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El triunfo de la medicina

Maxime Laguerre (*)

Big Mac Attack!Si existe un dominio donde el progreso está considerado como un "cambio para mejor", es claramente el de la medicina. El argumento "de choque", y que parece incontestable, es el de el aumento regular de la duración de la vida. De 35 años hace uno o dos siglos, hemos pasado a 72 años para los hombres y a 79 años para las mujeres. ¡Todo ello gracias a la medicina!. Sin embargo, la noción de duración de la vida es bastante ambigua. Parece que existen dos maneras de calcularla.

En los animales, la perpetuación del patrimonio genético es su única y suprema misión; desde el momento en que un animal pierde su capacidad reproductiva de crianza de sus pequeños, pierde al mismo tiempo sus defensas naturales y su capacidad para proveerse de alimentos. Es entonces incapaz de sobrevivir. Salvo muerte accidental (hambruna o agresión) su duración de vida está inscrita en sus genes. Decimos por ejemplo que tal mamífero puede vivir 14 años. Después de esta edad, su muerte está programada.

En la especie humana, debido a la notable cantidad de mestizajes étnicos, existe una gran variedad de programas genéticos. En los gemelos verdaderos los programas genéticos de envejecimiento son idénticos. Para cada individuo la duración de vida programada es desconocida y cada uno intenta calcularla a partir de la edad en la que murieron sus ascendientes. Esto implica un reconocimiento del factor genético. La diversidad de programas de envejecimiento ha incitado a calcular la duración de la vida de los humanos por la media de la edad de su muerte. Si dos individuos que nacen, uno muere a los 4 años y otro a los 90, ¡la duración media de vida es de 42 años!. Es por eso que para nuestros ancestros, que vivían según un orden natural, la fecundidad era muy elevada y la mortalidad infantil lo estaba en la misma relación. La duración media de la vida era pues muy baja, ¡en torno a los 30 años!.

Sin embargo, sabemos que hasta que llegaba la edad adulta, su programación genética le hacía conservar todas sus fuerzas y su actividad hasta la autonomía de sus últimos hijos (en torno a los 60 años). Después de esta edad, sus fuerzas declinaban y su vida dependía de la solidaridad familiar. Para los animales, muchos de los cuales tienen una enorme fecundidad y una mortalidad infantil en relación, la edad media de vida es extremadamente corta. Es de esta forma que se impone el orden natural que quiere que cada especie animal no sobrepase un cierto número de individuos para conservar el equilibrio natural entre las especies. Pero volvamos al rol de la medicina. Este es el quid de la cuestión: ¿puede la medicina modificar el programa genético de un individuo?, algo así como que aquel que deba quedarse calvo a los 50 años no pierda sus cabellos hasta los 60 años.

Los diversos productos vendidos para retardar el envejecimiento, y que tienen tanto éxito entre las mujeres de hoy, especialmente de aquellas que han renunciado a ser antes que nada madres para ser mujeres deseables, ¿tienen un efecto real?. ¿Acaso no hay una cierta impostura generalizada de la que se benefician un número considerable de poderosas transnacionales y que, gracias a la publicidad incitativa, realizan un verdadero lavado de cerebro en las mujeres?. Los resultados obtenidos, aunque ciertamente espectaculares, no serían sino pasajeros. Es como dar un paso atrás (en el envejecimiento natural) para acabar dando un salto de caída mejor. De hecho, estos productos no modifican el programa genético de envejecimiento. El recién teñido y la piel estirada no se pueden prolongar por siempre. Sí que puede ocurrir, no obstante, que la vida de un individuo pueda ser prolongada si es más calmada, más protegida, menos activa. Está comprobado que la duración de la vida de los guardas de museo es mucho más larga que la de Napoleón I, muerto a los 52 años. ¿Habría podido Napoleón ser guardián de museo?. ¿Acaso no tuvo la oportunidad de realizar un destino excepcional inscrito en su patrimonio genético desde su nacimiento?.

¿Qué poeta escribió aquello de que: "Tengo más recuerdos que si hubiera vivido mil años"?.

