Estoy tristemente decepcionado por el
libro que escribí en 1958, "La ascensión de la meritocracia"(1). Este neologismo
que yo mismo creé es ahora comúnmente utilizado, especialmente en los Estados
Unidos, y más recientemente se encuentra en lugar destacado en los discursos de Tony Blair.
El libro era una sátira que pretendía alertar (cosa que obviamente no
ha conseguido) contra lo que ocurriría en Gran Bretaña entre 1958 y la imaginaria
revuelta contra el poder meritocrático en el 2033.
Gran parte de lo que predije en ese libro se ha hecho realidad. Es del todo
improbable que el Primer Ministro se haya leído el libro, pero ha popularizado
el término sin ser consciente de los peligros que entraña su puesta en práctica.
Mi argumentación se basaba en un análisis histórico indiscutible de lo que había
estado sucediendo a la sociedad durante más de un siglo antes de 1958, y más
marcadamente desde la década de los 1870, cuando la escolarización se hizo
obligatoria y el acceso a la administración pública se convirtió en algo
competitivo por norma.
Hasta entonces, el status estaba adscrito al nacimiento. Pero independientemente
del nacimiento, el status se ha ido convirtiendo en algo más accesible.
Tiene todo el sentido nombrar a personas concretas para realizar trabajos en
función de sus méritos. No podemos decir lo mismo cuando quienes son juzgados
por sus méritos del tipo que sea ascienden a una Nueva Clase social sin dejar
sitio para otros.
Las habilidades de tipo convencional, que solían estar distribuidas entre clases
de forma más o menos aleatoria, se han venido concentrado en una sola clase
gracias a la maquinaria educativa.
Una revolución social silenciosa se ha realizado en las escuelas y universidades
que se han orientado a la labor de cribar a los jóvenes de acuerdo con los
estrechos límites de los valores educacionales.
Con una increíble batería de certificados y titulaciones a su disposición, el
sistema educativo ha dictado aprobación para una minoría, y un suspenso para una
mayoría que no consigue brillar desde el momento en que son relegados al fondo
del sistema de graduación a la edad de siete años o antes.
Esta Nueva Clase tiene todo los medios a su alcance, y en gran parte bajo su
control, por la que se reproduce a si misma.
Mis predicciones más controvertidas y la subsiguiente advertencia se fundaba en un
análisis histórico. Pensé que las clases más pobres y los más desaventajados
serían doblemente marginalizados, lo que de hecho ha ocurrido. Al ser marcados
desde la escuela son más vulnerables para más tarde formar parte del "ejército
de reserva" que es el desempleo.
Son fácilmente desmoralizados al ser mirados con desprecio de forma tan hiriente
por personas que se han ganado su status por si mismas.
Es muy duro en una sociedad que valora tanto los méritos ser juzgado por no
tener ninguno. Jamás antes las clases bajas habían quedado tan moralmente
desarmadas como ahora.
Mediante la selección que opera el sistema educativo las clases bajas han
perdido a muchos de los que debieran haber sido sus líderes naturales, sus
portavoces de la clase trabajadora que se continuaran identificando con la clase
de la que procedían.
Estos líderes realizaron una feroz oposición a las clases más ricas y poderosas
en interminables disputas tanto en el parlamento como a pie de fábrica, entre
los pudientes y los no-pudientes.
Con la ascensión de la meritocracia, las masas "descabezadas" de líderes han
sido desarticuladas; según pasa el tiempo, vemos como se vuelven más y más
pasivas, y desmoralizadas hasta el punto de no preocuparse ni por ir a votar. Ya
no tienen a nadie de los suyos que los represente.
Para ver la diferencia, solo tenemos que comparar los gabinetes de gobierno de
Atlee y Blair. Los dos más influyentes miembros del gabinete laborista de 1945
fueron Ernest Bevin, para la cartera de Exteriores, y Herbert Morrison, elegido
líder de la Cámara de los Comunes y Vice Primer Ministro.
Bevin dejó la escuela a los 11 años para subsistir como ayudante de granjero,
pasando después a pinche cocina, chico de los recados, conductor de furgonetas,
de tranvías, hasta que a la edad de 29, se hizo activista del sindicato local de
Bristol, en la General Labourers' Union de Dock Wharf, donde alcanzó gran
popularidad al obtener, en un célebre enfrentamiento con uno de los más
destacados abogados del momento, casi todas las reivindicaciones del sindicato.
