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SERVICIALISMO Y SERVILISMO


Los tres sistemas de economía
Alberto Mansueti


www.lasalida.org

América latina toma velocidad en el el camino de la izquierda. Sus enfermedades y padecimientos económicos -inflación, desempleo, pobreza-, derivan de dos males peores: incomprensión de la economía, y prejuicio contra los mercados. Este artículo describe los sistemas económicos contrapuestos, servicialista y servilista. Los coteja y compara, y a ambos con la economía informal, resultado de la superposición forzosa del segundo sobre el primero. Pero no se pone en el terreno de la economía sino en el de la moralidad. Y es que por ahí comienza el asunto...

La ignorancia es tanto más grave cuanto a la ausencia de conocimientos objetivos, se añaden falaces sofismas, errores y mentiras, repetidas hasta el cansancio. Pero más que exponer y refutar conceptos y principios falsos, aquí se muestran y fundamentan los reales y verdaderos.

Como bien dice mi amigo Adolfo Rivero Caro, el liberalismo es "contraintuitivo". ¿Qué significa eso? Que el liberalismo requiere ser demostrado, no siendo objeto propio del conocimiento intuitivo sino del discursivo. Pero no es fácil demostrarlo, y menos en términos sencillos; y esa es una de las razones por las cuales la inmensa mayoría de las gentes son antiliberales. Este artículo intenta brindar una demostración, lo más sencilla que es posible al autor. Para lo cual se sale bastante del terreno de la economía ...

SUMARIO:

- Introducción: ¿Quiénes toman “El Otro Sendero” y por qué?
- Servicialismo
- El consumo siempre depende de la producción
- Empresas y empresarios son servidores
- Amor y cuidado propios no equivalen a egoísmo (¿Kant o Jesucristo?)
- ¿Y el Estado?
- ¿Se ha practicado el servicialismo (capitalismo)? ¿Cuándo y dónde?
- Servilismo
- Más que antieconómico, el servilismo es inmoral
- ¿Qué es la Economía informal?
- ¿Y qué es la “Globalización”?
- Conclusión: ¿Hay salida? ¿Cuál es?


# Introduccion: ¿Quiénes toman “El Otro Sendero” y por qué?

En toda nación coexisten siempre dos economías, llamadas “formal” e “informal”. Algunos se preguntan por las causas de la segunda, vía que Hernando de Soto y Enrique Ghersi llamaron “El Otro Sendero” en un libro que dio la vuelta al mundo. Y muchos cuestionan cómo algunos podemos defender y encontrar algo bueno en la proliferación de puestos ambulantes pobres y hediondos, que obstaculizan el tránsito automotor y peatonal, a más de afear las calles de nuestras ciudades. Por no decir más.

Los temas de economía, por desgracia, son muy mal planteados y peor entendidos. En especial el de los sistemas económicos, muy mal expuestos por los economistas, torpemente confundidos por los periodistas y divulgadores, y desastrosamente comprendidos o incomprendidos por el público. Conceptualmente hay sólo dos sistemas:

*La economía libre o de libre mercado, no muy felizmente llamada “capitalismo” en lugar de “servicialismo”.

*
El “servilismo”, del cual hay muchas variedades, siendo el estatismo su forma moderna.

Este artículo describe uno y otro, sobre todo sus bases morales. Y después trata la economía informal, un sistema servicialista clandestino de supervivencia, y que -con sus excepciones- apenas sobrevive a la represión, paralización, castigo y empobrecimiento a que se encuentra sometido por una opresiva economía servilista que se le superpone. Finalmente, unos párrafos sobre “globalización”, otro concepto mal entendido, y sobre neocomunismo, un concepto prácticamente desconocido.

Y como el capitalismo es acusado de anticristiano, sobre moralidad aquí se adopta el punto de vista cristiano, sólo que bien entendido.

