Herencia Cristiana
CONFRONTACION
CON LA BIBLIA
EL
NUEVO TESTAMENTO
"Es muy fácil encontrar relatos espurios que hacen al crédu-
lo
en la trampa. Mucho más difícil es encontrar tratamientos es-
cépticos. El
escepticismo no vende... Quizá
el señor “Buckley”
debería
aprender a ser más escéptico con lo que le ofrece la cul-
tura
popular. Pero, aparte de eso,
es difícil echarle la culpa. Él
se
limita a aceptar lo que la mayoría de
las fuentes de informa-
ción
disponibles y accesibles
decían que era la verdad. Por
su
ingenuidad,
se veía confundido y embaucado sistemáticamente”
(Carl Sagan en El mundo y sus demonios).
OCTAVO
ROUND: LA HISTORIA
Aquí la lucha será desigual: Adrián contra “veintisiete
libros, escritos por unos diez autores en el curso de más o menos
cincuenta años” (Introducción al Nuevo Testamento).
Pero, qué caray, “a Dios rogando y con el mazo dando”.
En todo caso, ya los judíos tiraron la toalla (solo reconocen el
Antiguo Testamento), lo que empareja algo la prometedora lid.
De entrada no más, en El Evangelio según Mateo, me
mandé mi uppercut con eso de los antepasados de Jesucristo; veamos:
·
Abraham fue a Palestina
aproximadamente en el año 1.900 a. C. (según tabla cronológica de la
Biblia).
·
Desde Adán hasta Abraham hay
20 generaciones (Génesis 11, 10/32).
·
Desde Isacc inclusive, hijo de
Abraham, hasta el nacimiento de Jesús, hay 39 generaciones (Mateo 1, 1/16).
·
Ergo, desde Adán hasta el
nacimiento de Jesús, hay 59 generaciones.
Ahora procesemos la información: En 1.900 años hubo 39 generaciones (desde Isaac hasta el
nacimiento de Jesús) y, por ende, el promedio de cada generación es de
48,7 años (1.900 dividido por 39). Con
base en ese mismo parámetro, desde Adán hasta Abraham hay 974 años (20
generaciones multiplicadas por 48,7 años de cada una).
Así, el período total fue de 2.874 años entre Adán inclusive y el
nacimiento de Jesús. No hay
quite: el hombre apareció en la tierra, con Adán, en el año 2.874 a. C.,
es decir, hace 4.874 años (para los futuristas aclaro que estoy a punto de
entrar al año 2.000). No
obstante, “...entre treinta y diez millones de años atrás, se
diferenciaron los homínidos, grupo que presentaba múltiples caracteres
evolutivos que los distinguía de los antropoides” (Enciclopedia Hispánica,
1.990, volumen 8, pág. 35). El
Homo sapiens neanderthalensis ocupó hace unos cincuenta mil años el sur y
el centro de Europa (ídem). Hay
restos de Cro-Magnon (Homo sapiens sapiens) que datan de hace 32.000 años.
Pues, en resumen, se brincaron, de un plumazo, más de
27.000 años de historia del hombre (y eso sin considerar a los ancestros
del Cro-Magnon). Y para
aquellos que consideran que el Cro-Magnon no merece ser considerado tan
hombre como Adán, les daré otra referencia:
“...el arqueólogo griego Panikos Crysostomou afirmó haber
encontrado trazas aún más antiguas, del año 5.300 a. C., de lo que parecía
ser un posible sistema de escritura en el norte de Grecia”[1]. Con
esta nueva información tendríamos, sin duda alguna, que 2.400 años antes
de Adán ya el hombre se “jalaba” sus escritos.
Pero, ya que de contradicciones se trata, resaltemos la
que hay entre Mateo y Lucas: para el primero fueron, hasta Abraham incluido,
cuarenta los antepasados de Jesús (y osa detallar el nombre de cada uno de
ellos al inicio de su capítulo 1).
Para Lucas, de envidiable memoria, fueron cincuenta y seis en total
(y se atreve a detallar el nombre de cada uno de ellos en su capítulo 3,
23/38). Además, Lucas nos
mete, entre Adán y Abraham, a un nuevo antepasado: Cainán, hijo de Arfaxad
(según el Génesis, Sala fue el hijo de Arfaxad, por lo que la diferencia
total es de diecisiete ilustres patriarcas).
Con las generaciones que consigna Lucas, sería mayor la diferencia
entre Adán y su álter ego Cro-Magnon.
En fin, una de las dos listas, la de Mateo o la de Lucas, fue
inventada (¿o las dos?).
Hablemos ahora de ese milagroso embarazo de María,
madre de Jesús (ella se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo,
siendo virgen y sin haberse acostado con su esposo, José –Mateo 1, 18
y 23-). Pero antes debo
aclarar, por si nadie lo había inferido, que el tatara-tatara-no-sé-cuantos
de Jesús cometió flagrante incesto: Judá (ver Mateo 1, 3 y
relacionarlo con Génesis 38, 18, 25 y 29) se acostó con su nuera
Tamar y la embarazó de Fares, uno de los antepasados de Jesucristo.
Muchas cosas podríamos decir al respecto, por ejemplo: ¿Qué es más
impuro en términos bíblicos, nacer de madre no virgen (como se suele
nacer) o tener ese historial tan pecaminoso?
A mí, en realidad, es algo que me tiene sin cuidado; pero ¿a ellos?
Comoquiera, si Dios hubiese aplicado el castigo previsto en Levítico
18, 15 (“No tengas relaciones sexuales con tu nuera”) Jesús
se hubiese quedado sin este ancestro (“El que cometa cualquiera de
estas infamias, será eliminado de entre su pueblo” –Levítico 18,
29-). Propiamente en cuanto
al embarazo de María, veamos su real significado:
·
Fue humillante para su esposo,
José, quien tuvo que apechugar con la “infamia” (a su prometida
la embarazan antes de casarse con ella y “que vivieran juntos”
siquiera). Aquella era una
afrenta que acarreaba la aplicación de la “ley en caso de celos”
(Números 5, 11/29); pero –eventual tráfico de influencias–
se obvió en este caso.
