La novela española en el siglo XIX
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Período 1800-1833: Traducciones
y creaciones
Ya desde la
segunda mitad del siglo XVII, y hasta el fin de este primer tercio
de este primer tercio del siglo XIX,
España fue un desierto en lo que a producción novelesca original se refiere.
El siglo XIX español se abre para la novela española con un aluvión de
traducciones y paralelamente a estas traducciones comienzan a aparecer obras
españolas que, paulatinamente, aventajarán en número y a veces en calidad a
las obras extranjeras. Estas primeras novelas producidas entre el 1800 y el 1833
no poseen importancia literaria intrínseca, pero es en estos años cuando se
sientan las bases de la novela española del siglo XIX y, consecuentemente, de
toda novela contemporánea.
Ese primer tercio de siglo es un mal momento no sólo para la novela,
sino para cualquier manifestación del espíritu humano en cuyo bagaje exista un
potencial de interpretar o de enjuiciar una realidad como la de entonces.
El autor británico que más influjo tuvo sobre la letras españolas del
momento fue el escocés Walter Scott (1771-1832). En cuanto a la creación
novelística española que durante los primeros treinta años del siglo
acompañó a las traducciones, la crítica ha recogido un total no inferior a
doscientos títulos considerados como "seguros" de autores (conocidos
o anónimos) españoles. Se debe considerar que posiblemente ese número es
inferior al número de novelas producidas, puesto que hay que tener en cuenta la
desaparición física de muchas otras novelas, cuyos títulos o contenidos nos
han llegado por fuentes indirectas.
Sin duda tal producción original es, al menos desde la perspectiva
actual, prácticamente estéril en cuanto a su calidad literaria. Pero su mérito
indudable reside en ser la primera semilla a partir de la que, años más
adelante, fructificaría una de las épocas culminantes de la novela española.
Hay que señalar la existencia de un tipo de novela moral y educativa,
que se escribe desde la posición del poder instituido para intentar demostrar,
a un público preferentemente femenino y de buena posición social, que la
situación reinante es inmejorable. El resultado de este género de novelas no
puede ser más que una antinovela, una negación de la auténtica prosa
narrativa.
La misma tendencia heredera del siglo XVIII se da en el costumbrismo, que
hasta la década de 1830 se mantiene fiel a los moldes del género consagrados
en el siglo anterior, herederos a su vez del costumbrismo del siglo de oro.
Fuera de este subgénero moral, continuador de gustos anteriores, pueden
señalarse otros tres tipos de novela hasta cierto punto innovadora. La novela sensible
(y quizás sentimental); la novela de terror y un relato de base anticlerical,
ápice de la tendencia no inmovilista inaugurada por la novela sensible.
Hay también, previo al romanticismo, un desarrollo de la novela histórica,
que antes de su definitivo triunfo en la España post-fernandina ofrece ya
varios representantes.
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Período 1833-1844: Novela romántica
Suele
proponerse como fecha para la iniciación del movimiento romántico español la
de 1835 (estreno de Don Alvaro).
En la novela, sin embargo, el camino ya había comenzado a recorrerse años
antes: además de los antecedentes señalados, en 1830 se publica una novela de
Ramón López de Soler, titulada Los bandos de Castilla o el caballero del
cisne, que abre, ya definitivamente, el camino a la novela romántica española.
A partir de este año se desarrolla el género novelesco en confluencia
con el movimiento romántico. Inserta en este movimiento, se desuelve en España
la novela histórica: sus primeros y vacilantes pasos, se remontan al
trienio liberal; su primer representante genuino aparece en 1830; pero su apogeo
corresponde casi exactamente al triunfo del romanticismo, durante la década de
1834 a 1844, período en que aparecen los títulos más representativos del género.
El romanticismo, movimiento que produce frutos tardíos en otros géneros
literarios, también se prolonga en el campo de la novela, y llega hasta el último
tercio del siglo XIX.
La novela decimonónica no agota su producción dentro del romanticismo.
El género, cuyos primeros pasos los da de la mano del romanticismo, es
cultivado junto a los autores románticos por otros novelistas que van a
situarlo en coordenadas diferentes. La crítica ha destacado tres tendencias
sucesivas en la concepción literaria de la novela histórica dentro del siglo
XIX español: la novela histórica de origen romántico aparece entre
1823 y 1830, y sus representantes más auténticos perduran hasta la década de
1840 a 1850. Está sometida a la visión cósmica imperante en el romanticismo,
acercándose en la concepción de los personajes y sus relaciones con el mundo
circundante a las creaciones románticas en otros géneros (fundamentalmente a
las dramáticas).
