2° Cruzada | ||||
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LA
SEGUNDA CRUZADA
Tras la
conclusión de la primera Cruzada los colonos europeos en el Levante
establecieron cuatro estados, el más grande y poderoso de los cuales fue
el reino latino de Jerusalén. Al norte de este reino, en la costa de
Siria, se encontraba el pequeño condado de Trípoli. Más allá de Trípoli
estaba el principado de Antioquía, situado en el valle del Orontes. Más al
este aparecía el condado de Edesa (ahora Urfa, Turquía), poblado en gran
medida por cristianos armenios. Los logros de
la primera Cruzada se debieron en gran medida al aislamiento y relativa
debilidad de los musulmanes. Sin embargo, la generación posterior a esta
Cruzada contempló el inicio de la reunificación musulmana en el Próximo
Oriente bajo el liderazgo de Imad al-Din Zanguí, gobernante de Al Mawsil y
Halab o Alepo (actualmente en el norte de Siria). Bajo el mando de Zanguí,
las tropas musulmanas obtuvieron su primera gran victoria contra los
cruzados al tomar la ciudad de Edesa en 1144, tras lo cual desmantelaron
sistemáticamente el Estado cruzado en la región. La respuesta
del Papado a estos sucesos fue proclamar la Segunda Cruzada a finales de
1145. La nueva convocatoria atrajo a numerosos expedicionarios, entre los
cuales destacaron el rey de Francia Luis VII y el emperador del Sacro
Imperio Romano Germánico Conrado III. El ejército germano de Conrado
partió de Nuremberg (en la actual Alemania) en mayo de 1147 rumbo a
Jerusalén. Las tropas francas marcharon un mes más tarde. Cerca de Dorilea
las tropas germanas fueron puestas en fuga por una emboscada de los
musulmanes selÿukíes. Desmoralizados y atemorizados, la mayor parte de los
soldados y peregrinos regresó a Europa. El ejército franco permaneció más
tiempo, pero su destino no fue mucho mejor y sólo una parte de la
expedición original llegó a Jerusalén en 1148. Tras deliberar con el rey
Balduino III de Jerusalén y sus nobles, los cruzados decidieron atacar
Damasco en julio. La fuerza invasora no pudo tomar la ciudad y el rey
franco y lo que quedaba de su tropa regresaron a su país junto al monje
«milagrero» San Bernardo de Claraval (1090-1153), instigador de la
cruzada. Saladino, unificador del Islam
El fracaso de
la Segunda Cruzada permitió la reunificación de las potencias musulmanas.
Zanguí había muerto en 1146, pero su sucesor, Nuruddín, convirtió su
principado en la gran potencia del Próximo Oriente. En 1169, sus tropas,
bajo el mando de Saladino,(8) obtuvieron el control de Egipto. Cuando Nuruddín
falleció cinco años más tarde, Saladino le sucedió como gobernante del
Estado islámico que se extendía desde el desierto de Libia hasta el valle
del Tigris, y que rodeaba los estados cruzados que todavía existían por
tres frentes. Después de una
serie de crisis en la década de 1180, Saladino finalmente invadió el reino
de Jerusalén con 45 mil soldados en mayo de 1187. El 4 de julio derrotó de
forma definitiva al ejército franco (23 mil) en Hattin (Galilea). Aunque
el rey de Jerusalén, Guy de Lusignan, junto con alguno de sus nobles, se
rindió y sobrevivió, todos los Caballeros Templarios(9)y los Caballeros Hospitalarios de San Juan de
Jerusalén y el controvertido conde Reinaldo de Chatillon (asaltante y
asesino de caravanas de peregrinos musulmanes) fueron degollados en el
campo de batalla o en sus proximidades. Saladino, tras esta victoria, se
apoderó de la mayor parte de las fortalezas de los cruzados en el reino de
Jerusalén, incluida esta ciudad, que se rindió el 2 de octubre. En ese
momento la única gran ciudad que todavía poseían los cruzados era Tiro, en
el Líbano. Es muy
interesante la reflexión del escritor, estadista y diplomático indio
Kavalam Madhava Panikkar (1895-1963): «Desde la época de Saladino,
quien arrebató nuevamente a Jerusalén a los Cruzados en 1187, la parte del
Islam cuyo centro era Egipto se constituyó en una barrera de enorme
poderío entre Asia y Europa. La extraordinaria explosión de energía,
entusiasmo y celo que impulsó a la Cristiandad en las primeras tres
cruzadas se había agotado y la victoria de Saladino, que fue una de las
más decisivas del mundo si se la juzga por los acontecimientos
posteriores, estableció la supremacía musulmana durante siglos en la vital
región de las costas siria y egipcia. Que los estadistas europeos tenían
conciencia de esto se demuestra por el hecho de que la quinta cruzada
(1218-1219) se dirigió directamente contra el mismo Egipto. Muchos grandes
monarcas de Europa se unieron, conducidos por San Luis, en un ataque final
(la séptima cruzada), pero también fueron derrotados. Así, después de
doscientos años de esfuerzos de las huestes unidas de la Cristiandad,
Egipto y la vital línea costera permanecían firmemente en manos de los
musulmanes» (K.M. Panikkar: Asia y la dominación occidental. Un
examen de la historia de Asia desde la llegada de Vasco de Gama
1498-1945, Eudeba, Buenos Aires, 1966, págs. 4 y
5). 8 Saladino
(1138-1193) fue sultán de Egipto (1171-1193) y de Siria (1174-1193).