·
Mas, lo peor, si aquella
justicia hubiese sido pronta y cumplida, Jesús no hubiera nacido pues, en
cuanto a María, “...esta agua... hará que el vientre se le hinche y
que la criatura se malogre” (Números 5, 27, versión cristiana
no católica –ver el análisis integral en el comentario correspondiente a
Números, cuarto round). Hay
que recordar que “Esta es una ley para los casos en que una mujer le
sea infiel a su marido y él se ponga celoso, o en los que simplemente se
ponga celoso el marido por causa de su mujer” (Números 5, 29).
En otras palabras, no era necesario que María fuese infiel (que de
hecho lo fue), bastaba con que José se pusiese celoso para que la ley se
aplicara. Y José, “que era un hombre justo y no quería denunciar públicamente
a María, decidió separarse de ella en secreto” (Mateo, 1, 19).
Esto significa celos –aquí y en Judea, en español o en arameo–,
lo que debió acarrear la inexorable aplicación de la consabida ley,
independientemente de que, después, un ángel intimidara a José durante un
supuesto sueño.
Termino la reseña genealógica de Jesús con una clara
advertencia: si Jesús no es
hijo de José sino de un tercero, habrá que enmarcar
diecisiete versículos del capítulo 1 de Mateo (del 1 al 17)
y otros dieciséis de Lucas (3,
23/38) –donde se detalla el árbol genealógico de Jesús– y pulsar
la tecla “Supr” toda vez
que entre José y Jesús no hay ninguna relación consanguínea y, por
tanto, todos los antepasados de José lo son exclusivamente suyos mas no de
Jesús. Lo que se imponía,
para aquellos autores, era conformar su verdadera genealogía pero, claro
está, como era tajante la duda de quién realmente preñó a María,
santificaron la lista de los antepasados de José y descartaron otras
posibilidades: conmutar aquella lista por la de los antepasados de María,
por ejemplo. En todo caso, el
dogmatismo machista se los hubiera impedido.
Así que primó la corazonada de endilgarle a Jesús la genealogía,
aunque ajena a él, que correspondía a José.
“El problema que presenta esta genealogía, máxime en una
sociedad patriarcal donde el linaje se transmite desde el padre y no a través
de la madre, es que si José no tuvo nada que ver con el embarazo de María,
Jesús no pudo ser descendiente de la casa de David y, por tanto, tampoco
pudo ser jamás el Mesías esperado por los judíos y anunciado por los
profetas, puesto que no se había dado la premisa principal de la promesa
divina”[2]
En el mismo evangelio de Mateo –en el capítulo 3,
versículo 7– , Juan el Bautista hace reaparecer la prepotencia al
decir a los muchos fariseos y saduceos que quisieron bautizarse:
“¡Raza de víboras! ¿Quién
les ha dicho a ustedes que van a librarse del terrible castigo que se
acerca?”. Al final,
aunque bajo protesta, siempre los bautizó.
Igual hacen los ticos en el año 2.000 de la era cristiana: tratan
con desprecio y prepotencia a los inmigrantes nicas y, también bajo
protesta, terminan por otorgarles la residencia.
En el capítulo 4, ibídem, “el Espíritu
llevó a Jesús al desierto, para que el diablo lo pusiera a prueba”.
Si el mismo “Dios llega al hombre en la persona de Jesucristo”
(Introducción al Nuevo Testamento), ¿qué sentido tiene ponerlo a
prueba? A no ser, claro está,
que alguien revele qué hizo Jesús durante sus primeros treinta años (algo
que nunca quisieron confesar). En
todo caso, contradictoriamente, el propio Jesús dijo en el mismo capítulo
(versículo 7): “No pongas a prueba al Señor tu Dios”.
“Porque les digo a ustedes (dijo
Jesús en Mateo 5, 20) que, si no superan a los maestros de la ley
y a los fariseos en hacer lo que Dios ha ordenado, nunca entrarán en el
reino de Dios”. ¿Qué
importancia tiene la existencia del cielo si nadie podrá entrar en
él? ¿O existe acaso algún
cristiano que haya superado a los “maestros de la ley y a los
fariseos en hacer lo que Dios ha ordenado”? Recuerden que los fariseos eran muy estrictos en cuanto a la
obediencia literal de la ley de Moisés.
Y no pudo Jesús disimular su machismo: “Cualquiera que se divorcia de su esposa, debe darle un
certificado de divorcio. Pero
yo les digo que si un hombre se divorcia de su esposa, a no ser por motivo
de inmoralidad sexual, la pone en peligro de cometer adulterio” (Mateo
5, 31/32). Así, solo el
hombre puede gestionar el divorcio y, tras cuernos palos, el pecado se lo
endosan a la mujer.
Pues subestimé al contrincante.
Me noqueó con ese “si alguien te pega en una mejilla, ofrécele
también la otra” (Mateo 5, 39).
Buena estrategia: enmendaron este yerro del pasado.
También otro con eso de que, en vez de odiar, se debe amar al
enemigo (ídem, versículos 43/44). Si
siguen así, retractándose de lo que dijeron en el Antiguo Testamento,
perderé definitivamente este round.
Luego, en Mateo 8-9 y 12, Jesús sanó a
un leproso, al criado paralizado de un capitán romano, a la suegra de Pedro
(con fiebre), a muchas personas endemoniadas, a un paralítico, a una mujer
(con derrames de sangre), a dos ciegos, a un mudo, a un tullido y a unos
cuantos más. Pues bien, ¿cuál
fue el objeto de estas curaciones? ¿Demostrar
su poder? (“voy a
demostrarles que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra...”
