Disclaimers: Los personajes de Xena y Gabrielle son exclusiva propiedad de Renaissance Pictures y de MCA/Universal Studios. Esta historia tiene dueña: Yo. Así que está prohibido reproducirla, copiarla o hacerse rico con ella. Al menos compartan las ganancias conmigo.

Dedicatoria: Pues le dedico ésta historia a la persona que en éste momento está inventándose toda esta palabrería y la escribe por que yo olvidé ponerla y es importante hacerlo, o sea a Psico. Eres la webmaster más simpática de todas.

Comentarios: Si tienen algo que decir con respecto a ésta historia, quejas, reclamos, venta de garaje, apariciones en el teleberry e inscripciones a Date el Bote, hacedlo a: souldremas_@hotmail.com


TE VAS A ENTERAR

Autora: Lane

-Ya... –murmuró quejumbrosa, Gabrielle, mientras se balanceaba con las manos cogidas atrás y la cabeza gacha.

Xena sonrió y se le acercó, divertida y profundamente enternecida, para besar aquella cabecita rubia. La estrechó delicadamente, procurando no tocar ciertos puntos clave de la bardo, y se separó para dirigirse a la puerta de la habitación de aquella posada.

-Vamos, nos esperan –abrió la puerta y se giró haciendo una mueca- Bueno, más bien, TE esperan...

Gabrielle inspiró hondamente, colocó la última arruga en su sitio de su esplendoroso traje de reina amazona y encaminó los mismos pasos de Xena hacia el exterior de la habitación. Al llegar junto a la guerrera la miró resignada y luego volvió una vez más a observar aquellos tentadores y ahora inaccesibles labios carnosos y rosados. Cerró los ojos, mientras Xena volvía a mirarla con una sonrisa de oreja a oreja, y salió de allí frustrada pero con la cabeza bien alta.

-No estás enfadada, verdad? –le susurró Xena, inclinándose ligeramente hacia ella y notoriamente molesta por la repentina dificultad de acercársele con todas aquellas amazonas escoltándola.

Gabrielle no se molestó ni a mirarla, realzado ya su ego y resentimiento. Siguió su camino con un porte señorial más que exagerado y sonriendo con altivez a todos cuanto la elogiaran desde los balcones o portales de sus casas mientras cruzaba aquel pueblo y se dirigía a su corte real.

Xena enarcó una ceja y se apartó algo asombrada, obviando la mirada enrabiada de la amazona que le había robado el puesto para acercarse a Gabrielle. Se rascó una sien y miró al suelo intentando recapacitar. <Pero si es que no podíamos, hubiéramos llegado tarde. ¡No es culpa mía!> se detuvo y observó como su bardo se alejaba con paso firme de ella, ignorándola por completo. <¿O sí lo es?>.

Llegado ya el medio día, una fiesta demasiado pomposa para el gusto de Xena se desplegó en el gran salón del palacio amazona en honor de la visita inesperada de su reina. ¿Alguien había pintado durante la mañana las paredes? La guerrera observó atónita como miles de colorines adornaban la estancia salidos de no sabía muy bien donde. Una mesa kilométrica yacía en el centro provista de tanta comida que hasta un pueblo entero tardaría varios meses en terminar.

Un desfile de personajes de lo más ridículos y finolis pasaron delante de los despreciativos ojos de Xena, besando la mano de SU bardo mientras se inclinaban levemente a modo de reverencia. Gabrielle se veía dichosa y encantada, pero no por toda esa sarta de atenciones, sino precisamente por otras atenciones que ni ella prestaba ni le prestaban. Entrecerrando los ojos, Xena se sentó en una de las miles de sillas de aquella mesa para luego volverse a levantar y escoger una silla aun más, muchísimo más, apartada de la del centro que ocuparía Gabrielle.

<No, no era mi culpa. Pero si quieres guerra, la vas a tener> pensó cogiendo una copa de vino y entablando una conversación tan banal con un cincuentón barrigudo que había ocasiones que hasta se olvidaba de lo que hablaban. Sin embargo, procuró parecer de lo más interesada por todo cuanto le dijera aquel hombre, que más que un hombre a Xena le pareció una máquina de comer tan engrasada que había que esquivarle ciertos trozos de comida que disparaba al hablar. Hizo las tripas hierro y sonrió encantadoramente, recostando su cabeza en un puño y dándole la espalda a la reina.