Nacido en Takrit, en el actual Irak, Saladino, según se le conoce en
Occidente, era de origen kurdo; su nombre árabe es Salahuddín Yusuf Ibn
Ayub. A los 14 años se unió a otros miembros de su familia (los ayubíes)
al servicio del gobernante sirio Nuruddín. Entre 1164 y 1169 destacó en
tres expediciones enviadas por Nuruddín para ayudar al decadente califato
fatimí de Egipto frente los ataques de los cruzados cristianos
establecidos en Palestina. En 1169 fue nombrado comandante en jefe del
ejército sirio y visir de Egipto. Aunque nominalmente sujeto a la
autoridad del califa fatimí de El Cairo, Saladino trató Egipto como base
de poder ayubí, confiando sobre todo en su familia kurda y sus seguidores.
Una vez revitalizada la economía de Egipto y reorganizada su fuerza
terrestre y naval, Saladino repelió a los cruzados y dirigió la ofensiva
contra ellos. En septiembre de 1171 suprimió al disidente régimen fatimí,
reunificando Egipto bajo el califato abasí. Tras la muerte de Nur al-Din
en 1174, Saladino expandió su poder a Siria y al norte de Mesopotamia. A
partir de 1186, numerosos ejércitos musulmanes, aliados bajo el mando de
Saladino, estaban preparados para combatir a los cruzados. En 1187 invadió
el reino latino de Jerusalén derrotó a los cristianos en los Cuernos de
Hattin (Galilea) el 4 de julio, y reconquistó Jerusalén el 2 de octubre.
En 1189 las naciones de Europa occidental lanzaron la tercera Cruzada para
recuperar la ciudad santa. A pesar de la implacabilidad militar y de los
esfuerzos diplomáticos, el bloqueo terrestre y naval obligaron a la
rendición del bastión palestino de Acre en 1191, aunque los cruzados
fracasaron en la consecución de Jerusalén. En 1192 Saladino firmó un
acuerdo de armisticio con el rey Ricardo I de Inglaterra que permitió a
los cruzados reconstituir su reino a lo largo de la costa palestino-siria,
aunque dejó Jerusalén en manos musulmanas. El 4 de marzo de 1193, Saladino
murió en Damasco tras una breve enfermedad, a la edad de cincuenta y cinco
años. Dejaba 17 hijos y una hija, y no se le halló más fortuna que 47
dirham y una moneda de oro. Toda la fortuna que disponía había sido
invertida para frenar a los cruzados. La historiografía musulmana ha
inmortalizado a Saladino como parangón de virtud principesca. Fascinó a
los escritores occidentales, novelistas incluidos. Setecientos cinco años
más tarde, en 1898, un alemán rendiría los últimos honores a Saladino
construyendo un mausoleo para reemplazar la tumba semiderruida junto a la
gran mezquita de Damasco y trasladando los restos a un sarcófago de mármol
blanco. Encima hizo colgar una lámpara de plata que lleva inscrito el
nombre de Saladino y el del donante, el kaiser Guillermo II de
Hohenzollern (1859-1941). 9 Los
Caballeros Templarios fueron miembros de una orden medieval de carácter
religioso y militar, cuya denominación oficial era Orden de los Pobres
Caballeros de Cristo (también Orden del Temple). Fueron conocidos
popularmente como los Caballeros del Templo de Salomón, o Caballeros
Templarios, porque su primer palacio en Jerusalén era adyacente a un
edificio conocido en esa época como el Templo de Salomón. La Orden se
constituyó a partir de un pequeño grupo militar formado en Jerusalén en el
año 1119 por dos caballeros francos, Hughes de Payns y Godofredo de Saint
Omer. Su objetivo primario fue proteger a los peregrinos que visitaban
Palestina tras la primera Cruzada. La Orden obtuvo la aprobación papal y
en 1128, en el Concilio eclesiástico de Troyes, recibió unos preceptos
