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Quiénes somosAl finalA Los Sonetos de mi VidaA O Recuncho do Galego
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JOSÉ MARÍA HEREDIA.
(CUBA, 1803-1839)


LA DESCONFIANZA.

Mira, mi bien, cuán mustia y desecada
del sol al resplandor está la rosa
que en tu seno tan fresca y olorosa
pusiera ayer mi mano enamorada.
Dentro de pocas horas será nada...
No se hallará en la tierra alguna cosa
que a mudanza feliz o dolorosa
no se encuentre sujeta y obligada.
Sigue a las tempestades la bonanza;
siguen al gozo el tedio y la tristeza...
Perdóname si tengo desconfianza
de que dure tu amor y tu terneza:
cuando hay en todo el mundo tal mudanza,
¿sólo en tu corazón habrá firmeza?



A MI QUERIDA.

Ven, dulce amiga, que tu amor imploro:
luzca en tus ojos esplendor sereno,
y baje en ondas al ebúrneo seno
de tus cabellos fúlgidos el oro.
¡Oh, mi único placer! ¡Oh, mi tesoro!
¡Cómo de gloria y de ternura lleno,
extático te escucho, y me enajeno
en la argentada voz de la que adoro!
Recíbate mi pecho apasionado;
ven, hija celestial de los amores,
descansa aquí, donde tu amor se anida.
¡Oh! Nunca te separes de mi lado;
y ante mis pasos, de inocentes flores
riega la senda fácil de la vida.



RENUNCIANDO A LA POESÍA.

Fue tiempo que la dulce poesía
el eco de mi voz hermoseaba,
y amor, virtud y libertad cantaba
entre los brazos de la amada mía.
Ella mi canto con placer oía;
caricias y placer me prodigaba,
y al puro beso que mi frente hollaba,
muy más fogosa inspiración seguía.
¡Vano recuerdo! En mi destierro triste
me deja Apolo, y de mi mustia frente
su sacro fuego y esplendor retira.
Adiós, ¡oh, Musa que mi gloria fuiste!
Adiós, amiga de mi edad ardiente:
el insano dolor quebró mi lira.




Al principio

La Palestra de Euterpe.