Inesperadamente, un ligero apretón en su hombro la hizo girarse sobre su cuerpo y quedarse algo desconcertada cuando una amazona decidía estamparle un beso demasiado largo en la mejilla. Al separarse, la chica se fue tal cual sin ni siquiera mirar a la guerrera. <¿Pero qué...?> Miró a Gabrielle en aquel momento con expresión interrogante y lo captó todo al observar como se llevaba una mano a la boca para disimular una risita. <Será posible! Sabe cuanto me molestan a mí los besitos estúpidos e infantiles estos...!>. Meneó la cabeza y paseó la mirada por toda la sala, intentando buscar de alguna forma su venganza. Hasta que la encontró.

Disculpándose del glotón con el que había conversado de a saber qué, se levantó y se fue al punto más alejado de Gabrielle acompañada de una amazona. Sabía a cuanto aspiraban cada una de aquellas amazonas escolta, tan fastidiadas y amargadas por ocupar tan bajo cargo. Su afán de subir peldaños en lo que a la protección de sus reinas respectaba era casi su razón de vivir, y eso lo sabía a la perfección, Xena. Así que usando aquel tema, pasó un brazo por los hombros de una de ellas y empezó a hablarle de técnicas de combate, de armas y estrategias. De nuevo, intentó hablar demasiado cerca de su objeto de charla. Y de nuevo, capturando inevitablemente la atención de quien quería exactamente.

Llegaron al extremo de la mesa, opuesto al que se sentaba Gabrielle, y empezaron a conversar animadamente. La verdad es que Xena tuvo que reconocer que se estaba divirtiendo como una cría y que, al fin de cuentas, le apetecía hablar de lo que estaba haciendo teniendo en cuenta el largo período que hacía que ni siquiera empuñaba su espada. La amazona era terriblemente expresiva y, para la suerte de la guerrera, tocaba mucho al hablar. Que si una palmadita en el brazo o en la pierna, que si una fugaz cogida de manos o, incluso, un confidente acercamiento al oído rozando mejillas. Xena sabía que Gabrielle las estaba observando, pero en ningún momento la miró, encendiendo así más el fuego que seguramente la bardo ya estaría sintiendo en sus entrañas.

Cuando, en un momento dado, sintió un nuevo estrechamiento en su hombro no se giró ni mucho menos. Se limitó a rodar con aburrimiento los ojos y a quitar de su hombro la osada mano. Pero cual fue su sorpresa cuando dicha mano capturó sin miramientos la suya y un cálido susurró inundó su oído derecho.

-No es bueno despreciar así a la reina –entonó Gabrielle sensualmente- Atente a futuras represalias, querida guerrera –sentenció antes de besar húmedamente el cuello que había tan cerca.

-¿Qué te ha dicho? –preguntó expectante la amazona, viendo a su reina marcharse mientras contorneaba sus caderas victoriosa y observaba el inesperado sonrojo del rostro de Xena, quien había enmudecido sospechosamente.

La guerrera se limitó a negar con la cabeza cuando pareció volver en sí y, con sonrisa forzada, reanudó algo dificultosamente la conversación.

Desde entonces no volvieron a cruzar ni miradas ni venganzas durante todo el día. Llegada la noche, y algo cansada de tanto parloteo con aquella amazona, Xena volvió a la posada donde la noche anterior había dormido con Gabrielle, sin la esperanza de que ésta la siguiera, teniendo una cómoda suite en palacio. Se despidió de la amazona con un beso y encaminó lentamente sus pasos hacia el descanso.

-¿A dónde te crees que vas tu?-se escuchó entre la oscuridad, mientras Xena cruzaba el ya dormido pueblo.

Miró hacia todas partes pero no advirtió a nadie. Sacudió la cabeza y, algo dubitativa, pensó que ya empezaba a perder la razón. Pensó entonces en su bardo, probablemente acostada ya y... también muy probablemente acompañada en ese “acostamiento”. Sin poder evitarlo, tensó la mandíbula y formó puños con sus manos mientras aceleraba el ritmo de su caminar. <¡Mierda, no pienses en eso ahora, Xena! Esta mañana no le diste lo que quería, es normal que ahora se tome la libertad de pagarte con la misma moneda>. Subiendo los escalones de la posada para llegar a su habitación, volvió a sacudir la cabeza. <No, no. Con la misma no, con una mucho más cara...>. Asintió con pesar y abrió la puerta con fatiga mal disimulada.

