Esta historia contiene una escena explícita de amor entre dos adultos de más de 18 años (¿Pero qué edad tienen realmente?) Si esto te ofende, cierra el archivo y bórralo tan rápido como puedas. Si vives en un estado o país que prohibe este tipo de material, ¡lárgate de ahí! Si tienes menos de 21... llámame... (:D)
En cualquier caso, un agradecimiento... a las chicas del “Censored”.

Xena y Gabrielle pertenecen a MCA, mis fantasías me pertenecen a mí.

Esta historia ha sido traducida por el Equipo de Inglés de Xenafanfics y cuenta con el permiso de la autora para su traducción y publicación en español en Internet.
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EL BESO

de Patricia L. Ennis


La miro todo el tiempo, absorbiendo sus movimientos como si fueran el aire que necesito para vivir. La miro cuando su pelo vuela alrededor de su rostro y ella lo aparta, tan casualmente como si no fuera la sedosa nube que moriría por tener contra mi mejilla.

Su cuerpo brilla cuando trabaja, corta leña o practica con su espada, y yo siento cómo las palmas de mis manos comienzan a doler por ese deseo irresuelto de tocar el rocío de su piel.

La miro cuando monta a caballo, cuando camina, cuando lucha y cuando habla. Me he vuelto adicta a su sonrisa y al modo en que ésta hace cambiar su cara. Sus ojos se vuelven aún más azules, su cara, tan seria, se transforma en la de una niña. No la he visto así con nadie más que conmigo. Y aunque sé que es sólo mi corazón mostrándome aquello que deseo ver, lo creo igualmente.

A veces levanta la mirada y sonríe, para demostrarme que sabe que la estoy mirando. Yo me limito a sonreírle ampliamente y aparto la mirada. Su proximidad comienza a volverse insoportable.

No sé cuándo me enamoré, sólo que lo estoy. Y no porque me permitiese seguirla, no porque me haya salvado la vida, ni tan siquiera porque sea la criatura más magnífica que haya visto jamás, incluyendo a los Dioses del Olimpo.

La quiero por la persona que es, oscuridad y luz combinadas. La quiero por lo que hace para redimirse de sus faltas. Y la quiero porque no puedo evitarlo. Juro que lo he intentado. Hasta que me acostumbré al agridulce dolor que provocaban sus manos cada vez que me tocaban por sorpresa. Hasta que me acostumbré a sus ojos atravesándome el corazón. Aún no a lo que su sonrisa provoca en mí... y no creo que quiera hacerlo.

Esta noche se detuvo para acampar temprano, con el sol rozando las cimas de las montañas. ¿Por qué? No lo dijo y no le pregunté. Estaba contenta de sentarme junto al fuego, contándole historias mientras comía. Una o dos veces rió en voz alta y supe que pasaría felizmente mi vida a su lado sólo para poder escuchar esa risa todos los días.

Ahora estoy tumbada bajo mi manta, bajo la luna y las estrellas, mirando mientras afila su espada a la tenue luz del fuego. Tiene la armadura junto a ella, su traje de cuero colgando cerca mientras se seca. Se sienta tan erguida, con aspecto orgulloso, pero de alguna forma cálido al mismo tiempo. Pelo marrón muy oscuro, suelto alrededor de sus hombros, agitado suavemente por el viento. Sus ojos absortos en el metal, y los míos en su rostro.

Con un coraje inesperado mis ojos descienden lentamente, se deslizan por su piel morena y firme para descansar maravillados en el hueco de su cuello, tan delicado en una mujer tan fuerte. Luego más lejos aún, una pausa en sus pechos antes de caer sobre sus piernas, graciosamente replegadas bajo su cuerpo.

No me di cuenta de cuándo cesó el movimiento, no eché en falta el sonido. No fue su quietud lo que me hizo consciente de ella.

Fue aquel azul quemando mi piel.

Debí haber mirado a cualquier otra parte, nunca a sus ojos. Debí haber sabido que allí vería exactamente lo que atormentaba mi alma. O exactamente a quien lo hacía. Debí haberlo sabido, debí haber parado, pero no hice ni lo uno ni lo otro.

Sus ojos estaban oscurecidos por la luna, sólo unas diminutas chispas del color que había llegado a amar. Mi respiración se cortó cuando no sonrió, no rió ni apartó la mirada. La sentí acelerarse cuando vi mis propios ojos reflejados en los suyos. Se levantó muy despacio, antes de acercase, como dándome tiempo para huir.

En realidad, si hubiese tenido esa opción, probablemente lo habría hecho. Tan salvaje fue mi reacción que la temí más que a cualquier otra criatura. Pero el deseo ahogó al miedo dentro de mí, corriendo a través de mis venas como mercurio, y abrazando mi corazón.

