Hace algún tiempo, en una oscura noche, en el averno;
llamó a la puerta de mi alma un alado invisible. Con presencia carnal
modeló mi sentir.
Llegó a morar mi recinto secreto y con sencillez
celeste embriago a este humilde mortal de mil novecientas sesenta y seis
facetas.
El paraíso no compitió ni por un instante con tal
suerte, que cayó sobre mi como pesada penitencia.
Seiscientas sesenta y seis debilidades de fábula que
no encuentran la verdad para concertar paz entre mi visión y mi
proceder.
Bailando en un compás de silencio, al fin le veo a la
luz el rostro del pensamiento, de mi pálido ángel. Y lo siento, desde sus pies
hasta el cabello espeso, fijo como pluma de lenguaje y fugaz ternura.
En este frío anochecer de verano lento,
acuden a mi voces profundas e infinitas, como trueno lejano en mis oídos,
con el áspero viento silbando sobre mi cara, con semblante desnudo y
lánguida mirada.
Miles de imágenes me inundan como mar de olas
grises, en una noche de tormenta, rostros pálidos me señalan y me acusan.
Tu recuerdo me alcanza, me oculta, me aprisiona,
siento tu silenciosa respiración y el resoplar en las tinieblas.
Mi alma sin fuego, con el cuerpo redomado;
lentamente se doblega, cede y al fin yace austero.
Me encuentro sin salida, me oculto de mis fantasmas,
sombras amenazantes de duelos y peligros.
Encuentro un ideal en ti, un sentir que me ha
ilusionado; encuentro el amor que espera y crece, el sentir me ha
traicionado.
Mi juicio y fortaleza ha sido repelida
¿Dónde quedo
toda mi fuerza?
¡He sido derrotado por mi propia
sombra!.
Voces deseosas, en búsqueda amorosa se lanzan a la
hoguera encendida; en un suicidio sostenido, fallido. Y yo tan inútil
ante esta ignominia al orgullo herido.
¿Cómo recobrar mi territorio?,
¿Quién habrá de renovar la
ilusión del corazón perdido?,
¿Qué penitencia pesa en mi?,
¿Qué
mano invisible manejó mi destino?,
¿Por qué el destino ciego llega
en vano?.
He llegado y
apostado. Cumplí con mi destino; perdí . . .
He sido vencido . . .
Me he ido; me he
despedido . . . .