Le costó muchísimo, pero al fin consiguió conciliar el sueño. ¡Y vaya sueño! No fue muy agradable dar vueltas por toda la cama con mil y una imágenes de Gabrielle en la cama con otra... u otras. Pero qué horrible fue ver esas imágenes nítidas y con todo lujo de detalles entre sueños. Sin duda, esa fue (o empezaba a ser) una de las peores noches de la guerrera.

Un sol espantosamente cegador la despertó demasiado temprano. Y pensar lo agradable que había sido ese mismo sol la mañana anterior entre lo que le pareció un enredo de brazos y piernas nada humano. Suspiró incorporándose y frotándose los ojos adormilada. Para cuando ya se habían despertado cada una de sus mitocondrias notó un nada natural peso en su regazo. Lo miró y se sorprendió gratamente al comprobar que un paquetito marrón con su nombre esperaba ansioso ser abierto. Reconoció de inmediato la letra y una sonrisa cómplice se le dibujó inevitablemente en los labios. Desenvolviéndolo con prisa se dio un susto monumental cuando se encontró en su interior un sinfín de gusanos viscosos y babosos.

-Puahjs!! –exclamó en una mueca de puro asco.

Lo malo es que debajo de toda aquella masa de bichos que no paraban de removerse inquietos había una nota. <No, si es que peor no me lo puede poner, no...>. Cerrando los ojos con fuerza, metió lentamente los dedos en la caja y antes de que la primera arcada le sobreviniera consiguió sacar la nota.

“””Primera lección: lealtad y fidelidad”””

<¿Eso no es lo mismo?> pensó girando el papelito y comprobando que no había nada más escrito. ¿Qué diablos significaba aquello? Se levantó, se vistió y desayunó mientras pensaba en la dichosa notita de Gabrielle. <Vamos a ver, fidelidad... Yo no le he sido infiel, eso está clarísimo. Pero... ¿y ella? Me está refregando por la cara que ella sí!?>. Sacudió la cabeza <No, no puede ser tan cruel>. Observó a Argo, mientras la cepillaba.

-¿Y eso de lealtad? –le preguntó a la yegua- Eso parece más señorial, más de ceremonias y pamplinas de esas –Argo rechistó sin prestarle la más mínima atención a su ama- Bueno, en todo caso no me he ido a escoltar a ninguna otra reina. O sea que leal sigo siéndole...

Una vez montada ya la silla en Argo, montó y se dirigió al bosque. Allí podría desahogarse un poco entrenando. A parte de que ya lo necesitaba, ahora le vendría estupendo ensartar unos cuantos golpes en algún árbol o en el aire mismo. <Oh, sí, eso me vendrá bien>.

Dos horas más tarde, su piel ya relucía fogosa y empapada en sudor. Varios cabellos se le pegaban a la frente cuando agitaba su larga melena en algún movimiento brusco y notaba con disgusto cuanto le apretaba ya el peto. Al fin, paró el entrenamiento en seco, resoplando con fatiga e intentando a marchas forzadas recuperar el aliento perdido. Estaba rabiosa, y mucho... pero ahora ya se había descargado.

-Jo, pero como se pasa, Argo! Me ha enviado gusanos!! –se quejó desplomándose en el suelo y tapándose los ojos con un brazo mientras el pecho se le agitaba de arriba a bajo con pasmosa rapidez- Y encima seguro que se ha liado con otra...

Tragó saliva al ser consciente de sus propias palabras y se le revolvió el estómago al pensarlo.

-¿Eso crees?-preguntaron casi de inmediato justo encima de su cabeza.

Xena rápidamente apartó el brazo y subió un poco la cabeza para ver a Gabrielle del revés observándola con determinación. Al principio se alegró de verla, pero de inmediato frunció el ceño recordando las últimas e infernales horas que le había dado su bardo y se incorporó molesta para dirigirse hacia Argo.

