Site hosted by Angelfire.com: Build your free website today!

Capítulo V: obstáculos para el cumplimiento de la función superestructural del aparato burocrático, en la perspectiva de generar altos niveles de confianza en la burguesía rural

 

 

Un elemento del libro: El Estado en el agro mexicano en el contexto de  crisis: 1977, del Dr. Xavier Gamboa Villafranca

 

1)          Los proyectos de adecuación jurídica no elevan la confianza del capitalismo rural, y de sus organizaciones directas de lucha

2)          El proyecto de creación de los tribunales agrarios no expresa la forma en que la burguesía concibe debe darse la institucionalización de los conflictos sociales en el agro

3)          La continuación de las invasiones agrarias aumenta la desconfianza de la burguesía rural

4)          Aun la mínima afectación de tierras para fines agrarios, genera desaliento de la burguesía

5)          La transmisión de la nueva imagen ideológica de la reforma agraria

6)          Obstáculos para  el mantenimiento, dentro de límites soportables, de los niveles de vida de la población rural

7)          La actualización de los cuerpos represivos

8)   La manera de síntesis

 

 

Indice del Libro

Vea: listado de publicaciones

Ir a página del Dr. Xavier Gamboa Villafranca

Home Page del CEPROS

 

Enviar correo a:

Administrador de contenido

Administrador de diseño

 

 

 

1) Los proyectos de adecuación jurídica no elevan la confianza del capitalismo rural, y de sus organizaciones directas de lucha.

 

Para que tenga lugar la descampesinización total y definitiva del agro, el aparato burocrático del estado tiene que llevar a cabo la promoción de una serie de medidas destinadas a actualizar el aspecto concreto de la superestructura que se refiere al derecho agrario. Se ve forzado a intentar realizar una adecuación jurídica que brinda la suficiente seguridad de permanencia y expansión de la burguesía rural. Pero, a su vez, las modificaciones en torno al derecho agrario tienen que partir de la modificación de algunos aspectos del funcionamiento general del derecho en el estado mexicano en su conjunto.

 

Como ya se ha visto, durante 1977 la problemática fundamental del estado estriba esencialmente en cómo salir de la crisis inmediata, de manera que el desarrollo capitalista sea asegurado para el futuro inmediato. Desde la perspectiva presidencial, el derecho es uno de los principales medios para efectuar las transformaciones decretadas por el pueblo, a la vez que un mecanismo que permite el control estatal de estos cambios, evitando que se conviertan en realmente revolucionarios: el derecho ha sido el medio por el que se han instituido, a su culminación, las explosiones sociales y es el único medio para evitarlas, si sus técnicas se aplican para atender las necesidades generales y la promoción de la justicia conmutativa, distributiva y la social...(X/11).

 

La lucha revolucionaria (de la revolución mexicana, obviamente) aparece, así como posible dentro de los marcos jurídicos existentes; sólo para transformarlos, no para transgredirlos (IX/1): nuestro sistema constitucional abierto, facilita cambiar las leyes cuando las realidades lo demanden ó incluso para construir mejores realidades; pero en tanto la ley esté en vigor, debe ser acatada por gobierno y gobernados. Se admite lucha para cambiar la ley, pero no para transgredirla. De ahí que, en el proceso de salida a la crisis, se conceda durante el año una alta prioridad al derecho. Una preocupación fundamental de la fracción hegemónica de la burocracia es, precisamente el sentar las bases jurídicas para posibilitar la legitimidad –ante las diferentes fracciones de la burguesía- del proceso de salida a la crisis.

 

Sin embargo, los propios mecanismos conforme a los cuales se da esta actualización del derecho, en aras de la generación de suficientes dosis de confianza en la clase del capital, van a tender a revertir en sentido contrario; en la producción de fuertes dosis de desconfianza. Por ejemplo, el poder ejecutivo llegó a pretender que se legitimara la lucha de los contrarios, como un requisito sine qua non para la realización de su esquema salvador. En este contexto, surge su programa de reforma política controlada –no hegemónica- de los grupos y partidos políticos minoritarios. Se maneja éste como una respuesta-concesión estatal a una necesidad presente en la sociedad mexicana del momento; existe un constante reclamo de las minorías porque se garanticen procesos electorales legales, y el estado no puede negarse a analizar esta petición que parece estar fundada (IX/8). A la vez que posibilita formalmente la apertura de canales de expresión institucional a las disidencias (IV/27), la reforma política hace posible que el aparato burocrático pueda recurrir a una mayor presión  del movimiento proletario a fin de lograr mayores inversiones productivas por parte del capital privado (V/2). Esta posibilidad de acrecentamiento del poder político real del gobierno –y, consecuentemente, del aumento de la autonomía relativa del estado mexicano- es precisamente lo que genera la desconfianza de algunos grupos de la burguesía. El temor parece consistir en que el aparato burocrático pueda llegar a estar en posición de hacer efectivas algunas de las medidas que anuncia con respecto a hacer obligatorio el que el capital privado baile al son de la música tocada por el aparato gubernamental.

 

Podría aquí introducirse como ejemplo el hecho de que la falta de inversión del sector privado obliga al gobierno a introducir una leve amenaza; no se permitiría que los empresarios volvieran a sacar capitales del país. Ello significa que se contemplaba la posibilidad de imponer algún tipo de control de cambios. Y la visión del capital no era del todo errónea. Las posibilidades de que se llevara a cabo en la realidad, se incrementaban en la medida en que la burocracia se pudiera apoyar simultáneamente en la desgastada maquinaria corporativa del estado, y en las minorías políticas. Además, se preveía la generación de una nueva crisis de confianza, si la propuesta gubernamental de legislar para efectuar una distribución  más equitativa de las cargas fiscales (IV/27), se hacia efectiva durante las sesiones ordinarias del congreso de la unión, a partir del 1° de septiembre.

 

Pero a la natural desconfianza generada en la burguesía por el intento de llevar a cabo la reforma política, se agregan otros factores. El congreso de la unión es el principal cocinero de las adecuaciones jurídicas. Parecía ser un hecho –aunque no era del todo imposible que se tratara de una mascarada ideológica más- que el poder legislativo estaba cobrando una creciente independencia frente al poder ejecutivo. Algunos grupos ubicados al interior del congreso de la unión, principalmente en la cámara de diputados, presionaban hacia una posición más a la izquierda que en la que se ubicaba la fracción López Portillista de la burocracia. Al respecto, destacan algunos grupos de técnicos, a la sazón localizados en el interior del recinto parlamentario. Por ejemplo, el diputado Armando Labra, candidato a presidente del colegio nacional de economistas, decía el 24 de septiembre:

 

“Es necesario construir el análisis objetivo de la crisis nacionales y proponer opciones concretas, realistas y rigurosamente identificadas con las clases populares...El colegio nacional de economistas expuso oportunamente los riesgos y cercanía de la crisis y hoy tiene la responsabilidad histórica de apuntar los márgenes más progresistas y revolucionarios de la acción pública y privada, para oponer al liberalismo anacrónico y al neoclasiguismo entreguista una interpretación calificada de la economía y la política económica para servir a los intereses del pueblo.

 

Pero al interior de la cámara, incluso las representaciones de la maquinaria corporativa a veces exceden a la propia posición gubernamental, lo cual de nuevo genera la incertidumbre de una burguesía tradicionalmente beneficiaria de amplios privilegios. La asesoría jurídica de la CTM anunció que la diputación cetemista pediría el acceso de los sindicatos a la contabilidad de las empresas, y exigiría que la SHCP enviase a los sindicatos notificaciones de cuando los empresarios presentaran  manifestaciones complementarias, con el fin formal de evitar fraudes en el reparto de utilidades. Si a ello se agrega la posición –al menos verbal- de los diputados de algunos de los partidos de oposición registrados en esos momentos, se comprende mejor este temor de la burguesía. En la cámara de diputados se llegó a pedir, por ejemplo la investigación y acción legal contra prestanombres perfectamente identificados. El 20 de septiembre, un diputado del PPS afirmó tener en su poder una lista de nombres de los principales monopolios internacionales y nacionales que operaban en la industria alimentaria. Pidió que la lista pasara a manos de la comisión de defensa de la economía popular para que si hay delitos que perseguir, proceda en consecuencia, a la vez que solicitó la nacionalización de esta industria (IX/21).

 

Además, durante 1977 está en pleno apogeo la etapa de reacomodo de fuerzas, al interior del estado, producida por el desplazamiento sexenal del poder ejecutivo federal. Esta lucha impactó la forma como se dio la efectiva implantación de las medidas López Portillistas tendientes a la modificación superestructural –específicamente jurídica-, para lograr aumentar la seguridad de los inversionistas y empresarios. A fines de julio, por ejemplo, la corriente de poder inserta en la cámara de diputados –con vínculos políticos más ó menos claros respecto a la administración presidencial pasada- hizo una denuncia en la reunión de parlamentarios mexicanos y europeos, señalando implícitamente que el tipo de candado impuesto por el FMI hacía muy difícil conciliar la libertad, confrontando una sociedad de consumo y de dominio (VII/26). Puesto que esta aseveración provenía de una todavía poderosa corriente política, no podía menos que coadyuvar a erosionar las bases de legitimidad del modelo de desarrollo puesto  en operación por el gobierno federal y, más específicamente, del conjunto de modificaciones jurídicas que se proponían para posibilitarlo. En concreto, contribuyó a generar desconfianza de la clase del capital en cuanto al contenido esencial de las reformas jurídicas que este tipo de diputados podría llevar a cabo.