La medicina, siendo "una ciencia que tiene por objeto la conservación o el restablecimiento de la salud", necesita distinguir a la cirugía del resto de las especialidades. La cirugía es un método manual al mismo nivel que el de un ebanista. El cirujano trabaja con sus manos. El mal y la manera de tratarlo son muy claros. La operación sale adelante o no. El "engaño" del cirujano realizado en el cuerpo del paciente es difícil, la mayor parte de las veces imposible. Para las demás especialidades se funciona de otra forma. En cirugía la sanación natural es muy rara. En realidad la cirugía aumenta la duración de la vida. Hemos mostrado como en muchos dominios, la mayor parte de los "progresos" no hacen sino reparar los desarreglos de otros "progresos". Por ejemplo, el ascensor es un progreso para los habitantes de un inmueble, que a su vez fue un progreso en relación a las casas solariegas de una sola planta. Para éstas, ¡no hace falta ascensor!. Examinemos lo que repara la cirugía. Corazón cansado, fracturas diversas, órganos deteriorados, y preguntémonos: ¿estos males existen en la naturaleza completamente preservada del hombre?. Todas las fracturas debidas al deporte, a los accidentes en carretera, a caídas diversas, no existen en los animales salvajes. De igual forma tampoco sufren heridas provocadas por las armas, como es nuestro caso durante las guerras. Los admirables progresos de la cirugía no hacen más que anular, en cierta medida, los perjuicios provocados por otros progresos realizados en otros dominios. Las enfermedades cardiacas y de ciertos órganos, los diversos accidentes, no son sino males provocados por una vida muy antinatural. La medicina trata de rehacer cuerpos humanos tal y como Dios los dejó hechos. El formidable avance de la humanidad en relación a la "animalidad" en el dominio de la sanidad ¿no sería una figura retórica, bella, pero inexacta?.

Desgraciadamente, en vez de intentar construir una sociedad donde la vida de cada uno sería más natural, la civilización moderna, como en la guerras, destruye cada vez mejor para reparar cada vez mejor. La creencia, cuidadosamente extendida por los que tienen interés en verla aceptada por todos, de que no existen en el hombre defensas naturales que permitan combatir victoriosamente ciertas enfermedades, no cesa de penetrar en nuestras mentalidades. El menor malestar debe ser curado incluso si hemos sido biológicamente construidos para combatirlo. ¡Debemos protegernos artificialmente, continuamente, de todo!. Haríamos mejor en explicar a nuestros semejantes que una vida más natural nos evitaría la mayor parte de nuestros males. Ved como nuestros nutricionistas descubrieron que en lugar de dejar perder a las bestias muertas, como en la naturaleza, podíamos hacer harina de ello y que estaba científicamente comprobado que nuestros animales domésticos podían alimentarse de ello sin consecuencias. Hoy, la epidemia de las "vacas locas" siembra el terror, quizás exagerado, pero con consecuencias catastróficas. Vemos como las poderosas sociedades transnacionales crean hábitos alimenticios artificiales provocando malformaciones irreversibles. Así por ejemplo, un Americano sobre tres es considerado como obeso o a punto de convertirse en obeso. Lo peor, es que estas malformaciones anti-naturales se hacen poco a poco genéticas. Si, en los Estados Unidos, ¡la obesidad es considerada como de origen genético!. Como ya hemos mencionado, antes de la Segunda Guerra Mundial los estudios habían mostrado que ciertas minorías vivían todavía de forma muy natural, por ejemplo en ciertas montañas de Suiza o del norte de Europa, la dentición se mantenía perfectamente sana toda la vida: buena implantación de dientes, nada de caries, ni de muelas picadas. El "Progreso" en el dominio nutricional a cambiado todo esto. En nuestros días, muchos niños tienen una mala implantación dentaria, las caries deben ser combatidas constantemente y los dientes se pican y se caen antes de la edad normal. Desgraciadamente, estas mala calidad dentaria se está transmitiendo genéticamente.

Decir al ciudadano, que si hubiera vivido en el siglo XVIII, se hubiera muerto a los 36 años, es una presentación tendenciosa de la realidad. En realidad, se habría muerto bien en la primera infancia, o bien hacia los 70 años, pero raramente a los 36. Decir al ciudadano que el aumento del gasto médico va a significar indefectiblemente una mejora de su protección sanitaria es discutible. También se puede traducir en un deterioro de su salud, si cae dentro del porcentaje de los "errores médicos". En la actualidad, las mujeres tienen muy pocos hijos. El inmenso capital de abnegación, de ternura y de protección que poseen se canaliza a muy pocos seres. La mortalidad infantil a disminuido considerablemente, lo que prolonga nuestra esperanza de vida. Hoy, la muerte de un bebe es un drama horrible, mientras que antiguamente, era un suceso normal dentro del funcionamiento de la vida. Esta disminución de la mortalidad infantil no es la única causa del aumento de la duración media de la vida. Si el programa genético de envejecimiento de cada ser no ha podido ser modificado, la medicina si que ha logrado prolongar la tercera edad, la de la supervivencia. En nuestras sociedades de la abundancia, la solidaridad permite a aquellos que han perdido toda su autonomía a conservar una vida a la que todos nos sentimos ligados, incluso si ya no nos aporta nada. La Fontaine trató este tema bajo las fábulas de "La muerte y el desgraciado" y "La muerte y el leñador". Quizás esta supervivencia sea dolorosamente vivida por la persona anciana y por aquellos que le rodean. Muchos se preguntan al respecto...
 

 
(*) Maxime Laguerre. Escritor con la sabiduría de los fabulistas, entre sus obras, ninguna traducida se encuentran "Un autre regard sur l'education" y "Retour au reel".
 

 

 

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