–Mateo 9, 6–). Eso
sería, por vanidoso, impropio del hijo de Dios o del propio Dios.
¿Excelsa bondad? Eso
sería discriminatorio. ¿Cuántos
leprosos, paralíticos, ciegos, mudos, tullidos, etc. no tuvieron la misma
oportunidad? A mí todo esto me
suena muy fingido y fantasioso, máxime que “dos endemoniados salieron
de entre las tumbas”; luego, con la autorización explícita de Jesús,
“salieron de los hombres y entraron en los cerdos” e hizo
finalmente que se ahogaran (Mateo 8, 28/32).
Lo que sí queda clarificado es ese concepto divino de considerar que
los males y enfermedades de los seres humanos se deben a sus pecados
personales: Jesús, en el capítulo 9, 2/5, “le dijo al enfermo:
-Ánimo, hijo; tus pecados quedan perdonados...
¿Qué es más fácil, decir:
Tus pecados quedan perdonados, o decir:
Levántate y anda?
“Resucitó de entre los muertos”.
Yo esto lo tenía como una
exclusividad de Jesús, pero veo en Mateo 9, 23/26 y en 10, 8)
que hubo muchos otros que también resucitaron (la hija del jefe de los judíos
y todos aquellos que se hayan beneficiado con la instrucción de Jesús a
sus doce discípulos: “...resuciten
a los muertos”). ¿No era que Jesús fue “el primero en
resucitar” (Apocalipsis 1, 5)?
Otro desplante machista:
Jesús solo quiso hombres entre sus doce discípulos (ídem 10, 1).
Perlas sacrosantas:
“He venido a poner al hombre contra su padre, a la hija contra
su madre y a la nuera contra su suegra; de modo que los enemigos de cada
cual serán sus propios parientes.//El que quiere a su padre o a su madre más
que a mí, no merece ser mío; el que quiere a su hijo o a su hija más que
a mí, no merece ser mío...” (Mateo
10, 35/37).
Barrunto una envidia superlativa de Jesús respecto de
Juan el Bautista, quien proclamó en el desierto, tenía sus seguidores y
fue quien bautizó a Jesús:
·
Porque no fue nombrado discípulo
a pesar de contar con más derecho (evangelizaba desde que Jesús era un niño,
bautizó a este, otros profetas lo habían exaltado, etc.) que los doce
improvisados: dos hermanos
pescadores de profesión, otros dos hermanos también pescadores que
abandonaron a su padre en una barca, también –para contrariar a los judíos–
uno que cobraba impuestos para Roma, otro (Judas Iscariote) que después
traicionó a Jesús, otro Juan –hijo de Zebedeo– y otros cinco
desconocidos hasta entonces.
·
Porque fue encarcelado sin que
Jesús hiciera nada por su liberación.
·
Porque Jesús dijo a la gente,
acerca de Juan el Bautista (estando el pobre en la cárcel), en una supuesta
defensa que confundió a los exhortados por su mensaje subliminal:
“¿Qué salieron ustedes a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Y si no, ¿qué salieron a ver?
¿Un hombre vestido con lujo? (Juan vestía ropa hecha de pelo de
camello sujetada con un cinturón de cuero).
Ustedes saben que los que se visten lujosamente están en las
casas de los reyes. En fin, ¿a
qué salieron? ¿A ver a un
profeta? Sí, de veras, y a uno
que es mucho más que profeta. Juan
es aquél de quien dice la Escritura://Yo envío mi mensajero delante de
ti, para que te prepare el camino (con esto le marcó
definitivamente la cancha).//Les aseguro que, entre todos los hombres,
ninguno ha sido más grande que Juan el Bautista; y, sin embargo, el más
pequeño en el reino de Dios es más grande que él.//Desde que vino Juan el
Bautista hasta ahora, el reino de Dios sufre violencia, y los que usan la
fuerza pretenden acabar con él.//Todos los profetas y la ley fueron sólo
un anuncio del reino, hasta que vino Juan; y, si ustedes quieren aceptar
esto, Juan es el profeta Elías que había de venir.
Los que tienen oídos, oigan. (Mateo 11, 7/18).
Se supone que esto fue una defensa; pero, con argumentos así, Juan
de seguro le dijo a Jesús: “No
me defiendas, compadre”.
Y siguen los autores enmendándole la plana a los del
Antiguo Testamento: “Lo que quiero es que sean compasivos, y no que
ofrezcan sacrificios... Pues bien, el Hijo del hombre tiene autoridad sobre
el día de reposo” (Mateo 12, 7/8).
Jesús habló a la gente por medio de parábolas.
Nadie le entendía, ni siquiera sus mismos discípulos que se vieron
obligados a pedirle que se las explicara (Mateo 13, 36).
Ya antes ellos le habían reclamado que hablara así (Mateo 13,
10) y Jesús se justificó diciendo que él le hablaba así a la gente “porque
ellos miran, pero no ven; escuchan, pero no oyen ni entienden” (Mateo 13,
11). ¿Entienden el galimatías?
Se los diré con una parábola suya:
“El reino de Dios es como la levadura que una mujer mezcla con
tres medidas de harina para hacer fermentar toda la masa” (Mateo 13,
33).
Ahora se las explico: Jesús
habló a la gente con parábolas, “y sin parábolas no les hablaba”
(Mateo 13, 34), para que nadie le entendiera y así cada cual las
interpretara como le diera la gana pues si hablaba con simpleza y
directamente todo el mundo le hubiera entendido y no se trataba de eso.
¿Será por eso que yo soy tan descreído?
Posiblemente, pues yo hubiera preferido
que “al pan, pan (con o sin levadura) y al vino, vino”.