Se detuvo a poca distancia, apartando con las manos su camisa, deslizándola sobre su piel. La dejó caer al suelo junto a sus pies y me miró con unos ojos en los que nunca antes había visto lo que vi en ese momento.

Deseo… esperanza... y miedo...

Me puse de rodillas y me quite la camisa, su mano luchando con la mía sobre el cuero de mi cintura. Me quedé allí, temblando como una hoja, mientras unas manos suaves deslizaron la tela por mis caderas. Por un momento, nos quedamos simplemente así, dos mujeres desnudas, arrodilladas en la hierba. Vi sus hombros temblar ligeramente y me incliné hacia delante, cerrando los ojos. Respiraba con dificultad incluso antes de que ella me tocara, la impaciencia recorría todo mi cuerpo. No estaba preparada para su delicadeza. La timidez de su mano al deslizarse por mi mejilla. Recorrí el dorso con las yemas de mis dedos mientras ella inclinaba mi cabeza a un lado.

Al principio fue sólo su respiración, su calidez sobre mi mejilla. Después una suavidad que me hizo estremecer cuando sus labios se acercaron a mi boca. Sólo un roce, leve al principio, una caricia persistente de su mejilla sobre la mía, antes de apartarse...

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Xena respiró profundamente y dejó el pergamino, con la boca ligeramente abierta como único indicio del asombro que sentía. Miró al suelo, donde Gabrielle dormía, asegurándose de que no podía verla antes de acercarse a las alforjas. No había planeado leer aquellos pasajes, tan cuidadosamente escritos por la perfecta mano de la bardo, que sólo habían sido un obstáculo entre ella y la carne seca. No sabía porqué lo había desenrollado... Pero ahora que lo había comenzado, necesitaba leer el resto. Necesitaba saber hasta dónde llegaba lo que había en el corazón de Gabrielle, y si podía albergar esperanza en...

Su búsqueda fue infructuosa. Ese era el único. Lo leyó de nuevo, y luego una vez más, intentando calmar el ritmo de su corazón.

-¿Por qué paraste, Gabrielle? -susurró, mientras su corazón ansiaba despertar a la joven y preguntárselo.

Se movió silenciosamente para sentarse a su lado, reposando la suave cabellera sobre sus rodillas. Estudió el sereno rostro de la joven, acariciando su mandíbula y de repente, lo entendió.

Gabrielle no había seguido escribiendo porque no sabía qué venía después...

Xena permaneció sentada allí durante un buen rato, acariciando con sus ojos la silueta de la joven. Sabía que en noches cálidas como aquella Gabrielle dormía sólo con una camisa sobre su cuerpo. Una lenta y sensual sonrisa asomó a sus labios mientras se quitaba el camisón por encima de su cabeza.

Moviéndose lentamente para no despertarla, se deslizó bajo la manta de la bardo, adhiriendo su cuerpo a lo largo de la espalda de Gabrielle. La joven se agitó. Xena se quedó paralizada con el corazón latiendo descontroladamente en el interior de su pecho. Segundos después aquellos movimientos cesaron y la guerrera presionó toda la longitud de su cuerpo contra la adormecida bardo. Intentó no echarse a reír al notar cuánto sobrepasaba su pierna extendida de los pies de la mujer.

En un principio no pasó nada. Xena se preguntaba si simplemente continuaría durmiendo. Tendió un brazo alrededor del estómago de Gabrielle, dejó la palma de su mano muy cerca del borde de su pecho y sonrió cuando la respiración de la bardo se hizo más profunda, liberando de su garganta un quejido que le dijo todo lo que necesitaba saber.

-¿Xena? -susurró, con una voz apenas audible.

En aquella palabra la guerrera reconoció todo lo que le faltaba. Había oído decir su nombre de manera parecida muchas veces, y hasta ese momento siempre había echado de menos la pasión, el deseo... el amor que debía contener.

Enterró sus labios en la cabellera rojiza mientras le recorría la espalda con las manos, levantando su camisa al mismo tiempo. -¿Sí, Gabrielle?

-¿Qué... qué estás haciendo?

Xena no contestó, simplemente se acercó más, rozando con sus pechos la espalda de Gabrielle. -¿Hmmm?

-¡Oh...!

Gabrielle arqueó la espalda, extendió su mano hacia atrás apoyándola indecisa contra el muslo de Xena. Cuando comenzó a retirarla, impulsada por su timidez, Xena la alcanzó y la cubrió con la suya. Luego llevó sus labios hasta la garganta de la bardo, depositando sobre su piel pequeños mordiscos, dejando unas casi imperceptibles marcas en su camino.

