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ROBLES Y ENCINAS -QUERCUS-

Bloody Mary Light. Agua que no has de beber

La encina (Quercus ilex L.).
  • Castellano: encino, carrasca, carrasco, marrasca, charrasco, sardón, xardón, mataparda.
  • Portugués: azinheira, azinho.
  • Catalán: alzina, auzina, aulina, alzinera, carrasca, carrascla, glaner, aglaner (de gla, que todavía suena glan y aun gland, en el Montseny, o aglà, en otras comarcas, que es la bellota).
  • Vasco: arte, abarra, o, con el significado de bellotero, ezkurrtze y ezkurraitz, porque la bellota es ezkurr.
    El alcornoque (Quercus suber L.)
  • astellano: su nombre castellano deriva de quercus, con el artículo árabe al.
  • Catalán: suro con las variantes surer, siurer, surera, y otras parecidas en las hablas del Mediodía francés y en Córcega (subé, subeva, suberu, suriu, suaru), todas las cuales derivan no ya de quercus, sino del latín suber. Aunque muy raras veces, aparece también la raíz de quercus, por ejemplo, en los términos coroc o curoc, recogidos por Noel Clarasó.
  • Portugués: sobreiro, sovereiro, sobreira y sobro, así como la leonesa sufreiro. - Vasco: artelatz y artelazxi.
    La coscoja (Quercus coccifera L.)
  • Castellano: matarrubia, carrasquilla, chaparro (que es también el matorral de encinas retoñadas), granatilla.
  • Portugués: carrasco y carrasqueiro.
  • Catalán: coscoll roig, coscoll roger, coscó, coscona, coscolla, garritx, garriga, garriguella, garroll, garrulla, garric roig, grana d'escarlata, graneta, grana vermelló, o simplemente, grana.
    El quejigo (Quercus faginea Lamarck).
    Castellano: quejiga, cajiga, carrascalejo, roble carrasqueño y roble enciniego, porque se parece a la encina por sus hojas más persistentes que las de los otros robles, si exceptuamos raros casos, y, sobre todo en la subspecie valentina, por la pequeñez de las mismas.
  • Portugués: carvalho-portugues.
  • Catalán: roure valencià. El carballo o roble albar (Quercus robur L.).
  • Portugués: carvalho-comun o, simplemente, carvalho, roble-alvarinho o alvarinho.
  • Gallego: carballo blanco.
  • Catalán: pènol o roure pènol.
  • Vasco: areitz, araitz, aritz, heritz, haitz y, como árbol por excelencia, zuaitz y zueitz.
  • Italiano: rovere.
  • Francés: chêne pédonculé, rouvre, chêne mâle.
  • Inglés: oak.
  • Alemán: stieleiche, sommereiche. El marojo o melojo (Quercus pyrenaica).
  • Catellano: roble borne, roble tocorno, roble tozo, tocio o turco, y aun roble negro.
  • Portugués: carvalho-negral y carvalho-pardo.
  • Gallego: carballo negro, y, el amatado, por carballo cerqueiro, cerqueño o verdiño.
  • Catalán: reboll.
  • Vasco: ametz, tarte.

    Tanto las encinas como los robles son árboles belloteros, con las flores inconspicuas y los frutos de forma característica, en general ovoides, por lo común algo apuntados, las más veces de dimensiones comprendidas entre 2 y 3 cm., con la cáscara de la consistencia del cuero, pero delgada, lisa y aluciada, de primero verde, rodeados en la base por una a modo de cúpula hemisférica, el llamado cascabillo. En las bellotas, este cascabillo desempeña el mismo papel que en el castaño el erizo, y que el hollejo abierto en cuatro valvas del haya, en el que se encierran los hayucos.
    En su parte externa la cúpula o cascabillo muestra gran número de escamitas empizarradas, de forma característica en cada especie. Dentro de cada bellota, que no es fruto abridero, se encuentra una sola semilla de la misma forma que el fruto, cubierta por una telilla pardusca; con cierta habilidad, se pueden separar las dos mitades que constituyen esta semilla, entre las cuales, y en el ápice de la misma, se ve el diminuto embrión.