Ahora, tratándose de los amores filial y
fraterno de Jesús, nada, que el hijo del hombre no se anduvo por las ramas
(aunque aquí sí hubiera sido mejor una parábola):
“Como se quedaron afuera (su madre y sus hermanos, que
deseaban hablar con él), alguien avisó a Jesús: -Tu madre y tus
hermanos están ahí afuera, y quieren hablar contigo.//Pero él contestó
al que le llevó el aviso: -¿Quién es mi madre, y quiénes son mis
hermanos?//Entonces, señalando a sus discípulos, dijo:
-Estos son mi madre y mis hermanos” (Mateo 12, 46/49).
Entonces, ¿por qué tanta fanfarria con la madre de Jesús si él
mismo la repudió de tal manera?
Otra perla sacrosanta:
“Y no hizo allí muchos milagros porque aquella gente (los
de su propia tierra) no creía en él” (Mateo 13, 58.
En Mateo 14, 13/21, Jesús da de comer a cinco
mil hombres (sin contar a las mujeres –que nunca se contaban– ni a los
niños) con solo cinco panes y dos pescados.
Bueno, como ya habíamos visto por allá (repasen, por favor, los
comentarios sobre las contradicciones numéricas de la página 19 de esta
Confrontación), ellos eran muy malos para las matemáticas y no se sabe con
certeza si eran cinco mil hombres o solo cinco de ellos.
En todo caso: ¿comieron esa vez las mujeres?
Seré descreído, pero no tanto como los doce discípulos
de Jesús: supieron de sus
milagros sanadores; lo vieron curar a la gente de todas sus enfermedades y
dolencias (Mateo. 4, 23); fueron testigos de cómo sanó a un leproso
(8, 1 y 4); a un criado (8, 13); a la suegra del mismo Pedro[3]
(8, 14), a muchos enfermos (8, 16); cómo calmó el viento y
las olas (8, 23/27); cómo ahogó a dos cerdos endemoniados después
de exorcizar a dos hombres (8, 28/32); cómo sanó a un paralítico y
a una mujer con derrames (9, 7 y 20/22); cómo resucitó a un muerto
(9, 24/25); cómo sanó a dos ciegos (9, 29/30); también a un
mudo (9, 32/33); los mismos apóstoles fueron revestidos de poder
para curar toda clase de enfermedades, dolencias y hasta para resucitar
muertos (10, 1 y 8); cómo sanó a un tullido y a otro ciego y mudo (12,
13 y 22); cómo multiplicó cinco panes y dos pescados (14, 19/21)
y... ¡no creían en él! Tuvo
Jesús, después de todo aquello, que ir hacia ellos “caminando sobre
el agua” (14, 25) para que lo hicieran:
“¡En verdad tú eres el Hijo de Dios!” (14, 32).
Tomo nota del “pique” que se tenía Jesús con los
fariseos y los maestros de la ley (Mateo 4, 20; 8, 19/20; 9,
3/6; 9, 11/13; 9, 14/17; 9, 34; 12, 2/7; 12,
9/14; 12, 24/31; 12, 38/45; 15, 1/14; 16, 1 y 4;
16, 6/12; 16, 21; 17, 10/12; 19, 3/9; 20, 18/19;
21, 15/16; 21, 45/46; 22, 15/18; 22, 34/35; 23
completo...).
Y otra perla, esta vez sacrosantísima, dicha por Jesús
respecto de una extranjera (cananea, según Mateo; sirofenicia, según
Marcos) y que catapultó definitivamente la xenofobia:
“Dios me ha enviado solamente a las ovejas del pueblo de
Israel” (Mateo 15, 21/24).
El que después la atendiera, gracias a las súplicas de la mujer y a
los ruegos de sus propios discípulos, no borra la intención original.
Y ya que los autores de la Biblia no escatiman su
xenofobia, es menester cuestionarles su estrategia por evidente discriminación:
El hijo del hombre vino “para dar su vida como precio por la libertad de
muchos” (S.M. 20, 28). Esto
fue un beneplácito para “muchos”, pero no para “todos”.
Puesto que se me hicieron parabólicos,
tendré que adentrarme en estos mares tan confusos.
La parábola del dinero es un portento (Mateo 25, 14/30).
Es que, en tan pocas líneas, es milagroso que amalgamaran, en un haz
indisoluble, la contradicción, la confusión, la incertidumbre y la
injusticia; veamos: “El
reino de Dios es como un hombre que...” confía la custodia de su
dinero, al ausentarse temporalmente del negocio, a tres empleados suyos.
Sin advertencias reparte entre ellos cinco mil monedas, dos mil y
mil, respectivamente. Al
regreso felicita, por buenos y fieles, a los dos primeros que acrecentaron
el peculio gracias a que cada uno de ellos “hizo negocio con el dinero
y ganó...” otro tanto. Tan
feliz se puso este sinónimo del reino de Dios, que los puso “a cargo
de mucho más”. Pero al
tercero, previsor a ultranza que había escondido el dinero de su jefe
(conocido como “un hombre duro”) en un hoyo que hizo en la
tierra y que le devolvió intacto el monto dado a su custodia, lo reprendió,
lo calificó como empleado malo y perezoso, le recriminó no haber hecho un
depósito en el banco y con ello desestimar los lucrativos intereses que
este le hubiera reconocido y, encima, lo despojó de mil monedas para dárselas
al que tenía diez mil. Esto último porque “al que tiene se le dará más, y
tendrá de sobra; pero al que no tiene, hasta lo poco que tiene se le quitará.
Y a este empleado inútil, échenlo fuera, a la oscuridad, donde
llorará y le rechinarán los dientes”.
¡Alabado sea el santísimo!
