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XENA´S LETTER

Cuarta parte

Por Lane

Dos meses más tarde...

Tan sólo concibo el sueño recordando su cercanía, su rotunda presencia, evocando su persona en la negrura de mi retina y emulando su taciturna voz acariciando con ternura mis tímpanos. Su recuerdo es lo que en estos fatídicos momentos me mantiene lucida en esta vida, en esta absurda existencia que llevo viviendo ya durante estos dos interminables e infernales meses en su ausencia.

Su hermosa sonrisa a veces me devuelve la mía, y su memorable carcajada en ocasiones retorna a mis ojos el brillo que antes los hacía radiar y resplandecer. No pasa un día que mi alma no recuerde la suya, como tampoco uno en el que mi corazón no vuelva a recomponerse con su grato recuerdo para despedazarse después al darse cuenta de lo trágica que fue y sigue siendo su lejanía.

Quizás, en estos que son mis últimos momentos, sea más vulnerable que nunca a su recuerdo, más frágil y más débil al rememorar mi amor por ella y su adoración por mí. Quizás, y no por ser masoquista, en estos lastimeros instantes mis deseos sean más pecosos y sólo se atrevan a anhelar mi final para reunirme lo más pronto posible con ella. Quizás, y digo sólo quizás, ahora, en mi desolado lecho de muerte, lo único que me mantiene viva es esta inquietud por saber si aun puede haber un atisbo de compasión hacia mi persona y los dioses se apiaden de mí concediéndome mi último deseo: tenerla a mi lado y sabiéndola tan feliz como un día me hizo sentir a mí.

Sé que sonará típico y tópico a más no poder, pero no puedo negar que todo empieza a ennegrecerse, que la nitidez de mi visión empieza a borronearse, que mi respirar ya no se quiebra por un llanto roto añorándola sino por una falta asfixiante de aire, que mi cuerpo no responde a mis ordenes por tenerla delante en su bendita desnudez sino porque se ve despiadadamente falto de fuerzas para hacerlo, que mis labios no pronuncian su nombre por falta del habla sino porque la mismísima e inminente muerte me los ha sellado.

Es cierto eso que dicen que instantes antes de pasar a mejor vida precisamente ésta se te cruza delante de tus entrecerrados y cansados ojos. Es tan cierto como lo que precisamente ahora rememoro, recuerdos malos y buenos, experiencias que me inspiran pánico y dulzura, momentos que me anudan la garganta de horror y me deshacen el corazón de ternura. No dejo de sentir sus labios calentando desinteresadamente los míos, mi piel no deja de estremecerse al sentirse al roce con la suya, mis manos no dejan de bambolear en el frío aire que ahora me rodea emulando las suaves y tibias curvas de su esplendoroso ser. Una vez más los ojos se me empañan de saladas y sentidas lágrimas al recordar el celeste azul de su mirada jugueteando inocentemente con mis pupilas en un cruce tan ingenuo como cómplice de miradas. Me quedé tantas veces anonadada y perdida en el océano tormentoso de sus ojos... fueron tantas las ocasiones en las que tuve que apartar la mirada turbada y desconcertada por lo intenso de la suya... tantos los momentos que mis mejillas decidieron sin permiso enrojecer al saberse atormentadas bajo su dulce y tierna mirada...

La he amado tanto que ya he perdido la noción de todo lo que deje de ser ella. La he querido con tanta pasión y entrega que a veces me he olvidado de mi misma y he respirado y vivido tan sólo por asegurarme estar con y junto a ella. La adoré desde el primer día que supe de ella y sus hazañas, pero nací el primer instante en que me miró y decidió enloquecerme con una radiante sonrisa que la hizo embellecer aun más, si es que eso era posible.

Sin embargo, desde que la tragedia nos separó, no he podido dejar de sentir que el amor, mi amor por ella, me hace tanto mal como bien. Por un lado me ayuda a sobrellevar con cierto aplomo agridulce estos desalmados últimos instantes, pero por otra parte no deja de retorcerme el alma sin apenas dificultad por lo maltrecha que ya la tengo. Los días transcurridos desde aquella fatídica mañana me parecen todos iguales y faltos de sentido. Más que vivir o sobrevivir, he subsistido entre lo que me ha parecido un mar de dolor y un inmenso océano de tristeza, pues para mí la vida sin ella me parece tan ingrata como indeseable. Para mi, ahora, la vida no es más que un incesante paso del tiempo, las horas, los días, los meses, los años con dolorosa lentitud desquiciándome y torturándome.

