotriz. La reducción del mercado interno ocasiona el derrumbe  de ventas y un ritmo impresionante de despidos de personal (V/21). Esto llega a extremos tales que, ya para el mes de junio, la industria automotriz se encuentra en crisis abierta; en los primeros cuatro meses del año, la venta  de autos había disminuido en 56% y la producción se había abatido 35% (VI/10). Ello daría  lugar al decreto  presidencial de liberalización de los precios oficiales en la industria, anunciada por las dependencias gubernamentales directamente responsables de ello, como  medida tomada a título de experimento. Sin embargo, muchos  de los objetivos manifiestos en la expedición de este decreto no se lograron en la práctica (VI/21). Lo que sí parece ser claro es que el decreto de liberalización económica de los precios de la industria automotriz indica que la burocracia cedía abiertamente a las presiones cada vez más fuertes de los grupos del capital monopólico-transnacional, y de diversas fracciones incrustadas en la maquinaria corporativa y en el propio aparato de gobierno (VI/20).

 

 

iv) Las controversias respecto al manejo del gasto público y de las empresas paraestatales.

 

Íntimamente relacionada con la heterogeneidad del capital, se encuentra el hecho de que la posición de la burguesía como conjunto, ante aspectos importantes del ámbito estrictamente gubernamental –como el ejercicio de su presupuesto y el manejo  de las empresas del estado- no es uniforme. Su respuesta a los respectivos planes gubernamentales, tampoco lo es. Durante 1977, el monto , estructura, destino y fuentes de financiamiento de gasto público determina en alto grado el que la clase del capital actúe ó no conforme a los lineamientos, indicaciones, estímulos y desestímulos gubernamentales. Todos estos aspectos  se convierten frecuentemente  en el origen inmediato  de contradicciones secundarias entre las diferentes fracciones de la clase dominante. Ello es así en virtud de que la burguesía de diferente manera. El que el gobierno empiece  a invertir ó disponer de grandes volúmenes de su gasto público, beneficia a los medianos y pequeños empresarios (industriales y comerciantes), pero dificulta el proceso de concentración –basado en la incosteabilidad y cierre de las empresas de mediana y escasa envergadura- del gran capital monopólico-transnacional (VIII/9).

 

Lo que la burguesía en general si tiene claro es que la alianza para la producción, vista en cuanto objetivos y en cuanto a la forma pretendida de su operación, realmente representa la identificación de intereses que existe  entre aparato burocrático y capital privado. Por esta razón, ante la retracción aguda de la inversión privada, el gobierno se ve compelido a liberar su gasto, no para sustituir la inversión privada, sino para estimularla (VII/23).

 

Sin embargo, hay grupos del capital que se identifican realmente como proveedores de bienes y servicios del gobierno. Estos, en tanto el gasto público no se libera, pasan efectivamente por severos problemas. Por esta razón, se muestran interesados en la iniciación de las inversiones públicas en toda su envergadura (V/31). La presión de estas fracciones de la burguesía estuvo siempre presente en la cuestión de la liberación ó no del gasto público durante el año. La posición contraria estuvo representada por el argumento de que, incluso con todo y austeridad, el gasto público era inflacionario, pues significaba un aumento del 46% (a precios corrientes) con respecto al de 1976.

 

Existe una línea general en el régimen de López Portillo;  no deteriorar las condiciones de vida de las clases explotadas más allá del máximo tolerable. Las condiciones en que vive la clase trabajadora impelen al gobierno de la república a acatar la responsabilidad de la estrategia económica sin demérito de su política social. Ninguna crisis puede variar esta estructura (IX/1). Esta línea general es lo que lleva a influyentes sectores de intelectuales, aproximadamente a partir de mediados de julio, a llamar continuamente a una rectificación de la posición del gasto público. Pretenden que éste pase, de la actitud pasiva que hasta entonces mantuvo, a convertirse de nuevo en estimulante de la inversión privada. Para ello, se aduce que la rectificación del gasto público, aunada al abatimiento del circulante monetario (de 80 mil millones de pesos en diciembre de 1976, a 71 mil millones en mayo de 1977) no conducía a la inversión en los sectores básicos de la economía (industria eléctrica, petróleo, siderurgia y la industria de bienes de consumo popular (VII/15), por lo que no se había logrado abatir el nivel de desempleo y de inflación.

 

Cediendo a las presiones de las fracciones de la burguesía que resultaban beneficiadas con la liberación del gasto público, y en el marco de referencia del deterioro progresivo de las condiciones de vida de las masas populares, finalmente altos funcionarios anunciaron –a principios de septiembre- que el gasto público se liberaría al comienzo de 1978. Ello fue augurio de fuertes presiones del gran capital, cuando se intentó hacer efectivo.

 

Otro punto importante de presión de las diferentes fracciones de la burguesía, en el cual no siempre hubo coincidencia, está constituido por la política gubernamental respecto a sus empresas (VII/17). En este aspecto, el capital opera de manera semejante a la descrita en el caso del gasto público. Representando el hecho de que en este aspecto se cede a las presiones del gran capital, el anunciado final de la etapa de subsidios a las empresas en cuestión (VII/17), condujo al cierre de buen número de ellas. Con ello, se agudizó la situación de desempleo y progresiva restricción del mercado interno.

 

v) La situación económica impide que la burguesía invierta productivamente.

 

¿El espíritu de sacrificio y respeto a los compromisos contraídos con el gobierno federal, es tan fuerte como para hacer que los empresarios creen las industrias y empleos acordados? Todo parece indicar que no. La inversión es movida por la perspectiva de obtención de ganancia. Ningún empresario, ó dirigente de organización de lucha directa de la burguesía, llega al extremo de afirmar que su apoyo a JLP implique el que deja de tener  -ó que deje de auspiciar la obtención de- utilidades. Los comerciantes, por ejemplo, señalan muy claramente hasta dónde llega su sacrificio; tener márgenes de utilidad razonables para que, ciertamente éstos no coadyuven a la inflación, pero sin tener una utilidad que sea nada más justificación de los gestos de operación (IV/28).

 

La inflación es una abundante fuente de acumulación y concentración del capital, para determinados grupos de la burguesía. Por ello, el problema más serio con que se topa el aparato burocrático para que efectivamente sed en las medidas que implementa para combatir la inflación, es que el capital de mayor obtiene ahí altos volúmenes de ganancias inmediato-extraordinarias. La gran burguesía está de hecho interesada en que continúe el aumento en los índices de precios (III/13). An te esta realidad concreta, los llamados gubernamentales para que no se especule, aludiendo a la conciencia moral, cívica y patriótica, no resultan más que inútiles súplicas. La reticiencia de la inversión productiva privada redunda en que, no solamente no se logra aumentar en 5% la cantidad que del producto interno bruto se invierte, sino en que incluso se tengan dificultades para sostener el nivel vigente del 20%. Ante este hecho, las medidas gubernamentales antiinflacionarios de corto y largo plazo (V/8) tienen muy escaso éxito, pues simplemente no son acatadas a profundidad. La negativa del capital a invertir productivamente, por tanto, condujo al cumplimiento de una parte de la predicción, emitida por una de las principales instituciones privadas bancarias, en el sentido de que durante 1977 el crecimiento del PIB podría aumentar solo 3%, para llegar al 5% durante 1979, y 7% para 1980 (VII/2).

 

Si se parte, pues, de que lo que persiguen los capitalistas –aquí, y en todas partes- realmente es la reproducción de su capital, resulta casi utópico pensar que retornarían durante el año todos los capitales sacados del país un poco antes de la devaluación-flotación de 1976. Dada la ubicación del mismo en el exterior, los empresarios que tomaron como excusa el no invertir hasta que regresaran, probablemente aún ahora están esperando (VII/21). Al menos una buena parte de ellos no retornó durante 1977 (IV/29); pese a que el contenido de los planes gubernamentales al respecto perseguía lo contrario.

 

A pesar de los proyectos y planes gubernamentales para salir de la crisis, en un marco general de falta de inversión y de no adecuado nivel de generación de empleos y de abatimiento de la inflación, el mercado continúa su tendencia a la contracción. Una de las manifestaciones de lo anterior, consiste en que se dan innumerables quiebras de pequeños y medianos capitalistas, y en que incluso el gran capital tiene dificultades –no insalvables-. El caso de la industria siderúrgicos es ilustrativo de esto último. Esta se retrajo, bajando en junio 9% el volumen de acero producido con relación a mayo, y en mayo se redujo 11.1% con relación a abril (VIII/17). Sólo la Fundidora de Monterrey, durante 1977, perdió 1,300 millones de pesos.

 

En el contexto de crisis económica, cuando la inversión productiva se encuentra retraída y es sustituida frecuentemente por la especulación, los intentos oficiales de fomentar –por ejemplo, mediante la creación de un fondo de financiamiento de 11,000 millones de pesos- la construcción de máquinas que fabriquen máquinas, difícilmente podían resultar eficaces (VII/20). La demanda de bienes de capital fue siempre muy reducida.

 

Por todos los anteriores factores, la devaluación no tuvo realmente los resultados programados por el gobierno. Las exportaciones aumentaron –en términos reales- en muy pequeña escala: de septiembre de 1976 a marzo de 1977, los ingresos de divisas en pesos mexicanos se incrementaron drásticamente, sólo que en dólares se redujeron ligeramente (VI/13). Por el contrario, la flotación trajo como consecuencia la intensificación del proceso de dolarización (sobre todo al principio del año), de la economía del país (V/9). Las medidas gubernamentales tendientes a evitarla, parecían encaminarse a tapar el dique con un dedo. La situación de debilidad en la paridad monetaria se agravaba por la constante presencia de la posibilidad de agudizamiento de la inflación. Surgen pronósticos en el sentido de que, si no se lograba detener la inflación, habría considerables bajas en el peso mexicano (III/2). Representantes de consorcios de investigación del sector privado (IV/28), afirman incluso que la estabilidad monetaria débilmente alcanzada podría peligrar si, por alguna causa, la inflación durante 1977 rebasaba el 20%. El presidente de la federación de cámaras de comercio de Sonora señaló la posibilidad de que, para fines de año, la paridad peso / dólar fuera de 28 al (VII/11). El espectro, pues, de posibles nuevas pérdidas en la paridad mencionada, es un muy poderoso factor de freno de la inversión productiva privada. Lo paradójico es que esta posibilidad era alimentada en la medida en que la burguesía no invirtiera en estos términos. Aunque los lineamientos gubernamentales así lo señalasen, y por más estímulos y facilidades se otorgaran, el empresario difícilmente lo iba a hacer.

 

En 1976, los planes gubernamentales justificaron la devaluación del peso en el sentido de que ayudaría a sustituir importaciones. Para que ello sucediera, sin embargo, se habría requerido que el capital asumiera en la realidad el rol que en abstracto le fue asignado en los esquemas del gobierno. Como no fue así , la flotación realmente desembocó en que los bienes que desde antes se importaban, continuaron adquiriéndose durante 1977, pero a precios mucho más elevados (VII/2). Dado el tipo de importaciones, el decrecimiento del déficit de la balanza comercial (66.4%, durante enero y febrero de 1977, en comparación con igual período de 1976), significa que de hecho hubo una disminución en la adquisición de productos esenciales para la marcha de la economía. Si estos dejan de adquirirse durante el año, no es porque ahora se produjeran en el país los bienes que antes se importaban, sino simple y llanamente porque se habían abatido los niveles de los recursos necesarios para adquirirlos (III/25).

 

Incluso desde la perspectiva oficial, la reducción del déficit comercial no significa, en la coyuntura nacional y mundial, un signo de éxito de la política económica programada por el gobierno. Un buen indicador de ello estriba en que en la reunión de los 20, celebrada a fines de abril, la delegación mexicana afirmó que los países pobres  importarían menos, si las naciones industrializadas no eliminaban las barreras comerciales a los productos de exportación de los primeros. En este argumento, se utiliza la disminución de las importaciones como un signo de empobrecimiento, no de progreso (IV/29).

 

En el marco de la crisis durante 1977, parecería que redunda en sentido contrario la eliminación de políticas proteccionistas, y su sustitución por medidas destinadas formalmente a alentar la producción (IV/17). De manera similar, los estímulos crediticios oficiales a las exportaciones, no permiten llegar siquiera cerca de las metas propuestas. Respecto a este último punto, el ejemplo de las metas del fondo para el Fomento de las Exportaciones de Productos Manufacturados (FOMEX) es ilustrativo. En este caso concreto, las empresas en el término de un año (VII/26).

 

vi) El carácter transnacional del gran capital, como obstáculo a su mínimo control gubernamental.

 

El gran capital en México, es fundamentalmente transnacional. Si el capital extranjero afluye al país, es porque aquí tiene más posibilidad de crecer y multiplicarse que en su nación de origen. Sólo bajo estas condiciones se presenta. Ante la posibilidad de que esta situación no se de, el inversionista extranjero minaría seriamente las bases del proceso de llevar a la práctica los planes gubernamentales conformados en torno a la alianza para la producción (II/26).

 

En 1977, se admite oficialmente que durante los próximos dos años sería inevitable que el aparato burocrático prosiguiera su dependencia, en gran medida, del financiamiento internacional para llenar sus continuos déficits presupuestales (VII/14). Ello significaba que su grado de dependencia respecto al exterior crecería aun más, en términos políticos.

 

Un mayor recurso al endeudamiento externo, y la amenaza del capital extranjero de no acudir ó de salir del país: se configura así una situación que se convierte en un factor adicional de debilitamiento de la posición directiva del aparato burocrático en el proceso de salida a la crisis, mucho menos lo hace el gran capital transnacional. Estas fracciones del capital no solamente invierten donde, cuando y en los volúmenes señalados como convenientes por sus intereses, sino que están en una excelente posición para presionar al gobierno con objeto de que éste se convierta en su fiel servidor.

