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Quiénes somosAl finalA Los Sonetos de mi VidaA O Recuncho do Galego
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DIEGO HURTADO DE MENDOZA.
(1503-1575)


A UNA DAMA.

Tu gracia, tu valor, tu hermosura,
muestra de todo el cielo, retirada,
como cosa que está sobre natura,
ni pudiera ser vista ni pintada.
Pero yo, que en el alma tu figura
tengo, en humana forma abreviada,
tal hice retratarte de pintura,
que el amor te dejó en ella estampada.
No por ambición vana o por memoria
tuya, o ya por manifestar mis males;
mas por verte más veces que te veo,
y por sólo gozar de tanta gloria,
señora, con los ojos corporales,
como con los del alma y del deseo.





Pedís, Reina, un soneto, y os le hago:
ya el primer verso y el segundo es hecho;
si el tercero me sale de provecho,
con otro más en un cuarteto acabo.
El quinto alcanzo: ¡España! ¡Santiago,
cierra! Y entro en el sexto: ¡Sus, buen pecho!
Si del séptimo libro, gran derecho
tengo a salir con vida deste trago.
Ya tenemos a un cabo los cuartetos:
¿Qué me decís, señora? ¿No ando bravo?
Mas sabe Dios si temo los tercetos.
¡Ay! Si con bien este segundo acabo,
¡nunca en toda mi vida más sonetos!
Mas deste, gloria a Dios, ya he visto el cabo.1





A UN DEVOTO.

Dentro de un santo templo un hombre honrado
con grave devoción rezando estaba;
sus ojos, hechos fuentes, enviaba
mil suspiros del pecho apasionado.
Después que por gran rato hubo besado
las religiosas cuentas que llevaba,
con ellas el buen hombre se tocaba
los ojos, boca, sienes y costado.
Creció la devoción, y pretendiendo
besar el suelo al fin, porque creía
que mayor humildad en esto encierra,
lugar pide a una vieja; ella volviendo,
el "salvo honor" le muestra, y le decía:
"Besad aquí, señor, que todo es tierra".





Días cansados, duras horas tristes,
crudos momentos en mi mal gastados,
el tiempo que pensé veros mudados
en años de pesar os me volviests.
En mí faltó la orden de los hados,
que podréis en el tiempo que vivistes
contar largas edades de cuidados.
Largas son de sufrir cuanto a su dueño,
y cortas cuando hubiese de quejar;
mas en mí este remedio no ha lugar;
que la razón me huye como sueño,
y no hay punto, Señora, tan pequeño,
que no se os haga un año al escuchar.





Amor me dijo en mi primera edad:
"Si amares, no te cures de razón".
Siguió su voluntad mi corazón;
mas él nunca siguió mi voluntad.
Tráeme ciego de verdá en verdad,
ya yo sería contento en mi pasión,
que con falsa esperanza de ocasión
me sostenga, siquiera en vanidad.
Tanto sería de vana esta esperanzaq,
que no podría caber en mi sentido
ni en consejo de amor ni en vanagloria.
Que finja yo que estoy en tu memoria,
señora, ni lo espero ni lo pido;
que no es bien de afligidos confianza.





Hame traído amor a tal partido,
que no puedo ni quiero conocerme;
cuantas armas tenía le he rendido,
pues le di la razón para vencerme.
Hombre nací y por hombre era tenido;
pudieran seso y arte socorrerme,
el tiempo, la experiencia y el sentido;
mas todo lo dejé, y quise perderme.
Gran mal, señora, es que el hombre entiende
cuánto aparta de sí, y no se arrepiente,
y que sabe cuán poco bien espera;
que vive y morirá desta manera,
fuera de humana forma o accidente,
sino de querer bien; que no se aprende.





Gracias te pide, amor; no las merece
quien las pide, ni tanto bien espera,
sea limosna o sea piedad siquiera,
y sea a la ocasión que ahora se ofrece.
Cualquiera beneficio mengua o crece
con el lugar, el tiempo y la manera;
pero la diferencia verdadera
es dar y socorrer a quien padece.
Lo que una vez la fuerza o la destreza
no pueden acabar, aquello mismo
acaba una palabra descuidada.
Señora, considera tu grandeza
y el tiempo: que ahora puedes, con nonada
levantarme del fondo del abismo.





Salid, lágrimas mías, ya cansadas
de estar en mi paciencia detenidas;
y siendo por mis pechos esparcidas,
serán mis penas tristes mitigadas.
De mil suspiros vais acompañadas,
y por tan gran razón seréis vertidas,
que si mi vida dura por mil vidas,
jamás espero veros acabadas.
Y si después, llegado el final día
do por la muerte dejaré de veros,
hallase algún lugar mi fantasía,
la alma, que aun en muerte ha de quereros,
a solas sin el cuerpo lloraría
lo que en vida ha llorado sin moveros.





LA SOLEDAD.

Amable soledad, muda alegría,
que ni escarmiento ves, ni ofensas lloras,
segunda habitación de las auroras;
de la verdad primera compañía.
Tarde buscada paz del alma mía,
que la vana inquietud del mundo ignoras,
donde no la ambición hurta las horas,
y entero nace para el hombre el día.
¡Dichosa tú, que nunca das venganza,
ni del palacio ves, con propio daño,
la ofendida verdad de la mudanza,
la sabrosa mentira del engaño,
la dulce enfermedad de la esperanza,
la pesada salud del desengaño!





Sangrienta perdición, yugo tirano,
guerra cruel, origen y osadía
de la injusta primera tiranía
que puso cetro en poderosa mano.
Bárbara ley, tan murmurada en vano,
ayudar del morir a la porfía
como si nos costara sólo el día,
como si nos sobrara el ser humano.
Mas aunque más, ¡oh, guerra!, estés culpada,
es mayor la de fáciles antojos
en bello campo de belleza armada;
no quiero amor, más quiero dar enojos
a la dura violencia de una espada,
que a la blanda soberbia de unos ojos.



Al principio

La Palestra de Euterpe.