-¡Oh...! -Esa palabra surgió mucho más suavemente esta vez, un simple suspiro unido al aire nocturno.

Gabrielle se giró y contempló esos ojos azules, oscurecidos por la pasión. Elevó una mano lentamente y tocó los labios de la guerrera. -¿Es esto real? -susurró-. No... no me lo digas, no quiero saberlo si no es así.

-Es real, Gabrielle -tomó la mano de la bardo y la colocó contra su pecho para que pudiera sentir el salvaje palpitar de su corazón-. Soy real.

Gabrielle sonrió y su cara se contrajo levemente mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
-Gracias a los dioses. No sabía qué hacer... pensaba que estaba siendo una estúpida. Una estúpida chica de campo, ¿qué podría querer de mí una mujer como tú?

Xena se incorporó sobre sus rodillas al recordar lo que Gabrielle había escrito. Luego tiró de la bardo para unirla a ella, elevando su barbilla con la mano mientras la luz de la luna se derramaba a su alrededor y bañaba su cabello de un brillo etéreo.

-¿Qué podría querer de ti? -Xena rió con ganas antes de continuar-. ¡Oh, Gabrielle! Tú eres más responsable de lo que soy ahora que nadie... ni siquiera yo misma. Te has convertido en los ojos que descubren por mí cosas increíbles, eres la pureza de mi corazón. No es lo que haría con una chica como tú lo que me aterroriza. Es lo que podría llegar a hacer si no estuvieras conmigo.

Gabrielle sonrió, sintiendo la alegría bombear en su corazón. -Te quiero -susurró-, siempre te he querido... sólo que me ha costado un poco darme cuenta.

Xena asintió. -Yo también te quiero.

Despacio, tanto que casi sintieron doler sus corazones, Xena se acercó. Gabrielle cerró los ojos cuando el rostro de la guerrera estuvo a menos de un milímetro de ella. Comenzó a temblar cuando sintió unos suaves labios contra la comisura de los suyos. Permanecieron allí sólo un momento antes de moverse y cubrir su boca completamente. La bardo separó los labios sin necesidad de pedírselo, permitiendo a Xena saborearla profundamente con la lengua. Lo encontró dulce... tan dulce.

Xena gimió e hizo descender sus manos por la suave y firme piel hasta situarlas bajo las nalgas de Gabrielle. Con un fuerte tirón, se dejó caer hacia atrás, arrastrando a la bardo consigo y haciéndola descansar sobre ella.

Por un momento, Gabrielle no se movió. Todo su cuerpo se estremecía en los lugares en que su piel tocaba la de Xena, deleitándose con esa sensación de suavidad. Había sido abrazada, sostenida y acariciada por hombres, que por lo general quedaban inconscientes en cuanto Xena los veía, e incluso por algunos a los que había amado, como Talas y Perdicus. Pero nada se había parecido nunca a esto. Esa devoradora necesidad de la exquisita suavidad bajo su cuerpo. -Sí... -susurró.

Con una sonrisa, Xena volvió a hacer girar su cuerpo, y atrapó a la bardo bajo ella. La miró fijamente a los ojos un momento, perdiéndose en el amor que encontró en ellos, y luego acercó los labios para poseer su boca una vez más. Con paciencia apenas controlada, deslizó sus caderas entre las piernas de Gabrielle, y exhaló un leve gemido al sentir el vello húmedo contra su estómago. Bailó con su lengua alrededor de uno de los pezones, antes de cerrar completamente su boca sobre él.

-¡Dioses...! - gimió Gabrielle.

-Sí, tú eres una diosa -Xena elevó su mano izquierda y asió el otro pecho de Gabrielle mientras su boca seguía alimentándose. Alternó su atención sobre uno y otro al tiempo que la bardo la acompañaba con su propio movimiento. Cada susurro la llevaba más lejos, cada gemido incrementaba el ansia de su corazón. La guerrera se hizo entonces a un lado, sosteniéndose sobre un solo brazo, permitiendo que la luz de la luna y el gélido ambiente cayeran sobre el torneado abdomen de Gabrielle.

-No... ¿A dónde vas? -La bardo abrió los ojos y la miró fijamente.

-Shhh -Xena depositó un dedo sobre sus labios antes de dejarlo seguir la línea de su garganta. Vagó a través del valle que formaban sus pechos, deteniéndose un momento sobre cada uno de ellos, deslizándose con cuidado sobre los estimulados pezones. Luego continuó bajando por el estómago de Gabrielle, dibujando cada músculo, cada una de sus líneas.

-¿Te he dicho alguna vez lo hermosa que eres? -susurró Xena.

