LA CAZA DE KAA
del Libro de la Tierras Vírgenes de Rudyard Kipling



CUANTO AQUÍ se refiere ocurrió algún tiempo antes de que Mowgli fuera arrojado de la manada de los lobos de Seconee y se vengara de Shere Khan, el tigre. Era en la época en que Baloo le enseñaba la Ley de la Selva. El serio, viejo y enorme oso pardo estaba contentísimo con un discípulo tan listo, porque los lobatos no quieren aprender de la Ley de la Selva más que lo que se refiere a su propia manada y tribu. Pero Mowgli, que era un hombrecito, tuvo que aprender mucho más, llegando a cansarse ya de tanto repetir lo mismo más de cien veces. Dijo Baloo a Bagheera, la pantera negra, un día que hubo de pegarle al muchacho y éste se marchó malhumorado:

-Un cachorro humano es un cachorro humano, y tengo el deber de enseñarle toda la Ley de la Selva.

-Pero ten presente lo pequeño que es -adujo la pantera negra, que habría mimado en exceso a Mowgli si la hubieran dejado educarlo a su modo-. ¿Cómo pueden caber en cabeza tan chica todos tus largos paliques?

-¿Hay, acaso, en la Selva cosa alguna que de puro pequeña no pueda matarse? No. Pues bien: por esta razón le enseño todo eso, y por lo mismo le pego, con mucha suavidad, cuando se le olvida algo.

-¡Con suavidad! ¿Qué sabes tú de suavidades, viejo Patas de Hierro? -gruñó Bagheera-. Toda la cara le has llenado hoy de cardenales con tu... suavidad. ¡Uf! ...

-Valdría más que estuviera lleno de cardenales de la cabeza a los pies, mientras fueran causados por mí, que le quiero, que no que le ocurriera alguna desgracia por ignorancia -contestó Baloo con seriedad-. Ahora le estoy enseñando las Palabras Mágicas de la Selva, que han de protegerle contra los pájaros, contra el Pueblo de las Serpientes y contra todo cuadrúpedo que caza, excepto contra su propia manada. Desde hoy, con sólo recordar tales palabras, podrá ya pedir protección a todos los habitantes de la Selva. - ¿No vale esto la pena de recibir algunos golpes?

-Bien, pero cuidado con matar al hombrecito. No es ningún tronco de árbol para que vayas a afilar en él tus embotadas garras. Pero, dime, ¿qué palabras mágicas son esas de que estás hablando?

-Llamaré a Mowgli y él te dirá esas palabras... si se le antoja. ¡Ven, Hermanito!

-Tengo la cabeza como un árbol lleno de abejas que zumban -dijo por encima de los que hablaban una vocecilla malhumorada, y Mowgli, en el colmo de la indignación, se deslizó por el tronco de un árbol, añadiendo al echar pie a tierra-: ¡Si vengo es por Bagheera y no por ti, viejo gordinflón!

-Lo mismo me da -replicó Baloo, aunque le hiriera en lo vivo y le apenara la respuesta-. Dile, pues, a Bagheera las Palabras Mágicas de la Selva, que te he enseñado hoy.

-¿Las Palabras Mágicas... para qué Pueblo? -preguntó Mowgli contentísimo, al ver la ocasión que se le ofrecía para exhibir sus conocimientos-. En la Selva hay muchos lenguajes. Yo los sé todos.

-Algo de ellos sabes, pero no mucho. ¿Ves, Bagheera? Nunca se muestran agradecidos con quien les enseña. Jamás un solo lobato ha venido a dar las gracias a Baloo por sus enseñanzas. Vamos, di, pues, las Palabras para el Pueblo Cazador. - ... ¡gran sabio!

-"Tú y yo somos de la misma sangre" -recitó Mowgli, dando a las palabras el acento especial de oso que usan todos los que cazan allí.

-Bueno. Ahora las que sirven para los pájaros.

Repetiólas Mowgli, terminando la frase con el silbido característico del milano.

-Ahora las que son para el Pueblo de las Serpientes -dijo Bagheera.

La contestación fue un silbido indescriptible, tras el cual hizo Mowgli una salvaje pirueta, batió palmas para celebrar su propia habilidad y de un salto se colocó sobre el lomo de Bagheera, sentándose de medio lado y dándole con los talones sobre la reluciente piel, mientras le hacía a Baloo las más horrorosas muecas.

-¡Ea! ¡Ea! ¡Bien merecido tenías el cardenal! -dijo con ternura el oso pardo-. Algún día me lo agradecerás. Sabiendo las Palabras Mágicas de la Selva, no hay que temer a nadie. "Excepto a los de su propia tribu", dijo Bagheera para sí.

Y añadió luego en voz alta, dirigiéndose a Mowgli: -¡Ten un poco de cuidado con mis costillas, Hermanito! ¿Qué significa tanto bailoteo?

Mowgli había intentado repetidas veces hacerse oír estirándole a Bagheera la piel de las espaldillas y dándole fuertemente con los pies. Cuando los dos le escucharon gritó a voz en cuello:

-De modo que yo tendré una tribu propia y la dirigiré por entre las ramas durante todo el día.

-¿Qué nueva locura es ésa? ¡Ya estás haciendo castillos en el aire! -reprendióle Bagheera.

-sí, y le tiraré ramas y porquerías al viejo Baloo continuó diciendo Mowgli-. Me lo han prometido. ¡Ah!

-Mowgli -díjole Baloo con enojado tono-, tú has hablado con los Bandar-log (el Pueblo de los Monos).

Mowgli miró a Bagheera para ver si la pantera se había incomodado también, y vio que los ojos de ésta tenían tan dura expresión como si fueran dos piedras de jade.

