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Metafísica, Dios y modernidad*

John G. Lazos Ross

UAQ **

"Dios ha muerto" y,

el hombre no se la pasa muy bien.

Gianni Vattimo

No creo ser capaz de dar nuevas aportaciones al campo del pensamiento en este trabajo, no porque mis límites no me lo permitan, siendo ellos casi infinitos —es una virtud saberse infinitamente limitado, de ahí mi voluntad de llegar a esos mismos límites comenzando por los extremos y de forma ascendente—, sino porque los textos que he revisado hacen que yo asuma una postura humilde o modesta frente al legado que nos han dejado.

Comencemos con nuestro objeto de estudio, que es precisamente el sujeto: cada vez que el hombre —en el sentido más plural e histórico— se hace la (s) pregunta (s) por lo que se le presenta o por lo que puede entender como ‘la realidad’, sea la del sujeto, la del objeto o de ambos, está implícitamente diciendo al mismo tiempo que ‘no conoce’, que le falta por conocer. Pero ¿qué?, lo que conoce, ¿no lo conoce con convencimiento?; es decir, que por lo menos es ‘necesario’ conocer o ‘seguir’ conociendo o, conocer en ‘sí’, pero, ¿conocer qué? ¿conocer cómo? o también, ¿conocer para qué?

 

Ya las preguntas son de por sí abundantes, pero también lo son las respuestas. Éstas son tan diferentes como diversas, van desde la materia, la sustancia hasta el fenómeno, la realidad, el entendimiento, el UNO, el movimiento, el Ser, los entes, la nada, el giro lingüístico, el olvido del ser, etc.; la lista es enormemente larga, y continuará todavía para mucho rato más. Y claro, después de todo, ¿quién puede quedar satisfecho ante este cúmulo de preguntas y respuestas? varias veces el que menos está de acuerdo es uno mismo, es decir, quien responde.

 

La explicación o respuesta de cualquiera de estos conceptos tiene que partir normalmente de algo, desde algo, pero exactamente, ¿de o desde dónde? No podemos dejar simplemente abierta la problemática y poner cara de sorprendidos y decir que es demasiado, aún para el más versado, y que sería mejor quedarnos con alguna cara que represente nuestra resignación; más adelante explicaré qué pasa ante tal actitud.

Antes de sumirse en lo que parece una tarea francamente imposible, sobre todo por lo confuso y difuso que aparenta ser, quisiera repasar algunos textos, puesto que más me vale partir de algo, es decir, desde algún lugar tener la información necesaria; puesto que no es posible aportar nada nuevo, a menos que sea inservible. La novedad no es garantía de que aquello de que se habla sea suficientemente necesario ni provechoso si no está previamente fundamentada en aquellos que ya se esforzaron para responder a lo planteado en los párrafos anteriores. ¿Por qué? porque es el contexto conceptual que está ya de alguna forma trazado, el sendero iluminado, confusamente delineado, por lo menos para mí; a esto le llamo parte de la memoria objetiva de nuestra realidad.

Sería prudente comenzar por el principio, desde el seminario mismo que da origen a este texto. Dicho seminario lleva por título —¡y qué título!— ‘Metafísica, Dios y modernidad’; veamos qué nos dice cada unos de los conceptos allí comprendidos, muy grosso modo, para llevar un cierto orden que nos vaya iluminando el camino.

 

Sobre la metafísica:

 

Primero entenderíamos a la idea de la metafísica como el intento por explicar o dar cuenta de la pluralidad por medio del UNO; es decir, tenemos por un lado un número infinito de eventos o fenómenos que se le presentan al hombre tal cual —lo que sea—, que este hombre sólo puede percibir un número infinito de estos eventos o fenómenos. Entonces, ¿cómo dar cuenta de ellos? La conciencia del hombre tiene que abstraer de lo que se le presenta como ‘la realidad’ para, luego, si quiere dar con algún orden explicativo que le permita entender todos los fenómenos que se le presentan, ya sean éstos como la ‘realidad’, para simplemente entender su relación de hombre-fenómenos; así que acaba el hombre en un ponerse o situarse por fuera explícitamente.

 

A partir de este momento, desde este lugar, se le está dando franco permiso a la metafísica de ser determinante, fundante, poseedora de nuestra libertad, dominante; ser sencillamente dueña del hombre, el hombre acaba de vender su alma a la metafísica.

 

Eugenio Trías, dice algo muy claro y sencillo de entender sobre la metafísica y quisiera usarlo como ejemplo introductorio para dar pie a mi reflexión: "...Metafísica significa, pues, pensamiento de afuera, que se produce fuera, fuera del mundo y fuera también del lenguaje en una exterioridad en la que se supone que se instituye el verdadero logos, el verdadero pensar, es decir, el pensar metafísico."1

Podríamos estar de acuerdo o no con Trías, pero por lo menos es algún punto de arranque; no olvidemos que lo que entendemos con el concepto de metafísica parte inicialmente como idea desde los primeros filósofos griegos, que identificaban su lengua, la lengua griega, con la lengua de la razón, como el logos.

