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HISTORIAS Y LEYENDAS


Contenido


Al entrar de la Puerta


Boduken y sus tres hijos


Las puertas del Paraíso


Un poderoso Ki


Al entrar de la Puerta

Cuántos años me costará llegar a ser Maestro si trabajo duro?, preguntó el joven.

 

- El resto de tu vida, respondió el maestro.

 

No puedo esperar tanto tiempo! Estoy dispuesto a todo para seguir su enseñanza. Cuanto tiempo me llevará si trabajo como servidor suyo en cuerpo y alma?

 

- Oh! tal vez diez años!

Pero usted sabe que mi padre se está haciendo viejo, pronto tendré que cuidar de él. Cuántos años habrá que contar si trabajo más intensamente?

 

- Oh! Tal vez treinta años!

 

Usted se burla de mi! Antes diez, ahora treinta! Créame, haré todo lo que haya que hacer para dominar este arte en el menor tiempo posible.

 

- Bien, en ese caso, se tendrá que quedar usted sesenta años conmigo! Un hombre que quiere obtener resultados tan de prisa no avanza rápidamente - explicó el maestro.

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Boduken y sus tres hijos

Boduken, gran maestro del sable, recibió un día la visita de uno de sus colegas. Con el fin de presentar a sus tres hijos al amigo, y mostrar el nivel que habían alcanzado siguiendo su enseñanza, Boduken preparo una pequeña estratagema: colocó un jarro sobre el borde de una puerta deslizante, de manera que este cayera sobre la cabeza de aquel que entrara en la habitación.

 

Tranquilamente sentado con su amigo, ambos frente a la puerta, Boduken llamó a su hijo mayor. Cuando este se encontraba delante de la puerta, se detuvo en seco. Después de haberla entreabierto, agarró el jarro antes de entrar. Entró, cerró la puerta detrás de él, colocó de nuevo el jarro sobre el borde de la puerta, y saludó a los maestros.

 

- Este es mi hijo mayor - dijo Boduken sonriendo - Ya ha alcanzado un buen nivel, y va en camino de convertirse en un Maestro.

 

A continuación, llamó a su segundo hijo. Este deslizó la puerta y comenzó a entrar. Esquivando por pelos el vaso que estuvo a punto de caerle sobre la cabeza, consiguió atraparlo al vuelo.

 

- Este es mi segundo hijo. - explicó al invitado - Aún le queda un largo camino por recorrer.

 

El tercero entró precipitadamente y el jarro le cayó sobre el cuello, pero antes de que tocara el suelo, desenvaino su sable y lo partió en dos.

 

- Y este - añadió el Maestro - es mi hijo menor, es la vergüenza de la familia, pero aún es joven.

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Las puertas del Paraíso

Un Samurai se presentó ante el maestro del templo Zen y le preguntó:

 

- Existen realmente el infierno y el paraíso? - Quién eres tú? - Preguntó el maestro. - Soy un guerrero samurai...

 

- Tu un guerrero!? - exclamó, - pero mírate bien, quien va creer en ti? y quien va a querer tenerte a su servicio? Pareces un mendigo!

 

La cólera se apoderó del samurai. Aferró su sable e inició la acción para desenvainar. El maestro continuó:

 

- Ah! pero incluso tiene sable!. Pero seguramente serás demasiado torpe para poder cortarme la cabeza.

 

Fuera de si, el samurai levanto su sable dispuesto a golpear al maestro. En ese momento, este le dijo:

 

- Aquí se abren las puertas del infierno.

 

Sorprendido por la seguridad tranquila del Maestro, el samurai envainó el sable y se inclinó respetuosamente.

 

- Aquí se abren las puertas del paraíso!

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Un poderoso Ki

Un Maestro enseñaba su arte en una ciudad y su reputación era tan inmensa, que los demás profesores se encontraban sin discípulos.  

 

Un joven experto fue la escuela del Maestro con el fin de “terminar con su reinado” y establecer ahí su academia. Al llegar un anciano le abrió la puerta y le preguntó que deseaba.  El joven anuncio sin dudar su intención. El anciano, visiblemente contrariado, le explicó que esa idea era un suicidio ya que la eficacia del Maestro era temible. El joven experto, con el fin de impresionar al viejo, tomó una tabla de madera que andaba por allí y de un rodillazo la partió en dos.  

 

El anciano permaneció imperturbable.

 

El visitante insistió de nuevo en combatir con el Maestro, amenazando con romperlo todo para demostrar su determinación y sus capacidades.  El buen anciano le rogó al joven que esperara un momento y desapa­reció al interior.  Poco tiempo después volvió con un enorme trozo de bambú en la mano. Se lo dio al joven y le dijo: - El Maestro tiene la costumbre do romper de un golpe los bambúes de este grosor. 

 

No puede tornar en serio su petición si usted no es capaz de hacer lo mismo, el joven trató romperlo pero no pudo, entonces el anciano le aconsejó que abandonará su intención.  

 

El joven cabizbajo se retiró.

 

Dos años después, el joven apareció otra vez lleno de confianza en sí mismo por su entrenamiento intensivo.  Tocó la puerta y fue recibido por el mismo anciano. El joven exigió que le trajeran uno de esos famosos bambúes de la prueba y se concentró durante algunos segundos y de un golpe lo rompió.  Con una gran sonrisa de satisfacción se volvió hacia el frágil anciano.  Este le declaró un poco molesto: 

 

-Decididamente soy imperdonable, creo que he olvidado precisar un detalle:  El Maestro rompe el bambú... pero sin tocarlo.   El joven, fuera de sí, contestó que no creía en las proezas de este Maestro cuya simple existencia no había podido siquiera verificar. En ese momento el anciano tomó un bambú y lo ató a una cuerda que colgaba del techo, después de haber respirado profundamente y, sin quitar los ojos del bambú lanzó un grito al mismo tiempo que un golpe de sable (con la mano) hendió el aire y se detuvo a 5 cm. del bambú, mismo que saltó en pedazos.

 

El experto se quedó durante varios minutos sin poder decir una palabra, estaba petrificado. Por último, pidió humildemente perdón al anciano Maestro por su odioso comportamiento y le rogó que lo aceptara como discípulo.

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