-Tú has estado con el Pueblo de los Monos. . ., con los monos grises. . ., el Pueblo sin Ley. . ., los que comen cuanto se les presenta. ¡Qué vergüenza!

-Cuando Baloo me hizo daño en la cabeza -refirió Mowgli-, me marché, y entonces los monos grises bajaron de los árboles y se acercaron, compadeciéndome. Nadie más que ellos me hizo caso. -Y al decirlo, su voz se alteró un poco.

-¡La piedad del Pueblo de los Monos! -refunfuñó Baloo-. ¿Y qué ocurrió después, hombrecito?

-Después. .., después... Diéronme nueces y muy buenas cosas que comer, y... me llevaron en brazos a lo más alto de los árboles. .., y dijeron que yo era su hermano, que éramos de la misma sangre, sólo que yo no tenía cola, y que algún día sería su jefe.

-No tienen jefe -dijo Bagheera-. Mienten. Siempre han mentido. -Conmigo estuvieron muy amables y me rogaron que volviera a verles. ¿Por qué no me habéis llevado nunca a donde está el Pueblo de los Monos? Andan en dos pies como yo. No me pegan, no tienen las patas duras... Juegan todi el día. ¡Dejadme subir a donde están ellos! ¡Baloo, malo ! ¡Déjame subir! Jugaremos otra vez.

-¡Oye, hombrecito! -advirtióle el oso, y su voz retumbó como un trueno en noche calurosa-. Te he enseñado toda la Ley de la Selva para que te sirva con todos los pueblos que en la Selva existen..., excepto el de los monos, que vivenen los árboles. Esos no tienen Ley. Esos son los repudiados por todo el mundo. No poseen lenguaje propio, sino que usan palabras robadas que oyen por casualidad cuando escuchan, y atisban, y están en acecho allá arriba en las ramas. Su camino no es el nuestro. No tienen jefe. No tienen memoria. Presumen y charlan, y pretenden ser un gran pueblo ocupado en asuntos importantísimos; pero la caída de una nuez desde el árbol les provoca risa y basta para que todo lo olviden. Nosotros, los de la Selva, no nos tratamos con ellos. No bebemos donde los monos beben; no vamos donde los monos van; no cazamos donde ellos cazan; no morimos donde ellos mueren. ¿Me has oído hablar antes de ahora de los Bandarlog?

-No -dijo Mowgli en voz muy baja, pues el silencio fue completo en cuanto calló Baloo.

-El Pueblo de la Selva los tiene desterrados de su boca y de su pensamiento. Son muchísimos, malos, sucios, desvergonzados y desean llamar nuestra atención.

Apenas había acabado de hablar cuando una lluvia de nueces y de ramas cayó desde las copas de los árboles, mientras se oían toses, aullidos y rumor de saltos por entre el ramaje.

-Al Pueblo de la Selva -precisó Baloo- está prohibido todo trato con el Pueblo ae los Monos. Acuérdate.

-Prohibido -repitió Bagheera-; pero paréceme que Baloo debía haberte prevenido antes contra ellos. -¿ Yo?... ¿Yo? Cómo podía yo adivinar que iba a ocurrírsele el jugar con gentuza de esta calaña? ¡El Pueblo de los Monos! ¡Qué asco!

Nueva lluvia cayó sobre ellos, y ambos echaron a correr hacia otro sitio, llevándose consigo a Mowgli.

Lo que Baloo había dicho de los monos era la pura verdad. Ellos vivían en las copas de los árboles, y como las fieras rara vez miran hacia lo alto, nunca se cruzaban en el mismo camino. Pero siempre que veían, un animal enfermo o herido, se divertían en atormentarle sólo por entretenimiento y por llamar la atención, dejando luego los muertos donde el Pueblo de la Selva pudiera verlos. Siempre estaban a punto de poseer un jefe y leyes propias, pero nunca lo lograban porque olvidaban todo, y así, se contentaban con repetir: "Lo que los Bandar-log piensan ahora, toda la Selva lo pensará después", y esta idea los consolaba. Ninguna de las fieras podía llegar hasta sus alturas; pero ninguna se fijaba en ellos, y de ahí su alegría cuando vieron que Mowgli iba a buscarlos para mezclarse en sus juegos y que esto irritaba a Baloo.

No se propusieron pasar de ahí, pero ocurriósele a uno de ellos que les convenía conservar una persona tan útil como Mowgli, porque él sabía entrelazar ramas de modo que protegieran contra el viento, y así, si lo cogían, podrían obligarle a que les enseñara. Siguieron entonces, con el mayor sigilo, a Baloo, Baghecra y Mowgli a través de la Selva, hasta que llegó la hora de la siesta, y Mowgli, que se sentía en realidad avergonzado de sí mismo, se durmió entre la pantera y el oso, resolviendo no tener más tratos con el Pueblo de los Monos.

Después de esto, lo único que recordó fue el haber sentido el contacto de unas manos sobre sus piernas y brazos, y enseguida el choque de unas ramas en la cara, y luego el hallarse mirando hacia abajo a través del movedizo ramaje, mientras Baloo despertaba a toda la Selva con sus roncos gritos y Bagheera saltaba tronco arriba del árbol, enseñando todos los dientes. Aullaban los Bandar-log con aire de triunfo mientras decían:

-¡Se ha fijado en nosotros! ¡Bagheera se ha fijado en nosotros! ¡Todo el Pueblo de la Selva nos admira por nuestra habilidad y astucia!