Decimos que Aristóteles mismo "elabora la relación de sus categorías tomando como base las categorías gramaticales del griego. Esto no constituye una afirmación explícita de la primacía del griego: simplemente se identificaba el pensamiento con su vehículo natural, logos era el pensamiento, logos el lenguaje; del lenguaje de los bárbaros se sabía muy poco y, por tanto, con él no se podía pensar, si bien se admitía, por ejemplo, que los egipcios habían elaborado una sabiduría propia y antiquísima: pero las noticias que se tenían habían llegado transmitidas en griego"2 (ver también, como ejemplo, el Libro quinto de la Metafísica de Aristóteles). A pesar de que se argumente que las categorías desde las cuales se construye la metafísica griega son, de origen, categorías gramaticales, no podemos dejar de lado que aún así, la metafísica nace bajo el signo del logos griego-occidental, que va conformando desde entonces hacia adelante en el tiempo —la historia— y en el espacio —el mundo— a todos nosotros.

Un dato que me parece interesante en el texto de Eugenio Trías es su planteamiento de que la metafísica coincide, en su nacimiento, con la tejné; entendida tejné como el medio de producir, de instrumentar, es decir, un entendimiento previo de la realidad, para una acción orientada hacia cierta finalidad; finalidad aquí entendida como telos; llegar a un fin es llegar al acto de ser perfecto, por ser este perfecto algo acabado, entendido claro, dentro de la cultura griega. Volviendo con la tejné, tendríamos que entenderla como una aportación instrumental, mediadora, despliegue de lo que comprenderíamos hoy como la tecnología. Esta constituye una manera de abstraer previamente la realidad, pero para regresar a fin de cuentas a ella misma, a la realidad en un siguiente paso, es decir, sólo me despego por un momento para realizar pensando como un previo de, en otro momento futuro, lo que tenía contemplado desde el primer instante.

Para dar a entender mejor lo que parece un simple juego de palabras, quisiera explicar mediante un ejemplo muy sencillo: digamos un campesino, que prepara las tierras con ciertas herramientas —la tejné— que le facilitan el trabajo de muchas maneras diferentes, a sabiendas que una vez listas y con el agua de lluvia pronta a caer, tendrá, por decir, en unas semanas, el producto que le dé alimento en la siguiente temporada, cuando la comida haga falta. Este es un proceso de apropiación de la tejné para un fin preestablecido; mientras que por otro lado, la metafísica, que sólo coincide por su acción de abstraer de la realidad como un ver por fuera, tiene un fin pre-determinado desde lo externo-explícito del hombre mismo; ahí exactamente, en la lejanía utópica del afuera, de la que no hay ninguna manera empírica de dar cuenta.

De todos modos, podemos ver en el Libro Alfa de la Metafísica de Aristóteles la importancia que tiene la tejné en los griegos (tejné, igual a arte, a producir), cuando dice: "...Por la experiencia, progresan la ciencia y el arte en el hombre (...) según la opinión común, el arte, más que la experiencia, es ciencia."3 De la importancia que tiene en el hombre, mediante su relación con los fenómenos, es decir: pasando de las sensaciones a la experiencia sensible, acumulando experiencia en la memoria se da el dominio por la instrumentación del arte, que se convierte más adelante en la ciencia-episteme, igual a conocimiento (fenómenos-sensaciones-experiencia-memoria-arte-ciencia); el proceso de dominio parece así muy simple, pero en ello podemos ver los tres bios, planteados por el mismo autor: 1.- bios theoretikós, 2.- bios praktikós y 3.- bios poietikós.

De esta manera, Aristóteles traza la subdivisión del hombre, ontológicamente hablando, en diferentes y separados planos, en distintas conformaciones: 1.- el hombre sensible, que son los esclavos, pertenecen al bios poietikós, los que producen para la subsistencia básica de todos los demás, 2.- los ciudadanos, que pertenecen al bios praktikós, son los que se dedican a la parte comercial-consumidora y a las relaciones sociopolíticas y finalmente 3.- los filósofos o sabios, que viven el del bios theoretikós, los que se dedican a la contemplación y al cultivo del saber. Aquí vemos la diferencia, aplicando a la tejné, por un lado, con las categorías primeramente ontológicas-metafísicas de Aristóteles.

