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Dcho. de Autor

 

 

Domingo 6 de Diciembre de un Año Electoral.

 

Prólogo

El día 6 de diciembre del año 1998 se generó en Venezuela un evento particular, se dirimió una elección que posteriormente nos llevaría a un estado de crisis interna como el que jamás habíamos vivido desde las guerras civiles que azotaron en algún momento al país. Estas elecciones fueron extremadamente concurridas y conflictivas debido principalmente a que veníamos de un proceso de descomposición político-económico-social sostenido, y los que optaban a la presidencia no representaban (al menos directamente) a los partidos tradicionales. En fin, todos sabíamos que estábamos a punto de concebir un estado nuevo de circunstancias, de entrar en un laberinto que esperábamos nos conduciría a la salida prometida...

... todavía buscamos por esa salida.

 

Historia

Se aproximaba el día de las dichosas votaciones y mi persona comenzaba a preocuparse, pero no por lo que el común de las personas se preocupaba, sino por una causa más malévola y molesta.

Mientras todo el mundo andaba de solecitos y boinitas –símbolos de los candidatos en disputa-, discutiendo si uno era un corrupto o si el otro era un bruto asesino, si el uno era un riquito complaciente o si el otro un marginal con ínfulas de gente –también estos rasgos inequívocos de los candidatos de este hermoso país-, el problema que me acongojaba particularmente era que, con todo este alboroto, el domingo las mesas de votación iban a estar más llenas que nunca. Por mi mente pasaban imágenes de miles de personas en fila india, esperando el anhelado privilegio de poder pasar a la cola siguiente, mirando con envidia cochina a aquellos que ya estaban en una cola superior y lo que es más grave, envidiando con un celo que daba dentera a toda persona que por asar del destino estaba en situación de discapacidad física.

¡Sí Señoras y Señores!, el día de votación es el día de los mochos, mancos, tuertos, sexagenarios, embarazadas y turulecos en general. Durante un día del año la suerte, esquiva para ellos durante toda o parte de su existencia, se torna a su favor y convierte a sus graves discapacidades en motivo de miradas anhelantes y recelosas.

Al pasar al lado de la cola en su silla de ruedas, cualquier hemipléjico puede sentir la mala vibración que en la cola se va gestando a su paso. Comentarios que van desde el vulgar “Llamálo güevón”, hasta el más depurado “Quien fuera mocho”. Las malas vibraciones son de tanta magnitud que, unas elecciones atrás, hubo tres sexagenarias muertas debido a ataques cardíacos por no poder soportar la presión de las miradas.

Se ha visto a gente sin problemas que, ya a la una de la tarde, cuando el sol comienza a arreciar trata, en su desespero, de hacerse los inválidos, cojeando sin razón, o tomando pastillitas de alca-seltzer para botar espuma por la boca haciéndose los insolados, u hombres maduros colocándose almohadas en la barriga diciendo que están preñados, o tratando de robarle las muletas a un lisiado el cual, por la desesperación, comienza a repartir muletazos a diestra y siniestra.

Es este el panorama que llena de angustia y nervios a mi persona. Pero haciendo uso de mi inteligencia, ya he tomado medidas al respecto. Primero fui a la Casa del Truco (tienda donde se venden disfraces, trucos de magia y otras asquerosidades) para comprar un yeso para pierna de mentira, pero estaban agotados: “No mijo, esos se acabaron desde el miércoles”. Pregunté si les quedaba algún producto que me hiciera pasar por discapacitado, pero me dijeron que sólo tenían parches de piratas que eran vendidos con todo y loro. Les dije lo que podían hacer con su loro y me fui a ver que otra cosa podía hacer. Se me ocurrió tomar prestadas unas muletas o una silla de ruedas, pero descubrí que los hospitales las guardaban con escolta armada la semana antes de las elecciones. No era posible que en este país la gente pudiera llegar tan bajo para no hacer una cola y cumplir deshonestamente con su deber ciudadano. Mi mente trabajaba con desesperación, no me podía hacer el embarazado, no me podía sacar un ojo, no me podía romper una pierna o un brazo, estaba desesperado. Y de repente la solución pasó ante mí en forma de señora con cinco niños.

La señora iba caminando por la calle con cinco niños, tres en brazos y dos sujetos de la falda. Lenta y calmadamente la seguí y, al ver que se detenía en un teléfono público, me abalancé sobre ella y tomé a todos los niños que pude entre los gritos de desespero de la mujer que decía: “Desgraciado, si te los vas a llevar al menos dame algo a cambio!”.

¡Que bueno!, ya tenía tres niños llorones para ir a votar y no hacer cola. Rápidamente me dirigí al centro de votación y, pasando por la fila, sentí con gran placer interno el peso de las miradas recelosas al poner esa cara de desespero que tiene todo padre con el deber de cargar a sus hijos bajo el sol inclemente. El guardia de la entrada, al verme, pidió que me hicieran paso, lo cual casi me hace soltar una carcajada. En ese momento escuché a una señora decir “Pobrecito, casi llora de la desesperación”. Tenía que votar rápido y salir, ya que no sabía cuanto podría contener las risas. De nuevo pasé por otra fila, y otro amable guardia me hizo paso, “Dejen pasar al pobre señor por favor”, y aquí casi me sale mal la cosa porque, entre la gente que hacía cola, estaba mi mamá que le dijo al guardia, “¡Ese es mi hijo, y que yo sepa no tiene muchachos!”, gracias a Dios que el guardia no estaba de humor y le dio un planazo para que se pusiera en orden.

Al fin llegué a la mesa, y los encargados me hicieron pasar sin demora. Le di los muchachos a una delegada de mesa, firmé, puse mis huellas, tomé el tarjetón, marqué mi voto, lo pasé por la dichosa máquina y me fui, alegre de haber cumplido con mi deber ciudadano.

Ahora que ya estoy en mi casa, tomándome un té helado mientras veo la televisión en mi cuarto con aire acondicionado, me pregunto, ¿qué será de la vida de los indefensos niños que le dejé a la encargada de mesa?, o lo que es peor aún, ¿qué me irá a hacer mi mamá cuando llegue a casa después de haber votado, es decir, pasado mañana?... 

 

 

 Por A.F.E. (Mcbo. Vzla.)