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Instinto de Inez

Carlos Fuentes

Instinto de Inez

Alfaguara, México, México, 2001, 145 pp.

Francisco Versace

fmbroadcast01@hotmail.com



Instinto de Inez, escrita al ritmo endiablado de la ópera del compositor francés Héctor Beriloz, La condenación de Fausto, cuenta dos historias paralelas que nos sumergen en el sueño de los tiempos, donde los amores imposibles de un director de orquesta y una cantante de ópera se entrecruzan con la historia de un hombre y una mujer primitivos.

La primera es una historia de amor tardío entre dos amantes de la música inspirada en La Dammnation de Faust, del compositor francés Héctor Beriloz. Historia del amor imposible de Gabriel Atlan-Ferrara, un famoso director de orquesta nacido en Marsella, y una soprano mexicana, Inez Prada. Inez se enamora de un hombre joven al que ve en una fotografía, hombre al que no le halla en su tiempo ni en el espacio y busca la manera de encontrarlo, teniendo como únicos conductos al hombre que la desea (Atlan-Ferrara, al que ella podría desear si no hubiese este proyecto erótico de encontrar al muchacho de la fotografía) y a través de la imaginación, en otro tiempo y en otro espacio. Es una novela circular, que se inicia cuando Atlan-Ferrara se dispone a dirigir, a sus 93 años, por última vez, La condenación de Fausto, y en la que los recuerdos del viejo director se alternan con la historia de los tiempos.

Inez y Gabriel no es una pareja en el sentido amoroso, aunque hay una atracción entre ellos. Atlan-Ferrara es poco convencional y su pasión es la música, la dirección de la orquesta. Se siente fascinado por un objeto, un sello de cristal, que para él simboliza lo que ama, algo perfecto y que no admite altibajos y rupturas, “todas las memorias de la vida”; y es que la memoria es una patrimonio imperecedero que le permite al hombre hablar del pasado como algo recuperable, el pasado es memoria y el futuro es deseo, y el futuro y el pasado se dan cita en el presente. Sello de cristal que aparece igualmente en los capítulos correspondientes a la pareja primitiva, objeto enigmático, misterioso, que representa el mundo de los recuerdos; objeto que no se achica a medida que el hombre cumple sus deseos; objeto que es el eterno desafío del arte y el amor, ya que nada tendremos que decir sobre nuestra propia muerte: “La apuesta era que ese objeto tan ligado a su vida resistiese a la muerte y, de una manera misteriosa, acaso sobrenatural, el sello continuase manteniendo el calor táctil, el olfato agudo, el sabor dulce, el rumor fantástico y la visión encendida, de la propia vida de su dueño”.

Por su parte, Inez, la amada y breve amante del maestro, igualmente vive para el canto, pero es más convencional, más humana y se aferra mucho más a un vivir dentro de la normalidad, aunque en realidad también se parece a su maestro.

El director y la cantante Inez Prada se encuentran tres veces, siempre ensayando y ejecutando al fin la obra de Beriloz: en 1940, en una noche londinense sacudido por el bombardeo alemán, “por la cabalgata de los corceles del diablo” de la Luftwaffe; en 1949, en el Palacio de Bellas Artes, en México; y en 1967 en Londres nuevamente, encuentro que no terminará, será interrumpido para siempre.

Las frustraciones y placeres de este “amor” perdurable pero intermitente y a distancia, con ígneas plenitudes en veladas consagradas al mismo tiempo al arte -de modo que el arte y el amor vencen de la mano al tiempo mismo-, son materia prima, noble y accesible del relato. Sin embargo, como se mencionó líneas atrás, Inez ama, en realidad, a alguien distinto del director Atlan-Ferrara, y a quien el relato propone como un hermano, tal vez, de éste. A cierta altura, este otro que jamás aparece es quizá ése otro que cada uno lleva dentro de sí: ése que representa la opción no hecha que nos hostiga y que nos vuelve para siempre incompletos y melancólicos. Esta interpretación pudiera justificarse cuando el director –que nada sabe de su hermano- lo imagina como un prisionero heroico de los alemanes en la Francia ocupada: sueño singularmente explicable en él, que ha huido a Londres y ejecuta La Dammnation de Faust porque Beriloz es “un hecho cultural que justifica el hecho territorial que llamamos Francia”.

Mención aparte merece el personaje Cosme Santos, mexicano tradicional. Inez se casa con él sin amor, por comodidad, por hacer algo, por evitar el aburrimiento, por no se sabe qué, porque sí, por seguridad, se “veía” bien. Luego engordó. En realidad el matrimonio no duró “ni un minuto (...) No me importaba. Pero no me estorbaba. Mientras él mismo se restó importancia y no se metió en mi vida, lo toleré. Cuando decidió volverse importante para mí, pobrecito, lo abandoné”. Se divorcia, Inez lo divorcia: ella la dominadora. La mujer busca, logra, consigue, alcanza el poder. Dominar la hembra al varón. Pero en la naturaleza no es así; son los renos machos quienes se encabritan y destrozan las cornamentas de las hembras, y luego ellas se dejan querer.