 

Un ejemplo aclarará este asunto. La necesidad estratégica del petróleo mexicano para la economía norteamericana, hace que este renglón sea uno de los más receptivos –ó potencialmente receptivos- de inversiones de la burguesía de ese país, ó incluso de su propio aparato gubernamental  (V/21). Queda claro, en el período de tiempo que aquí  se estudia, que un renglón en que los EUA no escatimarían el otorgar créditos al gobierno  mexicano, es el del petróleo, porque éste representa una fuente de aprovisionamiento abundante y relativamente barato (VI/1). Y es precisamente en este renglón, que se presiona al gobierno mexicano, con el apoyo de la burocracia de esa metrópoli internacional: la burocracia norteamericana coadyuvaría al logro de buena parte del contenido de los planes gubernamentales para salir de la crisis, evitando que haya deportación de braceros y oponiéndose al cierre de maquiladoras en el país, siempre y cuando el petróleo mexicano surtiera la economía de EUA. Además, en este proceso de negociación, el capital transnacional cuenta con el apoyo de la burguesía del país, porque ello va en beneficio de sus intereses. Curiosamente, en el renglón del petróleo también están vivamente interesados los capitalistas mexicanos: los empresarios de Monterrey, por ejemplo, inician la construcción del gas oducto sur-noreste, de 1,200Kms. De longitud, con un costo programado de 22,000 millones de pesos que se obtendrían con financiamiento  externo, principalmente de norteamericanos (VI/1).

 

Si la presión no resulta eficaz para el capital transnacional, simplemente congela sus inversiones ó –en el por de los casos- se retira del país. Recuérdese al respecto que Henry Ford II, aduciendo  al trato discriminatorio  que recibe el capital extranjero en el decreto presidencial que establece la liberalización de precios de la industria automotriz, anunció que a partir de entonces las inversiones en México de la Ford Motor Company estarían paralizadas (VII/9).-

 

vii) La crisis en EU como obstáculo a los planes del gobierno mexicano.

 

La crisis mundial determinaba la toma de medidas proteccionistas provenientes de los aparatos gubernamentales de las principales metrópolis del capitalismo a nivel internacional. Ello hace suponer a los timoneles de la política de comercio exterior del país, que el mercado norteamericano no se abriría a los productos mexicanos tanto como lo desearían el gobierno  y las fracciones de la burguesía fundamentalmente orientadas  a la exportación de sus productos. Esto, además sucede en circunstancias en que el gobierno reconoce (IV/1) que, más importante que la inversión directa estadounidense para salir de la crisis, es la certeza de contar con el mercado de EU como asimilador de los bienes de exportación  que se empeña en estimular.

 

Para el mes de mayo, la crisis de la economía norteamericana era tal que existían alrededor de siete millones de trabajadores sin empleo. Además, el aumento de su PNB, en el primer trimestre del año, había sido menor del 4%. Ello determinó, por un lado, el que se tomaran fuertes medidas proteccionistas que afectaron directamente los planes de desarrollo del gobierno de México. Se eliminaron 63 productos mexicanos la mayoría de manufactura de la lista del Sistema Generalizado de Preferencias de EU, lo que significaba que éstos pagarían –a partir de entonces- impuestos por su importación a ese país (III/25). Además, se sentaron las bases necesarias para posibilitar el regreso masivo de braceros mexicanos, para abatir el desempleo. En un intento por suavizar esta medida ante los ojos del gobierno de nuestro país, se le hizo coexistir con un tibio proyecto, del presidente en turno en los EU (VIII/8).

 

Esto podría dar al traste con buena parte de los programas gubernamentales de México –al menos en lo que toca al desempleo- para hacer posible la salida a la crisis. En este contexto de eventual repatriación masiva, las medidas preventivas de emergencia tomadas por el gobierno mexicano para cambiar el lugar de destino del 10% aproximado de la población total del país, que resultaría afectada –concretamente, los acuerdos tomados con el Director de Industria y Turismo del Gobierno del Canadá, en el sentido de abrir la contratación de trabajadores migratorios mexicanos en aquel país-, fueron un pobre sustituto de esta fuente de empleo (II/27). Si esta reincorporación de fuerza de trabajo al país hubiera efectivamente acontecido, la agravación del desempleo y desocupación se habría dejado sentir, particularmente en el medio rural, a niveles intolerables.

 

Por otro lado, el gobierno tenía programado el que las maquiladoras representasen un elemento más de alivio, en el intento de reducción del ritmo del crecimiento del desempleo. Sin embargo, en el contexto de la crisis económica norteamericana, siempre estuvo presente durante el año la posibilidad de su salida del país, por la presión de los sindicatos norteamericanos sobre el gobierno estadounidense. Ello, independientemente de que su nivel de producción se mantenía, a un nivel muy bajo, básicamente debido a que el funcionamiento pleno de éstas requería de materias primas producidas en México por valor de 50 millones de pesos (III/4): volumen que en esos momentos distaba mucho de ser satisfecho.

 

En síntesis, debido a que los Estados Unidos persistieron durante el año en su política proteccioncita, gran parte de las medidas incluidas en los planes gubernamentales de salida a la crisis (en concretos, contenidas en la Alianza para la Producción), no solamente no surtieron efecto, sino que ni siquiera fueron acogidas por el capital.

 

De esta manera, en 1977 la capacidad rectora del gobierno en el proceso de delimitación e implantación de su esquema para salir de la crisis, se ve obstaculizada por la reticiencia del capital privado para asumir en la realidad el papel que le es señalado e indicado por la fracción hegemónica de la burocracia  pública. La burguesía, considerada en su conjunto, no responde a los estímulos y desestímulos que están  formalmente incorporados en los planes gubernamentales. La presencia real de los empresarios en la Alianza para la Producción, se da en una relativamente pequeña  escala (VI/12). Por ejemplo, luego de más de 8 meses (durante los cuales la clase del capital había  estado esgrimiendo argumentos en torno a la necesaria devolución de la confianza), sólo una cuarta parte de los capitales privados reiterados del país habían regresado (VII/9). La burguesía, en términos generales, no responde a los llamados a la inversión productiva, a pesar de todo tipo de facilidades otorgadas por el aparato burocrático (V/10). El hecho que son contados los empresarios que están  dispuestos a asumir  el riesgo de generar confianza, llegue a niveles juzgados por sus componentes como adecuados, para invertir. Es decir, sus miembros y dirigentes perciben la obtención de confianza como una condición previa para invertir, y no al revés; ésta es la lógica del capitalista. Ello, sin lugar a dudas, pone de cabeza en el plano real-concreto, los planteamientos gubernamentales formulados en abstracto.

 

Pero no sólo eso: las fracciones más fuertes de la burguesía la emprenden medidas reales destinadas a hacer lo más racional y eficaz posible –dentro de su concepción y de acuerdo a sus intereses específicos- sus actividades políticas. En este sentido, es importante señalar que algunos organismos de lucha del gran capital se enfrascan en la organización de unidades de análisis sociopolítico, destinadas a estar a cargo de politicólogos, sociólogos y economistas. Las profundas implicaciones que ello representa, señalan una tarea impostergable a la ciencia social que aspira a conocer los cambios que se dan en ese momento (y en la actualidad): el análisis profundo y sistemático de la actuación política de la burguesía en el contexto de crisis.

 

Ante la posición real de la clase del capital, el gobierno anuncia reiteradamente la postergación de la etapa de recuperación sustancial y real de la inflación, y el aumento de la producción para el mercado interno y externo. En ocasiones, incluso va más allá: altos funcionarios de la burocracia llegan a señalar que sería responsabilidad de los sectores empresariales sí –porque no cumplen con su parte en la Alianza para la Producción- se limitan las posibilidades de crecimiento económico (VI/19).

 

B)                La maquinaria corporativa: factor importante de presión.

 

Ya desde abril se anunciaba que la inflación durante 1977 sería solo del 20%, si todos los sectores cooperaban (IV/12). Como ya se ha visto, la cooperación, en lo que se refiere a los empresarios –inversiones en actividades generadoras de empleo, y no realización de actividades especulativas, principalmente- no se dio. Por tanto, durante el año se señaló constantemente la posibilidad de que la inflación rebasara con mucho esta cifra. Al menos, había indicios que permitían suponer que ésta se incrementaría sustancialmente durante los últimos cuatro meses del año: los aumentos en las tasas de los préstamos hipotecarios y la liberación de las tasas de interés del crédito en general; el 10% de aumento en los salarios del personal del sector público; posibles aumentos salariales en otros sectores; y, el aumento –dentro de tres meses- del volumen monetario a causa de la compensación navideña a los asalariados del país (IV/10).

 

La tendencia al alza de precios es particularmente clara en el caso de productos alimenticios. Tratándose de estos bienes, resultaba muy difícil lograr evitar una carrera de precios  e inflación galopante, ya que la oferta de ellos era mucho menor que su demanda (III/31). Este es el caso de la harina de trigo, del pan  y de la leche. El alza del precio de estos  últimos  productos, y la inminencia de un aumento en el precio del huevo , determinó contingencialmente el que el congreso del trabajo anunciara         que tomaría medidas para enfrentarse a la disposición gubernamental que autorizaba los aumentos (VIII/21). La toma de posición del Congreso del Trabajo en esta ocasión es importante. Tiene por lo menos una doble significación; por un  lado, es el reflejo de su actuación ante las perspectivas inmediatas de la disminución de su control político  interno; por otro lado, constituye la manifestación del aumento en su fuerza de negociación política externa, en particular con respecto al aparato de gobierno.

 

En el ámbito externo, parecería que los principales componentes de la maquinaria corporativa del Estado, ante su percepción de que los precios suben porque los empresarios chantajean al gobierno, intentan aumentar su presión sobre el aparato burocrático (VIII/23). Cabría, además, preguntarse  si la coyuntura del momento permitió que ello se hiciera eficazmente.

 

El planteamiento del Secretario General de la CDR, respecto a la relación de fuerza burguesía-gobierno, es ilustrativo de la posición del congreso del Trabajo: los empresarios chantajean al gobierno al exigirle ventajas a cambio de invertir, en un afán de volver a la negativa época del desarrollismo. Los inversionistas no sólo pretenden que el gobierno ni invada áreas que consideran suyas, sino que ahora quieran entrar a terrenos del gobierno, principalmente a PEMEX, empresa que han ofrecido comprar con capital nacional y extranjero. (VIII/15).

 

Lo que es claro es que la fuerza política del Congreso del Trabajo –y de sus organizaciones miembros- crece considerablemente en un contexto permeado de medidas gubernamentales para sortear la crisis. Los líderes de los trabajadores organizados parecen partir de la concepción de que, con las medidas gubernamentales, la inflación es contenida artificialmente  (IX/9), y de que en cualquier momento puede agudizarse. Precisamente por ello, y con motivo de la mencionada alza en el precio de la leche, autorizada por la Secretaría de Comercio, obtienen que en el futuro, previamente a cualquier decisión (de la SECOM), habrá una mayor comunicación entre la Secretaría y los responsables de la dirección del movimiento obrero organizado (VIII/25).

 

En este sentido, la multicitada alza de precios constituye el grito de arranque para que los dirigentes de la maquinaria corporativa del Estado, particularmente los del movimiento obrero organizado, se auto atribuyan durante  el año el papel de dirigentes del pueblo en general, en lo que respecta a la lucha contra la inflación (VIII/22). Esto indica un aumento  en la capacidad de acción relativamente independiente de la maquinaria corporativa del Estado. También señala cierta disposición real de ésta, para influir en el contenido de los planes y proyectos del gobierno, así como en el proceso de su implementación. El secretario general de la CROC afirma, el 21 de agosto: los altos funcionarios, principalmente los cercanos colaboradores del presidente, tienen que ser más responsables, porque no es ya el momento adecuado para que se provoque tanto al pueblo. En México debe adoptarse el sistema de salarios móviles, que suban en la misma proporción que el costo de la vida...Los sindicatos están dispuestos a iniciar las acciones que el pueblo quiera para frenar el incremento de los precios. El secretario general de la CTM, en su informe a la LXXXIX Asamblea Nacional de esa organización, decía: la CTM se siente copartícipe de la responsabilidad nacional, apoya las decisiones del Estado, siempre que tiendan al beneficio colectivo (VIII/25).

 

El gobierno parece haber aceptado, como algo saludable, el mencionado aumento en la fuerza política del movimiento obrero corporativizado. Esto es particularmente claro en las palabras del secretario de comercio, a raíz de la visita efectuada a su despacho por los principales dirigentes del congreso del trabajo: con justa razón, los dirigentes obreros me hicieron ver que no solamente tienen la representación de los trabajadores organizados del país, sino que de alguna manera les preocupa representar a los trabajadores no sindicalizados, incluso a quienes no disfrutan ahora de un empleo. Por eso resulta muy importante para  la secretaría de Comercio poder contar, en futuros análisis que eventualmente hubiese que hacer de modificaciones de precios en alimentos básicos, con el criterio, la ayuda y la orientación de quienes tienen la responsabilidad de representar a la mayor parte de los trabajadores mexicanos (VII/25).

 

El hecho es que los dirigentes de la maquinaria corporativa del Estado mexicano estaban así en posibilidad –y tenían la necesidad, so pena de debilitar seriamente  el control político que ejercen sobre sus agremiados- de superar la etapa de mera lucha reivindicativa, para hacer patente su poder en la definición de la política económica gubernamental-global.

 

Puesto en las palabras de un expresidente del CEN del PRI: nosotros, los miembros del institucional, tenemos que entender que, ó marchamos con el pueblo, ó el pueblo marchará sin nosotros ( IX/9).

 

La necesidad –que emana de su propio ámbito interno- de que la maquinaria corporativa del Estado asumiera esta posición, es muy fuerte. O se emprendía de alguna  manera la defensa contra el deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores organizados –y, con ello, del pueblo en general-, ó se generalizaría un progresivo escape a los ámbitos  de control de las demandas sostenidas por elementos de la propia maquinaria corporativa. Esto era una posibilidad muy real; sus primeras manifestaciones estaban al alcance de la vista. A principios de septiembre (IX/9), los Comités Ejecutivos Locales de las Secciones 66, 67 y 68, del Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares, publicaron un desplegado en el que se apoya la posición de su secretario general –quien fungía también, en esos momentos, como presidente del Congreso del Trabajo- a la vez que se plantea una toma de posición muy radical respecto a la vinculación existente entre burguesía y gobierno. No obstante que se trata de una perspectiva que aún no implica un enfrentamiento frontal con los planes del gobierno, en ella se perfila una tendencia que podría llegar a serlo.