# Servicialismo

En el servicialismo o “mercadismo”, la economía se coordina a través de los mercados. ¿Cómo? Por arreglos voluntarios o libres, entre gentes que ofrecen sus servicios o contribuciones, a cambio de precios en dinero. Procuran así sus ingresos, que les permiten adquirir bienes y servicios de consumo, producidos por ellas mismas, en su rol de productores. No emplean la fuerza o violencia, ni su amenaza -la coacción-, porque los precios de mercado son estímulo suficiente. El liberalismo propone y defiende este sistema.

La oferta de servicios es fundamento y principio de este sistema de “servicialismo”, que también se le llama ahora “economía del lado de la oferta” (supply-side). Las personas contratan relaciones voluntarias, en dos mercados respectivos, según sus dos roles económicos:

*
de productores u oferentes de factores productivos;

*
de consumidores o demandantes de bienes finales.

Los fisiócratas -antiguos economistas franceses-, llamaban a este sistema economía “natural”. ¿Por qué? Porque se basa en el primer principio o ley natural de la economía: que la riqueza se produce. O en otras palabras: para consumir hay que producir. Corolario: no se puede distribuir o “repartir” lo que aún no existe. Por eso la oferta es anterior y superior a la demanda. El pan se gana con el sudor de la frente, dice el libro de Génesis (3:19); y el Apóstol Pablo escribió: “Quien no trabaja, no come” (2 Tesalonicenses 3:10.)


# El consumo siempre depende de la producción

Por eso en cualquier sistema, el consumo es función de la producción y de ella depende; y no al revés. Sin “homo faber” no hay economía, ni consumo. Sin embargo, supuestos defensores del mercado pretenden fundamentarlo en cierta “soberanía del consumidor”, concepto equívoco, y falto de sentido si implica primacía de consumo sobre producción, de demanda sobre oferta. Para esta concepción, el mercado es una supuesta “democracia económica” dirigida por la decisión o voto del consumidor; otro concepto peligroso.

Cierto es que el productor está al servicio del consumidor; pero no en cualesquiera condiciones. Es inmoral por ejemplo someter al productor a esclavitud, en nombre de los “derechos del consumidor”. Y en los mercados de bienes finales, los consumidores deciden; pero las personas también producimos, y en los mercados de factores también podemos negociar y decidir -votar- sobre precios y condiciones de nuestros aportes. Escogemos entre diferentes condiciones productivas; y en última instancia, entre producir o no. Llamamos “precios de los factores” a los sacrificios a que estamos dispuestos por una compensación o ingreso.

Todas las personas tenemos dos series de roles en la economía: consumidores y productores. Consumidores somos todos; pero también productores -al menos potencialmente-, y no sólo los poderosos y los fuertes. Lo es por ejemplo la viuda que renta un cuarto de su casa a un estudiante, o el garaje disponible. Y ella es “capitalista”, porque posee un capital físico. Y también el estudiante, si pone a “producir” su mesada paterna en una cuenta de ahorros, porque posee un capital financiero. Y si no, tiene destrezas, habilidades y conocimientos adquiridos, ofertables en el mercado de trabajo; posee un “capital humano”. Conclusión: todos somos capitalistas, propietarios de capital, que es todo activo reproductivo.

Toda economía se basa en la producción. Producir es más noble que consumir. Más se asemeja a Dios creador el hombre cuando produce que cuando consume. Pero estos aspectos “de la oferta” nunca son destacados. El capitalismo desaparece menos por los ataques de sus enemigos que por la pobre defensa de quienes se dicen sus partidarios.

# Empresas y empresarios son servidores

Como los mercados, en el servicialismo las empresas también son intermediadoras entre factores y consumidores. Pero “intermediador” no quiere decir necesariamente improductivo, subalterno, secundario o prescindible, como mal nos acostumbran a pensar. La función intermediadora es crítica en la economía; y si no véase la intermediación financiera, rol vital que deberían cumplir bancos y mercados de capitales.

