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Día 13 de agosto de
2002
Hoy, en la parroquia de Santa María del Alba de Tárrega, antes de salir el sol, se
reúnen muchos devotos del Siervo de Dios Fernando Saperas para conmemorar el aniversario
de su martirio con el rezo del Santo Rosario y la celebración de la Eucaristía. Se
adhieren devotos de todas partes.
El hecho del martirio de un joven que quiere ser fiel a su palabra dada a Jesucristo
de conservar la castidad cristiana, a imitación del mismo Jesús, hoy día tiene una
incidencia mundial que merece más que el comentario de un articulista, la reflexión de
personas honestas que buscan honradamente la luz de la verdad entera en medio de las
medias verdades envueltas en tienieblas. Todos, si somos sinceros con nosotros mismos,
buscamos la verdad auténtica, el verdadero sentido de la vida y la difinición del hombre
perfecto. Esta constatatción nos obliga a conceder al joven Fernando Saperas el trato de
"modelo" cuando se encontró ante la alternativa de las más diversas opciones,
y supo escoger la que mejor favorecía la realización de su vida personal.
Si además Dios nos ha favorecido con la iluminación de aquellos dones pentecostales,
que en forma de llamas transformaron a los apóstoles, veremos que Fernando vivió
personalmente aquel fuego del amor hasta el extremo (Jn 13, 1), que
Jesús nos ensenyó. En aquellas últimas horas de la vida deFernando, el viento impetuoso
de Pentecostés sopló en su corazón como una gracia extraordinaria que lo habilitó para
volar por encima de cualquier mediocridad. El agua del bautismo que un día recibiera en
su Parroquia de Alió, naciendo de nuevo como nueva cristura en Cristo, ahora saltó en su
corazón como fuente generosa de heroismo, propio del hombre perfecto en Cristo Jesús.
Felices nosotros si entendemos algo de estas cosas tan desconocidas de muchos, a pesar
de ser concedidas a todos. Felices nosotros si somos capaces de aceptar y de firmar la
herencia que nos ha legado este hijo generoso de nuestra tierra. Felices nosotros si, a
pesar de la fragilidad de nuestra memoria y de nuestra vida siempre breve, sabemos
industriarnos para dejar a nuestros hijos bien señalizado el camino seguro que los
realice como personas perfectas, auténticas, alegres y constructivas.
MB