Comenzaron, entonces, su huida a través del país arbóreo. Dos de los monos más fuertes cogieron a Mowgli por los sobacos y se lo llevaron atravesando las copas de los árboles, y dando saltos de una altura de como seis metros. De tal suerte, saltando y haciendo ruido, y resoplando fuertemente, y dando chillidos, la tribu entera de los Bandar-log pasó por sus caminos trazados en los árboles, llevando prisionero a Mowgli. Era completamente inútil mi rar hacia abajo, pensaba Mowgli, pues nada podia ver, y así dirigió hacia arriba sus miradas, logrando divisar a lo lejos, en la azul inmensidad, a Rann, el milano, balanceándose y describiendo curvas en el aire. Vio Rann que los monos se habían apoderado de algo que se llevaban, y abatió el vuelo algunos centenares de metros para averiguar si aquella presa era comestible. Al ver a Mowgli arrastrado hasta lo más alto de la copa de un árbol, y al oírle gritar, sorprendióse no poco el milano y le contestó con un silbido:

-Tú y yo somos de la misma sangre.

-¡Sigue mi pista! -gritó Mowgli-. ¡Avisa a Baloo, de la manada de Seeonee, y a Bagheera, del Consejo de la Peña!

-¿ En nombre de quién, hermano? -preguntó Rann, que nunca había visto a Mowgli, aunque claro está que había oído hablar de él.

-En nombre de Mowgli, la rana. ¡El -hombrecito es como me llaman! ¡Sigue mi pist... a!

Las últimas palabras las chilló cuando ya lo balanceaban en el aire: pero Rann movió la cabeza en señal de asentimiento y se elevó hasta que no parecía ya mayor que un grano de polvo, y allí observó con el telescopio de sus ojos el moverse de las copas de los árboles, al paso de la escolta de monos que conducía a Mowgli.

Entretanto, Baloo y Bagheera andaban locos de furor y de pena. Bagheera se encaramó a los árboles hasta donde nunca se atreviera a llegar antes; pero quebráronse bajo su peso las delgadas ramas, y resbaló hasta llegar al suelo llenas las garras de cortezas.

-¿Por qué no se lo advertiste al hombrecito? -le decía rugiendo al pobre Baloo, que sostenía un trote algo pesado, con la esperanza de adelantarse a los monos-. ¿De qué le ha servido el que casi lo mataras a golpes si no habías de prevenirle contra esto?

-¡Date prisa! ¡Date prisa! Aún..., aún podría ser que los alcanzáramos -replicó Baloo jadeando.

-Al paso que vamos no alcanzaríamos ni a una vaca herida. Maestro de la Ley..., azotacachorros.. ., conque tuvieras que agitarte del modo que los haces durante un cuarto de legua de distancia, tendrías bastante para reventar. ¡Descansa y piensa! Traza un plan. No es éste el momento de perseguirlos. Si los seguimos muy de cerca podrían dejarlo caer.

-¡Arrula! ¡Woo! Quizás lo han hecho ya, cansados de llevarlo. ¿Quién se fía de los Bandar-log? ¡Pon murciélagos muertos en mi cabeza! ¡Dame por toda comida huesos negros, porque soy el más desgraciado de cuantos osos existen! ¡Arulala! ¡Wahooa! ¡Ahi ¡Mowgli, Mowglil ¿Por qué no te previne contra el Pueblo de los Monos? ¿Quién sabe si a golpes le saqué de la memoria la lección del día, y se hallará solo en la Selva, sin la ayuda de las Palabras Mágicas? Baloo cogióse la cabeza entre las patas y se arrastró gimoteando.

-Cuando menos, hace un momento me dijo a mí todas las palabras correctamente -replicó Bagheera con impaciencia-. Baloo -continuó-, tú has perdido la memoria y el propio respeto. ¿Qué pensaría de mí la Selva toda si yo, la pantera negra, me hiciera una pelota como Ikki, el puerco espín, y empezara a aullar?

-¿Qué me importa a mí lo que la Selva piense? A estas horas quizás él ha muerto ya.

-A no ser que lo dejaran caer por juego, o que lo mataran por pereza, no creo yo que haya que temer por el hombrecito. El es listo, y bien enseñado está, y, sobre todo, cuenta con sus ojos, que atemorizan a todo el Pueblo de la Selva. Pero se halla en poder de los Bandar-log, que, como viven en los árboles, no tienen miedo a nuestra gente.

-¡Tonto de míl ¡Ohl ¡Cuán obeso y moreno, cuán estúpido desenterrador de raíces soy! -dijo Baloo desenroscándose de un brinco-. Gran verdad es lo que afirma Hathi, el elefante salvaje, cuando dice que "cada uno tiene su miedo peculiar". Pues bien: ellos, los Bandar-log, temen a Kaa, la serpiente de la Peña. Se encarama tan bien como ellos; les roba sus pequeñuelos por la noche... Su solo nombre basta para helarles de espanto hasta las endiabladas colas. Vamos a ver a Kaa.

-¿Y qué va a hacer? No es de nuestra tribu, puesto que no tiehe patas - - ., y, además, la maldad está escrita en sus ojos -Señaló Bagheera.

-Es mav vieia muy astuta. Ante todo, hay que pensar en que ésta siempre hambrienta -contestó Baloo esperanzado-. Prométele muchas cabras.

-En cuanto come una, duerme un mes entero. Bien pudiera ser que estuviera durmiendo ahora; pero ¿y si se le antojara preferir el matar las cabras por su propia cuen- ta?

-En tal caso, tú y yo juntos, vieja cazadora, la haríamos entrar en razón. -Aquí Baloo frotó su hombro, de desteñido color moreno, contra la pantera, y ambos se alejaron en busca de Kaa, la serpiente pitón que vive en la Peña.