 

Pero existe otra gran fuente de obstáculos a la efectiva dirección gubernamental en la implantación de sus planes. El aumento de la presencia política de la maquinaria corporativa, en el contenido y en la dirección de la posición gubernamental, se debe fundamentalmente a las acciones que venía desarrollando principalmente el sector obrero corporativizado. A diferencia de ello, tal y como fue reclamado por el secretario general de la CCI, el campesinado organizado tenía bien poco que decir y hacer en el proceso de negociación de la política económica del gobierno, y en la lucha por defender la economía popular (VIII/30).

 

Al respecto, hay indicios  de que, durante el año, los dirigentes del sector campesino intentan  acrecentar su participación en la definición del rumbo que tome la rectificación de la economía. El medio rural, por estar ubicados en él los sectores más atrasados de la economía del país, resulta el más golpeado por la inflación, la baja de la producción y el desempleo (V/14). Un gran número de acontecimientos señalan que los objetivos gubernamentales, tendientes a lograr que la agricultura creciera –a partir de 1977- a un ritmo anual real del 5% sólo para contrarrestar el que en 1976 hubiera bajado a menos de 1% (y lograr así la autosuficiencia en dos años), no son alcanzados. Por ello, se reconoce oficialmente que, aún bajo el supuesto de que se aplicaran medidas programadas por el Estado, no se resolvería la crisis agrícola en el corto plazo. De esta manera, sería necesario importar durante 1977 más de un millón de toneladas de maíz, por valor de dos mil millones de pesos (II/25). Y si, en el corto plazo, las metas no fueron fácilmente asequibles, lo era aún más la pretensión de que en el mediano plazo (para el año 2000) se cuadruplicara la producción agrícola a fin de satisfacer las necesidades alimenticias que se tendrían para esa fecha (V/29).

 

Esta situación, configure un marco adecuado para que los componentes de la maquinaria corporativa del Estado en el agro aumenten su fuerza en el proceso de negociación de la política económica. Durante 1977, presionan en ocasiones al gobierno para que acepte actuar bastante más allá de los límites que éste ha pactado mantener (pacto, naturalmente implícitamente celebrado con los representantes directos del capital). Son diversas las manifestaciones del proceso conforme al cual las organizaciones campesinas van a demandar tener una participación política real –cuando menos igual a la del movimiento obrero- en el proceso de conducción formalmente gubernamental de las modalidades que asuma el desarrollo agropecuario. Sostienen como necesidad la coordinación de la acción de la CNC, CCI, UGOCM y CAM, para lograr la coparticipación en la planeación y ejecución  de las actividades que al respecto  defina y efectúe el aparato burocrático del Estado: se necesita una legislación para llevar adelante los propósitos que el gobierno  ha dado a conocer acerca de la producción agropecuaria...sin embargo, no debe ponerse en práctica ninguna ley para el campo donde participen sólo tecnócratas ó políticos, ya que de legislarse para la producción del agro, deben cuidarse los derechos políticos de las organizaciones que se pretenden crear (VIII/24).

 

Esto coloca al gobierno en una situación difícil. Ya se han visto someramente las dificultades que el gobierno tuvo en 1977 para lograr implantar sus planes y programas con respecto a la economía del país, en particular con referencia a la aceptación de los mismos por parte de la burguesía. Esto es especialmente válido en el caso del proceso da negociación de la porción de la política económica gubernamental que tiene como objetivo al agro.

 

Recuérdese que en general existe una vinculación esencial entre la manera en que se da la marcha del gobierno, y los intereses de fondo del capital privado. Sólo en la medida en que la política agrícola del Estado beneficie directamente a sus intereses, como en el caso de la elevación de los precios de garantía, es que la burocracia rural recibe el apoyo de las fracciones de la burguesía con ámbitos de acción fundamentalmente establecidos en el campo (VI/9). En caso contrario, se opondrá a ella (como en el caso del intento de aumentar los impuestos pagados por los pequeños propietarios). Ahora bien, si el recelo de la burguesía no es totalmente eliminado en lo que va a aceptar plácidamente el más leve viso de que proposiciones como las de la CCI –miembro del Pacto de Ocampo-, que sostienen que se entregue a los productores de materias primas rurales una participación por el valor agregado de sus cosechas, con base en las utilidades de las empresas transformadoras (VIII/30), sean efectivamente incluidas e implementadas en los planes gubernamentales.

 

Pero los obstáculos a la dirección efectiva de los planes gubernamentales en el agro no provienen sólo de la maquinaria corporativa del Estado.

 

Incluso en la Cámara de Diputados surgen voces de alerta contra los programas y acciones emprendidos por el gobierno en el campo. Señalan que la destrucción del sistema ejidal y al abatimiento absoluto del gasto público conduciría –según estas opiniones- a una situación caótica e inmanejable.

 

Sin embargo, en general afirman que debe acabarse con el sistema ejidal desfavorecido, no mediante su destrucción (VI/2), sino sólo a través de su fortalecimiento.

 

Por otro lado, en las regiones tropicales y subtropicales del país, ( que son caracterizadas por la burguesía agro política como zonas de un enorme potencial agrícola), obran en contra de los planes federales las experiencias previas tenidas en materia de organización y de intentos de desarrollo. Habían dejado honda huella las experiencias iniciadas masivamente desde finales de la década de los ’40 (con la creación de la Comisión Ejecutiva del Río Papaloapan), hasta llegar a los entonces muy recientes programas de colonización emprendidos a finales del régimen Echeverrista (IV/24).

 

Por último, -no por obvias son menos importantes- sequías (V/2), plagas y otros fenómenos similares, representan en 1977 un factor no totalmente previsible, que dificulta el que  la actuación de los aparatos económicos de poder en el campo funcionen efectivamente de acuerdo a lo programado. Las condiciones físico-naturales adversas, siempre  actuantes en los procesos productos agrícolas y ganaderos, resultan difíciles de combatir en el contexto de falta generalizada de recursos gubernamentales.

 

C)                Balance y perspectivas.

 

Durante el año, el gobierno aparece como la instancia del Estado mexicano que está más activamente empeñada en mantener su capacidad para dirigir la manera conforme a la cual debía darse el proceso de salida a la crisis. Formula una serie de planes y programas, y concerta formalmente una Alianza para la producción con diversos actores sociales. Sin embargo, ocurren sucesos que indican la presencia de obstáculos de diversa magnitud en la implantación real de los mismos. Estos escollos determinan la continua negociación del contenido de los proyectos gubernamentales, hasta cerca del punto en que su contenido –versión, por ejemplo, de marzo de 1977- del mismo.

 

Por principio de cuentas, el contenido de los planes gubernamentales, se ve influenciado, desde su propia casa, por dos fuertes corrientes políticas divergentes. Sus componentes ocupan principalmente escaños de diversa jerarquía en el gobierno federal, en algunos gobiernos estatales y en el congreso de la unión. Pero, las más significativas presiones que recibe al respecto provienen del ámbito externo a la propia burocracia. El capital –como conjunto, aunque hay notables diferencias, según las fracciones diferentes que en algunas ocasiones conduce a no acatar los lineamientos gubernamentales: en otras, a no respetar los acuerdos formalmente contraídos; y, en límites extremos, propone la inclusión de nuevos aspectos, la modificación de aspectos ya incluidos, ó la supresión de parte del contenido de los planes gubernamentales originales. En este sentido, parecerían atinadas –en términos generales- algunas de las conclusiones del presidente del segundo congreso nacional de economistas: la posición conservadora  de los empresarios les impide comprender la situación que vive el país. Asimismo, la élite de ingresos medios y altos de la población no tiene conciencia nacionalista. Así, no pueden estar de acuerdo en modificar un sistema que les beneficia con largueza y su actitud es antisocial por definición (V/3).

 

En un plano más concreto, sin embargo, la burguesía es efectivamente antisocial, pero no por su incomprensión de la situación en que vive, sino porque precisamente –de acuerdo a su propia lógica- la conoce muy bien. En primer  lugar, la clase del capital se puede dar el lujo de mostrarse reticiente  respecto a su participación (en los términos indicados por el gobierno), porque sus dirigentes saben que la burocracia no puede obligar en la práctica a un empresario  a actuar de tal ó cual forma en lo que respecta a la manera en que produce y reproduce su capital. Precisamente porque saben que la economía capitalista está sujeta a una dinámica propia (dinámica en la que además participan), es que las fracciones más fuertes agudizan su perpetua tendencia a tratar de que sean idénticos sus propios proyectos y esquemas  de desarrollo –en este caso, su modelo de acción para salir de la crisis- con los planes que al respecto tiene el gobierno.

 

Como esto no lo logran durante 1977, sólo siguen aquellos lineamientos gubernamentales que en el plano inmediato satisfacen sus intereses. Ello redunda en una progresiva disminución de la autonomía relativa del Estado mexicano, porque el gobierno de este Estado cada vez se acerca más a la posición del capital. Como contrapartida, se fortalece  la fuerza y la capacidad  de negociación política de la fracción hegemónica del capital. Con ligeras variantes, esta presión se manifiesta agudamente en cuestiones de tanta importancia como la forma en que el gobierno maneja y distribuye  su gasto, y en la manera conforme a la cual debe  organizar sus empresas. El gran capital resulta así el término que sale beneficiado en la solución de la contradicción secundaria capital privado-gobierno. Por el carácter fundamentalmente transnacional de esta fracción, el gobierno no tiene ninguna forma efectiva –así sea a través de estimular y desestimular, directa ó indirectamente- de controlarlo. Además, la burguesía en el fondo está interesada en que siga la inflación.

 

La crisis internacional y la consecuente intensificación del proteccionismo de las principales metrópolis internacionales –principalmente el emprendido por el gobierno de los EUA- aunada al acrecentamiento de la posibilidad de que la paridad peso: dólar disminuyera aún más, hace que la burguesía del país generalmente no invierta en los términos productivos señalados por el gobierno, sino que ésta destine mucho mas frecuentemente sus recursos a la especulación. Mientras obtenga ganancias altas y seguras durante 1977, al empresario poco le importa que se generen empleos, que el mercado interno se contraiga, que se produzcan alimentos muy por abajo del mínimo indispensable, que las exportaciones se contraigan, que las condiciones materiales de vida de las masas trabajadoras y desempleadas lleguen a niveles cerca de lo políticamente suicida y que sea posible el surgimiento de movimientos de violencia espontánea.

 

Ello explica el que, a una distancia enorme de las metas originalmente programadas, los logros obtenidos durante el primer semestre de 1977 consistieran solamente en la creación de 1,757 empresas nuevas; en cambio 5,000 pequeñas y medianas empresas habían quebrado por falta de crédito, y se preveía que 2,500 más tendrían que hacerlo durante el segundo semestre del año.

 

En todos aspectos, el gobierno, en cambio, sí está interesado. No porque sea benefactor social, sino porque en ello va su interés de seguir  haciendo posible el mantenimiento de las condiciones políticas e ideológicas que permitan continuar la reproducción del capital en la sociedad mexicana. Pero, precisamente por ello, el problema que se le plantea para sujetar a la burguesía a sus proyectos no es de fácil solución. Aún cuando, cediendo a la presión de los trabajadores organizados, se hubiese legislado –cosa por demás improbable- para obligar al capital a participar controladamente en la Alianza para la producción, se habría producido un fuerte alejamiento entre norma jurídica y realidad.

 

Por esta razón, ya para mediados de julio, prestigiados economistas sostienen la necesidad de sustituir al modelo de crecimiento de estabilización-fluctuación-recesión –a lo largo de cuyas líneas generales parecía haberse estado moviendo  la política económica gubernamental- por el de recuperación a corto plazo y crecimiento sostenido, ya que el primero implicaba el empobrecimiento progresivo de las clases más necesitadas. En cambio, el segundo giraría sobre el crecimiento del sector agropecuario y del petrolero; se aseguraba que en términos cortos, se alcanzarían tasas de crecimiento similares a las de EU (VII/16).

 

Para fines de agosto, mucho se habla del inminente fracaso de la política económica del nuevo régimen, y de la necesidad de su rectificación. En la producción de alimentos, concretamente, se empieza a señalar cada vez más insistentemente la necesidad de nacionalizar la gran industria alimentaria, declarándola de interés social (VIII/24). Seguramente por la presencia de alguno de esos procesos mágicos implicados en el juego de la política mexicana, después del 1° de septiembre, estas apreciaciones críticas disminuyeron notablemente.

 

Pero no terminan ahí los problemas del gobierno, en cuanto a lograr, primero, la más ó menos definitiva delimitación de sus planes y, después, obtener su aceptación en la práctica. Los dirigentes directos de la clase del capital lo presionan continuamente para que asuma un papel cada vez mas francamente defensor de sus intereses. Pero la maquinaria corporativa del propio Estado, ejerce fuerza en sentido contrario. En este sentido, juega un papel saludable en la perspectiva de mantenimiento de cierta independencia gubernamental. En el contexto de crisis del 77, tanto el congreso del trabajo, como el Pacto de Ocampo, pueden entablar una negociación más directa en torno a los lineamientos concretos del gobierno en lo que respecta a sistemas  deseables de comercialización, al incremento de la participación del Estado en la economía, a la participación de los trabajadores organizados en diversos sistemas administrativos y –de manera muy importante, porque es un punto especialmente sensible para las empresas- en lo que respecta a la política de precios.