Lo que estamos viendo aquí con Aristóteles no es una especie arbitraria de inventos categóricos, para ir luego conformando a la metafísica o una forma de la metafísica; sería absurdo decir que a la propia metafísica le hiciera falta que alguien le diera fe de bautismo, un punto de arranque; aquí, más que en ningún otro espacio, cabe mencionar que el dichoso ‘motor inmóvil’, la ‘causa primera’, que el estagirita había ya anunciado anteriormente, tiene una forma real de ser emparentada con la metafísica, no es que haya dado con el clavo así como así, sino que se da cuenta de cómo funciona la relación conciencia-lengua y, finalmente, logos con ‘realidad’.

Ella sola, la metafísica, está totalmente a sus anchas en el momento en que el hombre empieza a explicar su mundo mediante lo que se le va presentando: la praxis, que tanto me llama la atención; porque, sin que nos demos cuenta, estamos viviendo sólo en ella, y luego, cuando nos vamos poco a poco percatando de sus ilimitadas dimensiones, nos va sorprendiendo la magnitud, tanto, que el rostro se nos desencaja y queremos inmediatamente rebelarnos contrarrestándola, con lo que, para dicha de la metafísica, sólo acaba alimentándola más y más.

Ya lo habíamos discutido alguna vez; la metafísica, más que ir dilucidando marcos teóricos, propuestas, utopías de las utopías, etc.; antes de cualquier especulación, aún pre-filosófica, es praxis; no estoy diciendo que sea una forma de vida; en esto precisamente la metafísica tiene toda su completa presencia, en ir formando o deformando la vida o al ente a su mínima expresión; es la metafísica, anterior y primera de la misma entre la vida y el ente —la vida consciente del hombre, cuando el hombre comienza a dar cuenta de su realidad, el ente, los cosas en concreto—, la praxis llevada más allá de su relación con la vida misma, es una relación con el Ser, es el desdoblamiento de la vida en las fronteras de la metafísica, en encontrarle sus límites para llevarnos, paso a paso, aún más lejos todavía.

 

¿Qué podemos decir de Dios?:

 

¿Cómo explicar el concepto de Dios? De entrada tendríamos muchos problemas para darnos cuenta de algo parecido a un concepto sencillo; revisemos una vez más a Aristóteles, quien nos dice que Dios es la causa y el principio de todas las cosas; aquí, Dios es entendido como Ser —theos— como el motor inmóvil, causa primera; luego, fundamento de la metafísica. Así que tenemos que tener muy en claro desde qué punto de vista estamos tratando el concepto de Dios.

Vayamos mejor descartando parte por parte y utilicemos la vía negativa como método. Primero, sabemos que si estamos parados como filósofos —o como estudiantes de filosofía, que es mi caso—, no estamos tratando con la idea religiosa que la tradición judeocristiana —o alguna otra tradición religiosa— nos ha legado, no es una metafísica-teológica que ve en la figura del ser a la misma figura de Dios, es decir, que cuando se habla de ser se estará hablando de Dios como un ente paterno —antropomorfizado–, pero por otro lado hay que aceptar que estamos fuertemente configurados precisamente bajo esta misma idea; nuestro contexto es y será el de occidente, que para su beneficio utiliza la idea de Dios como su más fuerte fundamento, fundamento antropomorfizado, el Dios paterno que todo lo mira y todo lo juzga. En resumen, parecerá una obviedad pero no es el Dios religioso por el que nos estamos preguntando.

Entonces, trataremos en todo lo que cabe de ser lo más honestos posibles con nuestros prejuicios, aceptando nuestra tradición y hablando inicialmente de Dios como el fundamento que sostiene básicamente a la metafísica en su primera y larga etapa, por lo menos hasta la modernidad; entonces, nos quedamos con Dios como Ser, no con un ente antropomórfico.

 

La modernidad:

 

Pasemos ahora a la modernidad. De los tres conceptos que se están presentando, éste se aparece dentro de un orden histórico-cronológico en un período mucho más tardío o más cercano a nuestros tiempos que los dos primeros conceptos —nada menos que casi veinte siglos después con respecto a los anteriores—; podríamos decir que la idea de la metafísica va de la mano con la idea de Ser, luego Dios, desde la remota antigua y clásica Grecia. Pero la modernidad, como lo entendemos en el pensamiento filosófico, se inaugura con Descartes, es decir, apenas en el siglo XVII, donde se da un giro de ciento ochenta grados al binomio sujeto-objeto, que es lo que se plantea radicalmente ahora en la modernidad, por una nueva dominancia o primacía del sujeto sobre el objeto, el ‘yo’ como la voluntad del ser; digamos que la modernidad confronta a la metafísica desde su más fuerte principio, contra el agente fundante externo denominado Dios —otrora Ser–, confrontado por el nuevo agente fundante interno; la razón, la razón del sujeto de la modernidad.

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