Site hosted by Angelfire.com: Build your free website today!

       

      Principal

 

Historias

 

Cuentos

 

Ensayos

 

     De Uds...

  

 

    Los Links

 

Dcho. de Autor

 

 

El Por Puesto...

 

 Prólogo

A finales del año 2001, apenas graduado de Abogado, las circunstancias de la vida hicieron obligatorio el viaje regular a una ciudad a 300 Km. de distancia de la ciudad de residencia. La falta de un vehículo propio para llevar a cabo este fin obligó a buscar una alternativa viable y económica, representada finalmente por simples y antiguos automóviles que hacían el recorrido, los llamados por puesto, ya que así es el formato de cobro a los pasajeros. Estos vehículos para cinco tripulantes llevan a seis personas sin ningún tipo de seguridad ni comodidad, en un viaje largo y silencioso, donde la temperatura llega a veces a los 38 grados centígrados y el sol es inclemente. Lo que sigue es sólo una muestra del catálogo de situaciones que se sucedieron en esa época.

 

Historia

Era la hora en que la mañana literalmente se fundía en calurosa tarde, cuando me vi obligado a entrar en el poblado terminal de pasajeros. Entre el pulular de vendedores ambulantes de cual porquería le apetezca comprar, los ‘ataja pasajeros’, que capturan a inocentes personas con su hablar intoxicante y las hacen abordar el vehículo de su propiedad o propiedad del socio sin importarles el destino al que realmente se dirijan, y otros seres que conviven en esta selva creada por el hombre, logré hacerme paso hasta donde se hallaba lo que buscaba.

Adoptando voz de baquiano pregunté de mal humor, ¿carrito pa’ Maracaibo?, y varias manos se levantaron señalándome el final de un andén poblado de vehículos tetragenarios, así que hacia allí dirigí mis pasos. Al llegar volví a inquirir, ¿quién sale pa’ Maracaibo?.

En unos minutos, luego de comprar la tasa de salida para el “mantenimiento” del terminal y haber pagado el pasaje para la ciudad de Maracaibo (¡en seis mil bolívares, un escándalo!), me encontré montado en un Chevrolet Malibú de los setentas, con un potente motor de ocho cilindros, de los cuales pude constatar durante el viaje que sólo siete eran medianamente útiles.

La travesía comenzó sin contratiempos, sólo me fastidiaba un poco el hecho de que mi altura hacía que mis rodillas presionaran con insistencia el resquebrajado tablero del anciano vehículo y que el chofer, de ascendencia andina, me amenazara con bajarme del vehículo si lo rompía.

Muy pronto el sonido del viento entrando por todas partes, el suave pendular del pesado vehículo mientras se desplazaba, la visión de la aguja del velocímetro acostada en ‘0’, el intenso calor y el continuo pasar de árboles, casas y estaciones de combustible me colocaron en un estado de animación suspendida, donde todos mis sentidos aumentaron su capacidad, y el entorno no guardó secretos para conmigo.

En este estado de plena conciencia noté que el chofer y la persona que se encontraba entre él y yo, mantenían una amena conversación, digna de la tierra de donde ellos y varios de nuestros ilustres ex presidentes son o fueron.

-         Oiga compadrito, se fijó en lo de la apertura de las telecomunicaciones?

-         Pues vea que sí, paisano, la puja está fuerte en eso no?

-         Sí compadre sí, pero ya se sabe lo que sale de tanto pujar!

Un coro de risas estúpidas y de nuevo el coloquio de altura.

-         Yo hace tiempo que tengo este celular, pero el que quiero es ese que parece una polvera, cómo es que se llama?

-         Ah!, se refiere usted al que mientan startalao’ paisa?

-         Sí, ese mismo compadre.

Y continuaron un buen rato disertando sobre gran variedad de temas de gran trascendencia universal, dentro de los cuales pude enterarme que nuestro chofer era contrabandista de licores, dándonos datos sobre cómo conseguir etiquetas fiscales falsas para colocarles al licor y la mejor posición para ubicarse en un carro que es objeto de un tiroteo.