 

La burguesía, pues, da muestras de no confiar totalmente en la eficacia de los mecanismos de control sobre los diputados. No estaban ciertos sus organismos directos de lucha de que todavía funcionaban cabalmente, por ejemplo, los mecanismos que permitían otorgar compensaciones económicas –como vía de incremento de sus salarios nominales- a los diputados que se disciplinaran y acataran la línea política (siempre progubernamental ) del líder de la cámara (IX/29).

 

Esta falta de confianza se manifiesta de múltiples maneras. Una de las mas claras señales de ésta, estriba en la posición adoptada por representantes de los congresos locales –al nivel de la entidad federativa-. Una posición que, en sus momentos cumbre, llegó a adoptar la forma de conflictos entre estos congresos locales y el congreso de la unión. Por ejemplo, el 27 de marzo, diputados de los congresos locales de 31 estados del país pidieron a JLP la supresión de la facultad del congreso de la unión para intervenir en los problemas de los estados, y de decretar la desaparición de poderes en una entidad federativa cualquiera (III/27).

 

Es dentro de este contexto de cambio, adecuación y actualización jurídica general, por un lado, y de desconfianza no eliminada –y, hasta cierto grado, incrementada- de la burguesía, por el otro, que se revisa la legislación respecto al agro. Recuérdese que la posición gubernamental es que, si no se hace producir al campo, se minimizan las posibilidades de salir exitosamente de la crisis (IX/10). Pero, los círculos oficiales tenían la certeza de que la legislación agraria, en general, estaba perdiendo  progresivamente su carácter mítico, conforme al cual aparecía como un elemento  indispensable en la producción agropecuaria (III/28). De ahí la necesidad de su revisión; JLP afirma, en su informe presidencial: estamos revisando la legislación...Tenemos proyectos para la creación de los tribunales  agrarios y para la reconstrucción  y organización colectiva de las unidades de producción por reagrupación de la tierra mediante múltiples formas de asociación entre los diferentes tipos de productores y el estado (IX/1). El secretario de la reforma agraria se encarga de poner en claro que de lo que se trata es de adecuar la norma legal para que se adapte a la realidad, y no al revés (como hasta entonces venía sucediendo), en donde es la norma legal la que encauza las actividades del sector (IX/29). Claramente, de la realidad de que se trata es de la que requería la expansión del capital en el campo; pero la burguesía rural no tenía la seguridad absoluta de que ello era así.

 

Las modalidades que adopta el proceso de modificación del conjunto de normas legales referentes al agro, están determinadas por el objetivo gubernamental de lograr dar coherencia integral a la problemática rural. Es decir, se trata de incluir en un todo a los aspectos jurídicos, sociales, económicos, culturales y políticos vinculados al campo (X/2). Es precisamente con esta perspectiva que se intenta dirimir la contradicción respecto a la política estatal a seguir en el agro. Se piensa que si se emprenden acciones para reducir cada vez más la propiedad particular en el campo para entregarla a los campesinos, se atenúa efectivamente la posibilidad de conflictos en el campo, pero se agudiza la crisis económica –principalmente en lo que se refiere a la producción de alimentos- en el resto de la sociedad y en el propio campo (VI/10). ¿Cómo se resuelve esta contradicción? La respuesta oficial-gubernamental es clara: modificando la legislación  para dar plena seguridad al empresario rural: la política al sector rural tiende a dar seguridad definitiva en la tenencia de la tierra, ocupar a la mano de obra excedente y a impulsar la productividad y la producción en todas las formas de tenencia de la tierra: comunal, ejidal y pequeña propiedad (X/?). Es en este contexto que –se afirma- se revisarían 18 leyes agrarias, para tener una legislación coherente –sin contradicciones internas, como hasta entonces-. Todavía durante el período de sesiones del congreso, era amplia la posibilidad de que fueran derogadas buena parte de las leyes promulgadas de 1970 a 1976, a fin de formar una sola ley general de producción. Por lo menos esa era la suerte que parecía esperarle a: la ley federal de reforma agraria, la ley federal de aguas, la ley general de crédito rural y la ley de sociedades de solidaridad social (X/2). Estas modificaciones, sin embargo, -para no dejar una papa caliente para el período de sesiones del congreso de 1978- no se efectuaron en 1977.

 

Pero, de nuevo por la incertidumbre general mencionada, el empresario rural (y  sus representantes directos políticos) no estaba seguro de que la posición formal del gobierno correspondía a la realidad. Su desconfianza se acrecenta cuando, dentro de la reforma administrativa y en función de la acción de las demás instancias encargadas del proceso de salida a la crisis, se anuncia que la secretaría de la reforma agraria sería totalmente reestructurada, tendiendo  a convertirla en una organización ágil, ya que hasta ese momento mantiene una estructura social injusta (X/10). Aumenta todavía más, cuando se anuncia (IX/23) que el consejo consultivo de la SRA se desconcentraría, por regiones a partir del año siguiente, asegurando que con ello se resolvería objetivamente la problemática y se evitaría el constante ir y venir de los campesinos a la ciudad de México.

 

Un elemento adicional. Toda esta desconfianza de la burguesía rural respecto a la actuación de un aparato burocrático que había declarado casi explícitamente colocarse a su servicio, es constantemente alimentada por el hecho de que la difusión del avance de las ciencias sociales que toman como hecho de que la difusión del avance de las ciencias sociales que toman como objeto de estudio al agro, en el marco de agudización de la lucha de clases, aportaban progresivamente elementos que clarificaban socialmente el verdadero carácter de los diversos niveles jurídico-legales relacionados con el medio rural. Por ejemplo, cada vez se generaliza más el fondo esencial del amparo agrario; su carácter defensor de los intereses particulares-privilegiados, contra los intereses colectivos de los productores directos y trabajadores del agro mexicano (III/27).

 

En síntesis, el derecho aparece, para la fracción hegemónica al interior del gobierno, como un aspecto que había que actualizar con el fin legitimador de dar las mayores facilidades de fortalecimiento al capital en el contexto de salida a la crisis. Esta adecuación tiene que darse al interior del congreso de la unión en momentos en que el poder legislativo da visos de iniciar una existencia relativamente independiente. Su puesta al día ocurre en un contexto de reforma política que aumenta potencialmente la presencia de las minorías de izquierda en la cámara de diputados; en un marco en el cual las diputaciones obreras organizadas y las de oposición toman una posición verbalmente radical; y, donde el grupo echeverrista –más a la izquierda al menos formalmente, que la fracción López Portillista- da sus últimas patadas de ahogado. Por ello, el capital no tiene las suficientes pruebas para determinar si efectivamente continuarían totalmente controladas las acciones de los diputados: si su acción legislativa no redundaría en cuerpos legales que dañasen en algún grado los intereses de la burguesía. Es esto lo que condiciona el que presionen para que se reduzcan considerablemente las facultades del congreso de la unión. Y esto es lo que hace que la clase del capital vea con recelo el anuncio de modificación de las 18 leyes; es lo que determina que mantenga una actitud vigilante respecto a la formulación de la nueva ley general de producción. Teme que las declaraciones verbales del gobierno no coincidan con lo que realmente tenía pensado hacer; teme que la solución de la contradicción campesinización-descampesinización no se resuelva jurídicamente a su favor, sino en aras del interés parcial de las mayorías del agro mexicano. En fin, sus dirigentes directos se sienten más inseguros en la medida en que se van dando públicamente a conocer los privilegios, de todo tipo, de que tradicionalmente ha sido beneficiaria la burguesía.

 

Ir al principio de este documento

Enviar correo a:

Administrador de contenido

Administrador de diseño

 

 

2)     El proyecto de creación de los tribunales agrarios no expresa la forma en que la burguesía concibe debe darse la institucionalización de los conflictos sociales en el agro.

 

      Para obtener altos grados de certeza de que la estrategia gubernamental de salida a la crisis conduciría necesariamente a la eliminación de los obstáculos existentes para su expansión en el agro, la burguesía rural requería estar segura de que los conflictos sociales que en ello generaría, serían efectivamente –y permanentemente- arbitrados por el estado mexicano. Sus líderes reclamaban tener la garantía de que la solución a su favor en la lucha de clases no sería esporádica, sino institucionalmente conducida por el aparato burocrático, y secundada por la maquinaria corporativa del estado mexicano. En suma, en el lenguaje oficial, se requería que la legitimación de la lucha de los contrarios en el agro no fuera aniquilante, sino integrante (VI/1). Y es precisamente en este marco que surgen los tribunales agrarios.