    Estos árboles tienen flores de dos clases, masculinas y femeninas; pero unas y otras nacen sobre el mismo árbol. Aquéllas formando gatillos o racimitos péndulos, muy ralos y endebles; las femeninas, solitarias o agrupadas en corto número, ora sin cabillos, ora sobre cabillos, que, sobre todo en los frutos ya hechos, pueden alcanzar notable longitud. En este género, las especies que se crían en los países mediterráneos, de clima benigno en invierno y muy seco en verano, conservan las hojas verdes todo el año, como la encina, el alcornoque y la coscoja; las que viven más al Norte, o en las umbrías y sitios húmedos sólo tienen verdor desde que echan las hojas nuevas, en primavera, hasta el otoño, para pasar el invierno deshojadas, salvo casos excepcionales. Estas últimas especies del género Quercus constituyen toda suerte de robles, carballos y quejigos. Florecen en primavera y maduran las bellotas a fines de verano o en otoño.
    Se crían en todos los terrenos, pero ocupando, las diversas especies, áreas, en general, bien limitadas. La encina como árbol característico de la región mediterránea se halla en todas aquellas comarcas de clima seco, hasta cerca de los 2000 m. de altura en Sierra Nevada: pero se enrarece mucho en el oeste y noroeste de nuestra Península.
    El alcornoque puebla grandes extensiones de la vertiente atlántica peninsular, en la mitad occidental de nuestro país, y abunda asimismo en el nordeste de Cataluña.
    Como la encina, resiste los veranos secos, aunque no tanto como aquélla, pero reclama inviernos menos fríos y, sobre todo, tierras sin cal.
    El alcornoque, como la encina, resiste los veranos secos, aunque no tanto como aquélla, pero reclama inviernos menos fríos y, sobre todo, tierras sin cal. Como la encina y el alcornoque, la coscoja es un árbol verde todo el año; tanto este nombre, como el catalán coscoll, derivan del latín cusculium, y en términos científicos corresponden a la especie llamada Quercus coccifera L. El epíteto latino coccifera deriva a su vez de coccus, y alude a la hembra redondeada de un insecto hemíptero, el coccus infectorius, es decir, coco de tintes, de Plinio, porque, en efecto, de esta hembra machacada se saca un hermoso colorante rojo, el color de grana, o, derivándolo del árabe quermes y quermezi, el carmesí. Los colorantes de la anilina acabaron no sólo con la grana, sino con la cochinilla, que los españoles trajeron de Méjico después del Descubrimiento.
    Este arbolito es de buen porte, y de hojas verdes en ambas caras, pero, mucho más castigado que la encina y, al parecer, menos capaz de volver a hacerse árbol, crece casi siempre amatado. Llamado también garric, en catalán, constituye la especie más característica de las garrigas, que suceden a los encinares cuando, talado el bosque permanece sin recuperarse.
    El quejigo (Quercus faginea Lamarck), deriva su nombre del latín cecidium, que corresponde a un diminutivo del griego kekis, kekidos, la agalla, porque, tomándolo en sentido amplio, es el roble agallero por excelencia, el galler de los valencianos. El quejigo es frecuente en las áreas de clima mediterráneo.
    El carballo o roble albar se halla extendido por gran parte de Europa, hasta los Urales y el Cáucaso; requiere los climas lluviosos del Norte, y así ocupa la mitad norteña de Portugal, desde donde se extiende por las tierras españolas próximas y por toda la parte boreal de España, hasta las comarcas del Ripollés, Olot y la Selva, en Cataluña. Se caracteriza por su porte majestuoso, sus grandes hojas lampiñas, de breve pezón, asi como por sus bellotas sobre largos cabillos, colgantes de las ramas.