austeros que seguían estrechamente las pautas de la orden monástica de los
cisterciencies. La Orden Templaria estaba encabezada por un gran maestre
(con rango de príncipe), por debajo del cual existían tres rangos:
caballeros, capellanes y sargentos. Los primeros eran los miembros
preponderantes y los únicos a los que se les permitía llevar la
característica vestimenta de la Orden, formada por un manto blanco con una
gran cruz latina de color rojo en su espalda. El cuartel general de los
Caballeros Templarios permaneció en Jerusalén hasta la caída de la ciudad
en manos de los musulmanes en el año 1187; más tarde se localizó,
sucesivamente, en Antioquía, Acre, Cesárea y por último en Chipre. Como
los Caballeros Templarios enviaban regularmente dinero y suministros desde
Europa a Palestina, desarrollaron un eficiente sistema bancario en el que
los gobernantes y la nobleza de Europa acabaron por confiar. Se
convirtieron gradualmente en los banqueros de gran parte de Europa y
lograron amasar una considerable fortuna. Después de que las últimas
Cruzadas fracasaran y menguara el interés en una política agresiva contra
los musulmanes, no fue preciso que los Caballeros Templarios defendieran
Palestina. Su inmensa riqueza y su inmenso poder habían levantado la
envidia tanto del poder secular como del eclesiástico. La Orden se
estableció en el primer tercio del siglo XII en Aragón, Cataluña y
Navarra, y posteriormente se extendió a Castilla y León. Su actividad en
la península Ibérica se centró en la defensa fronteriza frente a los
musulmanes, participando en destacadas acciones bélicas, como las empresas
de Valencia y Mallorca junto a Jaime I de Aragón, la conquista de Cuenca,
la batalla de las Navas de Tolosa (1212) o la toma de Sevilla (1238). Al
igual que en Francia, acabaron por caer en desgracia y ser perseguidos.
Sabido es que los templarios en dos siglos de contacto con los musulmanes
en Tierra Santa asimilaron diversas prácticas y tradiciones del Islam. Por
ejemplo, el blanco y el rojo, conocimiento y amor santo, son dos colores
simbólicos del shiísmo. Entre otros los vestían los Buÿíes de Irán
(945-1055) y los Fatimíes de Egipto (909-1171), y en Occidente los
templarios (1119-1312). En el año 1307, el rey de Francia Felipe IV el
Hermoso (1268-1314), con la colaboración del papa Clemente V (m. 1314),
ordenó el arresto del gran maestre francés de la Orden del Temple, Jacques
de Molay (1243-1314), acusado de sacrilegio y de prácticas satánicas, como
ésa de rendirle culto a Mahomet o Bafumet (el Profeta Muhammad) —cfr.
Alejandro Vignati: El enigma de los templarios, Círculo de
Lectores, Bogotá, 1979, págs. 221-224—. Molay y los principales
responsables de la Orden confesaron bajo tortura y todos ellos fueron
posteriormente quemados en la hoguera. La Orden fue suprimida en 1312 por
el papa, y sus propiedades asignadas a sus rivales, los Caballeros
Hospitalarios, aunque la mayor parte de aquéllas se las apropiaron Felipe
IV y el rey Eduardo II de Inglaterra, el cual desmanteló la Orden en este
país. Pero los verdugos no sobrevivieron por mucho tiempo a sus víctimas.
Pocas semanas después de la ejecución de Jacques de Molay y sus
partidarios, murieron Felipe IV y Clemente V. Eduardo II (1284-1327), hijo
de Eduardo I (1239-1307), el monarca que hizo descuartizar al héroe
nacional escocés William Wallace (1270-1305), llamado Braveheart ("Corazón
Valiente"). “El único
deber que tenemos con la Historia es el de escribirla de
nuevo” Oscar
Wilde
Última
actualización: 7/Abril/2003 |