-¿No me vas a responder? –volvió a preguntar Gabrielle, más divertida que antes tras comprobar que su guerrera reaccionaba justo como ella había planeado.

El silencio de Xena era casi tangible mientras recogía sus armas y las colocaba cuidadosamente en la silla de su yegua, de espaldas a Gabrielle. Ésta decidió acercarse, a riesgo de acabar con algún que otro mamporro de más.

-¿Xena...?-murmuró con voz tristona, paseando delicadamente uno de sus dedos por la espalda de la guerrera y capturando a su paso un par de gotitas de sudor – ¿De verás crees que me he acostado con alguien...? –preguntó de nuevo, advirtiendo como su compañera tensaba notoriamente el cuerpo.

Sonrió, inevitablemente. Sus caricias siempre producían ese efecto en la guerrera y hoy por hoy no iba a ser una excepción. Como Xena parecía no tener ninguna intención de responder, Gabrielle decidió, atrevida, que quizás iba siendo hora de hablar en otro idioma. ¿Qué tal el corporal?

Observó frustrada como sus dedos iban perdiendo fuerza hasta tal punto de no ser capaces de sujetar las hebillas de la silla de Argo que segundos antes estaban totalmente dispuestos a anudar. Cerró los ojos, sabedora de lo que le esperaba y de cuan inevitable iba a ser llegadas ya a ese punto. Gabrielle conocía sus debilidades tanto físicas como psíquicas, y en aquellos momentos Xena estaba completamente segura de que su bardo no iba a indagar en cuestiones mentales, precisamente. Dejó caer las manos cuando Gabrielle le rodeó sin contemplaciones la cintura con sus brazos y pegó morosamente su cuerpo contra el suyo. ¿Dónde fueron a parar sus manos? Acariciando inconscientemente las de Gabrielle...

<¿Eh? ¿Qué? ¿¡Dónde!?>. Xena miró hacia su estómago para comprobar que sus manos ya habían escapado de su autocontrol y frunció una vez más el ceño al saberse tan sumisa a las caricias de Gabrielle. <¿Por qué siempre me pasa lo mismo?> se cuestionó cuando fue totalmente incapaz de soltarse del agarre de Gabrielle. <No, más bien, ¿por qué siempre me hace lo mismo?> se quejó entonces, aunque absolutamente feliz de aquella debilidad en particular.

Suaves besos recorrieron delicadamente su espalda, mientras Xena se preguntaba en qué momento había perdido su peto y terminado casi empotrada contra el estomago de Argo. El hecho de que su parte delantera fuera rozada, o más bien aplastada, con aquel duro pelaje muy suave acariciado hacia una dirección, pero verdaderamente áspero en la otra, fue lo que despertó a la guerrera de sus ensoñaciones. <¿Pero yo no estaba enfadada?>. Puso ambas manos en Argo y empujó para separarse de ella, pero en ese preciso instante fue tremendamente consciente de los pechos desnudos de Gabrielle pegados a su espalda. Sofocó un gemido y abrió desmesuradamente los ojos. <Por Dios, ni que fuera la primera vez que...> meneó la cabeza e intentó recapacitar. <Pero bueno, ¿por qué no puedo recordar porqué estaba yo enfadada?>.

Gabrielle ahogó una risita tras comprobar la rigidez del cuerpo de Xena. <Así que aun estamos tensas, eh guerrera?>. Decidió emprender un lento ascenso con sus manos por el suave y fibroso estómago de Xena a fin de... liberar tensiones? Sus dedos bailaron desacompasados durante todo el camino disfrutando del tacto aterciopelado, haciendo cosquillas y otras cosas que... bueno, no eran cosquillas precisamente. <Verdad, Xena?> le preguntó interiormente sonriéndole a su espalda, mientras se daba cuenta que ambas se habían estado meciendo de un lado para otro.

Cuando rozó la delicada base de los pechos de Xena decidió no ir más allá y no darle lo evidente, aunque por otra parte tan necesitado en aquellos momentos para la guerrera, y retirar sus manos hacia su espalda posándolas tímidamente en la turgencia de la base de su dorso. Durante breves instantes tan sólo permaneció allí, calentando sin querer el sensibilizado cuello de Xena con su tibio aliento y sintiendo cuan quebrada parecía estar la respiración de la guerrera. Rozó suavemente su mejilla con un omoplato hasta que lo besó dulcemente, decidiendo en aquel preciso instante despegar lentamente su cuerpo del de Xena y recoger su top del suelo antes de volvérselo a poner.