    Los nombres de marojo o melojo, que se aplican al llamado Quercus pyrenaica por Willdenow, parecen derivar del latín mollifolium, como el catalán marfull o mollfull, aunque corresponda a otra especie leñosa; el de marfueyo, recogido por el P. Sarmiento en Molina Seca, aunque, según Colmeiro, se da a otra especie de roble, parece legitimar aquella etimología, si no bastase a justificarla la molicie o blandura de sus hojas, como afelpadas en ambas caras, grandes y divididas en gajos profundos y lobulados. El marojo es un roble atlántico, cuya área se extiende desde Marruecos, por la mayor parte de nuestra península, hasta las costas occidentales de Francia, en la Bretaña. En nuestro país, el límite oriental lo alcanza en la Sierra de Prades en Tarragona, aunque ha dejado rastro de su presencia en diversas comarcas gerundenses, por ejemplo, en la de la Selva, donde todavía se encuentran robles cuyas hojas nos muestran el perfil característico de las del marojo, como si se tratara de caracteres de mestizaje aún persistentes. En nuestra Península viven todavía otras especies de robles, que omitimos en gracia a la brevedad. Haremos mención únicamente de la llamada Quercus pubescens Willdenow. Tiene hojas menores que las de las dos especies precedentes, que va perdiendo el vello de la haz hasta volverse pelonas o casi glabras, pero conservándolo más o menos espeso en el envés. Este roble es común en las vertientes meridionales del Pirineo y territorios próximos, hasta Navarra y los límites de Castilla la Vieja.
    Para más detalles acerca de este género, véase Schwarz, "Sobre los Quercus catalanes del subgénero Lepidobalanus Oerst.". ("Cavallinesia", tomo VIII, págs. 65-100, 1936), y C. Vicioso, "Revisión del género Quercus", Madrid, 1950"
    De todos estos árboles se utiliza la corteza de los troncos jóvenes, que se arranca en primavera, cuando alcanzan alrededor de los 15 ó 20 años de edad. Entonces esta corteza, generalmente de unos 2 mm. de espesor, conserva todavía cierta lisura y algo de lustre, con pocas arrugas y resquebrajaduras, y tiene sabor notablemente acerbo y más o menos amargo. Roble con agallas (Quercus pubescens). Se utilizan asimismo las agallas, producidas en las hojas como consecuencia de la picadura de diversos insectos; en ellas ponen sus huevos y en cada caso se producen unas excrecencias de forma y dimensiones determinadas, las cuales van haciéndose a medida que se desarrolla la larva en su interior. Composición
    Las cortezas de las diversas especies de Quercus son ricas en materias tánicas, y por este motivo se benefician, las de los robles sobre todo, desde tiempos remotos, con destino a las curtiduras. No se trata del ácido tánico, sino del llamado ácido cuercitánico. La corteza del roble albar o carballo puede contener hasta el 20% de este ácido, lo mismo que la de otros robles (Quercus petraea, por ejemplo); con cantidades variables de los ácidos gálico y elágico, éste tal vez de origen secundario; el llamado rojo de roble, que es una especie de flobafeno, cuercinita, cuercita, levulina, diversos azúcares, pectinas, etc.
    Los frutos de estos árboles, las bellotas, contienen alrededor del 50% de fécula, con varios azúcares, cierta cantidad de grasa, tanino, etc. En las agallas de estos mismos robles se encuentran los ácidos gálico y tánico, en cantidades que pueden llegar hasta el 30%.
    El corcho que se forma al exterior de la corteza del alcornoque, tanto en el tronco y en las ramas como en la raíces expuestas a la intemperie, está formado por partes muertas del vegetal, que pueden arrancarse sin causarle daño. El corcho virgen, llamado bornizo, o pelagrí, en catalán, tiene poco aprecio en la industria. Pero levantado este corcho bornizo, empieza a formarse otro nuevo, que se reproduce sin cesar, y es más estimado en la fabricación de tapones. El corcho se compone principalmente de suberina (hasta el 36%), hasta de un 20% de materias tánicas, celulosa, lignina, cera, grasa, etc. Uso y virtudes de robles y encinas (Diversas especies del género Quercus)
    Las propiedades medicinales de toda suerte de robles y de otros árboles del mismo género se las confiere el ácido cuercitánico; por tanto, son especies en alto grado astringentes.