 

En la mayoría de los casos, es diferente la posición del movimiento obrero y campesino organizado en comparación a la del capital. El punto de vista del primero no surge repentinamente este tradicional sostén estatal se hubiese convertido en la vanguardia del movimiento revolucionario del país. Es todo  lo contrario. Precisamente para continuar controlando la potencialidad revolucionaria de los obreros y campesinos, es que tiene que asumir –en parte realmente y en gran parte solo formalmente- una posición de defensor de sus intereses.

 

En vista de todo lo anterior, el paralelograma constituido por la dirección y magnitud de los planes gubernamentales, la dirección y magnitud de las acciones concretas-reales del capital, y la dirección y magnitud de las presiones de la maquinaria corporativa del Estado, se resuelve ampliamente a favor de la dirección señalada cambie de dirección es que aparece como capaz de hacer que la resultante cambie de dirección es la lucha independiente, revolucionaria y combativa de los trabajadores, subempleados y desocupados del campo y las ciudades. Es precisamente en este contexto, que debe percibirse la Reforma Política, auspiciada por el aparato burocrático del Estado mexicano. Este es, a fin de cuentas, el reto a que se enfrentarían –tarde ó temprano- las organizaciones revolucionarias en nuestro país. El camino, sin duda alguna, se presentaba como tortuoso.

 

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II.- Obstáculos económicos: la penuria gubernamental durante 1977.

 

Para efectivamente poder descampesinizar definitivamente al agro, se requería que el aparato burocrático fuera el real conductor del proceso de salida a la crisis. Ya se ha pasado somera revista a las presiones políticas –aunque muchas de ellas tienen un origen económico- que parecen presentársele al respecto. En este título, el enfoque girará en torno a los obstáculos económicos, que se le presentan al gobierno, para poder destinar los suficientes recursos a la satisfacción de los requerimientos infraestructurales, de financiamiento, de formas de comercialización y de tecnología, al agro.

 

1)                 La penuria gubernamental en general.

 

Durante 1977, se está ante una falta de presencia del gasto público, tanto por su monto considerado en términos absolutos, como por su volumen total en comparación con las necesidades que requieren ser urgentemente satisfechas. Visto el fenómeno en la superficie es posible localizar sus causas en por lo menos dos grandes vertientes: una inexistencia real de los recursos requeridos, desprendida de las consecuencias inmediatas de la devaluación; el desplazamiento sexenal de los estratos más importantes de la burocracia central, que tradicionalmente trae consigo un abatimiento de los niveles de inversión (IX.24).

 

En el fondo, sin embargo, el problema para el estado mexicano estriba en que la acumulación de diferenciaciones sociales, producto de una estrategia de desarrollo seguida durante más de 30 años, que privilegiaba altamente a los sectores industriales de la burguesía, se manifiesta ya en la mente a los sectores industriales de la burguesía, se manifiesta ya en la coexistencia de una enorme multiplicidad y complejidad de contradicciones, todas de fuerte significación en las posibilidades de su propia persistencia; problemas169 para cuya resolución no tiene, ni de lejos, los recursos humanos, técnicos  y financieros suficientes. Por ejemplo, aun pensando en el regreso a tiempos normales –y más aún bajo las vigentes contingencias de crisis- resultaba muy difícil que el gobierno obtuviera los fondos necesarios para construir una ciudad, cada seis meses, para un millón de habitantes (III/18), sólo con el fin de satisfacer los niveles de vivienda demarcados por el incremento de la población. La flamante administración López Portillista tiene así que enfrentarse al hecho de que el crecimiento demográfico –sólo para hablar de un factor frecuentemente explicitado- afectaba las disponibilidades de alimentación, vivienda, educación en todos los niveles, energéticos y fuentes de empleo (IV/17) y que, por tanto, los recursos públicos orientados a cada uno de estos rubros serían cada vez más insuficientes.

 

Según datos incluidos en el Informe Presidencial, en el presupuesto Federal de 1977 estaba autorizado un gasto de 677,000 millones de pesos (ligeramente superior, en términos reales, al de 1976). El gasto autorizado de inversión fue de 170,000 millones, mayor en 55% al del año anterior. De éste, la cantidad destinada al fomento industrial se duplicó. Los montos asignados a energéticos, petroquímica y fertilizantes crecieron en 183% (135,262 millones de pesos, en términos absolutos). Los recursos destinados al fomento de actividades agropecuarias y pesqueras se incrementaron en 50%.

 

Con todo, el ligero aumento del gasto público –tomando en cuenta que durante 1976 la inversión fue prácticamente nula (V/24)- difícilmente representa un aliciente, en el marco de las graves circunstancias de 1977. Una manifestación de ello estriba en el déficit del gasto público. No obstante que, de enero a mayo, los ingresos fiscales aumentaron 44% en relación al mismo período de 1976, el déficit fue de 5,900 millones de pesos, ya que los gastos del gobierno se elevaron a 83,900 millones de pesos, 24% más que en enero-mayo de 1976.

 

El propio presidente López Portillo reconocía, en su Informe a la Nación, que la inversión no está a la altura, en lo inmediato, de lo que hace falta y de lo que sería  deseable (IX/1). Tras la mencionada declaración presidencial, se volvió más evidente que los proyectos gubernamentales no habían realmente contemplado el ejercicio de un presupuesto que colaborara significativamente al crecimiento del PNB durante 1977. Lo anterior no dejó lugar a dudas cuando, una semana después altos funcionarios de la secretaría de programación y presupuesto anunciaban que el presupuesto para 1978 si sería de la magnitud necesaria para lograr un aumento del 4% en el producto nacional bruto; constaría de aproximadamente 860 mil millones de pesos, 200 mil millones más que el presupuesto para 1977 (IX/7).

 

Las carencias del gasto público se manifiestan concretamente en el hecho de que las diversas secretarías de Estado, y dependencias vinculadas a ellas, tenían que realizar mayores programas, generalmente con menos recursos reales que antes (VII/17). Esto explica en parte el hecho de que, para mayo, (antes de finalizar el primer semestre), la premura de la satisfacción de diversas necesidades ingentes había motivado que más del 81.8% del presupuesto anual programado ya se hubiera ejercido (V.24). La insuficiencia de recursos obliga a realizar sólo aquellas obras y efectuar determinados servicios que sean autofinanciables, como el metro, el gasoducto a Reynosa y las inversiones diversas de AHMSA (IX/27). Ello significaba que la generalidad de las dependencias gubernamentales no inician ni construyen nuevas obras, destinando lo fundamental  de sus recursos presupuestales al mantenimiento de servicios ya existentes y al pago de amortizaciones (III/18). No debe olvidarse que mas del 75% de las inversiones federales para 1977 se destinan a la terminación de obras ya en proceso al iniciarse el régimen, y a facilitar el mantenimiento y conservación adecuadas de las inversiones efectuadas en años anteriores (V.24). En algunos casos extremos, la escasez a ser determinante fundamental  de la paralización de obras de tanta envergadura como la siderúrgica Lázaro Cárdenas (V.24).

 

La disminución de la actividad presupuestaria gubernamental repercute, forzosamente, en la marcha de los diversos sectores de la economía. Por ejemplo, la ausencia de fuertes inversiones gubernamentales en infraestructura, aunado al aumento de los costos de producción  de la industria de la construcción, motivó que  ésta sufriera fortísimas contracciones (VII/16); contracciones de magnitud tal que la SHCP tuvo  que reconstruir el fondo de financiamiento al sector (VI.3).

 

Ante esta situación de relativa penuria del erario público, en comparación con las necesidades planteadas en los propios planes gubernamentales para salir de la crisis, la burocracia central toma algunas medidas para contrarrestar la escasez relativa de sus fondos. Por una parte, parece ceder a la presión de diversos grupos de tecnócratas que inducen al aparato burocrático a realizar una reforma fiscal de fondo, tratando de que éste tome  una parte mas activa en el manejo  de los excedentes económicos; que penalice aquellos excedentes que el sector privado no convierta en inversiones reales y que, en el peor de los casos, podría utilizar para propósitos de especulación en perjuicio del planteamiento económico global trazado (IV/28). Sin embargo, este camino no es de fácil tránsito para el gobierno. El anuncio presidencial (IX/ 1) de la continuación de la actualización (y de la tendencia a la justicia) del sistema fiscal, esencialmente no es más que una expresión ideológica. Los obstáculos concretos, reales, no tardaron en hacerse presentes, y resultaron  difícilmente suprimibles.

 

Existe en 1977 una enorme defraudación fiscal. Considérese, al respecto, que sólo 10% de las 2 millones de empresas existentes en el país declaraban utilidades superiores a un millón de pesos anuales; el 90% restante no lo hacía, con objeto de permanecer dentro de la clasificación de empresas menores (VII/4). Pero, cuando  se llega –excepcionalmente- a emprender seriamente la detección de anomalías en el pago de impuestos, surge la pronta y eficiente oposición del capital, particularmente si se intenta llevar a la práctica en forma de regadera, es decir, primera revisando  las grandes empresas  y luego  la base tributaria (V.8). A la evasión fiscal viene a sumarse  el hecho de que, abiertamente, en ocasiones fracciones de la burguesía se oponen al requerimiento gubernamental del pago de algún impuesto preestablecido, esgrimiendo el argumento de que el cumplir con este pago agudizaría la inflación (VII.22). En otros casos, las medidas verbales y las acciones reales tomadas por diversos grupos empresariales contra la política de gravámenes fiscales al capital, se basan en que, si se gravan  excesivamente sus rendimientos, sus productos pueden quedar fuera del mercado internacional y se desalentarían así posibles inversiones, el abatimiento  de la inflación y el aumento de las exportaciones son objetivos manifiestamente incluidos en sus programas de recuperación económica, a menudo el gobierno tiene que ceder a estas presiones, disminuyendo consecuentemente su potencial de obtención de recursos vía aumentos fiscales.

 

El estado tiene que elevar la proporción de sus ingresos que proviene de impuestos. El constante y progresivo deterioro de las condiciones materiales de vida de la fuerza de trabajo condiciona el que no sea factible  incrementarle a ésta su carga impositiva; al menos no, si pretende mantener los vigentes niveles de legitimidad. Por otra parte, tendría  dificultades para obtenerlos de los sectores de la clase del capital que tradicionalmente han gozado de cargas impositivas bajas.  Sólo se enumerarán algunos de los muchos ejemplos que apoyan esta última afirmación. A fines de septiembre, los 80,000 propietarios de la Cámara de Propietarios de Bienes Inmuebles del Distrito Federal, presentaron  un amparo contra  el departamento del D.F., a fin de no pagar alzas en los impuestos prediales (IX/27). Los comerciantes, a su vez, mostraron que harían todo lo que estaba a su alcance para evitar que la carga fiscal les fuera aumentada. Llegaron al amago ó a la efectiva utilización del recurso del paro de actividades, como el ocurrido en Jojutla a fines de febrero. Los mineros , para mencionar otro caso, también ponen escollos a la imposición de alzas fiscales; sus dirigentes incluso  solicitan la revisión de la ley de fomento minero, con el fin de pagar menos impuestos (VI/13). El gran capital monopólico, principalmente el transnacional, es acusado en múltiples ocasiones de representar el principal medio de evasión fiscal, por ejemplo, a través de la declaración de servicios y operaciones ficticias (V.8). Con frecuencia, aunque aparentemente el capital transnacional paga impuestos, en la realidad este lo hace repercutir sobre el consumidor. Recuérdese que el  sindicato de trabajadores de la industria de aguas gaseosas de la república mexicana (CDR), denunció que, por cada peso que el consumidor invierte en refrescos embotellados, paga directamente –ya que los industriales no pagan absolutamente nada de impuestos al fisco- por concepto de impuestos, 45 centavos.

 

En síntesis, el gobierno tiene cada vez más dificultades para gravar a los diferentes grupos del capital, en la medida requerida para obtener los volúmenes de recursos requeridos para atenuar el proceso de deterioro de las condiciones de vida de las grandes mayorías de la población (IV/14). La evasión fiscal y la merma generalizada en el pago de impuestos correspondientes a la iniciativa privada, es señalada por altos jerarcas del gobierno como determinante del hecho de que el Estado no tenga fácil acceso a los recursos monetarios necesarios para enfrentar la crisis (VII/9).

 

Ante las constantes –y hasta cierto punto, incontroladas- manifestaciones de desacuerdo con la política fiscal, la SHCP acaba por reconocer la necesidad de tener un canal permanente de comunicación con el sector privado, para transformar los instrumentos y procedimientos relativos a la política de estímulos fiscales. Este hecho marca, en última instancia, el inicio de la institucionalización de un aún más acentuado debilitamiento de la recaudación fiscal (VII.23). Proceso que llega al punto en que las fracciones más poderosas del capital demandan, abiertamente al respecto. Aún cuando los voceros gubernamentales se apresuran a responder que la política fiscal no está sujeta a negociación, queda abierta la pregunta respecto a si ello es cierto en esos momentos y –en caso de que sea así- durante cuánto tiempo más lo seguiría siendo. Así, todo parece indicar que la reticiencia del capital hizo difícil el logro de incrementos significativos en la captación fiscal (VII/31).

 

Parece ser claro que el aparato burocrático no tiene a su inmediata disposición los fondos requeridos para implantar el conjunto de los planes que el Estado –considerado como unidad- propone para salir de la crisis. Por ello, constituye una preocupación fundamental de los estratos más altos de la burocracia, el encontrar la forma en que mejor puede allegarse estos fondos. Pero, ¿Si el camino de gravámenes mayores al capital parece estarle vedado, que otras posibilidades existen?

 

El gobierno tiene que desempeñar la función de prestamista social. Sin embargo, la escasez global de recursos repercute en una insuficiente existencia de los fondos crediticios que el gobierno puede otorgar. La ausencia del crédito oficial es angustiosa, particularmente para los pequeños y medianos empresarios. Un indicador de su insuficiencia estriba en que el Fondo de Garantía para la Pequeña y Mediana Empresa (Nafinsa) prestó, durante 1976, 1,800 millones de pesos (paridad peso / dólar, igual a 12.50/1), en tanto que durante 1977 apenas llegó a 2,000 millones de pesos (con paridad de aproximadamente 23/1) (V/19). En la perspectiva de su demanda real, la formación del Comité  Coordinador de Instituciones Nacionales de Crédito representa, sin lugar a dudas, un paso adelante en el proceso de brindar racionalidad a los fondos gubernamentales crediticios –estima de fondo que, aún  así, el monto total de los fondos crediticios que maneja sigue siendo insuficiente, en términos de las necesidades del momento (VI/17).

