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Hacia una Hermenéutica del mal

Gisela Moncada Esquide.

BUAP *

 

 

 

Los seres humanos somos creadores de signos, los cuales expresamos particularmente a través del lenguaje, por lo que la filosofía adopta como temas importantes la lingüística y su mundo analítico. Pero no es sólo en el uso lingüístico donde el lenguaje cumple su función, sino en la misma realidad, inmerso en símbolos, signos, documentos culturales y prácticos en los que el yo se objetiva.

 

Es en este sentido que para Ricoeur hablar del concepto del mal es hablar de la simbólica del mismo, pero el lenguaje simbólico no puede ser introducido de lleno al pensamiento filosófico, sino es a través del establecimiento de una hermenéutica que ser una filosofía "una interpretación creadora a partir de símbolos, manteniendo al símbolo como símbolo y al mito como mito y no como falso logos o pseudo saber"1 sin que sea esta una mera interpretación representativa de los signos.

 

Se puede decir definitivamente que el lenguaje no es siempre directo por lo que introducir la realidad del mal en la estructura de la voluntad crea un gran problema, ya que el mal se ve expresado en los mitos y símbolos, los cuales poseen múltiples significados. Para clarificar esto, entenderemos aquí el mito en el sentido que hoy en día le da la historia de las religiones: "el mito no como falsa explicación expresada por medio de imágenes y fábulas, sino como un relato tradicional, referente a acontecimientos ocurridos en el origen de los tiempos y destinados a establecer las acciones rituales de los hombres del día y en general a instituir aquellas corrientes de acción y de pensamiento que llevan al hombre a comprenderse así mismo dentro de su mundo"2; mientras que al símbolo lo comprenderemos como: "Una estructura de significación en donde un sentido directo, literal, designa por añadidura otro sentido indirecto, segundo, cifrado, que no puede ser aprehendido más que a través del primero"3.

 

Por lo que, después de aclarados estos términos, podemos decir que no se puede tener una conceptualización explicativa del mal en tanto que generalmente los vinculamos a otros conceptos como "culpa", "pecado", "mancha", "carga", "esclavitud", "deseo" etc., ya que el universo simbólico va de símbolo a símbolo; para procurar su esclarecimiento y comprensión, no empleamos términos directos y propios, sino indirectos y figurados, lo que nos lleva a desarrollar una exégesis que tendrá que ser dotada de una función comprensiva y no de una intención etiológica, sino que tendrá que ser una exégesis semántica (objetiva, no subjetiva o psicológica) del mal, es decir, que no pretenda explicar, sino comprender (en sentido heideggeriano).

 

En consecuencia, la inserción del concepto del mal en la realidad humana tendremos que vincularla a la acción de los seres humanos pues es precisamente en los actos donde el mal se hace manifiesto. Para abordar la simbólica del mal tendremos que tomar en cuenta que a ésta la podemos vislumbrar inmersa en dos tipos de mitos: a) Un primer tipo que reporta el mal a una situación conflictiva, al advenimiento del hombre, de los que podemos señalar los siguientes mitos, como el mito del drama de la creación, la visión trágica de la existencia o el alma exiliada. b) Un segundo tipo que acusa al ser humano como responsable, fuente de todo mal; a este tipo pertenecen las diversas variantes del mito Adánico.

Como podemos ver los mitos han sido de múltiples clases: cósmico, trágico, antropológico, órfico y Adánico; es precisamente en este último donde Ricoeur se centra, ya que considera que de alguna manera este sintetiza a todos, en tanto que ve una triple instancia significativa con respecto al mal; una referida al origen, otra a la forma que entró al mundo, así como la causa y una tercera que se remite a la problemática de la posibilidad de redención, por lo que considero que bajo esta perspectiva, sin esta triple referencia, no puede ser comprendido el mal.

 

Según la primera instancia significativa, el mal original se concentra en un sólo hombre que se convierte en símbolo universal. En un primer momento del relato bíblico (Génesis) se ordena, se ofrece y no se prohibe nada; es hasta un segundo momento donde aparece la primera prohibición.

 

"De todos los árboles del paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres ciertamente morirás" (Génesis) lo que nos hace pensar en el por qué no es permitido el conocimiento del bien y del mal? (pero esto es otra tesis). Sin embargo, con ello podemos discernir que el mal no es radical, ni originario sino histórico.

 

Es precisamente en esta desobediencia, curiosidad, transgresión, (lo que se considera causa del mal) donde podemos ver claramente el proceso de la inocencia o la culpa, pues es ahí donde por primera vez se inserta este concepto de culpa por el que entra el mal en el mundo. Con ello entramos a la segunda instancia significativa.

Eva sin duda es fascinada por la imagen de la serpiente, que crea en ella la duda en contra de lo que Dios ha dicho, pues la serpiente le señala que no morirá si come de ese árbol de la ciencia del bien y del mal, lo cual es verdad. Por lo que la mujer aparece como símbolo de fragilidad antes que Adán, "la serpiente sigue como antinomia que niega la perfección de la finitud"4. Sin embargo, en esto aún no se confirma una visión ética del mal y del hombre, lo cual nos causa otro problema poniendo en entredicho esta visión, ya que la figura de Eva y la serpiente aleja la responsabilidad de un solo personaje por lo que el mal aparece como exterior y anterior a toda toma de conciencia; en este sentido los símbolos utilizados "antes" y "fuera" no nos llevan a un saber definitivo.

 

 

Por último, la posibilidad de una redención se convierte dentro del mito en la tercera instancia significativa, pues vemos como la confesión de la culpa implica un arrepentimiento, lo que conlleva a convertir a Adán en un hombre nuevo (esto es en sentido figurado), haciendo con ello posible la remisión del mal y al mismo tiempo tomando conciencia de la libertad que posee, la cual le da sentido a la historia, articulando el pasado con el futuro "del yo con sus actos, del no ser con la acción pura en el corazón mismo de la libertad"5.

 

 

En conclusión podemos decir que es posible que el mal sea inherente al hombre, o bien que está incrustado en una génesis radical de las cosas, pero lo cierto es que únicamente se manifiesta por la forma que nos afecta en la existencia humana; es decir, el espacio donde vislumbramos al mal, sólo aparece cuando este es enteramente reconocido por nosotros, por lo que no podemos reconocer al mal como si existiese en una realidad propia.

 

Es por ello que para Ricoeur se hace necesario establecer una hermenéutica que lo lleve a la interpretación semántica propia del lenguaje simbólico, pues, como se señaló, es precisamente en el relato bíblico donde el problema del mal se torna más complejo. En este sentido la pretensión de reflexionar sobre la simbólica del mal tiene por objeto ampliar la gama de posibilidades en la que nos encontramos inmersos.

 

 

Desde mi punto de vista, vislumbramos dentro de la simbólica del mal cómo afecta directamente a la visión ética, en tanto vemos al mal como una herencia, un lastre en nosotros a partir del mito Adánico.

 

 

 

* Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

1 Cfr. Gadamer, H-G. La hermenéutica contemporánea.

2 Ricoeur, P. Finitud y culpabilidad. Taurus 1972.

3 Ibídem

4 Ricoeur. Finitud y culpabilidad.

5 Ibíd.

 

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