Surge en la década últimamente indicada la novela histórica de
aventuras, que continuará vigente hasta 1860: el universo novelesco se
mantiene, pero el héroe y sus relaciones con ese universo ya no son las mismas,
por cuanto que no son forzosamente negativas, como sucedía en las obras románticas:
"la novela histórica de aventuras no tiene por qué acabar mal, ya
que la muerte no es obligatoria en un mundo en el que la ruptura romántica ha
desaparecido". Con esta prolongación, el género asiste a una importante
divulgación con respecto a su estado
anterior, pero también a una decidida merma en su calidad. El marco donde se
desarrolla la acción no varía, pero la visión dramática ha dejado paso a la
acción aventurera e inconsistente.
El proceso tiene su fin, temporal y literalmente hablando, en una tercera
tendencia, la novela de aventuras históricas (desde 1845-50 hasta, al
menos, 1870), en la que ha desaparecido, frente a su remoto origen romántico,
hasta el universo histórico, que ni siquiera es propiamente histórico, si
tenemos en cuenta que "carece de efectividad, que es incapaz de engendrar
relaciones, mediaciones, de operar sobre el protagonista, de mediarlo,
exactamente". Con este último paso el proceso queda rematado en un
producto paraliterario, en cuya formación interviene no sólo el cambio de
ideales producido desde el romanticismo, sino también la aparición de una
nueva técnica editorial, la de la entrega.
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Período 1844-1868:
Diversificación de tendencias
Al
aproximarnos al final del siglo el universo narrativo se hace más abigarrado,
dada la frecuente superposición de
tendencias heredadas de los años anteriores con nuevas experiencias novelísticas.
La novela histórica continúa su andadura, iniciada en el período romántico: la
novela histórica de origen romántico sigue su producción a cargo
fundamentalmente de Gertrudis Gómez de Avellaneda. En las mismas fechas se
desenvuelve también la antes mencionada novela histórica de aventuras.
Por último, la técnica de la entrega populariza en estos momentos novelas de
autores que cultivan el subgénero que la critica llamaba de aventuras históricas,
degeneración máxima del relato histórico.
Por otra parte, y en el mismo período histórico, surge una nueva
concepción narrativa, la novela social, tendencia respaldada por los
ideales propios del socialismo utópico, sobre todo la vertiente francesa. La
tendencia socialista en la novela mantiene su vigencia intacta durante este período,
y aún sus ecos se prolongan hasta llegar a nuestro siglo.
La calidad de las novelas englobadas en ese concepción es discutible,
pero "esta sub-literatura ofrece la ventaja de ser testimonio fiel y
directo de la realidad y las preocupaciones de la época". La aparición de
este género específico a mediados de siglo supondrá un innegable tránsito
entre la novela histórica y el realismo literario, del que algunos críticos lo
señalan como precedente no lejano.
Todavía hay que señalar dos tendencias narrativas más, conformadoras
del complicado mosaico que, en materia novelesca, caracteriza esta época dentro
del siglo XIX.
Uno de ellos es el último reducto de la novela sentimental heredada
de la centuria anterior, género del que se pueden rastrear caracteres evidentes
en algunas de las obras narrativas de autores fundamentalmente reconocidos por
su labor poética.
La otra concepción novelesca nacida en estos años tiene su origen en la
contraposición voluntaria a los argumentos cada vez más avanzados del
socialismo novelesco y de los autores de entrega y folletines. Su primer
representante, en 1849, es una obra que ha sido señalada como crucial para la
trayectoria de la novela decimonónica: La Gaviota, de Cecilia Böhl de
Faber (1796-1877). Con Fernán Caballero se integran de modo patente la ideología
conservadora y la estética novelística, tanto desde un punto de vista teórico
como en sus plasmaciones literarias. Fernán Caballero integra las técnicas
recibidas de Balzac, el costumbrismo pintoresquista y, en grandes dosis, la
ideología tradicionalista o, quizá con mayor exactitud antiprogresista.