Halláronla tendida al sol en el tibio reborde de una roca, recreándose en la contemplación de su hermosa piel nueva, porque acababa de pasar, cambiándola, diez días en el más completo retiro, y ahora estaba verdaderamente espléndida, con la enorme cabeza roma a lo largo del suelo, enroscado en fantásticos nudos y curvas el cuerpo de nueve metros de largo, y relamiéndose al pensar en la próxima comida.

-Está en ayunas -expresó Baloo con un gruñido de satisfacción, en cuanto vio la hermosa piel moteada de amarillo y de color tierra-. ¡Mucho cuidado, Bagheera! Queda siempre medio ciega después del cambio de piel, y ataca con la mayor facilidad.

No era Kaa serpiente venenosa; pero su poder estribaba en su fuerza de presión, y cuando ella había envuelto a alguien en sus enormes anillos, bien podía darse por terminada toda lucha.

-¡Buena caza! -gritó Baloo sentándose sobre sus cuartos traseros.

Como todas las serpientes de su especie, Kaa era bastante sorda y no oyó bien, al principio, lo que le decían. Enrollóse en forma de espiral por lo que pudiera ocurrir, conservando baja la cabeza.

-¡Buena caza para todos! -contestó-. ¡Ah! ¿Eres tú, Baloo? ¿Y qué haces por aquí? ¡Buena caza, Bagheera! Cuando menos uno de nosotros necesita comer. ¿Sabéis si hay por ahí algo a mano? ¿Algún gamo, por ejemplo, aunque sea joven? Estoy vacía como un pozo seco. -De caza vamos -dijo Baloo como al descuido, porque bien sabía que con kaa no hay que apresurarse: es harto grande para andar con prisas.

-Permitidme que vaya con vosotros -Pidióles Kaa-. Un zarpazo de más o de menos nada significa para Bagheera y Baloo; pero yo. .., yo he de esperar días y días en alguna senda del bosque, o pasar media noche subiéndome a -los árboles, para tener la suerte de tropezar con algún mono joven. ¡Pss naw! Las ramas no son ya como cuando yo era joven. Las más tiernas están podridas, y secas las mayores.

-Acaso tu enorme peso tenga algo que ver con el asunto -dijo Baloo.

-Sí, no me falta longitud.. , no me falta... -contestó Kaa con cierto orgullo-. Pero, con todo, no es mía la culpa, sino del ramaje nuevo. En mi última cacería poco faltó.. ., muy poco. .., para que me cayera, y el ruido que produje despertó a los Bandar-log, que comenzaron a insultarme.

-Lombriz de tierra, amarilla y sin patas -dijo entre dientes Baghecra, como si tratara de recordar algo.

-¡Ssss! ¿Me han llamado eso alguna vez? -preguntó Kaa.

-Algo parecido es lo que nos gritaron a nosotros en el último cuarto de luna que ha pasado, pero ningún caso les hicimos. Son capaces de decir cualquier cosa. . ., hasta que te has quedado sin dientes, y que no te atreves a hacer frente a cualquier cosa que sea mayor que un cabrito, porque... les tienes miedo a los cuernos -continuó diciendo Bagheera.

-Los Bandar-log han huido de su acostumbrado terreno -expresó Kaa sosegadamente-. Cuando hoy salí a tomar el sol, oí sus gritos entre las copas de los árboles.

-Precisamente. .., precisamente vamos siguiendo su pista contestó Baloo.

-Indudablemente no dejará de ser importante lo que obliga a dos cazadores como vosotros, que sois jefes y directores entre los vuestros, a seguir los pasos de los Bandar-log -replicó Kaa cortésmente, llena de curiosidad.

-En honor de la verdad -comenzó a decir Baloo-, yo no soy más que el anciano, y a veces bastante tonto, Maestro de la Ley, encargado de enseñársela a los lobatos de Seeonee, y Bagheera, que aquí está presente...

-Es Bagheera -dijo la pantera negra, porque no estaba ella para modestias-. Lo que nos ocurre es esto, Kaa: esos ladrones de nueces y de hojas de palmera nos han robado a nuestro hombrecito, del cual acaso hayas oído hablar.

-Algo le oí a Ikki de una especie de hombre que fue admitido en una manada de lobos; pero yo no creí nada de eso. Ikki anda siempre con cuentos que oye mal y cuenta peor.

-Pero en este caso ha dicho la verdad. El hombrecito es tal que jamás hubo otro como él -manifestó Baloo-. El mejor, el más listo y más gallardo de todos..., mi discípulo, que hará famoso en todas las selvas el nombre de Baloo... y vaya que yo.-.. o, mejor dicho, que nosotros... le queremos de veras, Kaa.

-¡Ts! ¡Ts! -contestó ésta-; también yo he sabido lo que es querer. ¡Podría contaros cosas que... !

-Que reclaman una noche clara y el estómago lleno para apreciarlas debidamente -dijo con prontitud Bagheera-. Nuestro hombrecito está ahora en poder de los Bandar-log,,y nos consta que de todo el Pueblo de la Selva no temen ellos a nadie más que a Kaa.

-A nadie más que a mí. Y no les falta razón -aseveró Kaa-. Charlatanes, locos y vanos: así son los monos. Pero si algo humano se halla entre ellos, está en peligro. La nuez que cogen les cansa pronto, y la tiran. En verdad que el hombrecito ese no es digno de envidia. Al insultarme, ¿ no me llamaron también pez amarillo?. . ., ¿ eh?

-Lombriz de tierra -dijo Bagheera-... y otras cosas más que no puedo repetir ahora por vergüenza.