El reino de Dios (pues según el inicio de la parábola es como este
hombre) premiará al que arriesgue los dineros del Señor (o de terceros)
con fines especulativos y castigará terriblemente a quien los proteja según
su mejor entendimiento por haber
desperdiciado las oportunidades lucrativas que ofrecía el mercado. ¡Auri
sacra fames![4] En
fin, que me quedaron debiendo otra parábola, una que hablara de lo mismo
pero con un final diferente: que los que arriesgaron el dinero de su jefe lo
perdieron por esos vaivenes especulativos del comercio y solo se conservó
el del pobre y fiel previsor.
Si el juicio de las naciones (Mateo, 15, 31/45)
es una parábola, debe inferirse su mensaje subliminal (inserto entre paréntesis):
“Cuando el Hijo del hombre venga, rodeado de esplendor y de
todos sus ángeles, se sentará en su trono glorioso.
La gente de todas las naciones se reunirá delante de él, y él
separará unos de otros (como habla de naciones, se refiere a la
separación de los hebreos o judíos del resto), como el pastor separa
las ovejas de las cabras (yo, sin duda alguna, seré cabra; pero usted
también; a no ser que esté circuncidado -y recuerden que yo lo estoy: ya
Dios me había echado al pico con esto en el sueño de la dedicatoria-, que
sea goloso, que no coma cerdo, que esté en el mundo del cine gringo o se
dedique al comercio a rajatabla, que se case solo con sus congéneres, que
tenga apellido raro, que mire de reojo a los mulatos, que le dé más pompa
al cumpleaños de su hijo que al de su hija, que sea bueno para evadir
impuestos y que sea avaro al extremo de gustarle su trabajo). Pondrá las ovejas a su derecha (el punto de
referencia será el paralelo que pasa por Wall Street en América hasta
Israel, al otro lado) y las cabras a su izquierda (desde arriba, con
el polo norte a la diestra y el sur a la siniestra, se ven como cabras los
de Baja California y Florida –por sus “espaldas mojadas” y otros
inmigrantes latinos-, todos los latinoamericanos, los africanos, los árabes
de Arabia Saudí, la mayor parte de Irán, la India, Indochina, Borneo y
Sumatra). Y dirá el rey a
los que estén a su derecha (los “Estados”, Canadá, Europa
completita, Israel –por supuesto– , todo Rusia –por algo tiene veto en
la ONU–, China –dio temor hacer tan grande el rebaño de las cabras– y
Japón –geográficamente no hubo forma de excluir a estos tres últimos países–):
Vengan ustedes, los que han sido bendecidos por mi Padre; reciban el
reino que está preparado para ustedes desde que Dios hizo el mundo”.
¡Y fue arrestado Jesús!
¡Y Judas Iscariote, por traicionar a Jesús,
se hizo cabra! (Jesús sabía de antemano que Judas era una cabra en traje
de oveja que lo iba a traicionar, pero lo dejó actuar para que se
cumplieran las profecías).
¡Y todos los discípulos huyeron como cabras!
(La cabra siempre tira al monte y más si está en juego su vida.
¿Quién no?).
¡Y Pedro también se quitó el disfraz de oveja!
(Dijo en tres ocasiones desconocer a Jesús; pero él no tenía otra
opción: de lo contrario lo
matarían y no hubiera podido satisfacer el imperioso mandato de Jesús:
“...tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a construir mi
iglesia... Te daré las llaves
del reino de los cielos; lo que tú ates en este mundo, también quedará
atado en el cielo y lo que tú desates en este mundo, también quedará
desatado en el cielo” –Mateo 16, 17/19–).
¡Y Jesús fue crucificado y muerto! “La tierra tembló, las rocas se partieron y los
sepulcros se abrieron, y hasta muchos hombres de Dios, que habían muerto,
volvieron a la vida. Entonces
salieron de sus tumbas, después de la resurrección de Jesús, y entraron
en la santa ciudad de Jerusalén, donde mucha gente los vio” (Mateo
27, 51/53).
¡”Y José tomó el cuerpo (de Jesús), lo
envolvió en una sábana de lino limpia...”!
(Mateo 27, 59). A
propósito, “En 1988, científicos de la Escuela Técnica de Altos
Estudios de Zurich y de las universidades de Oxford y Arizona, aseguraron
que el lienzo no tenía la antigüedad necesaria para ser el que cubrió el
cuerpo de Jesucristo, sino que databa del período comprendido entre los años
1260 y 1390 de nuestra era”. (La Nación de Costa Rica,
17/12/99, pág. 24 A).
¡Y Jesús resucitó!
Así constó, según Marcos 16, 9/19, únicamente a María
Magdalena (“de la que había expulsado siete demonios”; es decir,
la habían exorcizado) y, algo después, a dos de los discípulos.
Más tarde, Jesús se apareció a los once discípulos pero tuvo que
reprenderlos –vaya apóstoles tan incrédulos– porque no habían creído
a sus dos compañeros cuando estos así lo dijeron.
Pero, según Mateo, hubo otro testimonio que Marcos no consideró: el
de “la otra María”. Según
Mateo, se armó una batahola tal con los soldados que vieron, no a Jesús
resucitado, sino a un ángel del Señor que anunció la resurrección,
que fue menester la reunión de los jefes de los sacerdotes
con los ancianos y la repartición de mucho dinero a los soldados para
que negaran la resurrección y en su lugar dijeran, lo que en efecto
hicieron, “que durante la noche, mientras ustedes dormían, los discípulos
de Jesús vinieron y robaron el cuerpo. Y si el gobernador se entera de
esto, nosotros lo convenceremos, y a ustedes les evitaremos dificultades”
(Mateo 28, 11/14). Pues
bien bobalicones resultaron los soldados de la guardia, los jefes de los
sacerdotes y los ancianos pues no consideraron que las
dificultades sí serían inminentes cuando el gobernador se
enterase de que los soldados se habían dormido durante su vigilia y por su
culpa el cuerpo había sido robado. Máxime
que Pilato ya había amenazado a los jefes de los sacerdotes y a los
fariseos con un inexorable “Ahí tienen ustedes soldados de
guardia. Vayan y aseguren el sepulcro lo mejor que puedan” (Mateo 27,
65). ¿Qué tal si al gobernador le hubiesen dicho la supuesta
verdad? ¿Qué culpa tendrían ellos de la eventual resurrección?
