HISTORIA DE HONDURAS

Modernización y Subdesarrollo (1949-1999)

Por: Marcos Carías

El Progreso --ahora denominado desarrollo-- se concebía como un avance sostenido de mejoramientos materiales y culturales; un caminar hacia la modernización y el bienestar. Pero en países como Honduras y en los englobados en el contemporáneo término de "tercer mundo", la modernización trajo subdesarrollo, injusticia y pobreza.

Del sistema mismo se generó este resultado.

Ha sido este último medio siglo la época del capitalismo transnacional y corporativo. No es lo mismo compañía transnacional que compañía extranjera. Las bananeras no eran transnacionales, fueron transnacionalizadas en la década de los sesentas, cuando fueron adquiridas por otras corporaciones.

Fueron fusionadas a estas, sin que esta nueva casa matriz, como ocurrió cuando la Cuyamel pasó a ser parte de la United, se dedicara al negocio del banano. Lo que interesaba en estas fusiones era reunir los dividendos, los capitales de múltiples empresas dedicadas a diversos rubros de la producción, para poner a producir el dinero de todas y hacer, para todas, más dinero.

Han sido los tiempos en los que las grandes compañías abrían sucursales en varios países capitalistas, que se financiaban con fuentes intra o extra nacionales, de forma tal que su nacionalidad de origen se diluyó.

No eran propiamente norteamericanas, alemanas o japonesas, de allí su apelativo de transnacionales. Y de allí el carácter más elusivo del capital y su dominio en este período; la dependencia establecida no a través de un enclave localizado en el propio país sino a través de conglomerados aliados a otros conglomerados, en opacas y lejanas redes financieras y, muchas veces, extrañas operaciones bursátiles.

Ha sido también época de la gestión centralizada
desde los Estados nacionales, que se habían ido consolidando durante un siglo y de gestión planificada para producir el desarrollo económico y el bienestar popular.

Pero este keynesiano modelo precisaba de ingentes recursos, tanto para fortalecer las agencias estatales como para obras de infraestructura, industrialización, educación y salud. Generosas vías de financiamiento externo se pusieron a la orden de países como Honduras que carecían de suficiente producción y de suficientes recursos para responder al modelo.

Dicho modelo ha sido abandonado en la última década del siglo y aunque obtuvo importantes realizaciones, no consiguió el bienestar y el desarrollo y dejó, a cambio, una inconmensurable deuda externa.

Ha sido un período de acelerado crecimiento de la población mundial, incontenible, casi, en los países más pobres. En el primer medio siglo la población hondureña pasó de trescientos cincuenta mil habitantes a un millón; creció por tres.

En el segundo medio siglo ha crecido seis veces y ha pasado de un millón a seis millones. Es una población en un 50% menor de los veinticinco años y que se está concentrando desordenadamente en las ciudades.

La masificación y la juventud de los usuarios recarga el peso sobre los servicios de educación y salud, en los que, a pesar de ingentes esfuerzos por cubrir la demanda, siempre se sigue con rezago. Los esfuerzos en vivienda y transporte quedan aún más rezagados.

La pobreza en la sociedad tradicional era inclusiva, tenía su sitio dentro del tejido. Era lo que imperaba hasta 1949, cuando en la ocupación territorial sólo existían pueblos, algunos pequeños, otros grandes como la misma capital, Tegucigalpa.

Los pobres son clientes de los acomodados, son sus ahijados, su servidumbre. Ricos y pobres, cada quien está en su sitio, usualmente con la bendición de la Iglesia, y no se espera que haya muchos cambios, incluso se teme a los cambios, la economía carece de dinamismo, reproduce lo consuetudinario.

Cuando se entra al proceso de la modernización, acompañada por el subdesarrollo, la pobreza se vuelve marginal, los pobres quedan excluidos de la trama. Se hace esfuerzos por incorporarlos, que duda cabe, pero como un hongo la marginalidad prolifera.

Esto ataca las fibras de la cohesión social, produce dos mundos separados que se contemplan y no se aceptan según sea el tener o el no tener. Interviene negativamente en la gobernabilidad y tiende a deslegitimar al Estado, tanto a ojo de los poderosos como de los desvalidos.

Quiebra el sentido de identidad nacional que se había formado; dentro del barullo de la masificación aquel código ideal de símbolos y héroes se difumina. Con nostalgia se apela al viejo orden y al viejo espíritu cívico. Y la insolidaridad social, fruto de la pobreza, dificulta la re-elaboración de unos sentimientos patrios, que difícilmente resurgirán mientras no se cubran las necesidades vitales de las mayorías, dejadas por fuera.

© La Prensa Honduras, C.A.
1999 Derechos Reservados



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