    Todas las partes del roble -dice el Dr. Leclerc- y de manera especial la corteza, contienen en abundancia un tanino llamado cuercitanino o ácido cuercitánico, el cual le comunica sus virtudes astringentes que se le reconocen desde la más remota antigüedad... El polvo de esta corteza podría constituir una forma de administración del tanino a los tuberculosos, pero de todos los taninos el ácido cuercitánico es el más irritante y el más nauseabundo, y, por consiguiente, el que con mayor facilidad puede perjudicar las vías digestivas.
    Por consiguiente la corteza de roble deberá reservarse para uso externo. En cocimiento acuoso (100 gr. de corteza en 1 litro de agua) nos dará buen resultado en el tratamiento de las hemorragias determinadas por la metritis y los fibromas uterinos, contra la leucorrea, la blenorragia, las hemorroides y las fisuras del ano.
    El mismo Dr. Leclerc propone que si se desea administrar la corteza de roble por vía interna se prepare el vino de roble, empleando 1 onza de corteza reducida a fragmentos menuditos o a polvo, la cual se macera en 1 litro de vino tinto, al que se añaden 10 gr. de ácido clorhídrico puro. Todos los días se remueve suavemente la botella, y, transcurridas un par de semanas, se filtra el vino. Leclerc recomienda tomar un vasito de este vino después de comer y de cenar. Se usa contra la disentería, pero con prudencia, y sin prolongar excesivamente el tratamiento.
    Al exterior, la corteza de estos árboles también se usa en forma de cocimiento, ora para lavar úlceras o llagas tórpidas, ora para irrigaciones, baños, etc., contra las fisuras anales, los sabañones (a menudo mezclando 2 gr. de alumbre en cada litro de cocimiento), diarreas, disentería crónica, etc. En todos estos casos, el cocimiento puede prepararse con cantidades variables de corteza, desmenuzada o pulverizada, y en cantidad de 1 a 3 onzas por litro de agua, que se deja hervir durante quince o veinte minutos. Todos los robles sirven para ello, así como otros árboles del mismo género Quercus, como la encina, "excelente -dice Palau- en el campo de la Medicina casera, a causa del tanino que contiene". Las agallas de roble o de encina se utilizan de manera parecida. La llamada pomada de la condesa o pomada virginal, de la Farmacopea Matritense, de 1823, se preparaba a base de agallas de encina y otros simples astringentes, "reducidos a polvos muy sutiles (corteza de granada, hojas de mirto, nueces de ciprés, etc.)" e incorporados con cantidad suficiente de ungüento rosado. Esta preparación, dice aquella obra, es un poderoso astringente, y " se usa para comprimir el esfínter que se halle muy dilatado ». El nombre de Pomada virginal debe de relacionarse con las excelentes virtudes que Laguna atribuía a otro astringente famoso, el pie de león.
    Las bellotas constituyen excelente montanera para el ganado de cerda, de las cuales es fama que el jamón serrano saca su exquisito aroma.
    En la Extremadura -decía Quer (Flora Española, tomo VI, pág. 158)- y en otras provincias, son sumamente dulces y de tan buen sabor, que se comen como las castañas, bien que son de encinas; las de los robles son más ásperas y acerbas. En el año de 1709 fue tan rigurosa la estación del año y tan falta de granos, que los pobres morían de hambre, por lo cual se hallaron precisados a hacer pan de bellotas ordinarias, que reducían a harina. Aunque este pan fue malo, no obstante se socorrió el hambre y hubo un gran consumo en algunas provincias de Francia. En la Provenza, ya dicen "gent de roure, pa d'aglans", es decir, gente de roble, pan de bellotas.