-Habrá que enseñarles a hablar con más respeto de su maestro. ¡Aaa-sss! Tendremos que refrescarles algo la memoria. Pero, decidme, ¿y a dónde se llevaron el cachorro? -Sólo la Selva puede saberlo. Creo que hacia el lado por donde se pone el sol. Pensábamos nosotros- que tú lo sabrías, Kaá.

-¿Yo? ¿Y cómo? Suelo -apoderarme de ellos cuando se me ponen al paso, pero no voy a cazar a los Bandar-log ni a las ranas...

-iEh!, ¡eh!, ¡eh! ¡Arriba!, ¡arriba!, ¡Mira hacia arriba, Baloo, de la manada de los lobos de Seeonee!

Baloo miró hacia lo alto para ver de dónde venía la voz que le llamaba, y vio a Rann, el milano, que descendía con las alas desplegadas.

-¿Qué hay? -inquirió Baloo.

-He visto a Mowgli entre los Bandar-log. El mismo me encargó que te lo dijera. He estado al acecho: se lo han llevado al otro lado del río. . ., a la ciudad de los monos. . a las Moradas Frías. Lo mismo pueden quedarse allí una noche que diez, o que un rato. He encargado a los rnurciélagos que vigilaran durante las horas de oscuridad. Esto es cuanto tengo que decirte. ¡Buena suerte para todos!

-¡Buena suerte, que te llenes el buche y duermas bien, Rann! -gritó Bagheera-. No me olvidaré de ti en mi próxima caza: la cabeza de lo que mate, para ti quedará reservada, porque eres el mejor de todos los milanos.

-Lo que he hecho no es nada. El muchacho se acordó de decir las Palabras Mágicas, y yo no podía menos de cumplir con mi deber contestó Rann elevándose por los aires trazando círculos, para dirigirse luego a su escondrijo.

-Vamos, veo que no ha perdido la lengua -observó Baloo, con sonrisa de satisfacción y orgullo-. ¡Y pensar que, siendo tan joven, se ha acordaao de las Palabras Mágicas que sirven para los pájaros, en el preciso instante en que lo llevaban a través de los árboles !

-¡Bien se lo metiste en la cabeza! -contestó Bagheera-. Pero estoy orgullosa de él. Y ahora vamos a las Moradas Frías.

Todo el Pueblo de la Selva sabía dónde estaba este sitio, pero ninguno de ellos iba nunca allí, porque lo que llamaban las Moradas Frías era una antigua ciudad abandonada, perdida y enterrada en la Selva, y pocas veces se ve que las fieras usen un sitio donde antes estuvieron los hombres.

-La jornada nos llevará media noche... yendo a toda velocidad -dijo Bagheera, con lo, cual Baloo se puso muy serio.

-Iré tan aprisa como pueda -contestó lleno de ansiedad.

-No nos atrevemos a esperarte; síguenos, Baloo. Kaa y yo no podemos ir a paso tardo.

-Tenga pies o no, puedo yo correr tanto como tú con los cuatro que tienes -dijo Kaa lacónicamente.

Esforzose Baloo en acelerar el paso; pero tuvo que sentarse, jadeante, y así lo dejaron para que fuera más despacio, mientras Bagheera se adelantaba con el rápido galope propio de la pantera. Kaa no dijo una palabra; pero por mucho que corriera Bagheera, la enorme serpiente pitón de la Peña no sé dejaba adelantar.

-¡Por la cerradura que me dio la libertad! -exclamó Baghecra al desvanecerse la última luz del crepúsculo-, te aseguro que eres andadora.

-Tengo hambre -dijo Kaa-. Por otra parte, me han llamado rana con manchas ...

-Lombriz.. , lombriz de tierra..., y amarilla por añadidura.

-Lo mismo da. Sigamos -respondió Kaa.

Allá en las Moradas Frías, en lo que menos podían pensar los monos era en los amigos de Mowgli... Lleváronse al muchacho a la ciudad perdida, y con ello se quedaron muy satisfechos de momento. No había visto Mowgli, hasta entonces, ninguna ciudad india, y aunque aquélla no fuera va más que un montón de ruinas, túvola por espléndida y maravillosa. Llamaban los monos a este sitio su ciudad, y despreciaban al Pueblo de la Selva porque vivía en el bosque. Y, sin embargo, jamás supieron para qué se habían levantado aquellos edificios ni cómo habían de usarlos. Sentábanse formando círculos en la antecámara de la real sala del Consejo, y se rascaban buscándose pulgas y echándoselas de hombres; o bien entraban y salían, corriendo, de aquellas casas sin techos, y recogían pedazos de Yeso y ladrillos viejos, llevándolos a un rincón, que luego olvidaban. Habían, explorado todos los pasadizos y caminos subterráneos que existían en el palacio, los centenares de obscuras salitas; pero jamás se acordaron de lo que habían visto o dejado de ver, y así se paseaban de uno en uno, de dos en dos, o por grupos, diciéndose unos a otros que hacían lo mismo que los hombres hacen.

A Mowgli, que había sido educado conforme a la Ley de la Selva, no le gustó este género de vida, ni llegó a entenderla. La tarde llegaba ya a su fin cuando los monos se lo llevaron a las Moradas Frías, y en vez de irse a dormir, como Mowgli hubiera hecho después del largo viaje, cogiéronse de las manos y comenzaron a bailar y a cantar 1as más descabelladas canciones. Uno de los monos les echó un discurso, en el cual les dijo que la captura de Mowgli marcaba una nueva etapa en la historia de los Bandar-log, porque iba a enseñarles el modo de formar, juntando palos y cañas, un refugio contra la lluvia y el frío. Mowgli cogió algunas enredaderas y comenzó a entretejerlas, al paso que los monos trataban de imitarlo; pero, al cabo de pocos minutos, había dejado ya de interesarles aquello y se estiraban unos a otros la cola, o saltaban puestos,a gatas y tosiendo.

