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BENDICIONES DEL BAUTISMO

Fue un momento mágico.  Un extremo de aquella envoltura comenzó a romperse, y del capullo salieron las patas y después el cuerpo de un insecto.  Las alas de colorido diseño fueron desplegadas.  En pocos instantes, la nueva mariposa emprendería su gracioso vuelo.  Su transformación de gusano a mariposa se había completado.

 

            La palabra de Dios nos enseña que el poder divino también puede cambiar las vidas humanas, pero en un grado muy superior a la metamorfosis de una mariposa.  Un ejemplo del tal cambio se encuentra en Hechos 16: 22-34.  Allí encontramos que Pablo y Silas habían sido víctimas de la turba enfurecida, acusados falsamente y golpeados sin misericordia.  “Después de haberles azotado mucho –dice el relato-, los echaron en la cárcel, mandando al carcelero que los guardase con seguridad.  El cual, recibido este mandato, los metió en el calabozo de más adentro, y les aseguró los pies en el cepo” (vers. 23-24).

 

LA CONVERSIÓN DE UN CARCELERO

 

            Es impresionante notar que aunque Pablo y Silas estaban en esa angustiosa situación, cantaron himnos de alabanza a Dios y oraron.  La Biblia menciona que los otros prisioneros “los oían”.  Y de repente sobrevino un gran terremoto.  Las puertas se abrieron por las sacudidas del sismo y todos los prisioneros se vieron libres de un momento a otro.  El carcelero se despertó asombrado y se dio cuenta que las puertas de la prisión estaban abiertas de par en par, y sacó su espada para suicidarse.

            Pero Pablo clamó a gran voz diciendo: “No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí”.  El carcelero pidió una luz, entró, y temblando se arrodilló delante de Pablo y Silas, y les preguntó: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?”

 

Y ellos le contestaron: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa”.  El relato continúa diciendo: “Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa”.

            Hay un inmenso poder en las palabras de Cristo para cambiar la conducta y el corazón humano.  En el versículo 33 se lo ilustra gráficamente.  “Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche –continúa diciendo el relato-, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos”.

            He aquí a un endurecido carcelero brindando los primeros auxilios a Pablo y Silas y bautizándose en compañía de su familia.  En el Evangelio se nos dice en cuanto al bautismo: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”.

 

LA FORMA DEL BAUTISMO

 

            La palabra “bautismo” deriva del griego bautizó, que no se refiere a la aspersión o rociamiento con agua si no al acto directo de sumergir a una persona dentro del agua, o se inmersión: “Y Jesús, después que fue bautizado, subió [salió] luego del agua” (S. Mateo 3:16).  Esta descripción del bautismo de Jesús nos dice claramente que él, nuestro supremo ejemplo, fue bautizado por inmersión, que fue sumergido en el agua.

            “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 S. Juan 2:6).  ¿Cómo fue bautizado Jesús?  Su bautismo en el río Jordán nos sirve de modelo para el bautismo cristiano.  Por lo tanto la importancia que tiene la forma del bautismo no debería tenerse en poco.

 

SIGNIFICADO DEL BAUTISMO

 

            El bautismo constituye una señal visible, una confesión pública de nuestra fe.  Después del sermón del Pedro en el día de Pentecostés, se nos dice que “los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hechos 2:41).

            El bautismo es aún más: es también el reconocimiento de que aceptamos a Cristo como nuestro Salvador personal, y de que estamos dispuestos a adoptar su manera de vivir. “¿O no sabéis –nos explica el apóstol Pablo- que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6:3-4).  Por esta razón el bautismo representa la muerte del viejo hombre de pecado y la resurrección a una nueva vida en Cristo Jesús, nuestro Señor.

            La ceremonia que señala el comienzo de la vida cristiana y de nuestra feligresía dentro de la iglesia es sagrada.  Significa el rechazo del pecado y una entrega y aceptación totales de la voluntad del Señor para nuestras vidas.  Una de las mayores bendiciones del bautismo se expresa en la promesa de Jesús: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos” (S. Mateo 10:32).

 

EL GOZO DEL BAUTISMO

 

            Otra bendición que obtenemos con el bautismo, tal como lo ilustra Hechos 16:34, es la de poder disfrutar del gozo que acompaña a aquel que vive en armonía con Dios.  Volvamos al capítulo 16 de Hechos: “Y llevándolos a su casa –se dice acerca del carcelero-, les puso la mesa; y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios” (vers. 34).

            Y San Mateo 28:19) nos revela algo más.  “Por tanto –ordenó Jesús a los suyos-, id, y haced discípulos a todas la naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.  Cuando por la gracia divina uno experimenta el gozo de la transformación y sigue el ejemplo de Jesús, bautizándose como él lo fue: por inmersión, tiene la bendición y la protección de los tres poderosos seres: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.  Cuando el ser humano entrega su vida a Dios de esta manera, la Trinidad también se compromete a proteger y a cuidar de él.

            Estimado lector, si usted no ha experimentado el gozo del bautismo, le pido que recuerde de manera especial estas palabras de Jesús: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”.  ¿No responderá afirmativamente a la invitación de nuestro Salvador, quien dio su vida por usted y por mí?  El se encuentra a la puerta de su corazón, y dice: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).  “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (S. Juan 14:15).  “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (S. Mateo 11:28).

 

Pedro Geli