 

Dada su escasez general de recursos, que repercute en un acontecimiento del potencial del gobierno como otorgante directo de crédito, una poción que se le presenta es la de dar las facilidades necesarias y las garantías suficientes a la banca privada, con objeto de que ésta cubra buena parte de los faltantes oficiales (II/26).  Hay que recordar que, para mediados de junio, la captación de moneda nacional y extranjera en el sistema bancario, se estimaba en alrededor de 32,340 millones de pesos (VII/12). Independientemente del monto absoluto de la cifra –respecto a la cual hay versiones diferentes- existen algunos otros puntos importantes a considerar. Con todo y la autorización de las diversas reducciones al encaje legal de la banca, ésta parece no poder responder cabalmente a la demanda crediticia; la demanda no es satisfecha, aún bajo el supuesto de que los créditos recibidos son efectivamente dirigidos por los empresarios para expandir sus empresas ya existentes, y/o para instalar nuevas fuentes de trabajo (VIII/5).

 

El aparato gubernamental se encuentra en un verdadero círculo vicioso, cuando se considera simultáneamente el crédito que puede otorgar ó estimular y sus propias posibilidades de obtención de recursos. En su afán por lograr estimular, casi ad infinitum, a las fracciones financieras de la burguesía, el Banco de México dispuso que se pudiera en operación un mecanismo que hiciera posible el que la banca privada prestara en pesos lo equivalente en dólares, para que los capitalistas cubrieran riesgos de cambio en la paridad monetaria. El problema es que las posibles pérdidas serían absorbidas, así por el Banco de México (IX/27). A ésta se agregaron  otras medidas tomadas por el Gobierno Federal para incrementar los recursos de la Banca Privada, que se podrían así destinar al financiamiento de actividades productivas. A mediados de agosto, el gobierno federal agregó 7,000 millones de pesos, a los 2,000 millones que hasta entonces tenía para el efecto la banca, bajando el encaje legal a aproximadamente 45% (IX/27) del total de recursos que se captan en la banca privada. Ello repercutió a grado tal en la cantidad de recursos monetarios a la disposición directa del gobierno, que incluso los propios banqueros llegaron a señalar la necesidad de que este proceso cesara (IX/27).

 

 

Para la reactivación de las inversiones públicas (considerada por algunos grupos de la propia burocracia, ya para fines de julio, como necesaria), se requerían mayores fondos a disponibilidad de éstas, que amanaran, bien sea créditos, bien de recaudaciones fiscales y similares, ó bien de la actividad de las empresas del propio gobierno. Respecto a este último punto, las empresas del Estado –dado su papel de necesaria subvención- estuvieron lejos de ser productoras de ingresos y no de pérdidas. De hecho, durante 1977 un aspecto que tiende generalmente a sobre valorarse, es el del petróleo. Según cálculos del Banco de México (V/26), las ventas de PEMEX de petróleo al extranjero generarían, en el año, divisas por 900 millones de dólares. Diversos intelectuales hacen reiterados llamados a la opinión pública, indicando  la falsedad de la afirmación de que al petróleo constituya la panacea para sacar al país del bache económico. Ello tiende a debilitar las versiones propagadas en algunos medios empresariales, en el sentido de que el inicio de la explotación masiva de los mantos petroleros haría que México pasara, de importador a exportador de capitales (III/30). Por las dificultades que ofrece para su aprovechamiento inmediato, en el marco de la salida a la crisis durante este año, poca importancia tenía el hecho de que altos funcionarios públicos afirmaran que se llegaría al siglo 21 con un máximo del 40% de las posibilidades totales de desarrollo en materia de petróleo (VIII/15). De igual manera debe considerarse el hecho de que el gasoducto a Reynosa –el cual, se aseguraba, se auto pagaría totalmente en 200 días- no empezaría a generar divisas sino hasta su terminación, cosa que de ninguna manera ocurriría en el año que aquí se estudia.

 

Si el gobierno tiene un verdadero apremio de recursos financieros, que no puede satisfacer con mayores cargas impositivas al capital, en un contexto en que incluso tiene que ceder una parte del monto que potencialmente podría obtener, canalizándolo a la banca oficial y privada, y estando imposibilitado para obtenerlos de sus propias empresas, ¿Qué otros recursos le quedan?

 

La ideología oficial sostiene que una fuerte fuente de divisas estimuladoras de la actividad económica interna, que surge como consecuencia directa de la progresiva devaluación del peso, es la representada por el turismo. Sin embargo, la inflación interna se encargaría de demostrar que realmente no llega muy lejos lo infinito de esta posibilidad. Se afirmaba que la afluencia de turistas norteamericanos y canadienses había alcanzado su mayor punto desde 1974 (II/25). En agosto, se esperaba que el volumen total-anual de turistas crecería en 5%; pero, también se admitía que debido a la devaluación, el aumento en dólares que ingresarían por ese concepto, sólo sería de alrededor del 3%. Por esta razón, las posibilidades reales del turismo como generador de divisas que permitieran cierto descanso del gobierno como inyector principal de energía a la economía en esos momentos, son mucho menos de las que normalmente se la atribuyeron. Por tanto, ésta no constituyó un filón, que pudiera permitir acortar la relativa penuria gubernamental, verdaderamente seguro de sustitución de un elevado gasto público.

 

Por otra parte, las potencialidades de la exportación como fuente de impuestos destinados a mitigar el déficit presupuestario, se ven amenazadas por los grupos del gran capital vinculados a ella. Los exportadores sostienen que la devolución  de los CEDIS debería aumentarse hasta el 11% de devolución de impuestos, para que representara un verdadero estímulo a la exportación (IV/14). Ello disminuyó considerablemente las posibilidades reales a este respecto.

 

En este poco halagador panorama, todo parece indicar que el aparato burocrático tuvo que recurrir a explotar en toda su potencialidad la veta del crédito externo. Intentaron sus dirigentes que éste llegara al verdadero límite máximo, particularmente en lo referente al endeudamiento externo. (III/17). No hay que olvidar que, a finales de 1976, el endeudamiento externo no era despreciable. Según un estudio del Banco Mundial, divulgado ampliamente, la deuda externa pendiente de pago en América Latina llegó en 1976 a 65 mil millones de dólares; el 85% del total correspondía a siete países. De ellos, México ocupaba el segundo lugar, con un 24% del total (IV/28).

 

Sin embargo, la posibilidad de conseguir altas dosis de financiamiento internacional, se ve obstaculizada significativamente por el hecho de que la crisis mundial obliga a los países industrializados a bajar la parte de su producto nacional bruto que corresponde a ayuda a los países del tercer mundo, de 0.36% en 1975, a 0.33% en 1976, no pudiendo llegar en este último año a la meta preestablecida de 0.7% (VII/1). Por otro lado, la caída del dólar ocurrida en julio de 1977, aunque  robustece temporalmente la economía norteamericana, es vista en esos momentos como la precursora de una muy fuerte recesión económica mundial (VII/28). Consecuentemente, se esperaba que durante 1978 ocurriría una contracción, aún mayor del volumen de recursos crediticios internacionales dirigidos a países en vías de desarrollo. Además, en el marco de la inflación mundial, el abatimiento del crédito otorgado por las principales instituciones financieras internacionales es bastante real, en términos absolutos. Por ejemplo, del 1° de julio de 1976, al 30 de junio de 1977, el Banco Mundial otorgó globalmente un financiamiento realmente menor que en el ejercicio anterior, aún cuando éste aumentó en términos absolutos (IX/19).

 

De cualquier manera, la deuda externa pública ascendía, para el 30 de junio (IX/1), a 20,948 millones de dólares; en marzo, la deuda privada externa ascendía a aproximadamente 8 mil millones de dólares (III/11). Como 5,000 millones de dólares del total de la deuda pública, se vencían en 1977 –y como su monto interno real, en pesos mexicanos, había crecido sustancialmente como consecuencia de la devaluación (VII/1)-, a principios de julio se manifestó que, sólo como último recurso, se intentaría renegociar este monto.

 

En el informe presidencial, se anunció que el aumento neto del endeudamiento externo en 1977 sería bastante menos de la mitad del obtenido en 1976. Pero el monto del financiamiento del exterior no es el problema principal del aparato burocrático; éste consiste más bien en las condiciones bajo las cuales se obtiene. El sistema financiero parece inducir a las diversas dependencias gubernamentales a obtener financiamiento en condiciones nada ventajosas (VI/13). Y es precisamente en comparación con lo desventajoso en extremo de la generalidad de los créditos externos, por lo que el crédito de 1,200 millones de dólares, obtenido en septiembre (IX/24) por el gobierno federal de múltiples bancos privados internacionales, es exaltado por los funcionarios gubernamentales y expuesto como modelo. Las ventajas así difundidas son: a)se trata de una sola operación; b)permite obtener plazos que para este tipo de créditos y en los mercados internacionales son excelentes: 6 años, con tres de gracia; c) se obtiene también buenas condiciones en lo que se refiere a intereses; d) permite introducir, aunque en proporción todavía pequeña, los requerimientos de PEMEX para los nuevos proyectos de perforación y las nuevas obras que comprende el programa; y, e)se garantiza el crédito con proyectos (IX/24).

 

El banco mundial, por ejemplo, prestaba al gobierno mexicano créditos duros, a corto plazo en el término de gracia y altas tasas de interés modificables trimestralmente, según el movimiento del mercado internacional de capitales. Si éste era desfavorable, como lo fue en 1977, el gobierno tendría que pagar servicios e intereses anuales mucho mas altos que dos años antes, lo que vendría a ser otro factor más, en el conjunto de limitantes a sus inversiones productivas (V/2). Es justamente del banco mundial de donde el gobierno mexicano había obtenido, de julio de 1976 a junio de 1977, 257 millones de dólares. Des esta cantidad, 1,025 millones se destinaron a sufragar proyectos de desarrollo agrícola. En total, se tenían aprobados 49 préstamos del banco mundial; 15 de ellos se dirigían a la llamada área de desarrollo rural (IX/19).

 

Hecha esta aclaración en torno a las condiciones cada vez favorables de obtención de financiamiento externo, para agosto el gobierno y sus empresas habían recibido empréstitos por 27,293 millones de pesos, provenientes de 80 bancos y 16 países; PEMEX, 350 millones de dólares; BANOBRAS, 150 millones de dólares; NAFINSA, 425 millones de dólares; FINASA, 125 millones de francos suizos. Además, para ese mes, el Libra Bank Limited de Londres ya había promovido otros dos préstamos por 150 millones de dólares a corto plazo y 60 millones de dólares a mediano plazo (VIII/3).

 

Pero, en este proceso de agudización de la tendencia al endeudamiento externo, hay una seria contrapisa. El margen de movimiento  del gobierno federal, en lo que respecta a la obtención de recursos provenientes del crédito se van otorgando durante el año, con el apoyo imprescindible del Fondo Monetario Internacional, en la medida en que los vaya presentando a este organismo el aparato burocrático del estado mexicano (IV/26). Debido a las condiciones del convenio gobierno mexicano-FMI, aún cuando existían inversionistas extranjeros interesados, el endeudamiento externo no podría ser mucho mayor de 3,000 millones de dólares, independientemente de los que pudiera otorgarle el propio fondo (VI/18). A pesar de que en junio, economistas del FMI revisaron –junto con técnicos del gobierno del país- las cartas de intención (IX/14), el referido acuerdo fue defendido –ante diversas críticas- por el propio presidente de la república. Este afirmó que se hubiera causado mucho más daño al país si se hubiera seguido la poción de salirse del FMI. El acuerdo es considerado por JLP como un forzoso mal menor, en las vigentes circunstancias del proceso de salida a la crisis (IX/27). En el tratamiento presidencial del problema en cuestión, el gobierno aparece como una entidad que ha acatado las reglas para la obtención de crédito; reglas impuestas por el FMI a todo el que acude a él, de igual manera que lo que sucede con las que existen cuando un particular solicita cualquier tipo de préstamo (IX/25). El propio director del FMI sostuvo poco tiempo después que el convenio firmado entre el gobierno mexicano y el fondo marchaba tan bien, que el primero no había utilizado (hasta el 25 de septiembre) más de 116 millones, de los 232 millones de dólares autorizado para ser usados por el segundo durante 1977 conforme al plan trienal pactado.

 

El FMI consideraba la existencia (IX/25) de una capacidad total adicional de giro por 1,680 millones de dólares en caso de que el gobierno encontrara de nuevo fuertes dificultades; sin embargo, el relativamente limitado uso que la burocracia central dio en la realidad a los fondos internacionales obtenidos, hacia pensar que no era remoto el cumplimiento de la predicción del presidente de la CONCAMIN, en el sentido de que posiblemente el FMI aumentase aún más la cantidad de endeudamiento permitido al gobierno (VII/28).

 

Como durante 1977, de alguna manera falla la obtención –en los niveles requeridos- de fuentes externas de financiamiento para el gobierno, éste se encamina a estimular simultáneamente, como nunca antes, la inversión extranjera directa. Alejándose bastante de lo que algunos economistas señalaron como la posibilidad de negociar desde una posición de fuerza (IX/17), por la necesidad norteamericana del petróleo del país, el gobierno mexicano propuso al de EU la verdadera institucionalización de la dependencia mexicana. Los departamentos de estado y de comercio e inversión, auspiciaron a mediados de septiembre una reunión en EU. En ella, el representante del aparato burocrático mexicano propuso formalmente la racionalización de la interdependencia de la economía de México y EU; el fondo, en realidad señalaba que debe haber una indisoluble y más orgánica  vinculación entre ambas economías:

 

“Si hemos de aceptar la premisa de la interdependencia entre México y Estados Unidos, deberíamos comenzar formulando una política más coherente, más orgánica, para resolver radicalmente los problemas que derivan de nuestra convivencia y muy especialmente, de nuestro intercambio comercial...Es inexacta, cuando no torpe, la visión de quien quiere contemplar desde EU los problemas mexicanos, como ajenos a los norteamericanos...lo que más conviene a uno es la prosperidad del otro...”(IX/22).

