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La teoría del flogisto provenía de 1702 cuando los alemanes Johan Becher y
Georg Stahl propusieron que todo material contiene un elemento común
llamado flogisto que se desprende cuando el material arde. Una vez se ha
agotado todo su flogisto el material se convierte en cal la cual, no
obstante, puede reabsorber el flogisto si se calienta en carbón. Esta
teoría que, hoy en día no tiene ningún sentido, explicaba perfectamente
las observaciones cualitativas del aspecto de los metales y las cales. Sin
embargo desde el momento que se introdujeron criterios cuantitativos la
teoría ya no estaba tan clara.
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Esto precisamente fue lo que hizo A. Lavoisier cuando en 1772 inició una
serie de experimentos en los cuales calentaba metales en recipientes
cerrados con una cantidad limitada de aire. Sobre la superficie del metal
se desarrollaba una capa de calcinado hasta que esta no avanzaba más.
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Mediante cuidadosos experimentos llegó a las siguientes conclusiones:
o
1. el calcinado es más pesado que el metal original
o
2. el sistema estudiado pesa lo mismo antes y después de la combustión.
o
Por tanto, algo en el recipiente debía haber perdido una cantidad de peso
equivalente a la ganacia del metal original; y ese algo podría ser el
aire.
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Los partidarios de la teoría del flogisto dirían que se iba formando una
cal hasta que el aire del sistema se saturaba de flogisto y ya no podía
absorber más. El hecho de que los materiales ganasen peso cuando se
conviertían en su cal era debido a que el flogisto es más ligero que el
aire y, al combinarse con las sustancias tiende a levantarlas, haciendo
disminuir su peso; por consiguiente, una pérdida de flogisto debía hacer
más pesada a la sustancia.
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Pero la teoría de Lavoisier resultó ser la correcta. Según ella, debía
crearse un vacío parcial en el recipiente; efectivamente cuando Lavoisier
abrió el recipiente el aire se precipitó en él. Quedó demostrado entonces
que la calcinación de un material no era la pérdida del misterioso
flogisto, sino la ganancia de algo muy material: una parte del aire.
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Lavoisier rápidamente comprendió que el gas que Priestley había
descubierto era la parte del aire que se transfería en las combustiones.
Bautizó al nuevo gas como Oxígeno (nombre derivado del griego, que
significa productor de ácidos) por cuanto creía que el oxígeno era un
componente necesario de todos los ácidos.
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