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* * * * El canto de Ogaraití * * * *



Autor: Rafael Morales
Cerca de un bosque que se extendía no lejos del río de la Plata, vivía una tribu guaraní. Uno de los indios era un hombre fuerte. Había dedicado toda su vida a la caza.

Aquel hombre tenía un hijo llamado Ogaraití. Admiraba mucho a su padre. Desde muy niño, soñaba acompañarle en sus correrías. Mientras tanto, jugaba con su arco entre los árboles que rodeaban la cabaña.

Pasó el tiempo. Ogaraití se hizo un fuerte muchacho. Acompañaba a su padre casi diariamente.

Habían pasado las grandes lluvias. Los bosques se ofrecían al sol. Los ríos corrían con gran fuerza. Era la época del año preferida por Ogaraití para ir de caza. Pero debía ejercitarse en otras cosas para vencer en las pruebas que le esperaban dentro de poco tiempo.

Ogaraití se fue al río para ejercitarse en la natación. Deseaba vencer a sus compañeros en la carrera a nado. Era una de las pruebas que pasarían los jóvenes guaraníes. Se lanzó al agua. Durante un buen rato luchó contra la corriente. Salió de ella cansado, pero sonreía gozoso por su éxito.

De pronto, sintió Ogaraití una hermosa canción. Se levantó y miró entre los árboles. Vio a una joven que bajaba hacia el río. Oscura era su piel y más aún su brillante pelo. Su voz era tan melodiosa que Ogaraití empezó a caminar hacia ella.

-No dejes de cantar; es muy hermosa tu canción.

Pero la joven echó a correr. Él la alcanzó prontamente. Vio que sus ojos estaban llenos de temor.

-No temas- le dijo -no voy a hacerte ningún daño. ¿De qué tribu eres?

-De la tuya- contestó.

Ogaraití sonrió asombrado; no recordaba haber visto nunca a aquella joven.

-¿Cómo te llamas?

-Me llamo Eireté.

-Tu nombre es tan dulce y tan hermoso como tu voz. Yo me llamo Ogaraití.

-Ya lo sabía -dijo ella. -Aunque viven alejados de nuestras cabañas, todos hablan de tu padre como el mejor cazador de la tribu.

-Sí, mi padre es un buen cazador. Yo también lo seré- repuso. -Este verano voy a participar en las pruebas que se hacen a los muchachos. He estado nadando allí. Quisiera ganar la prueba de natación.

-Pero aquel es un lugar muy peligroso. No sé cómo has podido salir de él.

Ogaraití pidió a Eireté que cantase de nuevo la canción. Ella lo hizo gustosa. De pronto, Ogaraití dijo:

-Eireté, cuando haya pasado por todas las pruebas, ¿querrás casarte conmigo?

-Seré tu esposa, si así lo deseas.

-Júramelo por el dios Tupá, que nos está viendo desde el Sol.

-Por él te lo juro- contestó Eireté.

Después, volvieron a la aldea.

Llegó el día en que iban a comenzar las pruebas. Al amanecer el cacique y los más ancianos de la tribu llegaron a un gran llano. Se colocaron bajo un árbol corpulento. Había muchos guerreros y cazadores. En medio estaban los jóvenes que iban a participar en la primera prueba: la carrera a pie. Todos elevaron una plegaria al dios Tupá.

El cacique levantó una maza de madera que empleaba en los ritos. Con ella descargó el primer golpe. Los muchachos, al oírlo, se prepararon para la última señal. Cuando sonó, todos salieron disparados. Ogaraití se adelantó a los demás. Iba al frente con otros dos jóvenes. De pronto se dio cuenta de que un compañero se le adelantaba. En un instante lo alcanzó y llegó el primero a la meta.

Pasaron a la prueba de natación. Ogaraití se lanzó al río, y todos quedaron asombrados de su agilidad. Cortó la corriente, llegó a la orilla opuesta y volvió a la de salida. Quedó vencedor en la segunda prueba.

Faltaba la última: la prueba del ayuno. Consistía en estar nueve días dentro de un cuero sin tomar más alimento que el zumo fermentado del maíz. Ogaraití salió victorioso. Así lo anunció el cacique delante de la tribu.

-Ogaraití- le dijo -tú has superado a todos los de tu edad. De ahora en adelante, los jóvenes victoriosos pasan a formar parte de nuestros hombres. La primera reunión se hará cuando pase esta luna.- Ogaraití corrió hacia su padre y se abrazó a él.

-Estoy orgulloso de ti, hijo mío,- dijo éste; -ahora vámonos a casa, necesitas un poco de descanso.

Al día siguiente, Ogaraití se fue hacia el río. Espero a Eireté. Le pareció aún más hermosa.

-Ya sé que has sido el primero en las pruebas. Te aseguro que desde antes lo sabía mi corazón.

-Pensando en ti salí victorioso, Eireté. Dentro de pocos días, me reuniré por primera vez con los hombres de la tribu. Ante ellos te pediré que seas mi esposa.

Ogaraití esperaba el momento oportuno para hacer su petición. Oyó que el cacique lo llamaba.

-Te dije, Ogaraití, que no se olvidarían tus méritos. Tupá me ha inspirado. Cuando yo muera, serás el cacique de esta tribu.

Un murmullo de aprobación surgió de todas partes.

-Ogaraití, tengo una hija. Tú eres digno de tomarla por mujer.

Ogaraití se sintió angustiado al escuchar las últimas palabras. Pensaba en Eireté. Imploró al dios Tupá:

-Dios Tupá, tú sabes mi confusión. Tú sabes que no puedo aceptar lo que se me ofrece.

Calló Ogaraití. El dios Tupá lo oyó. Se hizo visible a toda la tribu. Entonces habló y dijo a Ogaraití:

-Vivirás con Eireté, la joven de la voz melodiosa. Pero para ello has de renunciar a tu forma humana.

Ogaraití, sin pensarlo ni un momento, contestó:

-Renuncio.

Sintió que todo su cuerpo se empequeñecía hasta ser un leve pajarillo. Sus fuertes brazos se habían convertido en dos tiernas alitas levemente rojizas. Voló hasta lo alto de un árbol y allí entonó su primer canto. Era un trino melodioso que recordaba la canción de Eireté.

Los guaraníes estaban asombrados. Mientras tanto, Eireté en su casa empezaba a sentir una extraña inquietud. Salió a la puerta de su cabaña. El melodioso trino de Ogaraití llegó hasta ella. Eireté comenzó a entonar aquella canción. Sintió que su corazón se llenaba de un amor inmenso. Extendió los brazos y se sintió ligera por el aire, convertida en pajarillo. Entonces cantó dulcemente y voló hasta el árbol donde le esperaba su amado Ogaraití.