 

Y durante el año se obtienen lo que parecen ser los primeros logros de esta política exterior del gobierno mexicano. Se dio por hecho –aunque a fines de año la situación cambiaría- que se construiría el gasoducto Cárdenas-Reynosa (fundamentalmente, con préstamos norteamericanos), con un costo de 1,000 millones de dólares, con capacidad para exportar  dos mil millones de pies cúbicos diarios y que, al precio vigente de tres dólares el millar, se pagaría en 200 días. Como contraparte, la inversión extranjera directa creció en forma espectacular; en el primer trimestre del año, la inversión extranjera directa fue de 3.6 millones de dólares; para el segundo trimestre, ésta fue ya de 128 millones de dólares (IX/19).

 

De manera que, el gobierno del estado mexicano tiene serias dificultades para contar con los volúmenes necesarios de los fondos requeridos para cumplir con el papel que se ha auto asignado en el proceso de salida a la crisis. El presupuesto para 1977 es muy inferior a las necesidades reales: sólo hasta 1978 se tendrían algunas perspectivas de su mejoramiento formal y relativo. Su monto es inferior porque la generalidad de las diversas medidas orientadas a su crecimiento resultaron relativamente  infructuosas; no gravámenes al capital- de la política fiscal; la banca privada no suplió, con la adecuada dinamicidad, al crédito oficial, con lo que el gobierno tuvo que seguir representando el papel de principal prestamista; las empresas públicas permanecieron subvencionadas, con lo que continuaron arrojando números rojos; el turismo demostró no ser un generador lo suficientemente  poderoso de divisas –que estimularan, en los niveles requeridos, a la inversión privada- como para reemplazar parcialmente a la dinamicidad de la inversión pública; los impuestos a la exportación no fueron lo cuantiosos que se esperaba, entre otras causas porque las propias exportaciones no observaron los incrementos espectaculares que se suponía se desprenderían de la flotación del peso; las divisas provenientes de la venta de petróleo y sus derivados no cristalizaron durante el año.

 

A pesar de las condiciones adversas del mercado internacional de capitales, la medida que más parece brindarle resultados –y ello a pesar del candado impuesto al respecto por el FMI- al gobierno del estado mexicano para allegarse altas cantidades de fondos, estriba en el manejo del financiamiento internacional y en la efectividad para atraer inversiones directas externas. Por una parte, en la medida en que fuera capaz de seguir obteniendo mayores volúmenes de préstamos exteriores, contaría con mayores fondos para cumplir con su papel de asignar las cantidades necesarias de recursos financieros, humanos y tecnológicos requeridos para conducir el proceso de salida a la crisis que había sido delimitado por el estado. Por otro lado, al paso que fuera capaz de estimular la inversión extranjera directa en el país, se vería aliviado en su función de estimular directamente –a través de la inversión pública- la formación de empleos. Fue exitoso en ambas medidas; el problema es que en apariencia el precio que tuvo que pagar por ello estriba en la institucionalización, intentando el establecimiento de bases orgánicas explícitas, de la total dependencia de la economía del país respecto al imperialismo norteamericano.

 

Pero la cantidad de fondos a la efectiva disposición del aparato burocrático es sólo uno de los aspectos que hay que considerar. El otro gran cuestionamiento estriba en si el gobierno efectivamente dispuso, de acuerdo a los lineamientos preestablecidos por su propia fracción hegemónica, de los recursos obtenidos. En este sentido, el dilema para el estado es que el aparato burocrático no contaba con los mecanismos operativos necesarios para asegurar que el presupuesto gubernamental fuera efectivamente destinado para lo que formalmente se asignaba. Una manera de lograrlo, sería  a través del control ejercido por el poder legislativo. Sin embargo, los mecanismos con que éste contaba para vigilar el ejercicio del presupuesto público, no eran eficaces (IV/12). Además, el contratismo se consagra como mecanismo económico –con determinaciones y efectos políticos- que mermó considerablemente los escasos recursos disponibles por el gobierno (VIII/27). Íntimamente ligada con este último aspecto, aunque con una amplitud mucho mayor, se encuentra la presencia de la corrupción. Entre los miles de ejemplos que se podrían dar al respecto, resalta el manejo de fondos y otorgamiento de créditos para pago de impuesto, brindados por los jefes de las oficinas federales de hacienda a los causantes bajo su jurisdicción (VIII/28).

 

Al respecto, un caso límite consistió  en la aprehensión de un exsecretario de la SRA, acusado de apoderarse de 10 millones de pesos entregados por la federación a pequeños propietarios coahuilenses, en calidad del 50% del monto total del avalúo de sus tierras para fines de reparto agrario.

 

Por otro parte, pese a los continuos llamamientos ético-morales, no obstante que se formaron comisiones y oficinas de control, el hecho es que el crédito –en su carácter de recurso sumamente escaso- no fue separado de la característica de corrupción  que hasta entonces había estado íntimamente vinculada a su otorgamiento (VII/20). Las causas de fondo de la corrupción, íntimamente vinculadas al monopolio, no fueron realmente atacadas. Por tanto, la corrupción difícilmente podría ser eliminada (IX/27).

 

2)                 La penuria gubernamental respecto al agro:

 

Ante la escasez general de recursos del aparato burocrático, bosquejada en el anterior subtítulo, la política oficial destinada a favorecer a una determinada actividad ó sector, significaba  forzosamente el someter a otras(s) a una situación de desventaja comparativa (V/11). Lo cierto es que el sector agropecuario, tomando como indicador la proporción que del presupuesto total para 1977 se destina a él es de los sectores más favorecidos. Sin embargo, en términos absolutos, los volúmenes de recursos gubernamentales no alcanzan a satisfacer las necesidades fundamentales del sector. Aunque con menor escasez en comparación con otras, en general las dependencias federales vinculadas al agro se encuentran también imposibilitadas para ejercer en toda su magnitud, aún los presupuestos ya aprobados; el cambio de gobierno y la acumulación del déficit gubernamental, aunado a la necesidad –sentida por la fracción hegemónica de la burocracia- de frenar el gasto público para que haya equilibrio, lo impiden (IV/26).

 

¿Porqué el aparato burocrático no destina más recursos al agro, si ahí yace –desde su percepción- una de las principales fuentes de la crisis económica? A un nivel general, en buena parte porque, al igual que con respecto al resto de los sectores, no tiene los recursos globales suficientes, por los factores mencionados en el subtítulo anterior. Pero además –a un nivel más concreto- parecería que del sector rural el gobierno no pude sacar más recursos (fiscales y no fiscales), y que incluso encuentra problemas para sostener los niveles de los que hasta entonces había estado obteniendo.

 

Contra los intentos de recabar más fondos fiscales, se yergue la acción, por ejemplo, de algunos sectores de grandes productores de café, quienes en su momento han sostenido que su carga impositiva ya representa más del 50% del valor bruto del grano de exportación (IV/29). Ilustra también este punto la eficacia con que  los horticultores de Sinaloa dieron al traste con los intentos gubernamentales de sujetar a un impuesto  ad valorem a sus productos de exportación. Argumentaron que durante 1976 pagaron más de 270 millones de pesos, sobre una utilidad bruta de tres mil millones (V/3). Por último, en múltiples ocasiones la SHCP conminó a los pequeños propietarios a cumplir acciones gubernamentales encaminadas a lograrlo.

 

Pero también se intentó obtener fondos por vías no estrictamente fiscales. Ahí también, la respuesta no fue la optimísticamente  esperada. El caso del precio del agua de riego, lo ilustra. Las medidas anunciadas desde junio por la SARH, para aumentar las tarifas por el uso de agua de riego, encontraron la pronta oposición de la federación mexicana  de organizaciones agrícolas. Posteriormente en agosto, se anunció que el alza  sería entre 50 y 70% encontrando la enérgica protesta de la confederación nacional de aprovechamientos hidráulicos, que reúne  a más de tres mil agrupaciones de aguas federales en el país. La confederación recurrió al consabido argumento de que de llevarse a efecto el alza, habría repercusiones negativas en la economía agrícola (VIII/22). Al parecer, las presiones mencionadas sólo fueron parcialmente exitosas.

 

La falta de una cabal canalización de recursos económicos –monetarios y no monetarios- al campo es un hecho real. Ello se denota incluso en los propios planes que la burocracia central esmeradamente prepara para el agro. Es clara la manera conforme a la cual las limitadas fuentes de recursos repercuten en las dimensiones de la acción oficial en el agro, cuando se contemple lo corto de las metas del plan nacional agropecuario y forestal para 1977. Pueden ser cultivadas en el país entre 20 y 25 millones de hectáreas. En las 17 millones de hectáreas que la SARH anunció que efectivamente se cultivarían durante el año, sólo 30% estarían aseguradas; 42% estarían fertilizadas; 26% contarían con semillas mejoradas; 43% tendrían asistencia técnica; y, 30% sería regada. En el caso del riego, en particular, se buscaría incrementar la eficiencia de las cinco millones de hectáreas irrigadas que trabajaban, en promedio, al 60% de su posible eficiencia. Además, en estas zonas de regadío, se pretendía que preferentemente se cultivasen productos alimenticios básicos, cosa que no iba de acuerdo a las leyes del mercado en el país (y en su vinculación con el capitalismo internacional) (V.11).

 

Lo limitado de los recursos, tomando como marco de referencia la dimensión de las necesidades, hacían difícilmente alcanzable las metas que el plan nacional hidráulico, elaborado durante el sexenio pasado, señala como imprescindibles. En efecto, los estudios en que se basa el PNH señalan que, para lograr la autosuficiencia  alimentaria, incrementar el abastecimiento de materias primas a la industria nacional y desarrollar el programa de exportaciones agropecuarias, sería necesario que el crecimiento del producto agropecuario fuera de 5% al año. Esto implica la incorporación de 200,000 hectáreas al año con riego y/ó drenaje. Para fines de siglo, sería necesario duplicar las tierras que entonces contaban con riego, pasando de 5 millones de hectáreas, a 10 millones (IX/6).

 

Los recursos disponibles, pues, difícilmente ayudaban a lograr la totalidad de los cortos objetivos y metas incluidos en los planes gubernamentales respecto al agro. Así las cosas, la escasez de recursos oficiales monetarios se manifestaría a lo largo y a lo ancho de la estructura agraria. Aquí se mencionan sólo aquellos aspectos que, por su gran envergadura, impiden la cabal consecución de los planes gubernamentales respecto al campo, en el marco de la Alianza para la producción.

 

La acción gubernamental no pudo lograr –ni siquiera estuvo cerca- la plena ocupación en el campo. Ello tanto por el lado del otorgamiento de ocupaciones vía campesinización, como por el lado de la implantación de la políticaestatal de asalarización de la fuerza de trabajo desocupada y subocupada del medio rural (IV/19). Sin embargo, para manejar este aspecto en su justa dimensión, es necesario recordar que precisamente la generación  fuentes de empleo se plantea como uno de los objetivos básicos de la aplicación de la Alianza para la producción en el campo.

 

Recuérdese que la formación de empresas agro industriales está en relación directa con las disponibilidades de diversas formas de energía en el agro. Tomando  en cuenta la amplia dispersión físico-geográfica de los poblados rurales, y dado que el programa de la SAHDP estaba en sus fases iniciales, llevar la electrificación a 12 millones de habitantes rurales carentes del servicio, diseminados en 80 mil poblados, estaba verdaderamente fuera del alcance presupuestal al corto plazo (VI/14). Al menos, no se lograrían avances significativas a este respecto durante 1977.

 

Hay que también tener en mente que la producción y distribución de alimentos es un objetivo fundamental que los planes  (de la Alianza para la Producción, traducidos en el Plan Nacional Agropecuario y Forestal), contemplan de manera fundamental. Sin embargo, en ocasiones la insuficiencia de recursos adopta la forma de escasez de instalaciones  de almacenamiento adecuadas de las dependencias gubernamentales que tienen esta función. Esto ocasionó en algunos casos, la aberración de llegar a una real incapacidad de absorción de la adquisición de las indispensables cosechas  de alimentos, como sucedió  en el caso de la compra, por parte de CONASUPO, del trigo del Distrito de Riego del Bajo Río Bravo y Bajo Río San Juan, en Tamaulipas (VII/3).

 

El logro de los objetivos del PNAF se basa –entre otras- en la predicción de que habría un sustancial aumento en la producción de fertilizantes. Por ello, se encaminaron recursos oficiales hacia su producción. Sin embargo, el déficit de fertilizantes persistió en iguales ó peores niveles relativos que hasta entonces, pues su producción no se vería significativamente incrementada sino hasta que las nuevas instalaciones (que se empezaban a construir) iniciaran sus operaciones (VIII/26). En efecto, se anunció oficialmente que habría una carencia de cinco millones de toneladas de fertilizantes en el país durante el sexenio, aún cuando se destinarían 12 mil millones de pesos para que 13 proyectos de construcción y ampliación de plantas entraran en operación. Así, el déficit esperado –que represente poco más de la cantidad total de fertilizantes sólidos producidos actualmente en el país (4.3 millones de toneladas por año)- sobrevendría a pesar de que la inversión mencionada (VII/26). La relativa escasez de este insumo agropecuario básico, significa fundamentalmente la elevación de los costos de producción, y consecuentemente de los precios de venta.