De la conjunción de tales elementos, Cecilia Böhl de Faber extrae una
práctica novelesca diferente a las varias tendencias literarias entonces en
boga. Esa práctica novelesca constituye un paso adelante con respecto a las
tendencias narrativas coetáneas, ya que manifiesta recursos técnicos preludio
del realismo novelesco, pero dista mucho de ser su primer representante. La
novela realista es fruto del cambio radical en la visión del mundo que sigue en
España a la revolucion de 1868 y esta obra es anterior a este hecho.
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Período 1868-1881: Realismo y
novela de tesis
A partir de
1868 la historia de España experimenta una violenta aceleración, cuyo
impulso inicial mantiene el hervor
ideológico y estético hasta finales de la centuria. Uno de los dos
ingredientes principales que definen la novela española postrevolucionaria, la
confrontación ideológica entre sus representantes, surge como consecuencia de
una interpretación encontrada de la sociedad a partir de la Revolución. El
otro, estrictamente cultural, es el que se define en la novela decimonónica
como realismo literario, tendencia con la que se inaugura la auténtica
novela española contemporánea. El primer producto novelístico de esta época La
Fontana de Oro (1870), primera novela de Galdós, tiene los especiales
contenidos que caracterizaron al género.
A partir de esta obra--y durante toda su época novelística inicial--,
el autor canario toma partido por sus personajes afines ideológicamente, que
desempeñan papeles protagonistas en la novela. Esta toma de partido condiciona
el movimiento realista, que a partir de entonces se presentará fuertemente
caracterizado frente al movimiento original francés y da forma al propio
realismo español, escindido así en partidarios diferentes y opuestas tesis
ideológicas manifestadas bajo forma literaria. Esa escisión, con el paso del
tiempo, el desarrollo de las técnicas novelísticas y la existencia de lazos
personales amistosos entre varios de los autores enfrentados ideológicamente,
va desdibujándose, pero las oposiciones o las diferencias no dejan por ello de
traslucirse: "En los años siguientes a la Revolución del 68, en España
hay dos clase de novelistas, cuya diferencia no viene marcada por la aceptación
o no del realismo, sino por los principios morales con que lo aplican. De un
lado, Alarcón, Pardo Bazán; del otro, Clarín, Galdós". Algunos de estos
autores se inscriben dentro de lo que algunos críticos han denominado primera
generación realista: Alarcón, Galdós y Valera. De estos autores, sólo
Alarcón, tras iniciarse literariamente antes de esta época, detiene su evolución
novelística en esta etapa del realismo de tesis; Galdós supera este momento y
Valera queda al margen de esta comunión novelística.
Alarcón
La obra literaria de Pedro Antonio de Alarcón está marcada por la
evolución desde unas creencias y modos de exteriorizarlas a otras: ideológicamente
pasó de un liberalismo exaltado a un firme conservadurismo; literariamente, su
obra oscila entre un encuadre cercano a la trayectoria romántica y una clara
posición en la novela realista sustentadora de una tesis afín a su pensamiento
político. El sombrero de tres picos (1874), es recreación del tema del
corregidor y la molinera en un relato magníficamente construido en su
estructura dramática. La aportación de este autor a la novela realista de
tesis debe fijarse en sus otras novelas, ya que lo fundamental de las mismas es
que en ellas Alarcón pone su arte narrativo al servicio de los ideales
tradicionalistas católicos.
Pérez Galdós
Más
compleja es la evolución novelística de Benito Pérez Galdós. Sus
aportaciones son tan decisivas en el devenir de la novela hispánica decimonónica
que no es posible en modo alguno reducir su gigantesca obra a un solo período
de esta novela. La narrativa galdosiana cubre todo el último tercio del siglo
en sus diferentes tendencias y movimientos novelísticos, hasta el punto de
aparecer frecuentemente como cabeza o representante principal de algunos de
ellos.
