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EL
DOLOR DE LA SEPARACION
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Cuando una pareja rompe su relación no lo
hace generalmente sin dolor. Cualquier rompimiento
implica abandonar cosas de nuestra vida, dejar atrás
un pasado y reconocer alguna clase de equivocación
por parte nuestra. Es inevitable, incluso, sentir
cierta sensación de fracaso y hasta de desolación.
Me refiero, por supuesto, a esas parejas que llevan
algún tiempo juntas; no hablo de esas relaciones
del momento, pasajeras y circunstanciales, aunque en
esos casos también puede sobrevenir el sufrimiento
y la frustración.
Creer que una ruptura amorosa se concreta fácilmente
es una ilusión. Siempre hay un desgarramiento, por
eso cuesta tanto concretarla y por eso, aunque esto
no se dé por igual en ambos miembros de la pareja,
se sufre tanto.
Aún en los casos en que ese rompimiento sea para
bien, una separación no se logra así como así. Y
esto pese a la madurez que puedan tener los
involucrados y aunque todo lo resuelvan sin choques
violentos o reproches y odios irreconciliables. Nos
aferramos a los objetos; ¡cómo no nos vamos a
aferrar a un ser a quien pudimos amar y con quien
compartimos tantas ilusiones y proyectos!
Por eso después de la separación quedan dos
caminos: hundirnos en el dolor y no salir de allí,
o recomponer la fe e iniciar una vida nueva.
Me interesa dejar sentado lo siguiente, y deseo
resaltarlo porque es útil que los tomen
conciencia de ello: si una separación es
inevitable, habrá que estar preparado para
sobrellevar y superar el dolor que acarrea un
rompimiento.
Según las circunstancias puede haber un alivio en
uno o ambos miembros de una pareja que se separa,
eso no lo negamos. Pues las tensiones son tan
grandes entre dos personas que se llevan mal, que se
vuelven insoportables. Sin embargo no se crea que
todo serán risas, principalmente durante el tiempo
inmediato al rompimiento.
Vacío y depresión
Es saludable tener alguna idea de lo que nos puede
ocurrir luego de una separación. Por de pronto,
reconocer que pese a las diferencias de género,
el varón y la mujer llegan a sufrir con la misma
intensidad. El dolor, en asuntos de fracasos
amorosos, no es privativo de lo femenino o de lo
masculino.
No siempre el rompimiento es previsible. A veces
una pareja se deshace abruptamente, casi de un día
para el otro, sin que uno de los miembros ni
siquiera hubiera sospechado tal desenlace. En
otros casos no: La separación se planifica con
tiempo, de común acuerdo y armoniosamente. Son
circunstancias diferentes, pero que sin embargo
tienen un punto de contacto: el rompimiento
acarrea sensación de vacío. Todo el pasado de
una vida en común aflora en la mente y los
recuerdos nos abruman; desearíamos volver atrás,
desandar los acontecimientos y hasta soñamos con
modificarlos. En esta etapa puede surgir la idea
casi obsesiva de pretender reparar, de volver a
empezar la relación, de mejorarla y retomarla.
Esos deseos podrían hacer que negáramos la
realidad, y en lugar de fortalecernos, nos
debilitaríamos. Hay cosas que jamás vuelven atrás,
y cuando finalmente nos damos cuenta de ello puede
sobrevenirnos una depresión aun mayor que la que
sentimos al tener que separarnos. La evidencia de
que será inútil tratar de recuperar lo perdido
hará que toda nuestra omnipotencia se derrumbe.
Habíamos creído que podíamos torcer los hechos
y de pronto advertimos que es imposible hacerlo.
El dolor se renueva; la sensación de vacío
aumenta.
El tiempo que dure esta situación de tristeza
depende de cada caso, pero debemos aceptar que en
mayor o menor grado le sucede a toda persona que
se separa. Estar preparado para afrontarlo
fortalece la decisión; sirve de apoyo para
animarnos a decir "basta" cuando una
relación se torna insostenible y necesitamos
ponerle fin.
Asumiendo la soledad
Supongamos un caso extremo: el de una persona que
haya sido abandonada abrupta y sorpresivamente por
su pareja. Es natural que quede sumida en la
soledad y el agobio; si intenta negarlo, lo más
seguro es que caiga en el escapismo. Probablemente
buscará aturdirse, ya sea en la búsqueda
compulsiva de nuevos amores, de amistades
indiscriminadas o de paseos sin ton ni son. Quizás
encuentre un fugaz consuelo, aunque esos
sustitutos serán de corto alcance y no la ayudarán
a salir de la depresión.
La otra posibilidad es que se hunda en la angustia
y que todo se le vuelva sombrío y sin salida. En
estos casos, esas personas pierden la autoestima,
se sienten despreciadas y creen que el amor quedó
vedado para ellas definitivamente, que nadie las
volverá a querer. ¡Hasta tienen miedo de
enamorarse por temor a sufrir otra decepción! Han
sufrido una pérdida y han quedado bloqueadas,
fijadas a la experiencia dolorosa.
Pero el momento de inflexión existe, y es allí
cuando surge la posibilidad de un cambio. Cumplida
la etapa de duelo y una vez que esa persona ha
podido asumir y elaborar las frustraciones sin
tratar de negarlas o de encerrarse en un caparazón
falsamente protector, recobrará fuerzas, volverá
a energizarse, y buscará la luz. No borrará al
pasado, pues el pasado no se puede borrar ni es
saludable querer hacerlo, pero lo dejará atrás y
no le impedirá mirar hacia delante, proyectarse
en el amor y en la alegría de vivir.
El fin de la crisis
He trazado una descripción de lo que puede
devenir luego de un rompimiento amoroso. No
pretendo agotar aquí el tema ni dar todos los
ejemplos posibles; lo sustancial que deseo
transmitir, a ti lector, es que no pierdas de
vista lo siguiente: la persona que padece una
situación como las que he indicado, está pasando
-nada más y nada menos- que por una etapa de
crisis.
El mismo recuerdo del amor frustrado, pasado el
momento de pesimismo, nos retrotrae a los
instantes felices y esperanzados de aquella relación,
pues es difícil que dos personas que se unen -y
por peor que se hayan llevado- no hayan pasado
también por instantes de alegría y plenitud.
Esos recuerdos positivos nos reanimarán y nos
liberarán del encierro, impulsando nuestros
deseos de volver a empezar y de disfrutar los
dones del amor. Y si la crisis nos ha servido para
desarrollarnos, terminaremos fortalecidos por la
experiencia y la confianza.
Recuerden
que debemos reconocernos como personas capacitadas,
para reponernos de las frustraciones y para amar y
ser amados con dignidad.
Leonerk
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