Pero el empresario ofrece también un valiosísimo servicio. ¿Cuál? Descubrir necesidades, y coordinar los demás factores, para producir un bien o servicio anticipadamente a su demanda. Asume el riesgo por el éxito o fracaso de la empresa, que se llama así por ser emprendimiento y aventura. El emprendedor es un servicialista, como todo productor, pero muy especial, porque identifica a los otros, les convoca, reúne, combina, organiza, dirige, reprende y corrige, desarrolla y recompensa. Para seguir esa vocación se requieren talentos especiales. Todos somos factores productivos -activos o no-; mas no todos podemos ser empresarios.

La función social del empresario es producir. ¿Qué cosa? Algo que sirva: una mata de café, una mazorca de maíz, una mesa o una silla, un automóvil o un electrodoméstico. O repararlo. También un concierto de música, obra de teatro, filme o libro. A empresarios -y productores en general- alude el Evangelio donde Jesús dice: “Quien quiera ser grande entre vosotros, que comience por servir.” (Marcos 9:35.)

¿Cómo sirve el empresario? Identificando dos elementos que otros no ven: mercados insatisfechos que querrían pagar por cierto producto, y factores desocupados (o con empleos de menor prioridad social) que querrían compensación por producirlo. A los factores ofrece primero un estímulo mayor por su esfuerzo. Y a los consumidores ofrece después el producto, a una mejor relación precio-valor. A ambos sirve, y mucho. Compite con otros empresarios -actuales o potenciales- en las dos series de mercados: de factores y de rubros finales. Su ganancia -si queda-, es la diferencia entre ingresos y pagos. Cuanto mayor la utilidad que lucra ( = logra), mayor el servicio realizado. Si hay pérdida, debe retirarse, a hacer otra cosa -y dar paso a otro-, porque de este modo se le hace saber que no está sirviendo.

Noble es servir, más que ser servido. Pero muy diferente es prestar un servicio libre que en condiciones de esclavitud u otra forma de servilismo. Más adelante se trata la economía servilista y sus formas; pero antes hay que despejar todavía otros malentendidos.

# Amor y cuidado propios no equivalen a egoísmo (¿Kant o Jesucristo?)

Los detractores del capitalismo le identifican con el egoísmo, o amor propio desordenado, exclusivo y excluyente de los demás, comenzando por el “prójimo” o más cercano. Sin embargo el amor al prójimo no está necesariamente reñido con el amor de sí mismo, asumido como algo muy natural en la tan reiterada fórmula de Levítico 19:18, citada por Jesucristo (Mateo 5:43): “Amarás al prójimo como a ti mismo”.

El amor a sí mismo es muy diferente del egoísmo. En español se llama “amor propio”, y comienza por el cuidado y atención de uno mismo, su familia, su futuro y sus intereses, en lugar de echar esas responsabilidades, más cómodamente, sobre hombros ajenos. El Apóstol Pablo se lo escribió muy claro a su discípulo Timoteo: cada quien provea para las necesidades de sí mismo y su propia familia (1 Tim 5:8), no el Gobierno. En cuanto al dinero, es escudo que brinda cierta protección (aunque inferior a la sabiduría, según Eclesiastés 7:12); no es en sí mismo la raíz de todos los males, pero sí lo es “el amor” al dinero (1 Tim 6:10).

En el servicialismo, para lograr lo que uno quiere, debe servir a los demás. Debe “dar a los demás aquello mismo que quisieran para sí”, según otra conocida fórmula, la “Regla de Oro”, que conforme al mismo Jesucristo (Mateo 7:12) resume la moral del Antiguo Testamento. ¿Qué cosas debe dar un productor a su cliente? Eficiencia, prontitud, calidad, buen precio, confiabilidad, seguridad, crédito de confianza ... en la esperanza de incrementar su propio beneficio. ¿Es eso egoísmo? ¿O todo lo contrario?