 

Durante el año 1977, se aseguraba públicamente que en el período ordinario de sesiones del congreso de la unión, se reformaría el artículo 27 constitucional. Con ello, se pretendía dar vigencia legal a lo que entonces parecía la inminente instalación de los tribunales agrarios, a la vez que a la clara tipificación de la extensión, derecho de agua y modalidades de cada una de las formas legales de tenencia de la tierra (X/2). Es tanta la urgencia que se tiene de esta institucionalización de los conflictos y luchas sociales en el campo mexicano, que el coordinador de la comisión encargada de los proyectos de creación de los tribunales agrarios llegó a asegurar que para fines de 1978, éstos estarían funcionando en todo el país (X/10).

 

¿Las noticias en torno a la constitución de los tribunales agrarios, fueron capaces de generar la suficiente confianza al capital? Hay algunos elementos que permiten establecer que ésta no llegó a los niveles demandados por los empresarios rurales. Ello quizá constituye la razón principal del hecho de que estos proyectos no fueron discutidos en el congreso.

 

En primer lugar, a los ojos de la burguesía se tenía el antecedente real de que –bajo otras formas, y en una relativamente pequeña escala- éstos habían existido desde 1915, con pésimo funcionamiento en cuanto al logro de los objetivos de control de la solución de conflictos. De esta manera, si el estado no era capaz de inyectarle verdaderos elementos rejuvenecedores, su existencia estaría condenada, de hecho, a generar en la burguesía más desconfianza que confianza (V/16).

 

Históricamente, la burguesía rural había tenido dificultades para controlar totalmente a las instancias estatales intervinientes en la solución de los conflictos rurales. En muchos casos no le había sido posible supeditar permanentemente –lo que prácticamente significaría tener a su disposición a las comisiones agrarias mixtas- al delegado regional de la SRA (ó de las dependencias gubernamentales que a ésta antecedían). Hasta 1977, en efecto, el presidente de una comisión agraria mixta era el delegado de la SRA quien –por mantener su legitimidad personal y por cumplir con los grandes objetivos de arbitraje estatal de la lucha de clases- generalmente luchaba por no echarse totalmente en brazos de los grupos de la burguesía con intereses ubicados físicamente en el área bajo su jurisdicción. Por tanto, el poder del delegado  de la SRA en el arbitraje de la lucha social por la tierra –por ejemplo- era muy fuerte. Una de las pocas instancias estatales que podría declarar la nulidad de los actos del delegado de la SRA era la propia comisión agraria mixta. Esto casi nunca ocurría, porque al desconocer los actos del delegado, la comisión estaría declarando la nulidad de los actos de su propio presidente (VIII/22).

 

Mediante los proyectos de creación de los tribunales agrarios, prácticamente en sustitución de las comisiones agrarias mixtas, la posición de la burguesía rural resultaría favorecida a expensas del debilitamiento de la posición gubernamental regional y local; es decir, se favorecía al reducirse el poder del delegado de la SRA. Todo parecía indicar  que la presencia directa de los empresarios rurales en los tribunales agrarios sería más fuerte que en las hasta entonces existentes comisiones agrarias mixtas. Por ello, prácticamente  desaparecería la relativa concentración del poder en manos de la SRA –en comparación con el resto  de las partes  que las integran- en materia de resolución de conflictos en el ámbito regional y local.

 

Así, la existencia de los tribunales agrarios podría conducir al surgimiento de fuertes luchas entre las instancias regionales y las instancias nacionales del estado mexicano, encargadas  del arbitraje de la lucha de clases en el campo. Las instancias regionales tenderían a favorecer cada vez más  a la posición de la burguesía regional, en tanto que las de mayor alcance –en aras de legitimidad- se verían forzadas a hacer el contrajuego. La resolución de la contradicción, presumiblemente sería  a favor de estas últimas, con lo que la inconformidad de la burguesía regional-rural iría en aumento.

 

Para que efectivamente los proyectos de creación de los tribunales agrarios se hubiesen convertido en un aliciente más en la producción de confianza de la burguesía, el estado habría tenido que contemplar con máximo cuidado su funcionamiento, dentro de las instancias estatales, para asegurar la efectiva no intervención de éstos en la esfera de acción exclusiva del propio ejecutivo federal (IV/10). El problema consistía en que de alguna manera se percibía que los tribunales agrarios se verían sometidos, a nivel regional y local, a presiones políticas difíciles de vencer, con lo que en ocasiones éstos propiciarían el enfrentamiento con las instancias nacionales (en cuanto alcance) del estado. Ello parecía peligroso, particularmente en momento en que algunos de los aparatos nacionales de poder –incluyendo algunas posiciones minoritarias del propio poder ejecutivo federal- desideologizante, acentuado después de 1968, que coadyuvaba a que quedara fuera del control del estado una parte no despreciable del ámbito de su propia actuación.

 

Ir al principio de este documento

Enviar correo a:

Administrador de contenido

Administrador de diseño

 

 

3)     La constitución de las invasiones agrarias aumenta la desconfianza de la burguesía rural.

 

Tendiendo a contaminar sus objetivos de descampesinización, persiste sobre el gobierno una creciente presión, ejercida por grupos disidentes, para el reparto de tierras. Presión que, por múltiples factores ya mencionados, no encuentra una pronta respuesta gubernamental. La CCI, por ejemplo, asegura que más de 3 millones de hectáreas siguen en manos de latifundistas (V/20), en tanto que la SRA se empeña en negar que, legalmente ésta sea la situación. La insatisfacción de los requerimientos agrarios de tierra desemboca en más invasiones de tierra. El problema se solucionaría, a los ojos de los capitalistas rurales, cuando el aparato burocrático neutralizara estas presiones, bien sea indirectamente –a través del cambio de relación hombre / tierra por el de hombre / empleo-, ó bien sea indirectamente –mediante la utilización del aparato represivo-.

 

Para que la burguesía rural y sus dirigentes directos percibieran la suficiente seguridad como para expandir sus empresas, se habría requerido del gobierno la adopción de la adopción de una posición que se tradujera en un freno constante a las invasiones agrarias. Sin embargo, existieron algunas dificultades para el cabal logro de esto.

 

El hecho es que las invasiones continúan durante el año, en un contexto en que oficialmente se anuncia que no se admitirían más. Ciertamente, el nivel de su incidencia no es alto, peri aún esta mínima existencia es considerada por la burguesía rural como signo desalentador del posible rumbo de la política agraria gubernamental. A los ojos de los representantes políticos directos de la burguesía, se demarca una probable vuelta atrás a los negros días del Echeverrismo. Y es que no sólo son grupos y partidos disidentes de izquierda los que hacen ó propician la toma de tierras. Incluso la actividad política de los dirigentes de las diversas organizaciones miembros de la maquinaria corporativa en el agro, es señalada como principal factor en la realización de invasiones agrarias. Por ejemplo, el 24 de agosto 300 miembros de la UGDCM invadieron predios de miembros de la CNC y pequeños propietarios en Sinaloa (VIII/24). Tal acontece también en el caso del señalamiento, hecho por el gobernador de Hidalgo, de que el secretario general del consejo agrarista mexicano (CAM) –además diputado federal- es el principal auspiciador de 260 invasiones, ocurrida de enero a octubre, en la Huasteca Hidalguense (VIII/29). Además, a mediados de julio, la CCI amenazaba con invadir 300,000 hectáreas del estado de San Luis Potosí, que –desde el punto de vista de sus dirigentes en la región- constituyen latifundios disfrazados (VII/13).

 

Hasta septiembre, la respuesta gubernamental había consistido en relacionar las invasiones con el régimen precedente. La versión oficial estriba en que, en la administración de López Portillo, no se habían dado nuevas invasiones. Se sostiene que las existentes son invasiones que ya estaban realizadas al inicio del período presidencial de JLP, pero que aún así se las combate precisamente para evitar la generalización de nuevas acciones similarmente ilegales. La SRA fue muy clara al respecto: la SRA no cederá ante presiones  de grupos que se posesionen ilegalmente de predios agrícolas...Las invasiones campesinas que aún subsisten en el país se están reprimiendo para evitar que se generen más...Es en los estados de Tamaulipas, Sinaloa, Veracruz e Hidalgo donde se están desalojando los predios invadidos, y estas ocupaciones son herencias del pasado...(IX/14).

 

Pero diferentes agrupaciones de lucha de la burguesía rural no comparten esta perspectiva oficial. Los representantes de los empresarios agrícolas y ganaderos sostienen que las invasiones continúan, por lo que no pueden tener total confianza en el régimen.  Afirman que por inercia, y en mal entonados (VII/13) por el apoyo que tuvieron durante el sexenio pasado, los líderes de agrupaciones formalmente miembros del pacto de Ocampo, continúan invadiendo tierras. La confederación Nacional Ganadera, por ejemplo, establece:

 

“en lo que va del año, han ocurrido ocupaciones ilegales en los estados de Hidalgo, Oaxaca, Durango y Veracruz, pero invasiones viejas existen prácticamente en todo el país. Es necesaria la intervención de las autoridades competentes para que frenen la actitud irresponsable de Serrano (CAM) y Martínez Uriarte (UGDCM), quienes quedaron encarrerados  y continúan fomentando invasiones de tierras, (IX/27).

