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Cambio estructural. Lucha por una equitativa distribución del ingreso

 

Un artículo del Dr Xavier Gamboa Villafranca

 

Referencia Bibliográfica:

Gamboa Villafranca, Xavier: “Cambio estructural. Lucha por una equitativa distribución de ingresos”, Excelsior, Sección Metropolitana.  24 de julio de 1987.    México, DF. México    

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El plan nacional de desarrollo identifica en términos generales, a quienes están destinados a ser los principales beneficiarios de la política económica del régimen, orientada al cambio estructural. Se trata de la mayor parte de la población mexicana: 60% del total, para mayor precisión.

 

Queda claro en el texto que dos estratos sociales captan la atención de la administración presidencial:

 

a) 20% de las familias más pobres de México, que habitan en su generalidad en el medio rural.

 

b) 40% de la población total del país, conformado por familias de trabajadores también empobrecidas, que viven en las ciudades.

 

En el PND se formula implícitamente, una pregunta de gran relevancia: ¿Cómo lograr que las ya de por sí empobrecidas mayorías, no disminuyan aún más sus niveles de vida, durante la etapa de combate a la crisis? El propio texto permite entresacar en un contexto coherente una respuesta directa a este interrogante.

 

En efecto, sus autores plantean que hay un marco fundamental. Consiste en no perder de vista que la sociedad mexicana tendrá que ser al salir de la crisis más igualitaria. Aparece para ellos como necesario, por lo tanto, que la política económica que se aplique durante el sexenio no apoye exclusivamente  al crecimiento. La idea estriba en que el gobierno tome en cuenta, también con alta prioridad, los requerimientos básicos que tienen las clases populares , si se han de mantener y mejorar sus condiciones de vida. Con objeto de que este planteamiento se manifieste realmente en su quehacer, el gobierno federal se impone a sí mismo la obligación de orientar su acción a lo largo de tres líneas generales. En una de ellas (la que nos acerca a la respuesta directa a la cuestión), contrae el compromiso de actuar para que los jornaleros, campesinos, trabajadores urbanos y no asalariados del campo y las urbes aumenten su participación en la distribución del ingreso.

 

El objetivo gubernamental de procurar una más equitativa distribución del ingreso, como medio para que la sociedad del futuro mediato tenga crecimiento económico con justicia social, se define y asume a mediados de 1983, cuando se publica el PND. Sin embargo, durante los cuatro años siguientes, el aparato de gobierno tendría que dar una recia lucha para iniciar su cumplimiento.

 

Encontró una dura resistencia de las organizaciones que representaban los intereses de la clase del capital en su conjunto. Sus dirigentes no se mostraron, en la práctica, muy dispuestos a sufragar una parte sustancial de los costos sociales del ajuste económico necesario para superar los problemas coyunturales de la economía nacional. Pugnaron porque los precios de los bienes y servicios de consumo generalizado, producidos por la empresa privada, aumentaran con mayor velocidad que los salarios. Pero no sólo eso. Por lo menos en sincronía con organismos financieros internacionales y con grupos de empresas transnacionales, se opusieron a que el gobierno operara a fondo políticas concretas encaminadas a combatir la marginación y a redistribuir a toda costa el déficit presupuestal, el blanco predilecto fue el gasto social. Hicieron un gran intento para movilizar a la opinión pública a favor de que se llevara lo más cerca de cero posible. Entre otras, por eliminación de los programas de empleo directo del gobierno, la vigencia exclusiva del criterio de rentabilidad económica en la operación de empresas del sector público dedicadas a la generación y distribución de satisfactores elementales a bajos precios, el debilitamiento político de organismos descentralizados de asistencia social y la no aplicación de una reforma fiscal profunda destinada a gravar más al capital que al trabajo. En la realidad, en síntesis, la acción y las omisiones de las organizaciones de lucha directa del sector privado se encaminaron a no aceptar que hubiera una distribución equitativa de la carga del proceso de salida a la crisis.

 

El régimen no fue arrollado por estas presiones, fundamentalmente porque el movimiento obrero, organizaciones políticas de izquierda e importantes corrientes de opinión ejercieron una fuerza importante, justamente en sentido contrario al del capital privado. El gobierno tuvo entonces margen para maniobrar, para negociar, dialogar, conciliar, concertar y conceder.

 

La resolución del paralelograma de fuerzas ejercida sobre el propósito y la marcha gubernamental , es por tanto, híbrida. Ni se mantiene totalmente pura la concepción original del PND, ni se cede completamente a la fuerza opositora del empresariado, ni se adopta en su totalidad la posición de radicalizarla, esgrimida por el movimiento obrero de apoyo pro estatal.

 

El gasto social se mantuvo en la medida requerida para evitar que se llevara el deterioro de las condiciones de vida de las mayorías hasta niveles políticamente  insostenibles. La restricción presupuestaria prácticamente no tocó al sector educativo, que incluso reforzó su capacidad de atender a una demanda creciente en todos sus niveles, desde preescolar hasta postgrado. Permanecieron incólumes los planes y las acciones del gobierno en materia de preservación y restablecimiento de la salud de las mayorías que habitan en zonas semiurbanas y rurales. Los programas de empleo, directamente manejados por el gobierno federal en coordinación con los estatales y municipales, continuaron en zonas geográficas y en renglones económicos en los que el sector privado no invirtió significativamente. No se estableció la escala móvil de salarios, como fue reiteradamente solicitada por la izquierda y fracciones del movimiento obrero organizado, pero tampoco se congelaron , como prácticamente  lo exigieron  en momentos álgidos los empresarios. Continuaron operando empresas públicas cuya desaparición se llegó a convertir en bandera de organizaciones cúpula del capital privado, aun cuando no tuvieran rentabilidad económica a condición de que operaran con eficiencia y fueran de verdadera trascendencia social.

 

Es fácil imaginar lo que hubiera sucedido si la administración de Miguel de la Madrid no hubiera tenido esta capacidad de maniobra. Hay que tener en mente que, con todo y ella, la inflación se mantuvo por arriba de lo previsto. Se dificultó su control por el régimen  y se deterioró severamente  el poder adquisitivo de los salarios. El mercado interno se redujo, el crecimiento económico no fue de entre 5 y 6% durante 1985 y 1986 y los empleos no aumentaron al ritmo programado de 3.5 a 4 durante cada uno de estos años (para enfrentar a una fuerza de trabajo que creció alrededor de 3.8% anual).

 

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