Es cierto que en el servicialismo el amor propio es motivo principal entre los elementos impulsores de la acción o conducta productiva. Pero, ¿quién no se ama a sí mismo? ¿Y quién no se motiva por alguna forma de amor propio, sea que busque satisfacerlo mediante una recompensa, que puede ser en dinero, reconocimiento, amor, o una combinación de ellos? Aún quien “acumula tesoros en el Cielo” (Mateo 6:20) obra en el propio interés. Y quien busca el amor de Dios, lo busca para sí mismo, al menos en primer lugar. Si eso es egoísmo, los santos serían los mayores egoístas: quieren tenerlo todo; quieren nada menos que a Dios. De hecho los antiguos monjes producían, y los monasterios eran empresas.

El servicialismo se basa enteramente en la ética cristiana bíblica, que el sistema de libre empresa no contradice en nada; y sí en mucho a la ética kantiana. Lamentablemente el filósofo alemán Immanuel Kant fundó un sistema ético -que pretende pasar por cristiano-, asentado en un principio opuesto, muy simple y perverso: no es moral el servicio prestado en la espera de una recompensa, y sólo es moral si se brinda en total ausencia de interés propio. Por tanto, las relaciones de intercambio -como las de mercado- son inmorales. Se ha convenido en llamar “altruismo” a este disparate, base del socialismo.


No sólo es anticristiano, ¡es inhumano! Porque toda relación humana es o tiene algo de intercambio. La familia es por ejemplo un sistema de seguridad social perfecto, porque contiene un intercambio de servicios entre dos generaciones, padres e hijos, que se atienden unos a otros en dos momentos en el tiempo, antes y después. Por eso, una vez destruida o minada la familia por las cargas estatales -especialmente la inflación y demás impuestos-, el engañoso “Estado de Bienestar Social” (Welfare) ha sido incapaz de reemplazarla con la misma eficiencia.


Sin embargo, la ética kantiana se ha popularizado. Hoy cada vez más gente quiere el “derecho” a recibir cosas por nada. Antes no era así, y lo considerado inmoral era pretender vivir “de gorrón”, recibir sin dar. En días de nuestros abuelos, ellos se hubiesen avergonzado de tener que aceptar algo sin poder brindar nada a cambio. Porque se sentían productores y no mendigos.

# ¿Y el Estado?

En el servicialismo, la misión propia del Estado es importante: proscribir la violencia y el fraude -de esas dos plagas es que los mercados deben estar “libres”-; por ello es inaudito que cometa precisamente aquellas transgresiones que debe juzgar y reprimir.

A fin de mantenerlos limitados, a los Gobiernos se adscriben sólo tres funciones:

*
represivas, de los crímenes contra la vida, propiedad y libertades de las personas;

*
judiciales, para dirimir conflictos que las personas no puedan resolver por sus propios medios;

*
y de obras públicas, relativas a la infraestructura de comunicaciones y salubridad.

Ninguna de estas funciones es de “dirección” de la sociedad; ni siquiera de intermediación. El Estado es un servidor más. Gobiernos y funcionarios no intermediaron excepto como colectores de impuestos, pero ¡no entre “ricos y pobres”! sino entre los contribuyentes y los beneficiarios de los servicios públicos, que son todas y los mismos ciudadanos, y no dos grupos especiales distintos. ¿Cómo hace esta intermediación? Asignando los impuestos recaudados al cumplimiento de las funciones estatales, y no “redistribuyendo la riqueza” ...

Estatismo es cuando el Estado descuida sus funciones propias, y pretende arrogarse otras. Todas incumple, y en el camino oprime, empobrece y arruina a la sociedad. En el estatismo, los Gobiernos asumen una intermediación innecesaria, estéril y empobrecedora: la intermediación política.