 

Consideramos aquí que la versión de las diferentes fracciones de la burguesía rural es más apegada a la realidad –en el sentido de que  continuaban existiendo invasiones de tierras- que la oficial-gubernamental. Por una parte, inquietud, desempleo y deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores rurales se unen y condicionan el que los líderes locales y regionales de las organizaciones políticas domesticadas salten las trancas que a su acción le han impuesto los dirigentes nacionales de las mismas. Las bases sociales de las organizaciones campesinas entran en un proceso, de creciente intensidad, de rebasamiento de sus dirigentes. Actúan de manera diferente a la que les está permitida por los controles estatales establecidos.

 

Por otra parte, los grupos campesinos radicalizados –no miembros del pacto de Ocampo-, que pueden llegar a amenazar con invasiones en caso de no dar satisfacción a sus necesidades agrarias, se muestran cada vez menos manipulables. No son un blanco tan fácil, como antes, para el arma (frecuentemente utilizada por los latifundistas de viejo y nuevo tipo) consistente en, a la par de cederles los terrenos más improductivos que formen parte de sus propiedades, lograr aumentos en el índice de agotadero de la porción restante que permanece bajo su control. La frecuente práctica de este mecanismo concreto, conforme al cual era común que el empresario rural se deshiciera de sus tierras de más mala calidad, pero a la vez se aseguraba de la legalización del incremento en la productividad pecuaria de las tierras restantes (V/18), había puesto en sobre aviso a estas organizaciones radicales del campesinado.

 

Desde la perspectiva del capital, durante 1977 las inversiones de tierra continuarían en tanto que el gobierno del estado mexicano no actualizara la utilización de la represión para frenarlas directamente. Por esta razón, dado que esto no sucedió, la burguesía rural siguió dando muestras de no confiar totalmente en la política agraria del régimen presidencial de José López Portillo.

 

Ir al principio de este documento

Enviar correo a:

Administrador de contenido

Administrador de diseño

 

 

 

4)     Aun la mínima afectación de tierras para fines agrarios, genera desaliento de la burguesía.

 

Los dirigentes del aparato burocrático ponen especial énfasis en dejar ver que no están interesados en la afectación de la pequeña propiedad. Ello es así, en virtud de que su política de afectaciones de tierra durante 1977 no está normada en función de las necesidades agrarias globales, sino en función del mantenimiento de niveles de legitimidad juzgados como adecuados.

 

Fue grande el esfuerzo gubernamental para demostrar esto. Multitud de hechos indican su presencia, pero aquí sólo se mencionarán algunos. Por principio de cuentas, para ir eliminando expectativas sociales incontroladas, se difunde masivamente lo que no es posible afectar. Concretamente, se informa que las resoluciones agrarias negativas serían publicadas, para no seguir engañando a los campesinos (IX/9). Además, el propio  presidente  de la república notifica (IX/1) que, con objeto de eliminar incertidumbres respecto a la tenencia de la tierra, se afectará cuanto antes todo lo que sea afectable. Asegura que, hasta el primero de septiembre, su administración había ejecutado resoluciones por más de un millón de hectáreas, para beneficio de 7,800 familias. En este cuadro, hay que incluir la información proporcionada por el secretario de la reforma agraria, en el sentido de que durante 1978 se regularizarían 28 millones de hectáreas (IX/17).

 

Además, aquí convendría no perder de vista el hecho de que el carácter mismo de las afectaciones de fines del sexenio precedentes, tendrían a perder la relativa radicalidad que tuvieron en sus momentos cumbre. Para mediados de octubre, los dirigentes de la CCI, UGDCM, CNC, y CNPP, acordaron devolver a sus antiguos dueños los bienes muebles en poder de los ejidatarios que ocupaban las tierras expropiadas en Sonora en Noviembre de 1976. Además, en ocasión se anunció que se trataría de detectar errores en el procedimiento de afectación, y enmendarlos; ello se iniciaría mediante la realización de una depuración censar para llenar las vacantes de los dos mil campesinos que no acudieron al reparto de tierras y que habían entregado sus solicitudes. La selección de los aspirantes a sustitutos se realizaría basada en criterios de capacidad agraria; antigüedad de la solicitud; necesidad real de tener una parcela, etc.

 

Por otro lado, las posibilidades de afectación legítima –a los ojos del capital- no se habían agotado totalmente. En los proyectos de riego (de grandes proyectos de riego), iniciados durante el sexenio de Echeverría, es que podrían también repartirse tierras a ejidatarios. Por ejemplo, en el sistema de irrigación Pujal-Coy, se entregaron 5,500 hectáreas, que beneficiaron  a 560 ejidatarios de 10 centros de población. En su primera fase, el proyecto contempla la irrigación de 72,000 hectáreas. Cuando esté totalmente terminado, el distrito de riego del Río Pánuco – en que se incluirán, entre otros, el distrito de riego Pujal-Coy (primera y segunda fases), chicayán y las Animas, aunado a numerosas unidades de riego para el desarrollo rural- abarcará 600 mil hectáreas, todas ellas susceptibles de satisfacer necesidades de reparto de tierra.

 

Por otro lado, se generan altos niveles de seguridad en la burguesía agraria, desprendida de la penuria económica gubernamental en materia de afectaciones agrarias. Sus dirigentes perciben que mientras no tenga el gobierno los recursos suficientes –en los casos extremos en que se vea políticamente comprometido a dotar de tierra a determinados grupos sociales, cuando sus posibilidades de dotación se hubiesen agotado  y solo le quedara como recurso la compra de terrenos a particulares (V/16)-, la burocracia  no podrá pagar el precio comercial de la tierra. En concreto; en tanto que el gobierno careciera de recursos para comprar tierras destinadas a satisfacer necesidades agrarias, los empresarios rurales suponen que las posibilidades de que sus propiedades resulten afectadas, son lejanas. Saben que difícilmente se repartirán extensiones considerables de ellas, sin pago comercial de por medio.

 

Esto, y mucho más esfuerzos gubernamentales, debieron bastar para generar altas dosis de confianza de la burguesía en el régimen en turno. Sin embargo, ello no parece haber sido así. Diferentes agrupaciones de empresarios rurales señalan constantemente la posibilidad de que sus superficies sean afectadas –sin recibir pago justo en cambio- por lo que demandan seguridad en la tenencia de la tierra.

 

¿Por qué esta desconfianza, de la burguesía en el gobierno? Básicamente, por la presión de la izquierda, tanto de la que tímidamente existe al interior del propio gobierno, como de la que claramente se siente en su ámbito externo. Se encuentran presentes aquellas posiciones en cuya concepción lo afectable realmente es mucho más de lo que sostiene el gobierno; presionan al estado para efectuar una reforma agraria más radical. Estas pugnan por la afectación de las aproximadamente 70 millones de hectáreas boscosas, agrícolas y ganaderas que están en manos de unos 4,000 propietarios. Este tipo de posición intenta, en su versión más radical, orillar al estado a afectar las tierras –en general- de quien no las trabaja personalmente (III/13).

 

Por esta potencial radicalización de la reforma agraria, la burguesía rural guarda un permanente estado de recelo. Debido a ella, cuando las dependencias gubernamentales involucradas tienen que realizar investigaciones agrarias en el campo –más por presiones político-coyunturales, que por estar de acuerdo con una efectiva planeación a mediano ó largo plazo- el capital recurre invariablemente a argumentos en torno a la posible disminución de su confianza (V/10). Expresión de esta actitud es la amenaza concreta de que, si seguían los intentos de socialización en el campo, las inversiones se retractarían. A mediados de octubre, por ejemplo, el vicepresidente de la COPARMEX decía: “recientemente fueron afectadas ilegalmente 350 hectáreas en Ciudad Obregón, Sonora, contra la política trazada por el presidente López Portillo...El intento de socialización del campo –puesto en marcha durante el sexenio pasado- a base de despojos y acciones ilegales, provocó la fuga de capitales...De persistir esta situación, la economía nacional no se recuperará...Las afectaciones ilegales provocarán desconfianza, inhibición del espíritu empresarial, retracción de inversiones y en lo futuro, grave escasez de alimentos (X/14).

 

Ir al principio de este documento

Enviar correo a:

Administrador de contenido

Administrador de diseño

 

 

 

5)     La transmisión de la nueva imagen de la reforma agraria.

 

En el pensamiento oficial, es a partir de la estabilidad política –que permitía establecer una reforma administrativa, una reforma fiscal y una alianza para la producción- que se recobraría la estabilidad de la economía del país. Tal y como lo dijo JLP (X/11), éste es uno de los principales trasfondos de lo que se quiso transmitir en el informe presidencial de 1977.

 

Durante el año, el gobierno del presidente López Portillo lleva a cabo cambios políticos, sin menoscabo de las leyes, para despertar un clima de confianza entre los capitalistas, en general, y entre la burguesía rural, en particular. Estos cambios implican, forzosamente el que con respecto al campo se dé la difusión de una imagen diferente de la reforma agraria.