    Torrefactas, pulverizadas y mezcladas con cacao, algunos autores las recomiendan contra las diarreas infantiles. Ya decía Quer, en la página 157 del lugar citado:
    La bellota, para usarla, se debe coger gorda y sana, y se la separa la cáscara, y se pone a secar insensiblemente, cuidando de que los insectos no se le comuniquen, por estar muy sujeta a tales sabandijas; después de esta preparación se reducen a polvos sutiles para el uso. Son astringentes y propias para el cólico ventoso. Los flamencos las toman con vino para curarse los cólicos que la cerveza les causa; igualmente son buenas para los flujos de viéntre... Históricamente
    En el capítulo 121 del Libro I, Dioscórides habla "del roble, de la bellota, de la haya y de la enzina". Según su intérprete Laguna, dice así: Toda suerte de roble es estíptica, principalmente aquella camisa o tela que se halla entre la corteza y el leño, y también la pellejuela que está debajo de la cáscara de la bellota. Dase su cocimiento para restañar el flujo celíaco y disentérico, y para detener la sangre del pecho. Májanse y métense en forma de cala para restriñir la sangre lluvia de las mujeres.
    Tienen la misma virtud las bellotas: provocan la orina; comidas, hacen dolor de cabeza y engendran ventosidades, aunque son útiles a las mordeduras de los animales que arrojan de sí ponzoña. El cocimiento de las bellotas y de sus cáscaras, bebido con leche de vaca, es salutar contra el tóxico. Majadas, ansí crudas y puestas mitigan las inflamaciones. Mezcladas con enjundia de cerdo salada, ablandan las durezas rebeldes y sanan las llagas malignas.
    Las bellotas de la encina son más eficaces que las del roble. La haya y la encina entre las especies de roble se cuentan, y tienen semejante virtud. La corteza de las raíces de encina, cocida en agua hasta que se deshaga y aplicada a los cabellos toda la noche, los para negros, con tal que primero hayan sido limpiados con greda cimolia.
    Andrés de Laguna hace los siguientes comentarios: Este vocablo griego, drys, que, propiamente, significa roble, llamado de los latinos robur y quercus, es aquí general y común a todos aquellos árboles que producen bellota. De suerte que lo que aquí atribuye al roble Dioscórides, se debe entender de todas las glandíferas plantas, de las cuales hay innúmeras diferencias. Empero el que propiamente se llama roble difiere de la encina principalmente en las hojas; porque las tiene muy grandes, más ásperas y con el contorno hendidas... La encina es árbol harto crecido y produce las hojas semejantes a las del lauro, empero por el envés blanquecinas. Tiene la corteza castaña y la madera maciza dura, fuerte y algún tanto bermeja. Sus bellotas son muy pequeñas y más austeras que las del roble. La brasa de su carbón no da tanta pesadumbre al celebro y dura más largo tiempo. Hace, sin las bellotas, unas pelotillas bermejas, las cuales, majadas con vinagre, cómodamente se aplican sobre las frescas heridas y sobre los ojos sangrientos.
    Hállase una suerte de encina muy baja, la cual llaman en Castilla carrasco. La coscoja llamada de Plinio cusculiumm, también es especie de encina, y cógese della la grana, la cual se hace en unas vejiguillas pequeñas, llamadas cocos.
    El alcornoque, de los latinos llamado suber, es una especie de roble que ansí en el fructo como en las hojas, se parece a la encina. Empero no es tan poblado de ramos y tiene la corteza sin comparación más gruesa, de la cual hacen aquellos andamios que en Castilla suelen llamarse alcorques, para encubrir la bajuela disposición que por suerte cupo a las hembras, y engañar a ciertos desventurados que, pensando llevar mujeres a casa, llevan desaforados corchos con los cuales se sostengan y no se vayan al hondo en los muy peligrosos golfos y naufragios del matrimonio; de donde tomando la ocasión los griegos, llamaron a las mujeres cortezas de árboles.
    El capullo de la bellota del alcornoque es mucho mayor y más áspero que el de todas las otras. No se seca el alcornoque aunque le desuellen mil veces y le desnuden de su corteza; porque la Naturaleza le socorre luego con otra, y porque se huelga de padecer con tal que se sirvan las damas.
    La corteza del alcornoque, pulverizada y bebida con agua caliente, restaña la sangre de cualquier parte del cuerpo. El corcho, quemado y aplicado con aceite laurino, hace venir más espesos y más negros los pelos caidos de pelambrera. El agua destilada de las hojas del roble, cuando salen muy ternecicas, sana el flujo llamado hepático, deshace la piedra de los riñones y cura las blancas purgaciones de las mujeres.