El primer Galdós es el autor de novelas de tesis. Vemos que la aparición
del dualismo ideológico en la novela realista no hubiera tenido sus características
específicas sin la aparición en 1870 de La Fontana de Oro. A la
controversia ideológico-literaria así originada contribuye Galdós con las
novelas de la primera época, que Casalduero sitúa entre 1867 y 1879, lapso al
que corresponde el "período histórico" (1867-1874) y el "subperíodo
abstracto"(1875-79). En estos años, a La Fontana de Oro le siguen
seis novelas, entre ellas Doña Perfecta (1876). Galdós entra de lleno
en el enfrentamiento ideológico que caracteriza este momento de la novela
decimonónica, y ataca, con virulencia en ocasiones, la intolerancia política (alabando,
por rechazo, el liberalismo tolerante) y la obcecación religiosa. Los
personajes con los que Galdós escenifica esta contienda no pueden ser
considerados, casi en ningún momento, como auténticos tipos paradigmáticos,
pero no por ello se libran de una razonada acusación de acartonamiento o falta
de convicción por parte de la crítica.
Valera
Juan
Valera, el mayor de los escritores de la joven generación realista, a menudo ha
sido situado en un plano estético, literaria e ideológicamente diferente al de
sus coetáneos. Sus novelas de la primera época, que no comienza a escribir
hasta 1874--Pepita Jiménez (1874), han sido repetidamente calificadas de
idealistas, ya que se encuentra en ellas "una cierta despreocupación por
las descripiciones de los universos novelescos, y un esfuerzo por la pintura de
los estados de ánimo". Su suave vuelo narrativo sobre los problemas
humanos hace que algunos críticos afirmar que la de Valera es obra de un
moralista, queriendo decir que es un escritor entregado al estudio del hombre,
de sus acciones y de sus móviles, observador de la conducta humana. Nunca
Valera pretendió plantear en su novela la exposición y defensa de una tesis
ideológica. Si hay alguna tesis en Pepita Jiménez es la de representar
el acuerdo de lo discordante y lo antagónico bajo figuras novelescas. Valera
exalta en su fábula una imagen del hombre idéntica a la propugnada por los
krausistas, contra quien dirigió a menudo la suave ironía de su pluma.
El realismo novelesco español tiene su primer desarrollo decimonónico
durante la década de 1870 a 1880. En estos años la novela histórica
también continúa en sus tres orientaciones: la novela histórica, la novela
histórica de aventuras y la novela de aventuras históricas, esta última
impera en la producción editorial del momento, sobre todo a través del recurso
de la entrega.
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Período 1880-1890: El
naturalismo español
En 1881 la
corriente naturalista acoge en sus filas a uno de los escritores españoles
ya consagrados, Galdós. Algunos críticos
plantean que no hubo un naturalismo español, sino varios. El o los naturalismos
españoles tienen su apogeo hasta 1890, aunque obras positivamente naturalistas
aparezcan todavía en el siglo XX.
Pérez Galdós
Casalduero
hace llegar el período naturalista galdosiano, iniciado con La desheredada,
únicamente hasta 1885. Inequívocamente vinculadas con esta visión son Tormento
(1884) y Lo prohibido (1884), novelas en las que al menos uno de los
caracteres más destacados de la escuela fisiologista, el determinismo
del medio, juega un papel decisivo. Más dudoso sería este encasillamiento en
otras creaciones galdosianas de la misma época, como El amigo Manso
(1882) y otras obras en las que Galdós ya apunta hacia otras concepciones
litererias, espiritualistas o simplemente enmarcadas dentro del portentoso
realismo del autor, cuya cima llegará, en los años inmediatamente siguientes
con Fortunata y Jacinta (1886-87). Se trata de lo que con toda justicia
ha sido denominado realismo total galdosiano, que conjuga elementos de orígenes
diversos y hasta encontrados, todos ellos en perfecta armonía para crear un
universo novelesco de enorme fuerza. Así en Fortunata y Jacinta es
posible señalar, en una enumeración superficial, la presencia de elementos
folletinescos, costumbristas, descriptivistas, cervantinos, quevedescos,
naturalistas e incluso anticipadores de visiones literarias posteriores:
perspectivismo, subjetivación de la realidad, monólogo interior...
La obra de Galdós tampoco se detiene en este estadio, en novelas
posteriores asistimos a un cambio de perspectiva que desembocará, ya en la década
siguiente , en una nueva superación de su arte narrativo anterior, el período
espiritualista, entre cuyos títulos más representativos se encuentra Misericordia
(1897).
Una superación similar se produce también en la obra de Emilia Pardo
Bazán y en la de Clarín, pero en ambos casos el movimiento naturalista habrá
sido la médula de su creación novelesca.
