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Dcho. de Autor

 

 

La Jarrita de Mónica.

 

Prólogo

Mi amiga Mónica es de esa región de España, rica en bailes, fiestas, gastronomía, paisajes, historia, y sobre todo en chistes acerca de sus habitantes. Sí, estamos hablando de la hermosa Galicia, a ellos con cariño esta historia real...

 

Historia

Luego de su viaje por España, una amiga, en un gesto incomprensible y digno de la extraña naturaleza femenina, le trajo regalos a muchas de sus amistades, incluyendo a su servidor. Digo que el gesto es incomprensible y digno de la naturaleza femenina, porque me imagino yendo a España y regresando con regalos para mis amigos, “Toma Roberto, vi esta bola de fútbol y me acordé de ti, te traje dos...” o “Alejandro, no pude evitar traerte este chocolatito tan bueno, al probarlo supe que te iba a gustar...”, ¡no!, definitivamente esto no estaría bien y lejos de afianzar la amistad con el regalo, lo que estaría haciendo es acabar a la misma por sospechas de homosexualismo. En fin, este no es el tema del cual quería hablarles, a lo que quería referirme es a la Jarrita de Mónica.

Entre los regalos que trajo mi amiga, se encontraba un bonito juego de mesa, compuesto por salero, aceitero, vinagrero, y otras cuantas inutilidades. El juego era de porcelana, y al momento de mostrar el regalo a una amiga distinta a la que iba dirigido, y luego de ser transportado de un continente a otro sin sufrir el más mínimo rasguño, el vinagrero se ladeó peligrosamente en la bandejita, y ante la posibilidad de caer al suelo, se rompió...

Pueden imaginarse la calidad de la porcelana, que el bendito vinagrero ni siquiera cayó al suelo y sufrió los siguientes daños: Múltiples rasgaduras con sus subsecuentes ramificaciones, pérdida del fondo, desintegración de la mitad sinestroanterior del pico, y total inutilidad para los fines que fue creado, esto es, contención de vinagre o como elemento decorativo.

Por ser yo una persona en extremo meticulosa, inteligente, inventiva y algo pendeja, la jarrita de vinagre fue a parar a mis manos para ver si yo podía hacer  algo al respecto. Mi primera impresión al verla fue de, ¿para qué querrá arreglar esta baratija?, pero conteniendo mi comentario, y viendo la cara de angustia de mi amiga (que ahora que lo pienso creo que era fingida), le dije que haría lo que pudiera.

La tarea era harto difícil, ya que además de los daños mencionados, se interponían a la restauración los hechos de que el material de la jarrita era de cuarta, se desmoronaba con el tacto, y que la palabra Vinagre estaba escrita con ‘B’, de burro, claro que esto es comprensible si sabemos que la jarra venía de Galicia. Con paciencia oriental emprendí la labor, reuní los pedazos sobrantes y los uní con uno de mis elementos de trabajo favorito, la baba de Hámster. Luego procedí a la reconstrucción de las partes faltantes y al sellado de las grietas, ya que la bendita jarra parecía un colador. Una vez lista, la llevé a tratamiento psicológico contra la acrofobia, y luego de concluido esto pasé a la parte más difícil, el borrado y sustitución de la ‘B’ por una ‘V’.

Digo que fue la parte más difícil porque la jarrita no comprendía que vinagre se escribía con ‘V’, y cada vez que yo, meticulosamente, sustituía el error ortográfico, la jarrita molesta la volvía a sustituir por una ‘B’. Nunca llegué yo a verla haciendo esto, pero era costumbre que al amanecer, la encontrara yo con un pincel en el asa, y el trabajo de descorrección hecho.

Finalmente, y cansado de lidiar con la jarrita gallega del demonio, la entregué a su dueña temporal –quien ni siquiera notó el error debido a su ascendencia galicial- para que la remitiera a su amiga, como regalo de cumpleaños y de bodas (¡Que descaro!). Ese día me excusé de ir a la fiesta con un invento, para no pasar una pena, y dejé que la jarrita del mal, cual chucky de porcelana, hiciera lo que le diera la gana.

 

Por A.F.E. (Mcbo. Vzla.)