¡Y hasta se hubieran economizado aquel mucho dinero.
Pero su estupidez –y la del propio Pilato también– fue
inconmensurable toda vez que no consideraron previamente métodos más
efectivos y baratos para prevenir el asunto de la resurrección: la
incineración del cuerpo en lugar de favorecer su sepultura (se habrían
evitado las conjeturas, las preocupaciones y la puesta de soldados en el
sepulcro). Es que ya todos,
incluso Pilato, estaban advertidos de la posibilidad de una resurrección: “Señor
(le habían dicho a Pilato los jefes de los sacerdotes y los fariseos), recordamos
que aquel mentiroso, cuando aún vivía, dijo que después de tres días iba
a resucitar. Por eso, mande usted asegurar el sepulcro hasta el tercer día,
no sea que vengan sus discípulos y roben el cuerpo, y después digan a la
gente que ha resucitado” (Mateo 27, 62/63).
Y así concluye la historia que relata Mateo, según la
tradición cristiana. Después
está la de Marcos, cuyo evangelio es considerado el más antiguo de todos,
y que Mateo y Lucas “conocieron y aprovecharon” (Introducción
a san Marcos). Es casi la misma
historia, solo que más breve y concisa.
No obstante, hay una diferencia sustantiva con el relato de Mateo en
la parte final, la de la muerte y resurrección de Jesús: aquí no se habla de que hubiera muertos que volvieron a la
vida, ni de terremotos, ni de que algunos soldados de la guardia fueron
testigos de parte... Y como el
evangelio de Marcos no solo es el más antiguo de todos, sino que Mateo y
Lucas “lo aprovecharon”, asumo que estos últimos le fueron haciendo,
durante sus respectivos evangelios, agregados fantasiosos a la ya fantástica
historia.
A mayor abundamiento, Lucas coincide con la descripción
que hace Marcos del pasaje de la muerte y resurrección de Jesús y, como
dos son más que uno, es de suponer que Mateo fue un mitómano nato. Y Juan también se plegó a las versiones de Marcos y de
Lucas (en cuanto al pasaje comentado).
Aún así, en el caso específico de Lucas, los no judíos y los
feministas deben agradecerle infinitamente que fue quien democratizó el
evangelio pues “presenta a Jesús, no sólo como el Salvador prometido
de un pueblo, Israel, sino como el Salvador de todo el género humano”
(Introducción a san Lucas) y, además, ¡aleluya!, que hiciera hincapié “en
el papel de la mujer en el ministerio del Señor”
(ídem).
Bueno, se supone (cosa que pongo en duda) que Mateo fue
uno de los doce apóstoles y debe haber sido testigo presencial de todo esto
(aunque “resulta imposible determinar si fue el propio apóstol”
el que escribió su evangelio[5]);
pero en el caso de Lucas él mismo admite que se limitó a “escribir la
historia de los hechos sucedidos entre nosotros, tal y como nos los enseñaron
quienes, habiéndolos visto desde el comienzo, recibieron el encargo de
anunciar el mensaje” (Lucas 1, 1 y 2). Desconozco si a Marcos sí le constaron los hechos, por lo que
evito hacer conjeturas al respecto (que me hubiera encantado haberlas
hecho). Pero, por otra parte,
“En el siglo II, el obispo Papias de Hierápolis, Asia menor, afirmó que
Marcos fue el intérprete de san Pedro, y que su evangelio estaba basado en
los recuerdos y enseñanzas del anterior” (Enciclopedia Hispánica,
1989-1990, volumen 9, pág. 328).
Para echar más carbón a la
hoguera, es necesario resaltar que Marcos, cuyo evangelio es para muchos “la
redacción más antigua y el esquema primitivo más puro” (ídem,
volumen 6, pág. 176), no habla para nada del sui géneris embarazo de María
ni del nacimiento de Jesús, ni de magos ni pesebres alumbrados por
estrellas.
En cuanto a Juan, me lo brinco.
Es que su evangelio fue el último que se escribió y “narra
muchos hechos y palabras del Señor que no se encuentran en los otros”
(Introducción a san Juan). Pero,
en cuanto al fondo, es lo mismo de los otros.
El libro de Los Hechos es la continuación de la
historia relatada en el evangelio de Lucas.
Pues también me lo brinco (no así su lectura) a ver si abrevio el
trecho para llegar al Apocalipsis. Empero,
vale destacar el esfuerzo, para mí tardío, por democratizar las
escrituras:
“Y los creyentes procedentes del judaísmo que habían llegado con
Pedro, se quedaron admirados de que el Espíritu Santo fuera dado también a
los que no eran judíos...” (Los
Hechos 10, 45). Como dijo Pedro: “-¿Acaso
puede impedirse que sean bautizadas estas personas, que han recibido el Espíritu
Santo igual que nosotros?” (ídem, 47). Y así, oficialmente, “Los apóstoles y los hermanos que
estaban en Judea recibieron noticias de que también los no judíos habían
aceptado el mensaje de Dios. Pero
cuando Pedro volvió a Jerusalén, lo criticaron algunos creyentes
procedentes del judaísmo” (Los Hechos 11, 1 y 2).
Pedro les explicó que, a regañadientes, había aceptado a los no
judíos, a los que él consideraba profanos e impuros (ver Los Hechos 11,
5/8), porque así se lo exigió el Espíritu Santo.