 

La necesidad de efectuar esta  actualización de la imagen ideológica en torno al contenido y orientación de la reforma agraria –al igual que respecto a los aspectos jurídicos vinculados con ella- es muy clara para la maquinaria corporativa del estado mexicano. El 28 de agosto, al tomar la protesta del nuevo comité ejecutivo nacional de la CNC, su secretario  general pronunció un discurso en que se hizo perfectamente claro que la imagen de la reforma agraria requería de cambios. El discurso señalaba  los principales objetivos a lograr, muy similares a los objetivos que hasta entonces habían sido manejados por funcionarios gubernamentales: i) fin de la etapa de distribución de tierra; ii) reestructurar ejidos, comunidades y nuevos centros de población ejidal, para constituir en ellos empresas; iii) cambiar  la relación hombre/ tierra, por la de hombre/ empleo; iv) proteger la propiedad privada en el campo; v) no aceptar invasiones; vi) posibilitar la asociación de los campesinos con los demás sectores (capital); vii) manejar de manera adecuada los mecanismos de persuasión requeridos para lograr todo lo anterior; viii) incluir los derechos del campesinado en el texto constitucional, igual que lo han hecho los obreros y los pequeños propietarios (VIII/29).

 

En esta imagen de lo deseable, se parte del postulado de que la revolución no se ha rezagado;  son los hombres los que en casos excepcionalmente graves han llegado a fallar (IX/19). Y, precisamente para evitar que los hombres lleguen a fallar en la actualidad, se tiene que lograr que la revolución cumpla su cometido de posibilitar que el campo tenga una presencia que se preste a fundamentar ficciones económicas. Este argumento, obviamente, hace a un lado el hecho de que la economía ficción es, en sí misma una ficción.

 

Con el anterior argumento de cualquier manera, se está en el centro de una nueva modalidad en el manejo ideológico-estatal de la situación global de la economía nacional. Conforme a ella, por ejemplo, si se autorizan aumentos en los precios de productos  populares, es con el propósito de salir de la economía ficción (VIII/24). La realidad entonces consiste en que los empresarios agropecuarios, los agro industriales y los comerciantes modernos deben obtener las mismas ó más altas utilidades. Todo lo que no sea esto, es ficción. Con este argumento, incluso, se llegó a afirmar que el alza en los precios al consumidor de los artículos socialmente necesarios son insuficientes. Tal aconteció en el caso del pan de trigo (VIII/24): desde abril de este año se aumentó el precio de garantía del trigo, pero el incremento no repercutió en el precio del pan. Significa que, durante todos estos meses, se mantuvo un precio ficticio...

 

Para evitar llegar en última instancia a las ficciones, en esta nueva imagen de la reforma agraria se contemple el que las acciones que no se puedan ejecutar, porque estén duplicadas ó porque no exista más tierra que repartir, se canalicen hacia los nuevos centros de población, para redistribuir el mapa demográfico del país (VII/27).

 

Además, se tiende a definir la posición oficial de la SRA en el sentido de que no se tiene conocimiento de la existencia de  latifundios (VII/19). Cuando más, se llega a la admisión de la existencia de acaparamientos, pero niega la existencia legal de latifundios, pero reconoce –aunque ello lo presenta, más como materia de investigación que como hecho dado- que hay acaparamiento de tierras (VII/1).

 

Por último, se pretende que esta ideología se nutra, en general, de lo  más florido de la intelectualidad al servicio del Estado. Por ejemplo, en un intento más por tratar de encontrar nuevas salidas a la problemática rural, la SRA inauguró, el 9 de junio, una serie de reuniones a las que asistieron investigadores de esta área, con el fin de confrontar tesis diversas al respecto. El problema es que, aún aquí, no estaban adecuadamente  representadas las corrientes más progresistas; la diversidad de opiniones se limitaba –en sus extremos más progresistas- a los sectores tecnocráticos del propio estado (VI/9).

 

Sin embargo, no es cosa sencilla la construcción –ó modificación sustancial- de un sistema ideológico de sólido raigambre en la población del campo mexicano. Al inicio de su constitución se tuvieron  grandes lagunas. Hasta finales de septiembre, las acciones en materia de política agraria emprendidas durante el período presidencial de LEA eran una especie de válvula de escape a las carencias del nuevo sistema ideológico que al respecto se construía. En nuestra opinión, es en este contexto  que debe verse el encarcelamiento de Félix Barra García (IX/27). Por tratarse precisamente de que el inculpado es un exsecretario del régimen pasado, de la reforma agraria en particular, no se puede menos que pensar que efectivamente se trata de un hecho jurídico, pero de trasfondo político; jurídico en la forma, político-ideológico en el fondo. El affaire Barra es la encarnación de una suerte de lucha selectiva contra la corrupción; se selecciona a los inculpados, de acuerdo a su posición política, del vasto universo de personalidades corruptas existente en el juego político mexicano.

 

El encarcelamiento de Barra García es una de las manifestaciones concretas del nuevo rumbo impreso a la reforma agraria; no más ocupación, invasión ó afectación de la tierra perteneciente a pequeños propietarios. A esta hipótesis presta solidez el hecho de que la CNG, con motivo del asunto que aquí se analiza, intentó presionar más, afirmando que en el sexenio pasado, el secretario de la reforma agraria inculpado –acusado ahora de responsabilidad oficial y ejecución de amenaza- propició desde su despacho invasiones agrarias, apoyado por el secretario general de la CNC, del CAM y de la UGDCM. Se sobreentiende que con esta posición, la CNG pretendía extender las acciones judiciales a estos dos personajes, pues habían secundado la acción atentatoria contra la sagrada pequeña propiedad en el medio rural (IX/27).

 

Pero –desde el punto de vista gubernamental- todo régimen presidencial representa la puesta en práctica de los postulados de la revolución a una coyuntura específica. Por esta razón, el régimen de JLP no podía seguir estimulando indefinidamente las críticas a la administración presidencial que le precedía. A juzgar por algunos acontecimientos –publicación del hecho de que en el sexenio anterior fueron más afectados los ejidatarios y comuneros que los latifundistas, por ejemplo, así como las declaraciones de JLP en el sentido de que era amigo personal de LEA, entre otros (X/2) –parecería que en octubre se llega a un punto en que el régimen presidencial empieza a rectificar su posición de solapar ó difundir directamente ataques a la política agraria del régimen Echeverrista, sustituyéndola por una perspectiva más orientada a su defensa. Presumiblemente, por debajo de esta modificación en la ideología gubernamental, está el hecho –aunque no es el único factor condicionante- de que el nuevo sistema ideológico había alcanzado, para entonces, un mayor grado de refinamiento; ya podía responder por sí mismo a los cambios  económicos y políticos, sin tener que recurrir emergentemente al pasado como excusa. Se empieza a decir, por ejemplo, que durante el régimen Echeverrista las afectaciones beneficiaron  más a la pequeña propiedad que al ejido y que, incluso, numerosos campesinos fueron privados  de sus derechos  agrarios. En efecto –se afirma- durante el régimen anterior los comuneros y ejidatarios fueron más afectados que los latifundistas. Se repartieron 4.2 millones de hectáreas que favorecieron a pequeños propietarios agrícolas y ganaderos, en tanto  que a los comuneros y ejidatarios se les expropiaron alrededor de 600 mil hectáreas; de estas, 108 mil fueron a favor de la secretaría de comunicaciones, recursos hidráulicos, PEMEX y comisión reguladora de la tenencia de la tierra. Además –se dice- quedaron sin ejecutarse resoluciones presidenciales, a favor de campesinos, sobre 17 millones de hectáreas, cantidad similar a la que entonces se encontraba abierta al cultivo. Había en total 30 millones de hectáreas que ya estaban dotadas por resolución presidencial, pero  que no se habían entregado; de éstas, sólo 13 millones fueron efectivamente cumplidas. Pero, lo que es más, ahora se admite abiertamente que se privaron de derechos agrarios a 238,552 campesinos, basándose en la excusa de que el 95% de los mismos habían abandonado sus parcelas por más de dos años, rentaban la tierra ejidal ó se negaban a participar en los trabajos colectivos del ejido durante ese lapso (X/2).

 

Dicho todo lo anterior, es necesario aclarar ahora que la difusión de la nueva imagen ideológica de la reforma agraria tiene algunas dificultades. En primer lugar, se le presentan obstáculos (que pudieran considerarse, tentativamente, como técnicos) que se desprenden de la estructuración y composición de los medios de comunicación masiva. Su monopolización por los grupos empresariales (60% de la prensa está controlada por cuatro grupos: Televisa controla prácticamente todo el sistema de televisión, exceptuando dos canales oficiales; 70% del sistema de radio está controlado por 9 cadenas) hace posible que, en cualquier momento, los mecanismos ideológicos que pretende emplear el gobierno puedan alejarse bastante de los objetivos propuestos. Por tanto, al plegarse mucho más a la posición de la gran burguesía rural, el resultado final de lo transmitido llega a constituir una imagen bastante distorsionada de lo que debiera ser desde la perspectiva gubernamental-actual.