# ¿Se ha practicado el servicialismo (capitalismo)? ¿Cuándo y dónde?

Sí, algunas veces en la historia de la Humanidad, antes en forma limitada, y más plenamente desde la Revolución Industrial. Y con mucho éxito: teniendo funciones limitadas, los Gobiernos las cumplían. Siendo el gasto público reducido, los impuestos eran bajos; los Gobiernos no necesitaban sobreendeudamiento, ni financiarse emitiendo dinero excesivo. Contratando los factores de la producción individualmente, se mantenían los lazos entre logros y recompensas, y la eficiencia aumentaba. La “acumulación de capital” -aunada al progreso tecnológico, y a la competencia entre empleadores- permitía incrementar poco a poco los niveles generales de salarios e ingresos. Pero eso fue hasta la Primera Guerra Mundial.

Al servicialismo se debe el extraordinario progreso experimentado por ejemplo cuando el Renacimiento, y más tarde en el siglo XIX. Y después en los mal llamados “milagros” de las naciones vencidas en la Segunda Guerra -Alemania, Italia, Japón-, parcial y limitadamente reeditados por los “tigres” asiáticos de los ‘80.


  # Servilismo

En las relaciones serviles, la fuerza y la coacción obran como estímulos en lugar de los precios. Primero fue la esclavitud. Después la servidumbre, con algún contenido contractual, y relativamente menos mala. El estatismo combina los peores rasgos de ambas, porque no hay propiedad privada de amo o señor particular: somos esclavos y siervos del Estado -encarnación del colectivo-, para quien trabajamos obligadamente buena parte de nuestro tiempo. A la fuerza y la coacción se suma un tercer medio de sometimiento: el engaño.

Desde 1914 los errores en la comprensión de la economía -y de la ética- se han multiplicado, y masivamente inundan las Universidades y medios de comunicación. Apoyados en estas falacias, y en los intereses creados, Estados y Gobiernos han ido asumiendo roles intermediadores cada vez más activos, pretendiendo coordinar todos los mercados y factores, y gerenciar todas las empresas. ¿Cómo? Empleando la fuerza y la coacción, que son sus instrumentos propios, idóneos en su función específica, pero destructivos y terribles fuera de ella. Resultados? Pésimos.

Porque los Gobiernos ilimitados en sus fines y funciones también lo son en sus gastos. Y en sus impuestos, y sus deudas, y en la emisión ilimitada de dinero para financiarse. Así empobrecen a la sociedad. Y lo peor: le impiden crear más riqueza, porque pretenden justificar su omnipresencia con absurdas reglamentaciones. Sus rígidos “controles” impiden funcionar regularmente a los mercados y empresas, y demás instituciones naturales como la familia y la escuela (privada). El servilismo es responsable de todos los fracasos en la historia económica de las naciones. Desde las guerras, que separan sus distintas etapas como horrorosos hitos demarcadores, hasta las inflaciones, recesiones, paros, hambrunas, miserias y “estanflaciones”, que son contenido principal y distintivo en cada etapa. Y de otros males menos tratados, como el relajamiento en la calidad de productos y servicios.

Los productores independientes que no son víctimas del desempleo o subempleo, apenas ingresan una fracción de lo que producen; el resto va a los Gobiernos y sus asociados, en forma de impuestos, inflación u otras confiscaciones, o sobreprecios cargados por privilegiados monopolistas con conexiones políticas. Así los productores independientes deben multiplicar sus esfuerzos y afanes para obtener una cada vez más magra compensación. Ello no les permite descubrir la pirámide de engaños y falacias sobre las cuales se monta el estatismo; y a los pocos que lo logran, les impide ensayar algún tipo de resistencia intelectual o política.


# Más que antieconómico, el servilismo es inmoral

Porque se basa y asienta en el empleo de la fuerza, la coacción y el fraude. Pero lamentablemente, no lo han destacado así los malos defensores del capitalismo (algunos llamados “neo” liberales). Por el contrario, le buscan justificaciones económicas, de orden utilitarista. Lo cual lleva a una discusión interminable.

