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Dcho. de Autor

 

 

Bunjee Jump.

 

Prólogo

Esta historia se escribió, como casi todas, de una experiencia real, cuando la novia de un amigo lo retó a saltar en bunjee, sabiendo del valor intrínseco de la persona retada, y con la convicción de los presentes a la negativa del sujeto.

 

Historia

El viento apenas soplaba en esa tarde dominguera, el sol arremetía con fuerza sobre todo lo que no tenía la fortuna de estar resguardado de él. Una estructura metálica, de color azul, oscilaba lentamente, mientras las guayas que impedían su caída se tensaban una y otra vez, a punto de ruptura.

El sujeto se dirigió valientemente al lugar donde debía cumplir los últimos ritos, le tomaron el peso –ciento diez kilos de puro coraje- y se lo marcaron como a los varones, en el antebrazo, le hicieron firmar un papel donde libraba de responsabilidad a sus ejecutores, y luego comenzó el atavío ritual. Un arnés de fibras sintéticas fue colocado en su cintura, y sus pies fueron atados casi al punto de no poderlos mover. Luego de la penúltima fase del ritual, comenzó la peregrinación al lugar más sagrado, a la cima donde sólo los osados tienen cabida. El ascenso fue penoso, las ataduras del arnés sólo permitían un paso lento, semejante al de los reos que son castigados con el uso de grilletes, analogía que, pensándolo bien, era la precisa para describir al pobre gigantón de un metro noventa y cinco, barba tipo chivato y mirada extraviada que subía decididamente.

Una vez en las alturas, fue recibido por el último sacerdote quien, en tono pausado y sereno, le recitó las palabras sagradas reservadas a los pocos atrevidos, los elegidos.

El elegido fue atado de sus pies a una liga larguísima, increíblemente gruesa y, dando un suspiro, asomó las puntas de sus zapatos talla cuarenta y ocho al borde del vacío que ante él se abría; sus brazos se extendieron al frente y hacia allá dirigió su mirada. Estaba decidido, suspiró nuevamente y dejó rodar su vista hacia abajo, hacia la inmensidad que le esperaba, le esperaba, le esperaba, le esperaba...

-         Qué pasará?, dijo un hombre que observaba desde la calle, porque no se tirará?;

-         Debe ser que está creando tensión, el tipo se ve que es valiente, comentó otro mirón;

... el sudor brotaba copiosamente de todos sus poros, sus miopes ojos miraban borrosamente el sólido suelo al cual estaba destinado, una voz a su lado le decía: -Tranquilo chamo, tómatelo con calma, a uno que otro se le sale el cobarde aquí arriba, pero como no hay cola podemos esperar hasta que no estés tan chorreao.

El público se empezaba a impacientar, un murmullo general se alzaba hasta lo alto de la torre, el ex – valiente se retiró un paso hacia atrás, y un chiquillo vio confirmadas sus sospechas: -Yo sabía, el tipo lo que está es cagao; Risas comenzaron a cundir, y poco a poco, viendo a semejante cobarde la gente se atrevió a otras cosas además de reír.

-         Tan grande y tan cagao!, le espetaban;

-         Tiráte saco e mierda!!, se burlaban haciendo alusión a su apariencia;

Ofendido, el fofo gigante se atrevió a colocarse en posición, pero nuevamente el pánico se apoderó de su cobarde persona. El ayudante de salto se impacientaba, jamás había visto tal indignidad en un cliente, el temblor en sus extremidades, el copioso sudor, el castañeteo de los dientes y el peor de los colmos, una simulación de desmayo acompañada de un femenil gritito para ver si lo bajaban. El ayudante, al ver a semejante basura en el suelo, le asestó una certera patada en las costillas y le hizo levantarse, diciéndole que si no se tiraba lo iba a empujar.

El pávido grandulón comenzó a balbucear excusas, que si era cardíaco, que si sufría de la espalda, que si estaba colao, que si estaba paloteao, y pare de contar, pero el hacer que se lanzara era cuestión de honor para el ayudante, así que lo colocó en posición, y antes de darle oportunidad de devolverse, le encajó una patada en el cóccix y le envió al vacío.

Jamás en esa ciudad se escuchó un grito de pánico tan fuerte, tan estridente y tan vergonzosamente cómico como el que se oyó a continuación, era como si hubieran despellejado a cien cochinos vivos y apaleado a mil perros callejeros al mismo tiempo. La figura que se desplomaba no caía sola, sino que un líquido dorado le acompañaba y se desprendía sobre la multitud que se había aglomerado para verle. La gente, desesperada, comenzó a esquivar la maloliente secreción, mientras los que estaban a salvo reían a carcajadas de semejante espectáculo, todo esto mientras la inerte masa rebotaba esparciendo su maldad.

El último rebote se efectuó y un cuerpo, que parecía sin vida, colgaba boca abajo sin moverse. La polea comenzó a funcionar y el sujeto fue bajando lentamente, con un ligero pendular, mientras mostraba a todos un gesto de pánico tallado en su faz, y en la parte trasera la marca de su ropa interior seguida de la división de sus glúteos –mal llamada la alcancía-, en un último alarde de indignidad.

Dos sujetos le recibieron, con todo el asco del mundo le quitaron los atavíos rituales y le pusieron de pie. El sujeto sintió el suelo bajo sus pies, y pareció recuperar la conciencia perdida. Miró a en derredor, todos le veían, y en un gesto inesperado lanzó un golpe como de karate con su mano derecha mientras gritaba eufórico: - YES!, YES!, quien dudó que lo haría?, soy el rey del bunjee, sí señor, el rey!.

Una gran carcajada se levantó del silencio, y decenas de personas le señalaron y se burlaron, otros le aplaudieron por su patético espectáculo, mientras que los chispeados le escupían a ver si le acertaban.

Pero entre el bullicio del público y la dramática figura del sujeto –quien estaba efectuando una danza del triunfo-, alguien pasó desapercibido. Aquella que indujo al tipejo a lanzarse pensando que así se desharía de él, la ex - novia se lamentó por no haber logrado lo que se proponía, el pobre infeliz tenía el corazón más fuerte de lo que pensaba, y ella seguiría viviendo la desdicha de ser señalada como la mujer de... ÉL!.

 

 Por A.F.E. (Mcbo. Vzla.)