Gabrielle apartó su cara de ella, escondiendo una sonrisa avergonzada. -No -deslizó sus dedos a lo largo del brazo de Xena- . No pensaba que lo hubieras notado... he estado... trabajando en eso.

La guerrera sacudió la cabeza, inclinándose para besar los músculos que rodeaban su ombligo. -Gabrielle, eras hermosa antes. Eres hermosa ahora. No es esto lo que te hace así -afirmó deslizando los dedos a través de los músculos de su abdomen-. Es tu corazón, tu sonrisa... oh, dioses... tus ojos -tragó saliva-. ¿No pensabas que lo hubiese notado? Lo he hecho cada día del año pasado. Pero siempre pensé, es una chica joven y pura... qué puede querer de una vieja guerrera como tú... con tanto por esconder... -Gabrielle comenzó a hablar pero Xena la silenció con un beso.

-Lo sé... ahora lo sé. Cuando leí lo que escribiste... yo... -se encogió de hombros-. Gracias.

-Gracias a ti -Gabrielle se incorporó y besó su cuello-. Me has permitido estar contigo, me has dejado compartir la aventura que es tu vida y me has permitido amarte, tanto si sabías que lo sentía como si no. Me has dado a la única persona en mi vida que sé que permanecerá en mi corazón hasta el día en que muera.

Xena sintió una lágrima rodar por su mejilla, no hizo nada para detenerla. Sin palabras, tumbó a Gabrielle en el suelo, sustituyendo dedos por labios sobre el tibio vientre de la bardo. La pasión y el amor llegaron a la vez a su corazón, haciendo que se rindiera dolorosamente mientras colocaba su mejilla contra los suaves y húmedos rizos del sexo de la joven. Los acarició con su nariz, inhalando profundamente mientras separaba las piernas de Gabrielle para asentar sus hombros entre ellas. Con una gentileza que no creía poseer, situó sus labios sobre la carne de la bardo, estremeciéndose cuando Gabrielle gritó. -¡Dioses…!

La lengua de Xena vibró, acariciando su vulva, y el néctar de Gabrielle llenó sus labios. -Dulce -gimió-. Muy dulce.

Se separó de ella lentamente, probando los sabores y texturas que llegaban a su boca. Sus oídos absorbieron el sonido de la pasión de Gabrielle. El cuerpo que yacía bajo ella se sacudió cuando encontró un lugar más sensible a su tacto. La lengua de Xena empujó más fuerte mientras su mano cambiaba de posición para hacer resbalar dos dedos en su interior.

La cabeza de Gabrielle cayó de golpe contra el suelo, pero no lo sintió. De todos modos hacía rato que no tenía capacidad para reaccionar a nada que no fuese aquello. Sentía como si todo su cuerpo, como si su corazón, estuviera concentrado en la boca que actuaba sobre ella y en los dedos que la acariciaban, ahora profundamente.

-Xena… -susurró-. Sí…

La guerrera continuó acelerando el ritmo hasta que su boca y sus dedos se movieron al unísono, entrelazándose con la sensible carne que tan amorosamente acariciaban. Con cada roce sentía su propio placer acrecentarse, su cuerpo imitando al de Gabrielle, y supo que ya nunca más amaría de nuevo, nunca más disfrutaría tocando otro cuerpo, ni sentiría lo que estaba sintiendo ahora.

-¡Oh…! -la voz de Gabrielle sonó más fuerte esta vez.

Supo que la bardo estaba cerca del final. Abrió los ojos para mirar el cuerpo extendido y vio sus torneados abdominales contraerse, sus manos, una cada lado, enterrarse furiosamente en el suelo. Empujó una última vez con su lengua, revoloteando rápidamente contra el dulzor que adoraba, y Gabrielle se estremeció violentamente, su espalda se levantó del suelo antes de caer de nuevo. Xena se quedó allí unos largos minutos, aspirando su olor, hasta que escuchó el sonido de un llanto y se elevó rápidamente hacia sus brazos.

-¿Qué te pasa, Gabrielle? -tomó la cara de la bardo entre sus manos, su estómago se encogió pensando que le había hecho daño-. Dime.

-Nada -sonrió Gabrielle-. No pasa nada. Ha sido maravilloso… es mi corazón el que duele… eso es todo… no pensaba que alguna vez ocurriría de verdad...

Xena asintió, acercándose para rodearla firmemente con sus brazos. -Sé lo que quieres decir -afirmó suavemente, acariciando con sus labios la curva de su oreja-. Te quiero, Gabrielle.

-Yo también te quiero -tumbó a Xena y colocó su cuerpo a lo largo del de ella-. Y creo que ahora es mi turno de acorralarte...

Fin…
:)