Emilia Pardo Bazán
La
Condesa de Pardo Bazán comenzó a llevar a la práctica sus ideas sobre el
naturalismo el mismo año que publicó en libro La cuestión palpitante,
1883, con su novela La Tribuna. Su novela experimental se plasma en
cuatro ámbitos novelescos sucesivos: el proletariado, el pueblo, el campo (Los
pazos de Ulloa) y la ciudad. Con esta autora el naturalismo español llega a
una de sus cotas más cercanas al modelo francés. Más tarde la autora derivará
hacia caminos paralelos a Galdós en su momento espiritualista.
"Clarín"
Leopoldo
Alas (Clarín) es, junto a Emilia Pardo Bazán, el mejor representante del
naturalismo español, orientación fundamental en su novela extensa La
Regenta (1884-85). Clarín emplea en este relato uno de los recursos
definidores de la novela naturalista española, el análisis psicológico,
aplicado de manera irrepetible a Ana Ozores, personaje central de la obra.
La Regenta ha sido interpretada de formas divergentes y aún
opuestas por la crítica: es la novela de frustración, es el análisis de un
adulterio encubierto por un misticismo falso, se trata de la novela de todo un
pueblo, de Vetusta. En todas las visiones existe algo de razón, ya que La
Regenta es un complejo mundo novelesco en el que convergen motivos de
procedencia muy distinta para formar un amplio y revelador mosaico de la
existencia provinciana en el último cuarto del siglo XIX.
A lo largo del siglo XIX, preocupación constante en los novelistas españoles
es la búsqueda de un lenguaje apto para expresar el contenido de sus creaciones
literarias. Durante el período romántico, los principios estéticos más
generales proclaman la libertad estilística. El escritor realista se plantea
con mucho más rigor el cometido de crear un nuevo lenguaje literario adaptado a
sus necesidades estéticas. Según Clarín, dos deben ser los principios que
rijan el lenguaje literario realista: objetividad y naturalidad.
Entre los requisitos propuestos por Clarín para el lenguaje de la nueva novela,
quizás sea la naturalidad el más primordial y la auténtica aportación del
realismo decimonónico a la lengua literaria española que, de esta forma,
consigue liberarse de la ampulosidad y el artificio románticos, haciendo de la
novela un auténtico reflejo de la vida. También en este aspecto la novela del
siglo XIX está en la base de toda la novela contemporánea.
La novela del siglo XIX es un género poco propicio a la elaboración
retorizante, sobre todo en sus manifestaciones posteriores al romanticismo. Las
figuras literarias que más caracterizan a la novela de la restauración entran
en el terreno de las asociaciones de significados. Las imágenes creadas por
medio de comparaciones, o identificaciones metafóricas son, evidentemente, un
auxiliar inapreciable para los propósitos descriptivos que la narravita
realista persigue y los autores que las emplean consiguen soberbias creaciones
estilísticas.
Valera nos muestra en este uso todo su elegante y depurado manejo de la
lengua. Su Pepita Jiménez ofrece imágenes castizas, imágenes cultas,
de fondo religioso, adecuados al tema de la novela y finalmente, imágenes
reveladoras de la soberbia cultura clásica del autor.
Galdós, espejo de los defectos estilísticos para las generaciones que
lo siguieron inmediatamente, es capaz de crear imágenes de una expresividad sólo
igualada por el genio de algunos clásicos. Así, el descriptivismo hiperbólico
y rebosante de asociaciones significativas que Galdós muestra en algunas de sus
obras (retrato de Nicolás Rubín en Fortunata) puede ser comparado con
el ingenio quevedesco, aunque en una clave
muy distinta al sarcasmo del
conceptista, con un sentido más compasivo, menos descarnado.
De igual manera, la imagen continuada sirve "para expresar lo que
acontece en el fondo de la conciencia, trazando con plástico relieve el
contorno de un alma según se manifiesta en la conducta". Metáforas y
comparaciones también albergan en la prosa de Clarín un contenido negativo, en
ocasiones repugnante, como sucede en la muy repetida imagen que tiene como término
de comparación un sapo. Sus descripciones tienen como base pictórica la sucesión
de imágenes que pueden tener un fondo degradante, como ocurre en el capítulo
XVIII de La Regenta, o también pueden crear la situación opuesta.