-Quisiera comer -dijo Mowgli-. En esta parte de la Selva soy forastero. Dadme, pues, comida o permiso para cazar aquí.

Veinte o treinta monos saltaron en seguida fuera del recinto, para traerle nueces y papayas silvestres; pero se enredaron en una pelea en el camino, y les pareció demasiada molestia el volver con los restos de aquellos frutos. Mowgli sentía el cuerpo adolorido, estaba tan malhumorado como hambriento, y anduvo errante por la ciudad abandonada, lanzando de vez en cuando el grito de caza de los forasteros; pero como nadie le contestara, se convenció de que realmente había ido a parar a malísimo sitio.

No bien hubo llegado a las murallas de la ciudad, hiciéronle retroceder los monos, diciéndole que no sabía él la felicidad que le había caído con estar allí, y pellizcándole para enseñarle a ser agradecido. Apretó él los dientes y nada dijo; pero fue, entre el alboroto producido por los monos, a una terraza colocada sobre los depósitos de piedra roja destinados al agua, y que se hallaban entonces a medio llenar. Por más derrengado, soñoliento y muerto de hambre que estuviera Mowgli, no pudo menos de reírse cuando veinte, a la vez, de los Bandar-log, comenzaron a decirle lo grandes, sabios, fuertes y discretos que eran y la locura que él había cometido al intentar separarse de ellos.

-Somos grandes; somos libres; somos admirables. Somos el más admirable pueblo que hay en toda la Selva. Todos lo decimos, y, por lo tanto, no puede menos de ser verdad -gritaban-. Ahora bien; como es la primera vez que puedes escucharnos y has de tener la ocasión de repetir nuestras palabras al Pueblo de la Selva para que en lo futuro se fije en nosotros, vamos a decirte cuanto se refiere a nuestras importantísimas personas.

Nada objetó Mowgli a esto, y los monos se reunieron por centenares en la terraza para oír a sus propios oradores, que cantaban alabanzas a los Bandar-log, y cuantas veces ocurría que uno de los oradores callara, por un instante, para tomar aliento, gritaban todos a la vez:

- ¡Cierto es! ¡Lo mismo opinamos nosotros!

Mowgli movía la cabeza en señal de asentimiento y parpadeaba, añadiendo un sí cuando le preguntaban algo, y sentía que la cabeza se le iba, aturdido por el alboroto.

También dos amigos de Mowgli contemplaban aquella misma nube desde los medio cegados fosos que circundaban la ciudad, porque, sabiendo lo peligroso que era el habérselas con el Pueblo de los Monos, cuando éstos se juntaban en crecido número, Bagheera y Kaa no querian arriesgarse demasiado. Jamás los monos aceptan la lucha como no sea en la proporción de ciento contra uno, y pocos son en la Selva los que se avienen con tan desiguales condiciones.

-Iré hacia el lado oeste de la muralla dijo Kaa en voz tan baja que parecía un leve susurro-; desee allí me lanzaré rápidamente aprovechando el declive del terreno. A mí no podrán echárseme encima a centenares; pero...

-Ya sé lo que hay que hacer. ¡Si Baloo estuviera aquí! ... Mas habrá que limitarse a lo que se pueda. Cuando esa nube pase por delante de la luna, cubriéndola, yo iré a la terraza. Allí celebran una especie de Consejo para hablar del muchacho.

-¡Buena caza! -dijo Kaa con aire feroz, y se deslizó con suavidad hacia el lado occidental del muro. Casualmente era éste el que se hallaba en mejor estado, y la enorme serpiente tardó algo en hallar camino transitable por entre las piedras.

La luna quedó cubierta por la nube, y cuando Mowgll se preguntaba qué iba a pasar allí entonces, oyó los pasos ligerísimos de Baghlera, que estaba ya en la terraza. La pantera negra había subido el declive casi sin ruido alguno, y comenzó a repartir golpes a diestro y siniestro entre la multitud de monos, que se hallaban sentados alrededor de Mowgli en círculos de cincuenta o sesenta de fondo. Sonó un aullido general de miedo y de rabia, y entonces, como Bagheera tropezara con los cuerpos que rodaban por el suelo pateando debajo del suyo, uno de !os monos gritó:

-¡No es más que uno solo! ¡Matadle! ¡Matadle!

Una desordenada masa de monos, mordiendo, arañando,.rasgando y arrancando cuanto podía, precipitóse sobre Bagheera, mientras cinco o seis se apoderaban de Mowgli, lo arrastraban hacia lo alto del cenador y lo metían por el agujero de la rota cúpula, dejándolo caer.

-¡Quédate aquí -le gritaron los monos- hasta que hayamos matado a tus amigos, y más tarde vendremos a jugar contigo... si el Pueblo Venenoso te ha dejado con vida!

-"¡Vosotros y yo somos de la misma sangre!" -dijo Mowgli, apresurándose a pronunciar las Palabras Mágicas que sirven para las serpientes. Oía distintamente roces y silbidos entre los escombros que lo rodeaban, y así, para mejor asegurarse, volvió a gritar lo mismo.

-¡Verdad esss! ¡Abajo las capuchas, vosotras! -dijeron media docena de voces muy bajas-.

Estáte quieto, Hermanito, porque tus pies podrían lastimarnos.

