FRANCISCO MORAZAN

El Paladin Centro Americano

(Tomado de la Prensa)

Década tras década se nos ha presentado a Francisco Morazán como el soldado, el estratega, espada desenvainada para luchar contra los enemigos del ideal, del proyecto unionista centroamericano.

La historia, sin embargo, va rescatando la otra dimensión, que cubre mucho mas espacio en su vida, aunque no resulte tan espectacular.

Morazán el hombre ilustrado, guiado por los principios de la filosofía enciclopedista, fundamento ideológico de lo que constituiría el mayor acontecimiento político del siglo dieciocho, la Revolución francesa, que alimentará la Revolución industrial, siglo XIX, senda del progreso y del bienestar.

Es preciso profundizar más la investigación para llegar a la esencia del pensamiento morazanista dirigido a la paz y no a la guerra, encauzado hacia la unión del istmo y no a la conquista del poder, alentador del progreso, impulsado por el fortalecimiento en la educación, dejando atrás un sistema colonial opuesto a la corriente ideológica que conmovía el continente.

El Paladín centroamericano no ha sido comprendido en su justa dimensión, puesto que los historiadores morazanistas y sus biógrafos "han insistido en sus brillantes triunfos militares, mencionando sólo en forma breve e incidental los verdaderos móviles, las razones, las ideas, las convicciones, los sentimientos que le impulsaron a tomar a las armas e intervenir directamente en los negocios públicos".

En su plan de gobierno favoreció la instrucción pública universal; se consumó la separación entre el Estado y la Iglesia; se consagró la igualdad política, la libertad de culto, la efectiva libertad de imprenta y otros derechos fundamentales de la persona, de acuerdo al principio, que unió al continente hispanoamericano en torno a la "libertad, igualdad y fraternidad".

Es la ilustración, el espíritu que a lo largo del siglo dieciocho fue anidando para ofrecer a la humanidad nuevos horizontes, esplendorosas metas en las que la persona, ser social, lograría su desarrollo integral y dispondría de oportunidades, negadas por el sistema colonial.

Hasta a la misma Iglesia se enfrenta Morazán, algunos de cuyos clérigos no ocultaron su alegría cuando en San José dedica su último pensamiento a la Patria Grande.

Frente a la pobreza, la ignorancia y el sectarismo, el Paladín libró batallas cívicas; con entereza y denuedo hizo frente a quienes gritaron con entusiasmo independencia, pero hipotecaron la ilusión de los centroamericanos para seguir con el mismo sistema, por diferentes que fueran las personas en el poder. Al colonialismo peninsular siguió un colonialismo criollo más perjudicial que el primero, pues generó una situación de guerras intestinas, cuyas secuelas atentan aún contra la unión en la parcela ístmica.

El culto a la Patria Grande, a la libertad y a las instituciones republicanas fue la llama que ardió en el corazón del Patriota centroamericano y sólo las balas de antihistoria lograron sofocarla momentáneamente. El ejemplo de su vida y de su muerte recorre la agitada historia de los cinco países hermanos, sobre los cuales no acaba aún de amanecer, pero Morazán vigila.

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