Herbert Morrison fue en muchos aspectos una figura aun más significantiva, que
se hizo notable no tanto a través del sindicalismo sino a través de su
experiencia en el gobierno local.
Su primer trabajo fue también como chico de los recados y dependiente en una
tienda de verduras, de donde se trasladó para hacerse dependiente de un
supermercado y uno de lo primeros operarios de centralitas telefónicas. Llegó
hasta Ministro de Transportes gracias al éxito previo obtenido en su labor en el
Ayuntamiento de Londres.
Tuvo éxito en la forma que Livingstone y Kiley se esperaría que lo hicieran
ahora, unificando el servicio metropolitano de metro de Londres, autobuses y
tranvías en un solo mando y propiedad dentro de una compañía única y pública de
transportes metropolitanos.
Hizo del transporte público londinense el mejor del mundo durante los siguiente
30-40 años, siendo modelo para todas las industrias nacionalizadas después de
1945.
Otros cuantos miembros del gabinete laborista de ministros de Attlee, como Bevan
y Griffiths (ambos mineros), tenían similares orígenes de la clase obrera más
baja y fueron una razón de orgullo para mucha gente corriente que se
identificaba con ellos.
Es un fuerte contraste el que se da hoy en dia en el gabinete de Blair,
compuesto mayoritariamente por miembros de la meritocracia.
En este nuevo ambiente social, a los más ricos y poderosos les está yendo
bastante bien para si mismos. Ya se han librado de las incómodas críticas por parte
de este tipo de gente a la que se tenía que escuchar. Esto ayudó en su dia a
mantenerlos controlados, lo contrario de lo que está sucediendo bajo el
gobierno Blair.
La meritocracia de los negocios está de moda. Tal y como los meritócratas creen,
e incluso como se les hace creer, que su ascensión viene de sus propios méritos,
se sienten merecedores de todo aquello que se propongan.
Llegan a ser insoportablemente presumidos, mucho más incluso que aquellos que se
sabía habían alcanzado el poder no por sus propios méritos, sino por ser "hijo o
hija de", es decir, unos beneficiarios del nepotismo. Las nuevas élites pueden
llegar a creer que están moralmente legitimadas.
Tan segura se siente esta nueva élite que no dejan un resquicio en la captación
de nuevos beneficios para si mismos. Las viejas restricciones que el mundo de
los negocios se había impuesto, todas han sido eliminadas y, tal y como se
predijo en mi libro, todas las formas de "dar el pelotazo" han sido ya ideadas y
explotadas.
Sus salarios y primas se han disparado. Stock options en condiciones más que
ventajosas, bonos de oro, paracaídas de oro
se han multiplicado también para esta minoría.
El resultado ha sido que la desigualdad se ha extendido como norma y se hace
cada vez más escandalosa cada año que transcurre, y sin que rechisten los líderes
del partido que una vez fuera el portavoz tan vociferante y carismático por una
mayor igualdad.
¿Qué se puede hacer en esta cada vez más polarizada sociedad meritocrática? Algo
avanzaríamos si el señor Blair retirara esta palabra de su discurso habitual, o
al menos admitiera los inconvenientes de su puesta en práctica. Todavía
avanzaríamos más si él y el señor Brown marcaran distancias con la nueva
meritocracia incrementando los impuestos sobre las rentas de los más ricos, y
también fortaleciendo el poder local como una forma de que el pueblo se
involucre y tenga su oportunidad en la política nacional.
Hice otra predicción en mi libro relativa a que la sistemática seleccion
educativa en la escuela se vería reforzada, yendo más allá de lo que ya
teníamos. Mi autor imaginario, un ardiente apóstol de la meritocracia, dijo poco
antes de la revolución, que "ya no sería por más tiempo necesario seguir
rebajando los niveles para intentar extender nuestra elevada civilización a los
niños de las clases más bajas".
Al menos todavía estamos a tiempo de que esto no tenga que ocurrir. ¿O no?.
(1) The Rise of the
Meritocracy (1870-2033): An Essay on Education and Equality (1958).