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EL MUNDO 
 
SOCIEDAD Lunes, 10 de abril de 2000  EL MUNDO periodico 
COLOMBIA/LA FISCAL HA DECRETADO PRISION SIN FIANZA Una monja, acusada de descuartizar a otra compañera  La religiosa declaró que la víctima se había fugado después de abortar  INES MIRANDA. Especial para EL MUNDO  BOGOTA.- Un día después de que el Vaticano subiera a los altares al padre Marianito, el primer beato colombiano, la hermana Leticia López pasará el primer lunes en su infierno particular. 

La semana pasada, la fiscal que le acusa de haber sido autora intelectual o material del asesinato de otra monja, sor Luz Amparo Granado, decretó prisión sin fianza. Como religiosa, está protegida por un fuero que le impide ir a la cárcel. En su lugar, deberá permanecer recluida en un centro eclesiástico que garantice su aislamiento y la imposibilidad de escapar. 

En el barrio de La Candelaria, el centro histórico de la capital, los vecinos del convento de las Adoratrices no quieren creer lo que dice la investigación. Tampoco se hacen a la idea de no volver a ver a la hermana Amparo, a quien todos querían profundamente. Tenía 30 años y mucho carisma. Los que la conocieron hablan de una mujer dulce, guapa, siempre dispuesta a ayudar, con una palabra amable y una sonrisa para todos. Era la superiora de su pequeña comunidad de cinco monjas y había dedicado los últimos años de su vida a rehabilitar prostitutas y drogadictas. 

Cada mañana, a las siete menos cuarto, la veían salir hacia misa en la parroquia de los salesianos, a dos manzanas. Luego marchaba a la calle del Cartucho, la más peligrosa de la ciudad. Allí reclutaba a las mujeres que querían buscar una salida a su adicción y a las que querían abandonar la prostitución o la venta de drogas. 

Amiga ahogada 

La hermana Leticia también dedicaba su vida a los demás. Había llegado en agosto pasado de Ecuador, en donde había pasado unos años como misionera. Mujer dura, seca, distante, de treinta y cinco años. La muerte de una compañera de comunidad ahogada en un domingo de playa, le dejó, al parecer, una huella imborrable. Pero las prostitutas con las que trabajó desde que llegó le tienen un gran aprecio y mucho respeto. Diez de ellas y sus hijos, vivían con las monjas. Eso les ayudaba a desengancharse. 

El 13 de noviembre de 1999, de madrugada, desapareció la hermana Amparo. Dos días después, un lunes festivo, aparecía el cadáver mutilado de una mujer en la carretera que une Bogotá con Villavicencio, una ciudad a dos horas de distancia. 

A mediados de diciembre, las monjas presentan denuncia de desaparición. El 30 de ese mes identifican el cadáver como el de la superiora. Cuatro meses después las pruebas contundentes llevan a la detención de sor Leticia. 

Al parecer, la noche del crimen, la hermana Leticia, en compañía de una persona, entra en la habitación de su víctima y le pega un tiro en la cabeza. Nadie les oye ni tampoco cuando sacan el cuerpo al que habían cortado la pierna y el brazo derechos. 

La presunta asesina lava al día siguiente las sábanas manchadas de sangre. Les dice a unas monjas atónitas que la superiora había tenido un novio, un cura español, y se había visto obligada a abortar. De ahí la sangre y la huida. 

Quienes conocieron a ambas religiosas hablan de los celos como la causa de un crimen que nadie puede explicarse. Otros alegan estado mental desequilibrado de la hermana Leticia a causa de la amiga ahogada. Lo que les resulta más difícil de aceptar es la frialdad al planear el crimen, buscar cómplice y descuartizar el cadáver para ocultarlo más fácilmente. 

La nueva superiora, la hermana Micaela, tiene prohibido hablar del caso pero no de sus sentimientos. «Dios todo lo puede y a él nos debemos. Como viene la Semana Santa, tendremos nuestro calvario». El rostro apacible y la voz amable no pueden ocultar la tragedia que viven. Admite que es una situación terrible que sólo la fe puede ayudar a superar. 

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