Al final, “Cuando los hermanos de Jerusalén oyeron estas cosas,
se callaron y alabaron a Dios, diciendo:
-¡De manera que también a los que no son judíos les ha dado Dios
la oportunidad de volverse a él y alcanzar la vida eterna!” (Los
Hechos 11, 18). Entonces (aunque ahí no lo dice), los judíos agarraron el
Antiguo Testamento y se quedaron con su judaísmo, dejando a los incautos
cristianos embobados con el Nuevo Testamento que, al fin y al cabo, era eso:
nuevo.
En otras palabras, los cristianos resultaron excelentes
plagiadores (al menos los autores del Nuevo Testamento), mejores
contradictores (respecto de lo promulgado por el Antiguo Testamento) y
eficaces y eficientes evangelizadores (alentaron el crecimiento demográfico
de sus correligionarios del tercer mundo y se dieron a la tarea de imponer
sus creencias a rajatabla). Por
algo en las enciclopedias actuales se dice que “De las grandes
religiones monoteístas existentes en la actualidad, el judaísmo es la que
posee más antiguas raíces. De
su seno brotó el cristianismo”[6].
Con todo, “De las grandes religiones monoteístas, el
cristianismo es la que cuenta con mayor número de fieles”[7].
Es el meritorio resultado papal de oponerse a toda práctica
anticonceptiva (recuerden mis parábolas sobre las cabras).
Pero no hay quite en cuanto a su dependencia original: “Cuando
en el año 313 el emperador Constantino legalizó mediante el Edicto de Milán
la religión cristiana, ésta no era ya considerada como una pequeña y
extraña secta del judaísmo”[8].
Volviendo al libro de los Hechos y
a la transcripción anterior de aquellos pasajes sobre la sorpresa y el
resquemor judío ante el hecho de que “...el Espíritu Santo fuera dado
también a los que no eran judíos...”, a quienes dieron
oportunidad de “...volverse a él (a Dios) y alcanzar la vida
eterna...”, no hay duda de que los cristianos son, en realidad, unos
arrimados (en su acepción americana: “Persona que vive en casa ajena, a
costa o al amparo de su dueño”[9])
A estas alturas, ¿habrá quien ponga en duda que los
derechos de propiedad intelectual referidos al Espíritu Santo son
exclusivamente judíos? Si así
fuera, “hablen cartas y callen barbas”:
Jerusalén, a los pocos días de la crucifixión.
Estimados no judíos “que dejan sus antiguas creencias para seguir
a Dios” (Hechos 15, 19).
Estimados señores:
“Nosotros los
apóstoles y los ancianos hermanos de ustedes saludamos a nuestros
hermanos que no son judíos y que viven en Antioquía, Siria y Cilicia. Hemos sabido que algunas personas han ido de aquí sin
nuestra autorización, y que los han molestado a ustedes con sus palabras,
y los han confundido. Por
eso, de común acuerdo, nos ha parecido bien nombrar a algunos de entre
nosotros para que vayan a verlos a ustedes junto con nuestros muy queridos
hermanos Bernabé y Pablo, quienes han puesto sus vidas en peligro por la
causa de nuestro señor Jesucristo. Así
que les enviamos a Judas y a Silas: ellos hablarán personalmente con
ustedes para explicarles todo esto. Pues
ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponer sobre ustedes
ninguna carga aparte de estas cosas necesarias: que no coman carne de
animales ofrecidos en sacrificio a los ídolos, que no coman sangre ni
carne de animales estrangulados y que eviten la inmoralidad sexual.
Si se guardan de estas cosas, actuarán correctamente.
Que les vaya bien.”
Atentamente,
Los apóstoles y los
ancianos
Centro de operaciones
P.D. Advertimos que
cualquier cosa que se ponga fuera del entrecomillado y en tipo diferente a
la letra cursiva, no es de la carta original[10].
“Cuando los hermanos (los no judíos) la
leyeron, se alegraron mucho por el consuelo que les daba.
Y como Judas y Silas tenían también el don de comunicar mensajes
recibidos de Dios, consolaron y animaron mucho con sus palabras a los
hermanos. ...Pablo y Bernabé se quedaron en Antioquía y, junto con otros
muchos, siguieron enseñando y anunciando el mensaje del Señor” (Hechos
15, 31/35).
Ya
sé –siempre lo estoy recordando– que el fundamento de la religión
cristiana es absolutamente judío y que es muy lastimoso que, mucho tiempo
después, los latinoamericanos no hayan creado su propia religión o, al
menos, proseguido la de sus legítimos ancestros indígenas.
Con gran ineptitud adoptaron –la conjugación de este verbo me
excluye– la misma que, a su vez, habían adoptado los españoles.
Así, el cristianismo latinoamericano se debe exclusivamente a una
cuestión de oportunidad: si Colón se hubiese echado su viajecito en el
siglo XI –cuando los moros reinaban en “al–Ándaluz” (la España
musulmana)– y no en el XV, mis coterráneos orarían en la actualidad con
el rostro en dirección a La Meca y no hacia arriba.
Y, yéndonos un poco más lejos, si Pedro no se hubiese convencido de
que el extranjero Cornelio también merecía la aceptación de Dios, aunque
fuese porque “...daba mucho dinero para ayudar a los judíos...” (Los
Hechos 10, 2), hoy posiblemente mis vecinos estarían adorando a Baal
(dios cananeo de la fertilidad). Pero,
volviendo a las circunstancias descritas en Los Hechos, la verdad es que el
dios cristiano se contradijo radicalmente al pasar del Antiguo (Moisés: “Yo
soy el Dios de tus antepasados. Soy el Dios de Abraham, de
Isaac y de Jacob” –Éxodo 3, 6– y “...Dios de los
hebreos...” –Éxodo 3, 18–) al Nuevo Testamento para darle
cobija “...también a los que no eran judíos”
(Los Hechos 10, 45). Comoquiera,
retornando al fundamento del cristianismo, el mismo Juan Pablo II, adalid
del catolicismo en la época actual, así lo aceptó cuando reconoció, ante
el rabino jefe del grupo asquenazi Meir Lau, que los judíos “son
nuestros hermanos mayores. Ustedes constituyen la base de nuestras
creencias en el mundo”[11].
