HISTORIA DE HONDURAS

El arreglo bananero

En octubre de 1929 la bolsa de Nueva York se hundió. La década de los veinte, a ritmo de cine y jazz, había sido de optimismo financiero, audaces inversiones, exhibicionismo de riqueza. El pánico cundió por todo el mundo y el submundo capitalistas. La recesión económica, abruptamente, sustituyó a la bonanza, proliferaron el desempleo y el hambre. Era la hora de la sensatez y de la búsqueda de seguridad. O eso, o el suicidio.

Así lo entendieron en el exterior los inversionistas extranjeros y el mensaje llegó a la compañías bananeras. Todavía, por su feroz competencia, estuvieron a punto de llevar a Honduras y Guatemala a una guerra.

Desde la perspectiva de muchos hondureños, la conclusión de ese conflicto, que fue el arbitraje fronterizo firmado en Washington en 1933, benefició a Guatemala y privó a Honduras de la franja oriental del río Motagua para favorecer los intereses de la United Fruit sobre la Cuyamel, que hasta entonces venía siendo su enemiga.

Porque con la recesión, había llegado también la hora de la paz bananera. Había tanta prisa por lograr estabilidad que se obvió la preocupación de violar la ley norteamericana anti-monopolio: el pez grande, la United, se comió y compró al pez chico, la Cuyamel. El arregló quedó concluído pero aún con un desenlace inesperado.

Los elegantes ejecutivos neoyorquinos y bostonianos de la United no se lo podían creer cuando en la primera reunión, luego del arreglo, la Presidencia de la nueva compañía consolidada recayó en Samuel Zemurray, el competidor supuestamente derrotado, el inmigrante ruso que todavía chapuceaba el inglés. Zemurray deshizo la empresa que tanto le había costado pero, actuando con sigilo, mediante terceros y adquiriendo aliados, consiguió el suficiente número de acciones y de votos como para ser electo Presidente de la Compañía que tanto combatió. Y fue Presidente indiscutido de la United durante el resto de sus días.

El Cirujano de Hierro

Había, además, que pacificar Honduras. La prensa, la nueva literatura, la población en general, todos coincidían en que las guerras fratricidas eran el más nefasto de los males. Tio Sam tenía que proteger sus inversiones.

Abundaban los ismos desestabilizadores: comunismos, socialismos, anarquismos, fascismos, militarismos.

Todos con mucho gramo de violencia social y de reivindicación patriótica contra lo extranjero. En el ámbito hispánico, los países se sentían muy alejados de las primarias ilusiones de libertad, igualdad, fraternidad; en lugar de eso arbitrariedad, pobreza, incultura. Hacía falta, y era un clamor muy extendido, un cirujano que cauterizara las heridas de la patria, aunque fuera con una mano de hierro.

Los dirigentes políticos que se presentaron a las elecciones presidenciales de 1932 tenían condiciones para desempeñar ese papel. Por el Partido Liberal, en el poder, compitió el polemista José Ángel Zúniga Huete.

Como Ministro de Guerra en el gobierno del General López Gutiérrez no había vacilado en disolver a tiros manifestaciones del partido opositor, el de los nacionalistas. En esta ocasión, habiendo perdido las elecciones, dio instrucciones a los comandantes de armas que le eran fieles de no entregar el poder al partido vencedor y así precipitó al país a un nuevo conflicto armado.

Después, en el exilio, se distinguió por su intransigencia, no sólo frente a sus adversarios sino, y de forma muy metódica, contra los miembros de su partido que le llevaran la contraria.

El mandado lo obtuvo el candidato del Partido Nacional, Tiburcio Carías. Las de 1932 eran las segundas elecciones que ganaba. En las de 1924, aunque triunfante, no pudo ocupar la Presidencia. Desde ese año, era el hombre fuerte del Partido Nacional, cuando derrotó a los dos aspirantes liberales, su antiguo mentor don Policarpo Bonilla y a Juan Angel Arias.

Por alegada falta de mayoría absoluta, el Presidente en funciones Rafael López Gutiérrez se declaró dictador y Carías tuvo que bajar victorioso de los cerros. Pero pactos firmados en Washington por los países centroamericanos impedían que el jefe de un movimiento armado accediera al solio presidencial. Carías tuvo que esperar y tuvo para desesperarse, en 1932, cuando de nuevo su triunfo electoral era puesto en entredicho por el partido gobernante.
Superó este escollo y cumplió su mandato constitucional de cuatro años. Entonces, modificó la Constitución y se hizo reelegir seis años más, por una Asamblea Constituyente integrada sólo por sus fieles partidarios. Repitió la receta en 1942 y concluyó su tercer período en 1948. Obsesión de Carías fue la de imponer la paz. La guerra civil de 1932 fue la última guerra civil en Honduras.

© La Prensa Honduras, C.A.
1999 Derechos Reservados



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