Mowgli procuró no moverse lo más mínimo, mirando a través de los calados de mármol y escuchando el ruido de la furiosa luchá contra la pantera negra: los aullidos, el rechinar de dientes y el golpear de la refriega, el hondo, ronco resoplido de Bagheera mientras retrocedía, avanzaba, revolvíase o se huidía bajo las enormes masas de sus enemigos. Por primera vez en su vida, Bagheera no luchaba ya más que para salvar su pellejo.

"Baloo debe de andar por ahí cerca, porque Bagheera no se hubiera atrevido a venir sola", pensó Mowgli; y entonces gritó:

-¡A las cisternas, Bagheera, a las cisternas! ¡Ve zambúllete dentro! ¡Al agua! Oyó Bagheera la voz, y, comprendiendo que Mowgli estaba a salvo, sintió renacer sus fuerzas. Desesperadamente, palmo a palmo, abrióse camino en dirección a las cisternas, repartiendo golpes en silencio. Entonces, desde el muro en ruinas más próximo a la selva, elevóse el rugiente grito de guerra de Baloo. El buen oso había hecho todo lo posible; pero aun así, no pudo llegar antes.

Llegó, casi sin aliento, a la terraza, y su cuerpo desapareció, en seguida, hasta la altura de la cabeza, bajo una verdadera oleada de monos,. pero plantóse resueltamente en dos pies y, abriendo los brazos, cogió entre ellos el mayor número posible de enemigos, y comenzó a golpearlos con un continuo ipaf!, ipaf!, ipaf!, parecido al chapoteo de una rueda de palas. El ruido -de algo que caía en el agua advirtió a Mowgli que Bagheera se había abierto paso hasta llegar a la cisterna, en la cual no podían ya perseguirla los monos.

Estaba echada la Dantera, con el agua hasta el cuello, respirando ansiosamente, mientras los monos la vigilaban desde los rojos escalones, prontos a saltar sobre ella en cuanto intentara salir para ir en ayuda de Baloo. Entonces fue cuando levantó Bagheera la cabeza, perdida ya toda esperanza, y lanzó, en busca de protección, el grito que sirve para las serpientes: "Tú y yo somos de la misma sangre", porque creyó que en el último momento Kaa se había vuelto atrás.

Estaba Kaa, en aquellos precisos instantes, acabando de abrirse paso por entre el muro situado hacia el Geste, y, con el último esfuerzo que hizo para trasponerlo, produjo el desprendimiento de una de las piedras de la albardilla, que fue a parar al foso. No quería desperdiciar ni una sola de las ventajas que le proporcionaba el terreno, y así se enroscó y desenroscó una o dos veces, para cerciorarse de que todo su larguísimo cuerpo estaba en condiciones de trabajar con lucimiento.

Entonces Kaa atacó en línea recta, rápidamente, sintiendo el vivo deseo de matar. Todo el poder que en la lucha tiene una serpiente pitón estriba en el empuje con que su cabeza embiste, apoyada por el fuerte y pesado puerpo. Su primera embestida fue contra el centro de la imponente masa que rodeaba a Baloo: fue una arremetida a boca cerrada, silenciosa, y no necesitó ir acompañada de la segunda. Los monos huyeron a la desbandada, gritando:

-¡Kaa! ¡Es Kaa! ¡Corred! ¡Corred!

Kaa era para los monos lo más temible de toda la Selva, porque ninguno de ellos sabía hasta dónde llegaba su poderío; ninguno se atrevía a mirarla cara a cara; y ninguno, tampoco, salió nunca con vida de entre sus anillos. Así fue que, muertos de miedo, huyeron hacia los muros, o los techos de las casas y Baloo pudo respirar al fin. Su piel era más gruesa que la de Bagheera; pero había sufrido gravemente en la lucha. Abrió entonces Kaa la boca por primera vez, produjo largo silbido, que era una de sus palabras, y los monos que desde lejos acudían presurosos en defensa de sus compañeros de las Moradas Frías quedáronse en el mismo sitio donde se hallaban, completamente acobardados, hasta que con su peso dobláronse y crujieron las ramas. Los que estaban sobre los muros y las casas vacías cesaron en su gritería, y en medio del silencio que reinó en la ciudad, Mowgli pudo oír a Bagheera sacudiéndose de encima el agua, al salir de la cisterna.

-Saca al hombrecito fuera de esa trampa, que yo nada más puedo hacer ya -dijo Bagheera casi sin aliento-. Cojámoslo y vamos. Podría ser que volvieran a atacarnos.

-No se moverán hasta que yo se lo mande. ¡Quietos; Asssí!

Silbó Kaa estas palabras, y la ciudad quedó en silencio una vez más. Y continuó Kaa, dirigiéndose a Bagheera:

-No pude venir antes, hermana; pero me parece que te oí llamar...

-Acaso.. ., acaso haya gritado en medio de la refriega -contestó Baghecra-. Baloo, ¿te han hecho daño?

-No estoy muy seguro de que, de tanto estirarme, no me hayan convertido en un centenar de diminutos oseznos -contestó gravemente Baloo, alargando primero una pata y después otra-.

¡Wow! Tengo todo el cuerpo adolorido ... Creo que a ti, Kaa, te debemos la vida Bagheera y yo.. !

-No importa. ¿Dónde está el hombrecito?

-¡Aquí, en la trampa! No puedo encaramarme para salir de ella -gritó Mowgli, que veía sobre su cabeza la curva de la rota cúpula.

-Sacadlo de aquí. Está bailando como Maó, el pavo real, y va a aplastar a nuestros pequeñuelos -pidieron desde dentro las cobras.

-¡Ja, ja! -exclamó Kaa riendo-, en todas partes tiene amigos este hombrecito. Echate un poco para atrás. Y vosotros, Pueblo Venenoso, escondeos. Voy a derribar la pared.