Pareciera ser que en Instinto de Inez el hilo conductor de la novela es la parte de la vida del hombre que no ha sabido incluir en el reino de su naturaleza masculina el instinto de una mujer. Esa sorpresa, esa excepción lógica, ese instinto amoroso que la guía hacia un hombre ausente, pues el objeto de su amor no está ahí, el hombre que está ahí (Atlan-Ferrara) es demasiado inteligente para acercarse realmente a ella. Sin embargo, el hombre para conocerse precisa de la mujer. Gabriel no logra descifrarse, ama, sabe que ama, pero no entiende su amor. Es necesaria la presencia de Inés primero, Inez después, para que al menos alguien logre entender lo que sucede, porque Gabriel sabe que jamás logrará penetrar ese rincón cuya llave es la intuición femenina, el instinto de Inez.

Tal como está estructurada la obra, se puede pensar que la historia del hombre y la mujer primitivos es un sueño que tiene Inez, cuando ella se extiende rígidamente sobre los dos taburetes (que son para poner el féretro del que muere) de la casa inglesa del director de orquesta, transportándose así a otra época, aludiendo a la vida del instinto y a la existencia primitiva. Es un sueño donde a los voluntariosos homínidos les causa tanto vergüenza saber de dónde descienden como haber incurrido en el incesto. Sueño del origen, el de la vida común, colectiva, semilla de la inminente civitas en la que la cercanía del hombre con sus congéneres avivará en él la misma cautela que solía tener frente a los animales de caza.

A diferencia de la parte dedicada a Atlan-Ferrara e Inez, donde se oye casi la música de Beriloz, cuando aparecen a-nel y ne-el, se pueden escuchar los sonidos de la naturaleza. La naturaleza siempre está presente así como la posibilidad de que ésta desaparezca. Se describe la flora y la fauna, sobre todo los animales, sus ritos, su territorio. No es coincidencia, porque si se habla de instinto, la etiología demuestra que el animal tiene instintos más desarrollados que el hombre.

a-nel y ne-el están situados en la prehistoria, sin embargo, hablan en futuro, esto se debe a que la prehistoria es el origen del mundo, pero también es el futuro del porvenir. Por eso esta parte está escrita en futuro, para dejar esa ambigüedad entre un pasado posible y un futuro probable. No hablan en pasado porque éste fue borrado, no hay nada antes porque fue terrible lo que hubo, hubo muerte, hubo violencia, hubo tiranía, hubo todos los horrores que han marcado la historia de la humanidad.

En esta parte, Instinto de Inez rastrea un paso más atrás de la sublimación del asesinato del padre que da lugar a nuestra civilización, buscando una madre original, instintivamente, como lo indica el nombre de la novela. Un matriarcado que se significó por el amor profundo de la madre hacia todos los hijos, ninguno es el preferido. El patriarcado, por el contrario, implica establecer la primogenitura, decir: “tú eres el primero, tú el segundo”, así como la prohibición del incesto y el nacimiento de las leyes. Esto es una derrota para la madre, que está en el origen de todo. Es una novela donde está expresamente establecido el ocaso del matriarcado.

Al ver las atrocidades ocurridas, surgidas de la vida común y de la evolución del hombre, la mujer primitiva desea remontarse a un tiempo todavía anterior al que está viviendo: el de la hermandad inicial, cuando andaba a cuatro patas regida por la mirada paciente y generosa de ese matriarcado, cerca de su pasado y su futuro inmediatos, intransferibles, encarnados en la madre y en la hija.

Así, algunos personajes de esta segunda historia pasan a la primera, creándose un producto atractivo, pero pesimista: el mundo arrastra sus lacras a través del tiempo, y no les encuentra solución. Historia que continuará de manera infinita hacia el futuro; el tiempo y la evolución no han modificado la condición humana. El hombre es la raza de Caín, pues Abel (el hijo primogénito, el hermano asesinado) no tuvo descendencia. El director Atlan-Ferrara sabe todo esto y enseña a los integrantes del coro –Inez está entre ellos- que “Lucifer es el infinito que cayó a la tierra”, así que su tragedia es vivir la infinitud del mundo infinito. Los hombres todos –en el amor y el arte- repiten esta historia desesperada de la limitación en lo limitado: Beriloz “sólo quiere arrastrarnos con Fausto al Infierno porque nosotros, tú y tú y tú y yo también le hemos vendido nuestra alma colectiva al Demonio”, a lo infinito, a lo absoluto. Estas palabras son dichas la una noche de Blitz en Londres, pues el director quiere oír “un coro de voces que silencia a las bombas”: un arte que acalle a la historia.

Acaso la puesta periódica de La condenación de Fausto, dirigida como nadie por Gabriel Atlan-Ferrara , invoca cada vez “la respuesta musical a una naturaleza destructiva que anhelaba regresar al gran original”; y porque el afamado conductor pide a sus ejecutantes que imaginen la pieza de Berlioz, “como una inversión del tiempo, un canto del origen, una voz de la aurora, sin antecedentes y sin consecuencia”, la mujer, Inez o a-nel, aparecerá siempre puntual, conjurada como una sombra del Hades, aquí y ahora, pero también, en seguida y por obra de la música, en ese comienzo que ya será víctima de la paradoja a la que la somete el tiempo, regido por una memoria-matriz donde el pasado y porvenir son al cabo y nada más que memoria.



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