 

Como se vió en el capítulo III, una de las principales innovaciones de este sexenio, en materia agropecuaria, consiste en la organización de Distrito de Temporal. A fines de septiembre, se anunció que estaban en pleno proceso de constitución 110 distritos en tierras temporaleras, que incluían a 9 millones de personas, abarcaban 30,000 ejidos y se extendían sobre 13 millones de hectáreas (IX/25). La envergadura del programa deja entrever que los enormes recursos financieros que ello demanda –de personal, de tecnología, etc.- difícilmente serían proporcionados en su oportunidad, con la calidad y en la cantidad requerida.

 

Es necesario no pasar por alto la manera conforme a la cual se manifiesta la escasez de recursos gubernamentales, en los casos en que la dirección del aparato burocrático encuentra necesario apoyar significativamente a algún tipo de actividad agropecuario ó agro industrial que está en aprietos, pero cuya persistencia es indispensable para la marcha global de la economía del país. Analicemos concretamente el caso del azúcar. Mucho se habló durante el año, de la crisis de la producción azucarera. Se llegó a estimar que se requerirían alrededor de 11,500 millones de pesos para rehabilitarla.

 

En primer lugar, resalta el que la distracción de los recursos que ello representaba, no podría menos que conducir a la aceptación de la existencia de formidables obstáculos para    lograr  la recuperación económica (VII/14) en el agro, y en todos los renglones económicos. Por otra parte, el tipo de solución dado ene este caso concreto, en que se constituyó la Asociación de Fomento Industrial –con participación del gobierno federal, con el 50% de su capital- para impedir la quiebra de los ingenios manejados por el grupo de Aarón Saenz, no parecía poder  ser siempre aplicable a todas las actividades vinculadas con la agricultura que están especialmente en crisis. El factor primordial sería, de nuevo, la falta de recursos federales (VI/9).

 

Los planes gubernamentales para el agro incluyen, en general, la eliminación de subsidios. Sin embargo, en algunos casos eso se le presenta como imposible. La implementación práctica de una aparentemente racional política de sustitución de subsidios –ó la modificación en su forma- dependería de la respuesta que brindasen los sectores sociales sobre los cuáles se desplaza el peso del subsidio. En el caso del azúcar, por ejemplo, se tendría que ver si el mantenimiento del precio del azúcar morena a $2.15/Kg. –precio al público- sería efectivamente sufragado por un precio de $4.80/Kg. –precio a la industria-, tal y como fue formulado en los planes gubernamentales al respecto. Obviamente, medidas de este tipo, suponiendo la existencia de un verdadero empeño de las autoridades por implantarlas, darían cabida inmediatamente al surgimiento de movimientos especulativos y de simulación (III/17).

 

Hay un caso en que la política gubernamental de racionalización de sus fondos –vía eliminación o minimización de subsidios- se ve claramente obstaculizada por la situación de crisis de una actividad agropecuaria ó agro industrial. El intento de subir el precio  del huevo, ilustra la manera conforme a la cual el gobierno, en ocasiones particularmente graves, tiende a resolver la contradicción entre bajos precios de consumo y altos costos de producción, precisamente recurriendo al subsidio. Ante las presiones de los avicultores, por un lado, y ante la certeza de que la autorización de aumento en el precio del huevo generaría fuertes dosis de inconformidad social, por el otro, opta por subsidiar el costo del maíz y de la pasta de soya (con 40% y 10% de rebaja, respectivamente), que los avicultores compraran en la CONASUPO para la confección de sus alimentos balanceados. Con ello, logra que el precio del huevo no se altere: $15.40/Kg. al público y $14.03 al distribuidor. La Secom negó tajantemente  el aumento al precio (al menos durante 60 días), solicitado por los productores. Advirtió que sería inflexible con los infractores y, de ser necesario, amenazó con ir más allá  de la multa y la clausura. También advirtió que esto ocasionaría una retracción temporal en el abasto del producto (IX/23). Medidas como ésta reducen significativamente la cantidad total de recursos que de otra forma podrían canalizarse al campo, traduciéndose en obras de infraestructura, extensionsimo, tecnología, educación, productos alimenticios manufacturados, vivienda, crédito, etc.

 

Otro caso en que es particularmente nítida esta escasez de fondos gubernamentales destinados al agro, es el del crédito oficial. José López Portillo indica, en su informe presidencial, que la banca rural cubre, mediante 28,000 millones de pesos, la mayor parte del crédito bancario total destinado a las actividades agropecuarias. Este monto, indudablemente, es insuficiente; aún así, 3,800 millones de pesos provenían de préstamos de centros financieros internacionales (V/14). Los 28,000 millones de pesos cubrirían sólo 3.2 millones de hectáreas, del total de 17 millones que se cultivarían. Un indicador de la escasez de crédito gubernamental –y de sus repercusiones en las utilidades de la burguesía rural- estriba en las quejas de los ganaderos –concretamente, del norte de Veracruz- consistentes en que, ante la insuficiencia e inoportunidad de préstamos gubernamentales, se veían obligados a aceptar créditos a altas tasas de interés, que iban desde el 10.5% semestral (en el caso de refaccionarios), hasta el 13.5% trimestral (en el caso de avío) (V/16).

 

Además, para 1977 es ya tradición que el crédito oficial destinado al campo, frecuentemente no se recuperaba en su totalidad. En el plazo inmediato, el problema no tenía una solución aparente. Sólo en el mediano y largo plazo es que la situación podría cambiar parcialmente, siempre y cuando se diera el supuesto de que las áreas tempraleras efectivamente capitalizacen los procesos productivos en ellas efectuados, mediante la expansión de la presencia de la iniciativa privada (V/14).

 

A veces el intento de no perder fondos por este concepto, lleva a la burocracia gubernamental a reducir aún más los recursos canalizados al agro, vía crédito. Con todo y que, visto globalmente, los recursos en forma de crédito oficial destinados al campo son insuficientes, al cumplirse el primer semestre del año, por ejemplo el Banrural (seguramente como resultado de su nueva política de otorgar créditos solamente si son recuperables), únicamente había desembolsado menos del 30% del total de fondos que tenía programado ejercer durante el año: 807 millones de pesos, de un total de 2,779 millones (VIII/11).

 

Con lo visto hasta aquí, se percibe que –con base en criterios cuantitativos- los recursos destinados al agro fueron insuficientes. Pero a esta gran categoría de acontecimientos se le adicionan algunas características cualitativas. En primer lugar, independientemente de su monto financiero, es un hecho que no se dispuso de personal capacitado en los volúmenes necesarios para satisfacer los requerimientos tecnológicos, administrativos y de desarrollo de los planteamientos gubernamentales en lo que respecta al medio rural. Por ejemplo, a la vez que existe un fortísimo déficit de extensionistas agrícolas, la coyuntura determinar el que no se puedan incorporar al proceso productivo en el campo –por no encontrar empleo ahí- más de dos mil del total de 15 mil agrónomos que existían en el país (VII/20 y 24).

 

Con base en lo anterior, no puede menos que plantearse que difícilmente podrían cumplirse los planes gubernamentales para vincular la docencia e investigación agrícola superior a los objetivos que se esgriman respecto al agro. Recuérdese al respecto, que la tecnología agrícola generada en el país era utilizada sólo en 20% de la superficie nacional cultivable. En el marco de la crisis, llevarla al 80% restante –cosa  que no había sido posible lograr en tiempos normales- resultaba punto menos que imposible.

 

Así, la falta de volúmenes adecuados de recursos financieros, humanos y técnicos en el agro, durante 1977, no es más que el referente, concretizado, de la penuria gubernamental global, aunado al hecho de que no es posible obtener recursos presupuestales del campo (principalmente por las presiones de las diferentes fracciones de la burguesía rural). Esta falta de recursos tiene diversas formas de manifestarse en el proceso conforme al cual se plantea este año la salida a la crisis. Entre otras, se manifiesta: en lo corto de los objetivos, metas y programas del plan nacional de desarrollo agrícola y ganadero; en lo exiguo del crecimiento del área bajo riego; en el inadecuado ritmo de crecimiento de fuentes de empleo en el campo; en la incapacidad para extender cabalmente la electrificación rural; en la insuficiencia de capacidad instalada de almacenamiento de productos  agropecuarios; en un agravamiento del déficit de fertilizantes; en un posible alto grado de insatisfacción de los recursos de diversa índole demandados por la organización y operación de los Distritos de Temporal; en un no del todo coherente manejo de la política de los subsidios gubernamentales de las actividades agrícolas, ganaderas y agro industriales; en la insuficiente canalización de créditos oficiales, y en una mayor inflexibilidad para su otorgamiento si no existen altas posibilidades de recuperación; en el desempleo de técnicos altamente calificados, necesarios para el desarrollo del agro; y, en la desvinculación de la investigación y docencia agropecuaria, con las prácticas de producción realmente seguidas en el campo.

 

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III.- Escollos burocráticos: el feudalismo administrativo contra la reforma administrativa.

 

Durante buena parte de su campaña presidencial, y en su discurso de toma de posesión, López Portillo manejó el argumento de que sería necesario someter el aparato burocrático a un proceso que permitiera alcanzar su máxima organización interna; que permitiera sentar bases sólidas para proceder a realizar su labor política y económica en el ámbito externo a sí mismo.

 

Puesto en el lenguaje de la ideología oficial, se planteaba como indispensable el dejar transcurrir un período durante el cuál sería necesario que el gobierno se organizara para organizar. Siguiendo aquí un tanto el lenguaje del régimen precedente, a este período y a este proceso se le denominó reforma administrativa.

 

Para el titular del ejecutivo federal, no existe una única vía que posibilite –por sí misma- el salir exitosamente de la crisis. La acción gubernamental para contrarrestar la inflación-recesión, y a todo lo que ello implica, no podía ser simple; tenía que abarcar varios frentes. JLP es más que claro al respecto: la reforma política, la reforma fiscal, la reforma administrativa y la alianza para la producción, son la respuesta completa a la crisis por la que atravesamos (IX/27). Aquí, el planteamiento implícito es, más ó menos, el siguiente; la reforma política se requiere para que se cumplan los programas estatales en cuanto a la alianza para la producción. Por otro lado, se requiere que el gobierno maneje mayores fondos; de ahí que sea necesario efectuar una reforma fiscal que facilite el obtener mayores volúmenes de ellos. Pero, para que estas tres se lleven a cabo, es imperioso que se efectúe la reforma administrativa (VIII/19). Esto es lo que le llevó a afirmar, en más de una ocasión, que el país no es subdesarrollado, sino subadministrado.

 

La reforma administrativa, entendida en los términos anteriores, logró ciertos avances. El 13 de marzo, el presidente de la república anunciaba la terminación de la primera etapa de su programa al respecto. Ello significa que, durante los primeros cuatro meses del nuevo sexenio, buena parte de los aproximadamente 800,000 empleados del gobierno federal y 120,000 empleados de empresas paraestatales (VIII/20) fueron horizontalmente reubicados. El inicio de la segunda fase de la reforma administrativa, conforme a la cual 898 entidades paraestatales se integrarían en 12 sectores, fue anunciada por JLP a fines de julio. Finalmente, en su primer informe presidencial, López Portillo daba a conocer el fin de esta segunda etapa del aparato gubernamental, estableciendo que en la siguiente se intentaría lograr la integración intersectorial. El objetivo de esta tercera etapa sería el de articular en un plan total los proyectos que –para fines de análisis- los técnicos gubernamentales habían venido clasificando por áreas, pero que en la realidad se encuentran interrelacionados (IX/1).

 

Conforme a la visión oficial, al término de esta última etapa se habría dado así cabal cumplimiento –a primera vista- a los propósitos gubernamentales con respecto a su organización interna. El inicial reacomodo horizontal, estaría indicando así que el gobierno había alcanzado su máximo nivel de capacidad para organizar a las fuerzas políticas, actores económicos y elementos ideológicos de la sociedad mexicana. Se habría llegado al punto que, como meta, ya señalaba el presidente de la república en agosto: de una parte, descentralizar, acercar la decisión (gubernamental) a los puntos de otra ejecución en todo el territorio nacional, (conforme) a un esfuerzo (que) no es contradictorio, sino complementario. (VIII/2).

 

¿Pero ello es así en la realidad? ¿ya se había llegado a este punto? En los dos títulos anteriores, se han visto algunos de los hechos que, bien en la forma de presiones políticas, ó bien en la forma de escollos a la crisis. En última instancia, estos hechos adoptan la forma de escollos a los planes que la fracción hegemónica de la burocracia central tiene en cuanto a la reforma política, a la alianza para la producción y a la reforma fiscal. Tal y como sucede en estos tres casos, se considera aquí que existen elementos suficientes como para suponer que también la reforma administrativa tiene serios obstáculos para realizarse y que, por tanto, no pudo neutralizar en su totalidad a las presiones que dificultaban la adecuada ejecución, por parte del aparato burocrático, del papel de único rector nacional en el año 77.

 

En primer lugar, los fortísimos cambios que ocurren al interior de la estructura del gobierno tienen que incluir, en la práctica diaria de la ejecución de las actividades directamente vinculadas a ellos, el pasar forzosamente por una primera etapa de ajuste (VII/23). Al menos durante esta primera etapa de ajuste, la reforma administrativa fue, así, más un obstáculo que una ayuda para la proclamada organización interna.

 

Una vez pasada esta primera etapa de ajuste, sobreviene una pléyade de dificultades. Para cumplir con lo que oficialmente se esperaba de ella, la reforma administrativa debía combatir tanto viejos como nuevos problemas al interior de la burocracia; ancestrales, y generados por el intento mismo de su puesta en marcha. Sea como fuere, todos parecen convergir en lo que el propio JLP denominó feudalismo administrativo. Este corresponde a la acción de camarillas, ubicadas al interior del aparato gubernamental de diversa magnitud y fuerza, con mayor ó menor grado de vinculación con fuerzas externas a la burocracia, y que –obedeciendo a intereses ideológicos. Políticos, económicos ó simplemente de fidelidad personal- obstaculizan (a veces de salida a la crisis, éste es sin lugar a dudas el principal problema a que se enfrenta la reforma.