Sí, me salí del camino, pero ¿no
lo hizo también Jesús cuando, resucitado, interrumpió su ascensión al
cielo para comerse “...un pedazo de pescado asado...” allá en
Jerusalén? (San Lucas 24, 41/43).
Pues yo, sin ninguna opción a la resurrección, debo apurar esta
lectura para acabar su análisis en mi corto tiempo terrenal.
Así concluyo Los Hechos de este Nuevo Testamento.
De aquí en adelante todo se volvió epistolar: carta de Pablo a los
romanos; primera y segunda cartas de Pablo a los corintios; carta de Pablo a
los gálatas; carta de Pablo a los efesios; carta de Pablo a los filipenses;
carta de Pablo a los colosenses; primera y segunda cartas de Pablo a los
tesalonicenses; primera y segunda cartas de Pablo a Timoteo; carta de Pablo
a Tito; carta de Pablo a Filemón; carta a los hebreos; carta de Santiago;
primera y segunda cartas de Pedro; primera, segunda y tercera cartas de
Juan; carta de Judas... y, ahora sí, me fui embalado hacia El Apocalipsis.
No obstante, quisiera antes rescatar algunas perlas sacrosantas de
aquellas cartas:
“¿Será que los judíos, al tropezar, cayeron por completo?
¡De ninguna manera! Al
contrario, al desobedecer los judíos, los otros han podido alcanzar la
salvación, para que los israelitas se pongan celosos” (Romanos,
11, 11). En otra
palabras, si los judíos no hubieran desobedecido, no se hubiera traducido
ninguna biblia al español (posiblemente la que más se imprimiría por
estos lares sería el Popol Vuh[12]).
“Algunos de los judíos, como ramas naturales del olivo, fueron
cortados, y en su lugar fuiste injertado tú, que eras como una rama de
olivo silvestre. Así llegaste
a tener parte en la misma raíz y en la misma vida del olivo” (Romanos
11, 17).
“Porque si tú, que no eres judío, fuiste
cortado de un olivo silvestre e injertado contra lo natural en el olivo
bueno, ¡cuánto más los judíos, que son las ramas naturales del olivo
bueno, serán injertados nuevamente en su propio olivo!” (Romanos
11, 24).
“Bueno sería que el hombre no se casara; pero, a
causa de la inmoralidad sexual, cada uno debe tener su propia esposa, y cada
mujer su propio esposo” (1 Corintios 7, 1 y 2).
“A los solteros y a las viudas les digo que es
bueno quedarse sin casar (1 Corintios 7, 8).
“Nos queda poco tiempo.
Por lo tanto, los casados deben vivir como si no lo estuvieran” (1
Corintios 7, 29).
“Así que, si se casa con su prometida, hace bien; pero si no se
casa, hace mejor” (1 Corintios 7,
38).
“Pero quiero que entiendan que Cristo es cabeza de
cada hombre, y que el esposo es cabeza de su esposa, así como Dios es
cabeza de Cristo” (1 Corintios 11, 3).
“El hombre no debe cubrirse la cabeza, porque él
es imagen de Dios y refleja la gloria de Dios.
Pero la mujer refleja la gloria del hombre...
Y el hombre no fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por
causa del hombre” (1 Corintios 11, 7/9).
“...las esposas deben estar en todo sujetas a sus esposos” (Efesios
5, 24).
“Esclavos, obedezcan ustedes a los que aquí en la
tierra son sus amos” (Efesios 6, 5).
“Esposas, sométanse a sus esposos, pues éste es
su deber como creyentes en el Señor” (Colosenses 3, 18).
[1] La Nación de Costa Rica, 12/12/99 (pág. 55 A).
[2]
Rodríguez, P. (1998). Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica.
Barcelona: Ediciones B, S.A.
(pág. 172-173).
[3] No hay constancia de si Pedro agradeció el gesto de que salvaran a su suegra.
[4] Detestable hambre de oro: expresión de Virgilio (Eneida, III, 57) y que equivale a “Insaciable sed de riquezas”.
[5] Según Enciclopedia Hispánica, 1989-1990, volumen 9, pág. 379.
[6] Enciclopedia Hispánica, 1989-1990, volumen 8 (pág. 374).
[7] Enciclopedia Hispánica, 1989-1990, volumen 4 (pág. 348).
[8] Enciclopedia Hispánica, 1989-1990, volumen 4 (pág. 349).
[9] Diccionario de la Lengua Española. Real Academia Española. (1992). Madrid: Editorial Espasa Calpe S.A.
[10] Sí, ellos tienen razón: el encabezado y la despedida final, incluido el “atentamente”, fue un agregado que hizo el autor de la Confrontación. Pero todo lo entrecomillado sí es de ellos y así consta en Los Hechos 15, 22/29.
[11] Una alfombra al Vaticano, La Nación de Costa Rica, 24/3/00 (pág. 21A).
[12] Popol Vuh o Libro de la Gente del Común: libro que cuenta, en una especie de paralelo indígena con el Génesis del Antiguo Testamento, el proceso de constitución y asentamiento de los maya-quiché en Centroamérica. Es el más remoto testimonio y glorificación del origen y la fundación de esos pueblos y que, por cierto, es de mayor autoridad, para el autor de la Confrontación, que todas las biblias juntas habidas y por haber.
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