 

Igualmente, poco contribuye a fortalecer la efectividad de la nueva imagen ideológica, el hecho de que, ante la petición de afectar latifundios reales, las autoridades agrarias respondan con argumentos que se basan en que éstos, legalmente, son inexistentes (V/6). El responder a hechos reales con argucias legaloides minan considerablemente la eficacia del nuevo sistema con base en cual se intente efectuar una mayor manipulación ideológica de las clases dominadas del campo.

 

También hay otro aspecto a considerar, tomando en consideración que se intenta que la nueva imagen de la reforma agraria se dirija fundamentalmente a facilitar el que las masas rurales continúen política e ideológicamente sometidas a la dirección gubernamental-burguesa. En tanto que con respecto al sector agropecuario se habla de organizar la producción de ejidatarios, minifundistas privados, comuneros y colonos mediante su asociación con el capital privado y estatal –e incluso se empiezan a llevar a la práctica algunos programas y planes- en el sector de la pesca (en donde el cooperativismo representa desde hace mucho tiempo un símil de las empresas que ahora se pretende crear en el campo) precisamente el equivalente  a esta forma de organización es económica y políticamente golpeada. Es golpeada económicamente en lo que se refiere a financiamiento destinado al sector, ya que se piensa  y actúa en coinversiones sector público-sector privado, reduciéndose significativamente la presencia del sector cooperativo; políticamente, es golpeada en cuanto a que se reduce su participación en la toma de decisiones concernientes al futuro de la pesca (VII/26). Ello quita mucho del impacto real que pudiera tener la transmisión de esta parte específica de la nueva imagen de la reforma agraria.

 

En fin, a la nueva imagen ideológica de la reforma agraria le es enfrentado el conocimiento científico –meramente académico y/ó producto de la praxis política directa- de las organizaciones campesinas independientes de la maquinaria corporativa del Estado, jugando un permanente papel de erosionador de su efectividad. A este papel, se suma lo que parece ser una nueva toma de posición –colocándose en un lugar menos conservador- de importantes sectores de la iglesia católica (X/1); posición que llega a tomar la forma de denuncia permanente en vez de disfraz continuo. Considérese como un ejemplo de esto, la denuncia (X/6) proveniente de la iglesia, en el sentido de que 100 mil indígenas de la Sierra Norte de Puebla son sometidos a una inocua explotación.

 

Ir al principio de este documento

Enviar correo a:

Administrador de contenido

Administrador de diseño

 

 

 

6)     Obstáculos para el mantenimiento, dentro de  límites soportables; de los niveles de vida de la población rural.

 

Como se indica en los capítulos II y IX, la crisis tiene como corolario un muy acentuado proceso de deterioro de las condiciones de vida de las masas populares del país. Algunos indicadores de este proceso son los siguientes; 20 millones de personas en el medio rural no cuentan con programas de salud ni atención médica; aumento de precios al consumidor, a nivel nacional, en 12.2% de enero a junio; 200 a 1000% de aumento en los costos de alquiler de vivienda; 25% mínimo de incremento en el costo de medicina; etc. (VII/6). Los observadores de los acontecimientos nacional del momento tenían la certeza de que, con la crisis, las condiciones de vida de los trabajadores se deteriorarían aún más. Por ejemplo, las tarifas  de carga de los ferrocarriles aumentarían a fin de año en un 20% (IX/3); ello significaba que automáticamente los precios de productos alimenticios se elevarían en todo el país, prácticamente en esta misma proporción, a partir de la fecha mencionada. Por otro lado, se auguraba un fuerte empeoramiento en las principales ciudades del país. Aumentaba la presión para subir las tarifas de autobuses de pasajeros en la ciudad de México; la Alianza de Camioneros del D.F. argumenta que si otros sectores no colaboran en la reducción  de la inflación como lo hace ésta, exigirá un nuevo aumento en el costo de los pasajes (X/4). Y, sobre todo a nivel nacional, está la perpetua negativa real (aunque no verbal) de los comerciantes a bajar de precio los artículos socialmente necesarios.

 

Ante la situación del momento, y teniendo en frente claras perspectivas, el aparato burocrático se ve forzado a tomar  medidas que pudieran mantener este deterioro dentro de límites tolerables. Se ve compelido a hacerlo, entre otras causas, por la presión de la propia maquinaria corporativa del estado. Recuérdese, por ejemplo, que ante  el anuncio de la secretaría de comercio de que no podría comprometerse a congelar precios en una situación de inflación, el movimiento obrero organizado forza a los dirigentes del aparato burocrático, a asumir el compromiso formal de, antes de autorizar nuevas alzas, consultar a los líderes del congreso del trabajo (X/6).

 

Los dirigentes de la burocracia central están realmente preocupados por los efectos incontrolados de la crisis en las condiciones de vida de las masas populares del país. No lo están por magnanimidad, sino por las implicaciones políticas que ello pudiera llegar a representar. Por ejemplo, esta preocupación se denota claramente en lo que respecta al desempleo; con el afán de mantenerse informado sobre la situación en este aspecto, incluso se organizó un seminario latinoamericano sobre administración de programas de estadísticas del trabajo (X/4).

 

Pero las medidas que se entablan, definitivamente no tienden a parar el proceso de deterioro, sino simplemente a mantenerlo bajo control en la perspectiva de hacerlo mínimamente tolerable. Pero aún esto resulta difícil. En primer  lugar, por la multimencionada penuria económica gubernamental. Por ejemplo, en torno a la demanda de aumento de tarifas de pasajeros, de la Alianza de Camioneros del D.F., el departamento del Distrito Federal estableció claramente que no municipalizaría el transporte colectivo en la ciudad de México, puesto que resultaría muy oneroso el manejar las 7,500 unidades en circulación, y que en esos momentos estaban controladas por 24 sociedades anónimas, (X/13). En segundo lugar, por la ya explicada imposibilidad para imponerse coercitivamente sobre las diferentes fracciones del capital. Ante la actitud de los comerciantes, por ejemplo, de no bajar precios en productos alimenticios básicos, el gobierno  tiene que responder con la tibia arma de transparencia de precios. Se suponía que –con base en la extrapolación de 50 artículos escolares-, ello estimularía la competencia y, por lo tanto. Se obtendría una baja general en los precios. En tercer lugar, las medidas para impedir el deterioro de las condiciones de vida de las masas populares se ven obstaculizadas por la posición de las fracciones más poderosas de la burguesía, que en ocasiones se oponen abiertamente a que el gobierno desperdicie sus escasos recursos en menesteres considerados por ellas como de beneficencia pública. Las fuerzas del capital reclaman acabar con la excesiva orientación de beneficio social de la acción gubernamental (II/25). Algunos grupos especialmente fuertes del capital se oponen a la existencia de medidas tendientes incluso a  paliar el mejoramiento de las condiciones de vida del campesinado. En el caso del IMSS, por ejemplo, la COPARMEX indica la necesidad de detener el proceso de afiliación masivo-indiscriminada de trabajadores fundamentalmente del campo, a la institución (VII/29). Y, al menos por lo indicado por laguna evidencia, estas  presiones resultan eficaces. JLP afirma, el primero de septiembre, que no había crecido la población total derecho habiente del régimen de seguridad social, en lo que iba del año (IX/1).

 

Entre otras razones, por la existencia de estas tres grandes categorías de limitaciones, las medidas que el aparato burocrático del estado mexicano toma para controlar el deterioro de las condiciones de vida de las masas –rurales y urbanas-, no podían ser menos que insuficientes. Cediendo a la presión del extranjero con objeto de adoptar las medias convenientes para mantener el deterioro de las condiciones de vida dentro de límites tolerables, y ante su incapacidad de hacer que todos los sectores participaran equitativamente en el proceso de salida a la crisis, el gobierno anuncia la posibilidad de conseguir un préstamo del Banco Mundial, a fin de desalentar el índice de crecimiento demográfico (X/29). De hecho, ante lo apremiante de la situación, el gobierno federal había iniciado ya un proyecto de auténtico control natal, iniciando el primer programa masivo en las 2.5 millones (??) de familias de miembros de la CTM (VIII/12).

 

Esto último es una buena ilustración de las reales dimensiones de las medidas tomadas por el aparato burocrático para mejorar los niveles de vida de la población –rural y urbana-, en la medida requerida para mantener vivas las expectativas globales de mejoría. Estudios realizados por el propio gobierno señalan claramente que, en general, el mayor aumento de los precios de productos básicos se da precisamente en los lugares y regiones del país donde los salarios son los más bajos (VIII/6). Esto significa que la inflación golpeaba con mas fuerza a los minifundistas, asalariados, desocupados y subempleados rurales. Comparado con este hecho, el seguro de vida del campesino –por ejemplo- era irrisorio. Ello, con todo y que JLP autorizó del seguro de vida del campesino, que abarcaba a un millón de trabajadores y productores rurales; tenía un costo de 22 pesos anuales para el campesino, y operaba con un subsidio federal de 100 pesos anuales, elevándose la cantidad total del seguro de 7,500 a 10,000 pesos (X/11).