Repentinamente, un golpeteo, un toc-toc siniestro, comenzó a inquietarnos a todos, hasta el punto que tuvimos que detener el vehículo a orillas de la carretera. Nos apeamos todos, el chofer, mi vecino, la pareja que estaba sentada atrás y su hija de unos diez años. Nada!, todo parecía estar bien y comenzamos la marcha nuevamente, silencio sepulcral en el vehículo, ningún ruido, y reinicio de conversaciones. Toc-toc-toc..., nuevo orillamiento, nos apeamos, y comencé a recordar algo que no me había gustado desde el principio, en el terminal.

Desde que mis ojos se habían posado en los de la niña, y viceversa, un escalofrío había subido desde la base de mi espalda hasta la nuca, erizándome los cabellos. Algo no estaba bien con la niña y ahora, una sonrisa maligna se dibujada en su infantil rostro, ella sabía algo que los demás no.

Reemprendimos el camino y otra vez el nerviosismo nos embargó, incluso el rezo de la madre de la niña se sentía como un lejano susurro.

Toc-toc..., volteé rápidamente y miré fijamente a la niña, ella me miró con cierta sorpresa y una nueva sonrisa había aparecido en su rostro, el ruido desapareció al momento de yo voltear a verla. Definitivamente algo no estaba bien con la infante.

Un tiempo estuve mirándola y el ruido no se presentó, pero la incomodidad de la posición y el advenimiento de una dolorosa tortícolis hizo que tuviera que dirigir mi vista al frente.

Toc... giré la cabeza violentamente, desgarrándome lastimosamente el esternocleidomastiodeo, pero pude avizorar lo temido, la niña se vio sorprendida por la agilidad de mi movimiento y pude verla al momento que metía la mano dentro del carro con un objeto contundente.

Mi rabia pudo más que mi reconocido autocontrol y traté de brincar sobre la infantil abominación pero, al girar mi cuerpo, la perdí de vista, ya que mi cuello estaba atascado en la posición de acecho que arruinó mi músculo y no pude seguirla con la mirada. La madre trató de golpearme, mientras el padre me asía las manos y yo continuaba buscando el cuello de la niña diabólica mientras miraba fijamente y sin querer los ojos del padre. El chofer se detuvo ante una inminente colisión y, luego de lograr la calma de los presentes, todo se aclaró. Era ella la que, con un clavo, golpeaba la latonería del vehículo produciendo el ruido que nos estresaba y, recibido el escarmiento, tanto ella como yo, continuamos el viaje en un ambiente de clara tensión.

Para tranquilizarme, comencé a jugar con el viento, sacando mi mano derecha por la ventana y moviendo la muñeca con los dedos extendidos logrando increíbles piruetas gracias a la aerodinámica. Lástima que no podía verlas, debido a mi lesión, pero sé que eran la delicia de los poblados por los que pasábamos. A medida que transcurría el viaje, me volví más arriesgado, hasta el punto que me atreví a intentar una caída libre mortal. Levanté las yemas de mis dedos y mi palma se vio expuesta en la veloz subida, luego, en un impactante doblez de muñeca, la vertiginosa caída comenzó, haciéndome sostener el aliento; peligro!, algo había salido mal, un fuerte impacto, un dolor intenso en el revés de mi mano.

Rápidamente la metí dentro del carro y la puse al alcance de mi vista. Una maldita avispa se había atravesado en la trayectoria de mi rauda mano y la había golpeado con el aguijón a una velocidad de 120 kilómetros por hora. No podía evitar el sobrevenir de las lágrimas ante el terrible dolor, llenando de incomodidad a mi vecino de asiento, quien no veía con buenos ojos el hecho de que un hombre adulto, totalmente extraño, le mirara cara a cara mientras lloraba.

Al llegar a nuestro destino todos se separaron sin despedirse, dejándome sólo con mi maleta, mi cuello torcido y mi mano hinchada, palpitando de dolor, ¡y después hablan de la educación y cordialidad andina!.

 

 Por A.F.E. (Mcbo. Vzla.)