-Bueno... –se giró para que Xena, si es que decidía girarse también, no la viera sonreír de pura picardía- Si no quieres hablarme supongo que hay poco que hacer aquí... –dijo con fingida tristeza, encaminándose ya hacia el camino que la llevaría de vuelta a palacio.

<Un, dos, tres, y...>

-Gabrielle, no te atrevas ni a dar un paso más –sentenció con voz ronca la guerrera, sin ni siquiera haberse movido un milímetro y ensanchando aun más la sonrisa de los labios de Gabrielle.

-Vaya, pero si me hablas y todo... –volteó su cuerpo y observó con diversión como Xena se agarraba con fuerza a la silla de Argo.

<¿Volviendo a liberar tensiones?> se preguntó sabiendo muy bien la respuesta.

-¿A qué se debe el honor?-sabía que estaba siendo demasiado sarcástica y quizás un tanto más dura de lo que normalmente era, pero realmente la había frustrado y mal humorado que el pasado día Xena se negara a “liberar sus tensiones”. <MIS tensiones...>

<Te vas a enterar tu de lo que es la frustración, princesita guerrera> pensó con malicia y no logrando muy bien no sucumbir al instinto de frotarse las manos y soltar una tétrica carcajada de pura y dura venganza.

-Vena aquí- ordenó Xena, girándose y observando iracunda a su bardo.

-¿Por qué? –Gabrielle se encogió de hombros, simulando inocencia e ingenuidad. <Dioses, qué bien se ve así...!> reconoció, sin embargo.

-Ven... –volvió a ordenar la guerrera, incapaz de controlar los espasmos de deseo que le recorrían raudos por cada rincón y recoveco de su cuerpo.

-Me estás asustando Xena –se llevó una mano al pecho y retrocedió unos cuantos pasos- ¿No estarás otra vez poseída o algo así?

-He dicho que vengas aquí –masculló lentamente Xena, ya al limite de sus fuerzas de auto control, señalando el suelo que sus propias botas pisaban.

-No me vas a hacer daño, verdad...?-si hubiera podido, Gabrielle hubiera soltado una limpia carcajada por lo desencajado que estaba el rostro de Xena en aquel momento. <Ay, por todos los Dioses, cuanto te conozco, guerrerita mía... ¡Y cuanto me estoy divirtiendo!>.

Xena suspiró dificultosamente y empezó a andar hacia Gabrielle, deseándola y odiándola con la misma intensidad. <Se está vengando, vale... Pero me da igual, que me humille cuanto quiera, pero que deje de torturarme, por Zeus!> suplicó levantando la mirada un instante hacia arriba. Por su parte, Gabrielle seguía retrocediendo haciéndose la asustadiza. <No pongas esa carita, pillina... Que ya sé cuan teatrera puedes llegar a ser>.

De repente, la guerrera decidió atorar su paso y observar con renovada mirada a su bardo. <Así que aun quieres guerra, eh...> asintió, al fin sonriéndole a Gabrielle. <Muy bien, guerra vas a tener, bardita mala>. Se giró y comenzó a buscar su peto, luchando quizás en la peor de sus batallas contra las llamaradas de pasión que le abrasaban su interior y el huracán de ferviente deseo que clamaba saciar ciertas necesidades de su cuerpo. <Tu puedes, tu puedes, tu puedes...> se repetía una y otra vez mientras se abrochaba concienzudamente su peto ya encontrado. <No vas a ganar, Gabrielle...>

-Bueno, ahora si me disculpas iré a tomar un baño –le guiñó un ojo a una Gabrielle que se le antojó desconcertada- He sudado a mares –dijo alegremente, casi riéndose ligeramente.

<Segunda lección: autocontrol> pensó sonriente una guerrera escuchando ya los ahogados ecos de su deseo y sintiéndose sana y salva de cometer cualquier locura. <Creo que pronto vas a recibir una notita, Gabrielle querida...>

Continuaráps...


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