 

Por otro lado, -si se toma en consideración la cantidad de recursos destinados a este respecto, y la forma de organización de las medidas gubernamentales tomadas al efecto- es claro que ni siquiera el mantenimiento del deterioro de las condiciones de vida del campesinado en condiciones relativamente soportables era posible. Por ejemplo, el Plan Nacional de Zonas Deprimidas y Grupos Marginales (COPLAMAR), no tenía ni recursos propios ni organización autónoma. Estaba prácticamente sujeta a las dádivas presupuestarias y a personal comisionado a él, provenientes de las 13 secretarías y departamentos de estado  que hacían posible que, para el quinquenio 1977-1982, el gobierno salvara (como parecía pretenderlo formalmente), del muy acelerado deterioro, a los 18 millones de marginados de las áreas rurales. Era imposible, sobre todo si se considera que estos marginados representaban en esos momentos alrededor del 50% de la población rural total, y se sabía que para el año 2000, llegarían a 24 millones; que tenían salarios menores al mínimo, aún cuando sólo realizaban actividad remunerada tres meses del año; que carecían de servicios médicos; que el 25% era analfabeta; que sólo el 55% de los niños de 6 a 14 años tenían acceso a la enseñanza primaria; que el promedio de consumo alimentario era inferior a 2,000 calorías y 54 gramos de proteína diaria. Por esto se entiende, precisamente, que dos años consecutivos de cosechas perdidas, habían llevado a una situación de práctica hambruna a 100 mil habitantes de 93 poblados de la región Chontal y Zapoteca de Oaxaca (X/6), y que las medidas gubernamentales contrarrestantes, en este caso específico, eran punto menos que ineficaces.

 

Claro que esta tibieza de las medidas gubernamentales para mantener controlado al deterioro de las condiciones de vida en el agro, repercutía a fin de cuentas contra sus propios planes globales. En concreto, mientras esta situación persistiera, las grandes masas rurales no se arraigarían a sus lugares  de origen y, cada vez más, invadirían las grandes urbes del país, haciéndolas cada vez más inhabitables para las sofisticadas clases y sectores medios (X/13). En la medida en que todo lo anterior ocurriese, la burguesía no estaría totalmente satisfecha con el manejo gubernamental de las medidas de control del agravamiento de los niveles de vida rurales.

 

Ir al principio de este documento

Enviar correo a:

Administrador de contenido

Administrador de diseño

 

 

7)     La actualización de los cuerpos represivos.

 

Dentro de la compleja interpretación gubernamental de la vigente situación del país, se incluye la convicción de que se desataría la violencia si no eran satisfechas mínimamente las demandas de las mayorías nacionales (II/26). De una u otra forma, se esperaba una fuerte agudización de las contradicciones sociales que inclusive podrían conducir, en el mediano plazo, al surgimiento de violencia armada revolucionaria. Por ello, el estado se prepara para enfrentarse cruda y abiertamente a esta posibilidad; se prepara para el empleo generalizado de la fuerza físico-militar.

 

Este recurso a la violencia encaja perfectamente dentro de los planes gubernamentales de salida a la crisis, de la fracción hegemónica de la burocracia. Como ya se ha mencionado antes, éstos parten explícitamente de la discutible suposición de que aún queda la estabilidad política y de que sobre ella seguimos actuando y construyendo el país conforme a los valores y principios que nos unen (IX/1). En la perspectiva del responsable del ejecutivo federal, la estabilidad política permite durante 1977 la continuación del arbitraje estatal de la lucha de clases, aún en la imperante época de crisis:

 

“Una de las características de la perdida estabilidad (monetaria y de precios), fue el oportuno arreglo de las huelgas antes de que estallaran. Ahora muchas se plantearon y estallaron. Las condiciones actuales del país lo explican. Todas han sido atendidas y resueltas. Hemos desahogado asimismo las situaciones de hecho que, por disidencias gremiales ó políticas, frecuentemente asociadas a insuficiencias legales, se han presentado casi siempre contra entidades estatales y sus servicios. Iniciaremos las adecuaciones a las leyes pertinentes; pero seremos firmes ante los hechos antijurídicos (IX/1).

 

Sin embargo, como se desprende de la anterior cita, se reconoce simultáneamente que en caso de que la crisis económica condicionara la existencia de luchas y conflictos que pudiesen diluir el límite, preestablecido por el propio estado (III/17), entre la acción política y la subversión violenta, el estado se vería obligado a recurrir a la represión. El presidente tiene una muy personal interpretación de la violencia y sus orígenes:

 

“Se que aquí (en España) también se sufre por lo que yo llamo la pasión por la impotencia, la estéril pasión que se expresa en la violencia sin destino que ejercen los apóstoles de la nada y contra todo. Allá (en México), como aquí, se apasionan por la importancia, explotan por nada y para nada. Mantenernos firmes en el rumbo, claros en los propósitos, es y debe ser nuestra obligación, la expresión de nuestra superior vocación política (X/9).

 

Según él, la violencia es una impotente forma de lucha que puede, sin embargo, llegar a hacer tambalear único fundamento que existe para salir de la crisis; la estabilidad política. Es con base en este argumento, por tanto, que se explica el por qué se afirma que, llegado el caso, habría que estar preparados para combatir la violencia social, con la violencia represiva del Estado.

 

Este preparación del estado se dirige hacia la modernización de los cuerpos militares y paramilitares. Es bajo esta perspectiva que hay que tomar –por ejemplo- el hecho de que, contando con el apoyo del pentágono estadounidense, 82 militares mexicanos inician durante el año un curso de 200 mil dólares en materia de contrainsurgencia, guerra sicológica e inteligencia (V/19). También aquí deben ubicarse acontecimientos tales como la creación del Colegio de Policía del D.F., físicamente ubicado en lo que fueron las instalaciones de la Universidad Latinoamericana (IX/10). Pero la actitud previsora del Estado también incluye la creación de cuerpos especiales y secretos antiguerrilleros, que despliegan su acción contra el conjunto de fuerzas de izquierda –independientemente de que fundamentalmente actúen en la clandestinidad ó en la legalidad-, bajo el pretexto de que todo grupo ó partido político no oficial ó no institucionalizable, es potencialmente subversivo (III/15).

 

Sin embargo, por razones de legitimidad, esta preparación y robustecimiento del aparato represivo no puede entrar –en la perspectiva gubernamental- en contradicción con la reforma política. Por esta razón, a la vez que se fortalece el ejército y las diferentes corporaciones policíacas –secretas ó no-, se da una hábil maniobra dirigida hacia el desistimiento de ejercer acción penal contra detenidos políticos. Se da, pues, un doble juego: una cada vez más fuerte y eficiente represión, combinándola con un intento del Estado, que presenta su acción como contemplativa ante los hechos políticos subversivos efectuados con anterioridad al régimen en turno.

 

La perspectiva gubernamental respecto a este asunto de la represión es suficientemente conocida y apoyada por la burguesía en su conjunto. Independientemente de que fuera ó no manejado como un explícito ó implícito objetivo gubernamental, el hecho es que la potencialidad del surgimiento de violencia social fungió como aglutinador importante de la clase del capital.

 

El deseo de estar preparados ante esta eventualidad se convierte en un común denominador de los diferentes grupos, sectores y fracciones de la burguesía que componen el bloque en el poder. Hacen a un lado sus contradicciones internas en el punto referido al fortalecimiento de la capacidad represiva del estado para enfrentarse eficazmente, en su momento, a la violencia espontánea ó revolucionaria.

 

Por esta razón, entre las acciones que más contribuyen a generar altos niveles de confianza burguesa, se encuentra la organización estatal de un poderoso cuerpo represivo. Al igual que las demás fracciones, la burguesía rural confía más en el gobierno del estado mexicano, en la medida en que éste se allegue un fuerte aparato represivo, presto para dirimir a su favor los conflictos cuya solución –sin la presencia de la fuerza estatal armada- no se inclinaría abiertamente hacia los intereses del capital. De las diferentes funciones superestructurales –políticas, jurídicas e ideológicas- del estado, encaminados a evitar el desaliento de la burguesía rural (en particular), quizá la que más llena su cometido es la de modernizar y hacer más expedita la utilización de las diferentes corporaciones represivas que actúan en el agro mexicano.

