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* * * * Caperucita Roja * * * *



Autor: Carlos Perrault

Una linda mañana, la madre de Caperucita Roja la despertó y le dijo que se vistiera pronto y le llevara un tarro de miel, unas tortas de avena y mantequilla a su abuelita, que estaba enferma y guardaba cama.

-Cuando llegues a la casa- le dijo su madre-, tira simplemene del cordón, alza el picaporte y entra. Si encuentras a alguien por el camino, dile que no tienes tiempo para hablar ni para haraganear.

-¡Así lo haré, mamá!- prometió Caperucita Roja.

A los pocos minutos, salía corriendo de la casa y tomaba por un hermoso sendero. Poco después, el sendero desembocaba en una pradera tapizada de flores.

"¡Sólo reuniré un ramillete!", pensó Caperucita, olvidando la promesa hecha a su madre.

No sabía que un lobo la acechaba. Este se le acercó, sonriendo.

-¡Linda mañana, Caperucita Roja!- dijo, con aire amable-. ¡Qué bellas flores estás recogiendo!

-Sí, señor Lobo- repuso Caperucita, con una sonrisa radiante-. Son para mi abuela. Vive en la casita que está junto al bosque. Se halla enferma y le llevo el desayuno.

-Debes ser una nietecita buenísima- dijo el lobo y, después de saludarla cordialmente, se alejó corriendo.

El aspecto del lobo era, sin embargo, muy poco agradable cuando acechaba la casita de la abuela. Finalmente, se acercó a la puerta y dió un suave golpecito.

-¿Quién está ahí?- preguntó una dulce voz.

-Tu nietecita- dijo el lobo.

-¡Entra, entra niña!- pidió la abuela-. Te bastará con tirar del cordón y se levantará el picaporte.

Y el lobo tiró del cordón, el picaporte se levantó y pudo entrar.

Apenas lo vió la abuela, profirió un grito de terror, pero, como estaba enferma, no pudo huir, y el lobo se la tragó. Quitándole presurosamente el gorro y la camisa de noche, devoró a la pobre abuelita. Luego, se puso la camisa y el gorro y, metiéndose en la cama, fingió dormitar.

Por desgracia, Caperucita Roja siguió arrancando flores, y ya era muy tarde cuando llegó a la casita. Las persianas estaban cerradas.

Bastante inquieta y avergonzada de su desobediencia, llamó a la puerta.

-¿Quién está ahí?- gritó el lobo, con voz muy débil y chillona.

-¡Soy yo, Caperucita Roja!- dijo la niña.

-¡Entra, entra niña mía! Tira del cordón y el picaporte se levantará.

Caperucita Roja tiró del cordón y el picaporte subió y, abriendo la puerta, la niña escudriñó la habitación en sombras.

-Te he traído un poco de miel, mantequilla y tortas de avena, abuelita. Y muchas lindas flores.

Y lo dejó todo sobre la mesa.

-¡Gracias, gracias niña mía!- dijo el lobo-. Me siento muy, muy enferma. Pero quítate la capa, acuéstate a mi lado. Debes estar muy cansada.

-¿No quieres que te dé el desayuno?- preguntó Caperucita Roja.

-¡No! ¡No! ¡Acércate más! ¡Descorre la cortina!

Caperucita Roja descorrió la cortina y miró con asombro.

-Pero abuelita... ¡Qué brazos tan largos tienes!

-Es para abrazarte mejor, mi niña.

-¡Qué orejas tan largas tienes!

-Es para oírte mejor, mi niña.

¡Qué terribles dientes tienes!

-¡Es para comerte mejor!

En ese momento, el lobo saltó de la cama, para devorar a la pobre criatura.

Cuando vió la gran boca del lobo y sus espantosos colmillos, Caperucita Roja recordó las palabras de advertencia de su madre y su propia desobediencia y empezó a gritar de susto.

En ese momento, pasaba casualmente por allí un cazador que iba al bosque. Oyó los gritos, penetró en la casita y mató al voraz lobo. Y cuando abrió el cuerpo del animal, salió de allí la abuelita de Caperucita, sana y salva.

Todos ellos cenaron muy contentos esa noche, y Caperucita Roja prometió que nunca, nunca volvería a desobedecer a su madre.