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* * * * Y vino el coquí * * * *



Autora: Ester Feliciano Mendoza
Érase que se era, una isla pequeñita, apenas cuerpo de cordera y alma de pájaro. Dios la puso una mañana en el coy del mar, entre suaves pañales olorosos.

Le dio la ceiba para que la acunara. La palmera para que le diera agua y pan. El flamboyán para que le entibiara el tierno cuerpecito. La bambúa para que la arrullara. El yagrumo porque refresca del sol ardiente. La siciliana para perfumarla... Y la besó en la frente y se fue Dios a atender sus elevados quehaceres.

Al llegar la noche, la isla pequeñita y sola, se sintió triste entre los grandes árboles junto a la mar inmensa. Llamó hacia arriba:

-Papá Dios, ¿no puede venir alguien a acompañarme de noche?

El buen Padre adivinó que ella deseaba una voz amiga, pequeñita como ella, como ella tierna.

...Molió el Supremo Hacedor polen de estrellitas y zumo de cañaverales. Le añadió unos pedacitos de tabonuco, cristalillos de aguaceros y raíces de pacholí. Lo puso todo en la garganta de un sapo diminuto, y le dijo:

-Te llamarás Coquí. Serás el compañero fiel de mi isla de Puerto Rico. Todas las noches le llenarás la soledad con tu canto.

...Y de un salto salió de las manos de Papá Dios y cayó en la falda de la Isla. Noche tras noche, en la inmensa soledad del mar y el cielo el coquí le canta la nana a su isla de Puerto Rico.