 

Pero el recurso a la represión, potencial y real, tiene otro lado. La legitimidad que ello propicia en la burguesía, se traduce en ilegitimidad a los ojos de las clases explotadas del país. El fortalecimiento del aparato represivo es un hecho que contribuya a desenmascarar la ideología estatal en torno a este asunto. En este sentido es que a mediano plazo desembocarían las acciones encaminadas a dotar de armamento moderno a las diferentes corporaciones policíacas, el aumento de personal en activo, la apertura de universidades militares y de ciencias  policiales, el aumento  de los salarios de sus miembros, etc (V/19). La amenaza –ó el efectivo uso- de una más eficiente represión, hace que día a día sean más débiles los argumentos que establecen que en México no existen corporaciones secretas ni policía represiva y que establecen que todos los cuerpos  armados del estado son apolíticos, constitucionales y respetuosos de la ley y de la sociedad (III/27). Esto es especialmente cierto, sobre todo cuando se conoce la existencia de 94 corporaciones policíacas  atípicas y anticonstitucionales, y cuando un director general del CEPES del PRI (en el D.F.) llegó a afirmar que es necesaria la persistencia de una policía política, pues se necesita conocer lo lícito ó ilícito de partidos y grupos (IV/4). La existencia, modernizada y fortalecida, de las corporaciones represivas, es el más serio dique contra la generalización de la imagen de benefactor que diversos medios de comunicación colectiva, propagan respecto  a las fuerzas militares y paramilitares (III/29). Y ello es, precisamente, lo que hace que cada vez sean socialmente menos creíbles las afirmaciones de las autoridades represivas en el sentido de que casi todo acto de violencia es auspiciado por cuerpos armados de la izquierda políticamente organizada (IV/21). En este sentido, puede afirmarse que se da la progresiva pérdida de la eficiencia ideológica de las partes oficiales, en el sentido de que dirigentes obreros y campesinos son muertos debido a pugnas entre fuerzas de izquierda (IV/16).

 

Ir al principio de este documento

Enviar correo a:

Administrador de contenido

Administrador de diseño

 

______________________________________________________________________

 

8)     A manera de síntesis:

 

El aparato burocrático se enfrenta a algunos hechos que dificultan la realización eficaz de la función superestructural, demandada para la implantación de su esquema de desarrollo del agro. Aún cuando realmente intenta adecuar abiertamente el derecho agrario a las necesidades de la burguesía rural, los dirigentes de ésta no  se encuentran totalmente satisfechos. La adecuación jurídica se da en un proceso global de reforma política, donde la oposición no domesticada tiende a convertirse en un sostén institucional del estado, estableciéndose potencialmente un traspaso del umbral de acción jurídica moderada del aparato burocrático.

 

A los ojos de la burguesía rural, esta posibilidad de radicalización es alimentada, además, por los cambios que ocurren al interior del poder legislativo, que podrían minar las bases de la actuación controlada de los diputados. Por lo tanto, la posibilidad de que se hagan presentes elementos desfavorables en el proceso de revisión de las 18 leyes relacionadas con el agro, hace que la confianza burguesa no alcance los niveles pretendidos por el gobierno.

 

A diferencia de la inseguridad en cuanto a que las modificaciones jurídicas generales no sean del contenido proclamado por el gobierno, la burguesía rural tiene, por lo pronto, la certeza de que con los mecanismos concretos propuestos por el aparato burocrático –los tribunales agrarios- para resolver los conflictos en el agro, éstos se inclinarán a su favor. Sin embargo, aún cuando puedan llegar a controlar los tribunales agrarios a nivel regional, sus dirigentes directos preveen la generación de contradicciones –que difícilmente se resolverán a su favor- con las instancias nacionales del Estado. Por ello, el proyecto de poner en marcha los tribunales agrarios empieza a aumentar el desaliento burgués, ante la perspectiva de que éstos empezaran a funcionar al año siguiente.

 

 

Por otra parte, y contrario a los objetivos gubernamentales, las invasiones agrarias –aunque a ritmo menor que en el sexenio precedente- continuaban realizándose. Como el gobierno no toma represalias efectivas contra los dirigentes de las organizaciones del pacto de Ocampo –e independientes de él- que persisten en la toma directa de tierra, como las bases sociales continúan rebasando a sus líderes, como el campesinado ya no acepta ser engañado con las argucias otrora eficaces que impedían las invasiones, y como la represión física es utilizada en dosis juzgadas como insuficientes, la burguesía rural no muestra –pese a los esfuerzos del gobierno- la confianza esperada.

 

La burocracia se empeña en asegurar que eliminará la inseguridad en la tenencia de la tierra, en esclarecer el que las afectaciones a pequeñas propiedades serán mínimas, en hacer perder la radicalidad de las afectaciones efectuadas a finales del sexenio anterior, y en hacer uso sólo de afectaciones consideradas como legítimas por la burguesía. Pero esto no basta para los fines de generación de confianza, pues desde la perspectiva burguesa siempre existe la posibilidad de radicalizar la reforma agraria, básicamente debido a la presencia de la izquierda, que contempla que lo que se puede afectar es mucho más de lo que sostiene formalmente el gobierno.

 

La puesta al día del contenido de la imagen de la reforma agraria, así como su difusión ideológica, es una tarea empeñosamente emprendida por el aparato burocrático. Sus dirigentes tienen relativo éxito en ello. Un indicador de ello estriba en que, al menos en cuanto a los que dictan las apariencias, la nueva imagen ya no necesita recurrir a los errores cometidos durante el régimen Echeverrista en materia rural, sino que su propia coherencia interna permite satisfacer este requerimiento ideológico. Pero los argumentos legaloides, el monopolio de los medios masivos de comunicación por parte del capital privado, los golpes atestados al cooperativismo pesquero (a pesar de ser una forma de organización similar a la formalmente perseguida, en la nueva imagen de la reforma agraria), el progresivo conocimiento científico-social del agro, y el traslado a una ubicación progresista de fuerzas sociales tradicionalmente reaccionarias en el campo...son factores que restan grandes porciones de eficiencia ideológica a la nueva imagen de la reforma agraria. Crean desconfianza en la burguesía rural, y juegan un papel desmitificador a la luz de las masas rurales del agro.

 

Aunado a lo anterior, el gobierno tiene cada vez más dificultades para mantener el proceso de deterioro de las condiciones de vida de la población rural –agudizado por la crisis-, incluso en niveles mínimamente soportables. Esto se da en el conjunto de la sociedad nacional, pero es especialmente fuerte en el campo. Mientras se ve presionado para tomar medidas en este sentido por la propia maquinaria corporativa del estado y por algunas corrientes insertas en el propio aparato burocrático, se enfrenta a algunos obstáculos; la penuria económica gubernamental, la ausencia de mecanismos coercitivos que pudieran efectivamente normar la actuación del capital, y las presiones que consideran al gasto social como un inútil dispendio gubernamental. Ello se traduce en la insuficiencia de las medidas gubernamentales tomadas para evitar la aceleración del proceso de agravamiento de los niveles de vida y malestar de los trabajadores, productores minifundistas, desempleados y subempleados del agro. Pero esta insuficiencia, aunque parcialmente auspiciada por la propia base dominante, genera a la vez desconfianza de la burguesía rural en la capacidad gubernamental para mantener mínimos niveles de legitimidad popular.

 

De esta manera, el aparato burocrático del estado mexicano tiene crecientes problemas para generar altos niveles de confianza en la burguesía rural: no lo parece lograr, ni con la adecuación jurídica, ni con sus intentos de sentar las bases para la institucionalización de conflictos sociales en el campo, ni con la política de minimizar afectaciones e invasiones agrarias, ni con la transmisión de la nueva imagen ideológica de la reforma agraria. Por tanto, tiene que recurrir a la actualización de los cuerpos represivos. La intensiva utilización de la organización físico-militar del Estado mexicano se perfila, así como, el aspecto que más confianza burguesa contribuye a lograr.

 

Tercera parte: perspectivas en cuanto al cumplimiento de las funciones, demandas de la burguesía, para la efectiva realización del esquema estatal de descampesinización del agro.

 

En la segunda parte de este documento, se han visto los problemas que el aparato burocrático tiene en cuanto a desarrollar eficazmente las actividades económicas y superestructurales que requiere el cumplimiento del esquema de descampesinización y proletarización definitiva que el Estado en su totalidad confecciona con respecto al agro. Se vio ahí que la fracción hegemónica de la burocracia pública tiene serias dificultades para constituirse en el real director del proceso de salida a la crisis en general –y de la agricultura y ganadería, en particular- y que se enfrenta a problemas nada despreciables en lo que se refiere a la consecución de la meta  de hacer volver la seguridad a las fracciones de la clase del capital que tienen intereses concretos ubicados en el sector agropecuario del país.

 

Sin embargo, existen múltiples instancias involucradas en el intento de responder a la interrogante relacionada con la factibilidad de que la descampesinización en el agro sea un hecho consumado durante 1977; el aparato burocrático es sólo una de las varias instancias relevantes. Es necesario, además, percibir si la burguesía en su conjunto está en posición de cumplir con su porción de los requerimientos. Por ello, en esta tercera parte se analiza el verdadero papel desempeñado por la burguesía. Es decir, se pretende sopesar el distanciamiento ó la cercanía de su actuación efectiva, en comparación con la que el estado le ha delineado.

 

Concretamente; en el capítulo sexto se pretende percibir si la burguesía cumple con el papel fundamental  de inversora en actividades agrícolas, ganaderas ó de procesamiento industrial de productos  agropecuarios; en el capítulo séptimo, a su vez se han querido presentar algunos hechos que parecen señalar que para los capitalistas –rurales ó no- resultaba cada vez más difícil el no perder de vista que el gobierno y la maquinaria corporativa del estado no son sus enemigos, sino sus aliados.

 

Ir al principio de este documento

Enviar correo a:

Administrador de contenido

Administrador de diseño

______________________________________________________________________________