Practicó Kaa un detenido examen hasta descubrir en los calados de mármol una grieta que indicaba un punto débil; dio encima dos o tres golpecitos con la cabeza para calcular así la distancia conveniente, y entonces, levantando del suelo por completo el cuerpo, en una longitud de cerca de dos metros, dio con toda su fuerza media docena de terribles testaradas. El cenador se hizo pedazos, y Mowgli saltó por el boquete abierto, arrojándose entre Baloo y Bagheera, y pasando un brazo alrededor del cuello de cada uno.

-¿Te han hecho daño? -preguntó Baleo, abrazándolo tiernamente.

-Todo el cuerpo me duele, tengo hambre y estoy lleno de cardenales; pero, ¡oh!, ¡cómo os han puesto a vosotros! Estáis cubiertos de sangre.

-También otros lo están -replicó Bagheera relamiéndose y mirando el gran número de monos muertos que había en la terraza, en torno de la cisterna.

-¡Eso no es nada..., no es nada! ¡Lo principal es que tú te hayas salvado, ranita mía, orgullo mío! -gimoteó Baloo.

-Ya hablaremos de eso después, -dijo Bagheera, tan secamente que Mowgli se quedó desazonado-. Pero ahí está Kaa, a la cual debemos tú la vida y nosotros el haber ganado la batalla. Dale las gracias, según nuestra costumbre, Mowgli.

Volvióse éste y vio, a poquísima distancia de su cabeza, a la gran serpiente pitón, que balanceaba la suya.

-De modo que éste es el hombrecito -observó Kaa-. Muy fina tiene la piel, y en realidad no deja de parecerse algo a los Bandar-log- Cuida, hombrecito, de que algún día, allá a la hora del crepúsculo, al acabar de cambiar yo la piel, no me equivoque y te tome por un mono.

-"Tú y yo somos de la misma sangre" -contestó Mowgli-. La vida me salvaste esta noche; lo que yo mate en la caza será para ti, Kaa, siempre que sientas hambre.

-Mil gracias, Hermanito -dijo Kaa, cuyos ojos brillaron maliciosamente-. ¿Y qué es lo que puede matar tan fiero cazador? Desde ahora pido permiso para seguirlo cuando vaya de cacería.

-Nada mato. . ., soy demasiado pequeño para ello. . pero acorralo las cabras haciéndolas ir hacia el sitio en que están los que pueden apoderarse de ellas. Cuando tengas el vientre vacío vente conmigo y verás si te engaño. Tengo cierta destreza en el manejo de éstas -y al decirlo mostraba sus manos-, y si algún día llegas a caer en una trampa, podría ser que te pagara entonces la deuda que tengo contraída contigo, con Bagheera y con Baloo, aquí presentes. ¡Buena suerte para todos, maestros míos!

-¡Bien dicho! -gruñó Baloo, al ver la habilidad con que Mowgli había dado las gracias. En cuanto a la serpiente pitón, dejó caer por un momento y muy blandamente su cabeza sobre el hombro del muchacho, diciéndole:

-Tan grande tienes el corazón como cortés es tu lengua. Ambos han de llevarte muy lejos en la Selva, hombrecito; pero ahora márchate pronto de aquí con tus amigos. Márchate y vete a dormir, porque la luna va a dejarnos ya, y no está bien que veas lo que va a suceder.

Y Kaa se deslizó hasta el centro de la terraza, cerrando la boca con sonoro chasquido que atrajo las miradas de todos los monos.

-La luna se esconde -dijo-. ¿Queda aún suficiente luz para que me veáis?

Llegó de los muros una especie de gemido semejante al que produce el viento en los árboles y se oyó:

-Ya te vemos, Kaa.

-Bien. Ahora empieza la danza..., la Danza del Hambre de Kaa. Estaos quietos y mirad.

Enroscóse dos o tres veces en forma de enorme círculo, balanceando la cabeza de derecha a izquierda. Luego púsose a formar con el cuerpo óvalos y ochos, viscosos triángulos de vértices romos que se convertían en cuadrados y pentágonos, y torres hechas de anillos, no descansando un momento, no apresurándose nunca, ni cesando el zumbido de su canción especial.

Quedáronse parados Baloo y Bagheera como si de piedra fueran, lanzando sordos aullidos guturales, y erizados los pelos del cuello. Mowgli miraba sorprendido.

-Bandar-log -dijo, al fin, Kaa-., ¿podéis mover pie ni mano sin que yo os mande? ¡ Hablad!

-Sin orden tuya no podemos, Kaa.

-¡Bien! Dad un paso. Acercaos.

Las hileras de monos se inclinaron, sin fuerzas ya, hacia adelante, y al propio tiempo que ellas, Baloo y Bagheera dieron también un paso inconscientemente.

-¡Más cerca! -silbó Kaa, y se movieron de nuevo.

Puso Mowgli las manos sobre Baloo y Bagheera para apartarlos de allí, y las dos enormes fieras echaron a andar como si despertaran de un sueño.

-No separes de mi hombro tu mano -murmuró Bagheera-. No la separes, o tendré que retroceder. . ., tendre que ir donde está Kaa. ¡Aah!

-Si no hace más que trazar círculos en el suelo -dijo Mowgli-. Vámonos.

Y los tres se escaparon por un boquete abierto en las murallas, dirigiéndose a la Selva.

-¡Woof! -exclamó Baloo, al hallarse otra vez bajo los árboles-. Nunca más buscaré a Kaa para aliada.

-Sabe más que nosotros -agregó Bagheera temblando-. Si llego a quedarme allí un rato más, voy a parar derechito a su garganta.