 

La presencia de este fenómeno se manifiesta de diversas formas. Una de ellas consiste en el extremo ritualismo existente al interior de la burocracia. Considérese, por ejemplo, que en el país los proyectos grandes e importantes tardaban hasta cinco años en madurar, y requerían hasta de 500 ó 600 copias para la emisión del número de resoluciones requeridas (III/16). La reforma administrativa fue incapaz durante 1977 de incidir sobre esto, a la vez que de evitar caer en el extremo opuesto de irracional grado de pragmatismo. Por ello, el tiempo de operacionalización de los programas y proyectos de salida a la crisis, sectoriales e integrales, no se vió significativamente acortado.

 

Incluso, cabría preguntarse si este tortuguismo burocrático no se vió acentuado por la eficiencia de la propia reforma administrativa en algunos niveles e instancias, y la ineficiencia de la misma en otros. Por ejemplo, en 1977 existe una sobre demanda de los mecanismos estatales de arbitraje en la lucha de clases –concretamente, sobre las juntas de conciliación y arbitraje-. A la vez  que se hizo más eficiente –como consecuencia de la reforma administrativa, y del recrudecimiento de la misma lucha de clases- el mecanismo de captación de demandas, la adición de volúmenes no despreciables, condujo a un auténtico rebasamiento de la capacidad administrativa de manejo de los conflictos en sí (VII/21).

 

Además, el feudalismo administrativo dificulta la real coordinación entre las diversas instancias gubernamentales –del mismo ó diferente nivel jerárquico-. Los técnicos de la reforma administrativa parecen no haber considerado suficientemente esta consecuencia del mencionado fenómeno. Por el contrario, plantean bastante en abstracto las reubicaciones, ajustes, desajustes, tareas comunes y tareas individuales de las diversas dependencias gubernamentales. Esto resultó particularmente grave para el cumplimiento de las propias metas del gobierno. Ello salta a la vista cuando se considera que sus planes contemplaban precisamente la idea de que  la mejor forma de combatir la escasez de recursos públicos es racionalizando al máximo posible la acción de la burocracia; se parte de la idea de que, para evitar traslapes de funciones y, por tanto, desperdicios de recursos, se requiere estrechar la coordinación. El problema es que los tecnócratas respectivos parecían haber esperado que ésta vendría automáticamente. No mostraron haber concebido que el feudalismo administrativo es un fuerte valladar al respecto.

 

Otra de las principales formas en que el papel de obstáculos del feudalismo administrativo se hace presente, consiste en su papel de propiciante de la corrupción. En principio, la operacionalización de los planes propuestos por el Estado implica, necesariamente, la eliminación de la corrupción. En la realidad, la reforma administrativa no contempla mecanismos realmente eficaces para desterrarle. La razón de ello es sencilla; es imposible que con este sólo mecanismo se lograra su eliminación.

 

El feudalismo administrativo se encuentra presente en todas y cada una de las dependencias del gobierno federal, de las empresas paraestatales y aún al nivel de la burocracia pública de los municipios y de cada entidad federativa. Cubre –a lo largo y a lo ancho, de arriba abajo- la totalidad del vasto aparato gubernamental del estado mexicano. Dada la problemática general del trabajo que aquí se presenta, es importante ver como se manifiesta éste en el caso de las instancias directamente responsables de la implantación de los planes gubernamentales respecto al agro.

 

El centralismo, la desorganización, la rivalidad entre organismos federales, estatales y municipales, y el burocratismo, alimentan la inadecuada presencia económica y la debilidad político-orgánica del gobierno en el medio rural. Las exigencias estructurales y superestructurales de la descampesinización, implican un máximo de coordinación entre las diferentes instancias del estado que participan  en los planes  gubernamentales (III/15) vinculados con el campo. El feudalismo administrativo obstaculiza su logro. La acción de las camarillas responsables de existencia, que propician la corrupción, estimulan el tortuguismo y frenan la coordinación entre los diversos componentes gubernamentales, se deja sentir en las secretarías, empresas y comisiones que configuran el sector agropecuario del gobierno.

 

Su presencia se manifiesta de muy diversas maneras. En primer lugar, principalmente debido a este feudalismo administrativo, es que los proyectos gubernamentales respecto al agro, en que están involucradas las acciones de diversas secretarías, se hace difícil. Es frecuente que, en estas condiciones, sólo la intervención presidencial directa salva los obstáculos. Por ejemplo, el director de la comisión del plan nacional de grupos marginados y zonas deprimidas (COPLAMAR) y a la estrategia de coordinación intersectorial que se pretende implantar para echarlo a andar, afirmó: la supervisión directa del presidente de la república de la labor es fundamental, ya que en México o muchas veces sólo la orden del presidente es lo único que se respeta y salva a algún proyecto de perderse en la maraña de nuestros distintos niveles burocráticos (VII/29).

 

Lo que sucede es que el feudalismo administrativo empeora una situación en que la coordinación  es, de por sí, difícil. Las dependencias que a menudo son  llamadas a participar en una sola acción, programa, proyecto ó plan gubernamental, son sumamente heterogéneas. Independientemente de la existencia del feudalismo administrativo, la coordinación de lo heterogéneo es de suma dificultad, más aún cuando no hay una absoluta claridad de qué es lo que pretendidamente unifica lo diferente. Por ejemplo, la heterogeneidad de su composición interna dificulta una genuina coordinación entre las diversas instancias que componen a los distritos de temporal. Considérese al respecto el caso concreto de la composición interna del distrito temporal de Córdoba, Veracruz; en éste están representadas las diversas secretarías (SRA y SAR, por lo menos) del estado, ANAGSA, GUANOMEX, CONASUPO, y otras dependencias que tienen relación con el sector ejidal y de pequeña propiedad (BANRURAL, CNC, CCI, INMECAFE, etc.) (V/15). Si a esta heterogeneidad se le agrega el indudable hecho de que las diferentes instancias gubernamentales participantes corresponden por lo menos a un feudo, se tiene una clara idea del problema. En este sentido, no queda más que considerar como optimistas las declaraciones del director general de distritos de temporal (IX/25):

 

“los distritos de temporal se crearán en todos los estados de la república; estarán administrados por un Comité Ejecutivo, que preside el gobernador de cada entidad, y en el que participan todas las secretarías y empresas paraestatales que tienen que ver con el agro. Dentro de dicho  comité, toca a la SARH programar las actividades para aumentar la producción agrícola y en el caso de que el Estado intervenga en forma directa en la explotación de predios, a esta secretaría sólo se correspondería el aspecto productivo  y las utilidades serían manejadas y distribuidas por la SRA. La secretaría de agricultura de ninguna manera pretende entrar en conflicto con la SRA ó con las otras dependencias que tienen que ver con el agro, sino que lo que se quiere lograr es la coordinación e integración de esfuerzos, cada entidad realizando las tareas que le competen”.

 

Otro ejemplo; en la zona selvática de Chiapas intervienen 14 instituciones, oficiales y privadas, con proyectos diferentes para incorporar al indio a la cultura del resto del país, lo que hace muy difícil no duplicar esfuerzos y dispersar recursos. En estos  casos, no es mínima la responsabilidad del feudalismo administrativo en el hecho de que sea frecuente el que los técnicos y personal de diversa jerarquía destacado ó comisionado no se presente más que esporádicamente a los sitios en que formalmente debería establecerse permanentemente (VIII/2).

 

Como ya se ha visto, la reforma administrativa contempla un profundo proceso de reorganización de la maquinaria gubernamental. En este sentido, en tanto que no se desterró el feudalismo administrativo, un factor más que dificultó la implantación de los planes de la fracción López Portillista, consiste en la lucha que indiscutiblemente apareció al interior de los organismos creados con la supuesta finalidad de operacionalizarlos. Por ejemplo, en las comisiones de planeación y operación de la zafra, se denunció –en múltiples ocasiones- el surgimiento de conflictos a grado tal que se las identificaba como factores de discordia (II/26).

 

Por otro lado, la unificación –integral, ó sólo en cuanto a su acción- de la multitud de direcciones que existen al interior de las principales dependencias vinculadas al agro (VII/20), como medio formal para agilizar sus tareas en el campo, tendría que haber sido sumamente rápida y racional, para que el descontrol inicial no revirtiera negativamente, en comparación con los objetivos idealmente buscados, en la realidad. La cantidad de intereses acumulados en cada una de estas direcciones lo impidió en alto grado. De esta manera, la actuación de la burocracia conforme a los planes de reforma administrativa, en vez de dinamizarse, tendió a tornarse más tortuosa y lenta (VII/20). Este hecho fue reconocido –como posibilidad- por el propio secretario de la SARH: todo lo que hagamos nosotros no tendrá ningún valor, si es que realmente no contamos con el esfuerzo de los trabajadores de la SARH. (IX/29).

 

Si no era manejado cuidadosamente por el gobierno, un posible aumento al de por sí ya excesivo centralismo (VI/21) entonces existente en materia de resolución estatal de problemas agrarios, lejos de constituir un remanso de funcionalidad –conforme a las perspectivas oficiales-, se convertiría así en un factor altamente determinante de trámites largos y caminos erráticos. Por ejemplo, aún en el supuesto de que el gobierno hubiese contado con la cantidad de recursos necesarios para implantar sus planes de crédito rural, está por verse la manera conforme a la cual se habría garantizado que dicho crédito se canalizara –a través de sus instituciones-, hasta hacerlo llegar efectivamente a los productores. La hipótesis que podría establecerse al respecto, de manera tentativa, consistiría en que los cambios en la maquinaria burocrática –producto de la implantación de la reforma administrativa- fueron más un obstáculo que un factor de agilización de otorgamiento de crédito. No hay que olvidar aquí, claro está, que el estado aceleraba la conformación del conjunto de reglamentos requeridos para la entrega directa de los fondos crediticios oficiales al productor (II/26).

 

Incluso, por más que se amenazó formalmente con el despido a aquellos funcionarios que no cumpliesen adecuadamente con su papel de facilitadores de la máxima coordinación intragubernamental, la protección de sus respectivas camarillas tendió a neutralizar su cumplimiento efectivo. Ello tenía que ser así, a no ser que hubiesen sido sustituidos la mayoría de los funcionarios medios por tecnócratas puros. Ello demandaría su sustitución por personal de nuevo ingreso al gobierno, que no tuviera vínculos con ninguna camarilla en especial. En cierta medida, los altos estratos de la burocracia parecían estar manejando esta estrategia. Así lo indican la implantación de cursos, como aquellos destinados a formar planificadores agrícolas –dirigido a universitarios de reciente egreso, efectuado por CENAPRO- y a adiestrar a futuros planificadores y administradores del recurso hidráulico -realizado por la comisión del plan nacional hidráulico en la UPIICSA, del IPN-. Pero en este planteamiento, aparentemente racional, hay por lo menos dos hechos que se hacen a un lado. En primer lugar, -suponiendo que existiera el número requerido-, la pureza de las personas llamadas a constituirse en personal gubernamental directivo en el agro sería sólo inicial. A mediano plazo, éstas serían irremediablemente contaminadas por los intereses desprendidos de la formación de nuevas  camarillas en que quedarían ubicadas, por lo que muy posiblemente el problema volvería a los niveles que presentaba antes. Mientras no se ataque de raíz el monopolio político interno y externo al aparato burocrático, es posible que bien pronto estos nuevos funcionarios estuvieran en contubernio con representantes de empresarios rurales, para explotar al campesino y al proletariado del campo, en grados  poco favorables incluso para la legitimidad gubernamental. Por otro lado, al sustituir al viejo personal directivo, feudal y corrupto, se estaría sacrificando la experiencia acumulada por los entonces actuales funcionarios, y sustituyéndola por un notable desconocimiento real de la problemática rural –aun cuando, en función de su formación académica estricta, pudiera ser formalmente lo contrario- del nuevo personal directivo. La manera conforme a la cual la fracción hegemónica de la burocracia dictaría la forma de salir de este dilema, no quedó clara durante el año.

 

En síntesis, la reforma administrativa planteada por la fracción hegemónica de la burocracia central del estado mexicano, no tiene en 1977 reales posibilidades de combatir la acción de las camarillas que se encuentran incrustadas en el propio interior de la maquinaria del gobierno; en general, la acción de estas camarillas agudizan el tortuguismo burocrático, fomentan la corrupción y evitan la coordinación requerida para la implantación de los planes gubernamentales. En el caso concreto de las dependencias vinculadas directamente al agro, su presencia fomenta el centralismo, la desorganización y la rivalidad entre organismos federales. Al dificultar la unidad de lo esencialmente heterogéneo de las dependencias con ingerencia en el campo, hace necesaria la constante presencia de la palabra presidencial para dirimir conflictos intra gubernamentales. Por tanto, dificulta el destierro del traslape de funciones. A la vez que obstaculizan la racional integración de las direcciones gubernamentales existentes en el anterior esquema organizativo, estas camarillas entablen luchas para obtener el control de las nuevas organizaciones creadas por la reforma. En general, los grupos así incrustados en la propia maquinaria burocrática obstruyen la canalización de recursos gubernamentales al campo, en los volúmenes y con la calidad adecuados –en forma de especie, de personal capacitado ó de recursos monetarios-.

 

Al manifestarse su presencia con todos estos escollos, con el feudalismo administrativo de las diversas camarillas burocráticas, éstas se convierten automáticamente en obstáculos para la efectiva implantación de los planes que el gobierno ha definido con respecto al medio rural. Por lo tanto, se convierten en un problema más, que dificulta la efectiva dirección gubernamental del proceso de salida a la crisis en el año de 1977. En concreto, obstaculizan el desempeño del papel que, en este proceso, le toca jugar al campo.

 

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* Los datos entre paréntesis, que aparecen constantemente de aquí en adelante, se refieren a la fecha en que ocurre el acontecimiento que funge como materia prima para una afirmación cualquiera. Para el lector interesado en profundizar en el acontecimiento, ó en ubicarlo –con cierto orden cronológico- en el devenir histórico del período que aquí se estudia, se recomienda remitirse al apéndice A.

169 Cfr. Capítulos II y IX, así como el apéndice “C”.