Cierto es que como sistema el capitalismo es con mucho más eficiente. Pero cada vez más, sus enemigos le atacan por ser supuestamente inmoral -y anticristiano-; no por ser eficiente. Sin embargo, quienes pretenden defenderlo se enfrascan en argumentos económicos, encaminados a demostrar su mayor utilidad para proporcionar más riqueza, empleo y crecimiento; ¡los cuales son rigurosamente ciertos y científicos! Pero el público general no los capta, aunque les sean mostrados y demostrados. Siguen entrampados en su propia estulticia y perversión, creyendo las promesas de recibir “almuerzos gratis”: educación, salud ...
 

 

Y oyen todos los cantos de sirena de los demagogos, que niegan o cuestionan ...


*la licitud moral del beneficio empresarial, incapaces de comprender la función del empresario;
*la moralidad del amor e interés propio como estímulo, que confunden con el egoísmo;
*la ocupación y preocupación en los bienes terrenales y su seguridad, que tildan de “craso materialismo”;
*la racionalidad propia del mundo económico, a la que acusan de “frío e insensible cálculo”.


Y lo más importante:
*el derecho moral que asiste a todo productor de riqueza, para conservar y disponer íntegramente de los frutos del propio trabajo, imaginación y esfuerzo creativo. Este derecho natural es calumniado como “causa de la injusta distribución de las riquezas”, del “aumento de la brecha entre los ricos y los pobres”.


Porque muchos apoyadores del estatismo no roban, pero envidian, y pretenden que el Estado robe a otros por y para ellos. ¡Ilusiones...! En cierto modo merecen los males que obtienen.

Si en el siglo XXI, nosotros o nuestros hijos queremos recuperar las perdidas libertades en los mercados, será mediante una defensa inteligente y eficaz. Tenemos que devolverles sus bases éticas. Y también al beneficio empresarial, y en general a la ganancia de los mercados. Y al amor propio; y al trabajo productivo en bienes y servicios de esta tierra y para esta vida. Y a la racionalidad, otra semejanza de creatura y Creador. Y lo más importante: ¡el derecho a ganar cada quien el pan con su propio sudor, y no con violencia o mentira!

Pero para devolver a la economía sus bases morales, tenemos que restituir a la ética sus bases racionales. Es decir, sacarla del campo de los sentimientos, donde Kant pretendió plantarla -otro gravísimo daño suyo-, y devolverla al terreno de la razón. Las emociones y sentimientos pueden ser engañosos.


# ¿Qué es la Economía informal?

En toda nación hay dos economías. Una en recesión y crisis permanente, con inversión, empleo y producción menguantes. La otra sobrevive, mucho más productiva en relación a sus escasos recursos; y a veces florece, lo que se nota en la calle (no en las estadísticas de la prensa). La primera es la economía “formal”, ocupada en satisfacer los caprichos de las autoridades políticas; la otra es la subterránea, y genera la producción silvestre, espontánea, que atiende las reales y prioritarias necesidades del mercado. La primera es el problema; y la segunda, una solución. Ambas se yuxtaponen, pero no amalgaman muy bien.

Diariamente, incontables personas y recursos pasan a la clandestinidad económica, a través del “Otro Sendero”. Huyen a esconderse de los impuestos, y de las asfixiantes regulaciones, como por ejemplo las leyes salariales, laborales y sindicales -o las leyes financieras, de transportes, fianzas y seguros, etc.-, que sólo producen ineficientes monopolios. Vedada la resistencia intelectual o política, la economía “negra” es la resistencia económica a la guerra feroz de los Gobiernos contra la producción, Mayores son sus dimensiones cuanto más exigentes son los reglamentos y confiscaciones, y más elevados los impuestos.

 

 

¿Cómo se comporta la Economía informal? ¿cuáles pautas o normas sigue? No por casualidad, sigue el antiguo, siempre vigente y muy efectivo principio del libre mercado: arreglos no coactivos (voluntarios), individuales o asociativos, pero sin intervención gubernamental. La economía formal es servil -proclive a la genuflexión y al besamanos-; la informal es servicialista.