No sufrió, ella no se enteró. Tan sólo cayó dormida para no volver a despertar y dar paso a lo que a mí me acabaría matando hasta arrebatarme el último suspiro de vida: su maldita y odiosa ausencia. ¿Mal de amores? Sí, supongo que esa es la causa de mi muerte. El amor, éste que le tengo y no puedo ya darle, se me ha acurrucado en las entrañas, corroyéndolas, retorciéndolas, amargándolas sin piedad ni compasión. La triste nostalgia, la perenne melancolía, la desesperada añoranza y este dolor tan inmenso que me colma el alma se han aliado contra mí cantando a coro mi inminente aunque ya deseado final. Mi amor, ese que le tengo y tan feliz me hizo un día, ahora me está matando al ser incapaz de verse limitado por mi piel. Mi amor, este que le tengo y que ya no puedo evitar que deje de crecer, es el que ahora clama por despojarse de este malherido cuerpo y liberar mi alma para reunirse con la suya.

No sé qué me retiene aún en vida, no sano adecuadamente a pesar del esfuerzo que sospecho las amazonas están haciendo para salvarme de lo que ya estoy segura es inevitable. Abrir los ojos me cuesta un mundo y ya no consigo respirar sin que a cada tres segundos una áspera y ronca tos me sacuda la garganta. Afrodita esta a mí lado, cogiéndome la mano y disimulando su propia pena por verme en tan lastimera situación y recordándola, supongo, a ella y su fatídico final.

Cierro por enésima vez los ojos ya enrojecidos y lagrimosos, y lloro al darme cuenta de qué injusto resulta todo esto, de cuan poca culpa teníamos ninguna de las dos para merecerlo, de toda la vida que teníamos por delante y que ahora, sin previo aviso, se nos ha arrebatado sin piedad. Lloro por todo lo que podíamos y no vamos a poder hacer. Lloro porque ahora que sé qué es el amor es cuando no me queda tiempo para disfrutarlo. Lloro, a pesar del dolor que me hace el pecho al hacerlo, porque no puedo hacer más que eso...

Afrodita me enjuaga las lágrimas mientras se olvida de las suyas. Observo como sus labios se mueven probablemente diciéndome inútiles aunque bienvenidas palabras de consuelo. Me escuecen los ojos y me duele muchísimo el pecho, casi no me siento los latires del corazón, aunque estoy segura que, cansado, lucha por mantenerme en vida. “No te canses, viejo amigo, guarda tus palpitares para la siguiente vida y déjame fallecer en ésta. Que tu y yo sabemos que este es el momento. Que ambos sabemos que esta es la hora... nuestra hora... mi hora.”

Este es mi final, éste que ahora me acaricia el alma y me despoja de la poca vida que aun deba quedar en mi, es mi inminente e ineludible final. Me despido de la vida sonriente, sin embargo. Sabiendo cuan feliz he sido viviéndola, aunque sólo la haya disfrutado intensamente tres años de mis 26 primaveras. Tres benditos años al lado de mi guerrera, mi valiente alma gemela, mi amor... el amor de ésta y todas mis vidas. Me voy orgullosa de lo hecho, ni un segundo cambiaría de lo que ha sido esta vida, aunque si me obligaran quizás hubiera aprovechado mucho mejor el tiempo y hubiera disfrutado de lo que es amar y saberse amada. Una suave risa retumba en los ecos de mis entrañas, recordando los malos y los buenos momentos tan fantásticos y preciosos ahora, en éstas que ya son mis últimas horas. Y secretamente feliz de que el dolor que lleva abrazado a mi corazón estos últimos días en su ausencia vaya a acabarse de una vez por todas, mientras me despojo de la vida y me visto de muerte.

Mientras espero, ansiosa, volver a nacer y vivir una nueva vida junto a ella... Junto a ti, Xena, vida mía.

-_FIN_-


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