HISTORIA DE HONDURAS

La Reforma Liberal

Orden y Progreso

La divisa de los gobiernos latinoamericanos de la reforma liberal, establecidos durante el último tercio del siglo XIX, fue la de Orden y Progreso.


Esta fue la consigna que enarbolaron Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa al inaugurar su gobierno en Amapala, en Agosto de 1876. Eran hombres jóvenes, de escasos treinta años, pero que ya habían probado su valía al servicio del gobierno reformista de Guatemala.

Traían fuerte apoyo y, precisamente en Amapala, fueron acompañados por los Presidentes de Guatemala, El Salvador y Costa Rica. No habían participado en los conflictos hondureños internos, eran hombres nuevos y esto les granjeó el respaldo de sus conciudadanos para implantar la ansiada paz.

Se venía de un período aciago y las circunstancias se habían deteriorado a partir del asesinato del Presidente Guardiola, en 1862. La revolución liberal guatemalteca de 1871 aceleró las contiendas pues muchos políticos y militares pugnaban por ser los escogidos para realizar un movimiento paralelo en Honduras. Hubo momentos en los que hasta cuatro presidentes simultáneos pretendían mandar en el país. En 1874 la capital, Comayagua, fue sometida a un sitio devastador.

Soto y Rosa se presentaron, por propia definición, como una nueva era y fueron acogidos con general beneplácito. Pero, asímismo, decidieron implantar el orden y eliminar los vestigios del revoltoso pasado.

En Febrero de 1878, tras un juicio militar por conspiración, fue fusilado en Santa Rosa el general José María Medina. Pareja suerte corrió poco después el notorio insurrecto Calixto Vázquez, el indio, apodado "cortacabezas".

Sobre Medina hicieron recaer los gobernantes reformistas todos los males del pasado. En realidad, durante su gobierno se habían dictado leyes que anunciaban la reforma; el mismo malhadado proyecto del ferrocarril era una apuesta a favor del progreso y el dirigente reformista guatemalteco, Justo Rufino Barrios, firmó un convenio con Medina creyendo que podía convertirse en el reformador de Honduras.

Pero, por la otra parte, un negativo halo de violencia parecía acompañar siempre a este caudillo graciano que terminó sus ejecutorias en el paredón de los fusilados para refrendar que el Orden se había hecho presente en el país.

El Progreso, a su vez, dijo también presente con una obra concreta: el telégrafo. El tendido de líneas telegráficas pronto alcanzó múltiples rincones por todos los rumbos de la nación.

Desde entonces hasta 1950 el telégrafo fue el medio más popular para comunicar entre sí a los apartados pueblos de Honduras. Ramón Rosa fue de la opinión que más hacía por el bien de la patria el modesto pero imprescindible telegrafista, que el togado Bachiller en filosofía.

© La Prensa Honduras, C.A.
1999 Derechos Reservados



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