¿Es buena la informalidad? Es un medio de defensa, pero no lo mejor. Es una salida de emergencia. No enriquece, salvo muy contadas y raras excepciones. Cuando los productores independientes no tienen otra opción, les permite sobrevivir. En condiciones de descapitalización permanente, sin equipos ni medios idóneos, y con muchas extorsiones de funcionarios y comisarios. A lo que se suma un alto grado de inseguridad personal y jurídica, que obliga a contratar casi exclusivamente dentro del ámbito de la parentela y relacionados muy cercanos. Así, la productividad es ínfima.


# ¿Y qué es la “Globalización”?

El mal llamado “neo” liberalismo es una falsa salida. Es la continuación del estatismo por otros medios. Conviene no engañarse en este punto. Y asimismo con la “globalización”, de las cuales hay tres, muy distintas: de las comunicaciones; de los mercados; y de los Gobiernos.

*Una es la reducción de las barreras técnicas y económicas a las comunicaciones, que se multiplican, potencian y abaratan con el progreso tecnológico en este campo;

*otra es la eliminación de todas aquellas barreras y restricciones a los intercambios comerciales y económicos decretadas por los Gobiernos, lo cual multiplicaría el comercio, el desarrollo y la prosperidad;

*otra es meramente reemplazar esas vallas a los intercambios que imponen los Estados nacionales, por las de un Super Estado Mundial.
Vale separar con cuidado las tres globalizaciones, porque la primera no implica necesariamente la segunda, y esta es es antitética con la tercera.

 

 

El FMI y el Banco Mundial -como muchas otras organizaciones internacionales-, no promueven el capitalismo ni el liberalismo, sino sus totales opuestos: el crecimiento del Estado y los Gobiernos, en todos los países, incluso EEUU. Y el gradual reemplazo de los Estados nacionales por un gran Super Estado Mundial. Aún se halla en construcción, pero ya prefigura en la ONU, Unión Europea, y todas sus agencias burocráticas sectoriales, a cargo de controlar cada aspecto de la vida humana (y animal y vegetal).

El “Nuevo Orden Mundial” que se edifica es asunto que requiere examinarse de cerca:

*En EEUU ya no mucho queda de capitalismo; y ni traza hay en sus enormes y todopoderosos Gobiernos y agencias federales. Menos aún en Europa.

*El imperialismo no es la “fase superior” del capitalismo, sino del estatismo. Un SuperGobierno estatista se hace imperialista cuando ambiciona mandar, adoctrinar, someter, tributar y reclutar para la guerra a ciudadanos de otros países además de sus nacionales.

*Con el Muro cayó el comunismo tipo soviético. Pero no es el fin del colectivismo, ni del estatismo que es su instrumento y consecuencia propia. Mucho menos el “triunfo del capitalismo”; más bien del neocomunismo, que no quiere aniquilar al sector privado sino esclavizarlo.

*Las recetas “macroeconómicas” del FMI y el Banco Mundial pretenden salvar de la quiebra no a “los países” sino a los Gobiernos, y a sus dispendiosas burocracias; y recuerdan si acaso muy poco al auténtico capitalismo “laissez faire” (liberal), contrario al intervencionismo estatal. Y a toda forma de servilismo.


# Conclusión: ¿Hay salida? ¿Cuál es?

Es simple: derogar las leyes malas y los impuestos confiscatorios e inicuos. Reducir los Gobiernos a sus funciones y dimensiones propias. Privatizar los activos económicos para ponerlos en manos de la gente, y las escuelas y hospitales en manos de sus docentes, profesionales, empleados y trabajadores.

“La Salida” no es el Aeropuerto. Y es moral más que económica. En esencia es un tratado de paz entre el Estado y la sociedad, que extienda a toda la economía las mismas liberales condiciones del sector hoy informal: poco Gobierno; mucho mercado; y una gran independencia. Pero con mayor seguridad, y más capital.