HISTORIA DE HONDURAS

La Sociedad Hondureña Colonial

Los indígenas: Unas 40 000 personas. El proteccionismo que inspiró la formación de los pueblos de indios no evitó que la población indígena siguiera su espiral decreciente durante el siglo XVI. Los pueblos de indios de la zona central fueron viendo disminuida su población a lo largo de la colonia. La fortaleza de los pueblos de indios se contrajo a la zona occidental, excepto en Santa Bárbara adonde el corregimiento de Tencoa prácticamente desapareció. La población indígena terminó concentrada en esta área, Gracias, Intibucá, por cierto marginada del corredor central económico, político y administrativo de la provincia, que iba de Choluteca a Omoa, pasando por Tegucigalpa y Comayagua. Con todo, en pueblos de indios ricos, como Erandique, se concentraba tanta población como en las capitales provinciales.

Se era indio no tanto por raza sino por estar ubicado en una comunidad de indios.

Mantuvieron sus tierras de cultivo pero no tenían libertad de movilización. Debían residir en sus pueblos. Hubo frecuentes fugas de indígenas que, o bien eran restituidos por las autoridades a sus lugares de residencia obligatoria o se confundían con la población mestiza y se ladinizaban.

Los censos dan datos a ojo de buen cubero para la población oriental no dominada, la de las montañas de Yoro y Agalta, llamados globalmente Jicaques. Dan cifras, fuera del censo y posiblemente abultadas, sobre la población misquita, de hasta unos 50 000 habitantes. Esto denota la ignorancia que se tenía respecto a aquella región, el legendario temor que se había creado debido a sus incursiones y depredaciones, y la imposibilidad de distinguir entre la población misquita que vivía dentro de los límites de Honduras de la que vivía del lado nicaragüense.

Los mestizos:

Unas 80 000 personas. El mestizaje es el fenómeno poblacional más relevante en la época colonial. Se les llama ladinos, por usar del español, derivado del latín, y por adoptar las costumbres españolas. También se denominan "castas" por el elevado número de combinaciones étnicas surgidas de los troncos primarios. El mestizo hondureño es mestizo de segunda y tercera generación, o sea producto del cruce de personas ya mestizas entre sí. El nombre más común que se les aplica es el de "pardos", con lo que se entiende ser descendientes de personas del tronco indígena, blanco-español o negro-africano.

Los oficios artesanos que les enseñaron los españoles o que practicaban sus ancestros indígenas son campo propicio para los mestizos.

En las villas serán ellos los carpinteros, los fabricantes de adobes y constructores de viviendas, los herreros, curtidores, talabarteros, barberos. Pronto son también los proletarios, o sea los que por un sueldo o jornal convenido trabajan en las minas. Pero además, con gran indignación de los criollos, serán los güirises o mineros populares, grupos de familias que incursionan en minas descuidadas por sus legítimos propietarios o que lavan en los ríos.

No hubo política agraria para los mestizos, esto es, no se les asignaron tierras para que las cultivaran, pero siempre gozaron de movilidad y así se fueron ubicando en la zona rural. Los mestizos son los vaqueros y peones de las haciendas. Muchos de ellos originaron pequeñas poblaciones dentro de las haciendas, alquilando tierras a los dueños y sembrando esos suelos para subsistir. Eran las llamadas rancherías. La aldea de Suyapa, vecina a Tegucigalpa, surgió de una ranchería ubicada dentro de la hacienda "El Trapiche".

Además, como forma muy peculiar de la sociedad colonial hondureña, los mestizos dieron lugar a los llamados "valles". No se debe confundir con el correspondiente accidente geográfico. Estos valles eran lugares descombrados en la montaña donde se ubicaban familias poco numerosas y dispersas de mestizos. Tales sitios carecían de dueño, es decir que pertenecían al Rey, que era el titular de toda tierra sobre la cual no hubiera hecho donación o merced. Estos mestizos, invasores de espacios realengos, dieron lugar al surgimiento de numerosos poblados en toda el área central del país. Los mestizos se dedicaron asimismo al transporte, eran los muleros que conducían recuas que llevaban mercadería de un punto a otro de la provincia, asi como eran achineros o comerciantes ambulantes.

Los artesanos cumplían con obras de calidad, de duración asegurada, para las que había una demanda restringida y puntual; las minas caían en frecuente crisis, las haciendas no precisaban mucha mano de obra; aquellos que no querían dedicarse a la enmontañada agricultura de subsistencia en los valles, vegetaban en las ciudades. Los mestizos eran, entonces, los vagos sin oficio ni beneficio. Los centros mineros, por otra parte, son proclives en todo tiempo a generar una población delincuencial o semi-delincuencial.

Los mestizos conformaban así el lumpen: eran, sobre todo cuando un mineral estaba en apogeo, los ladrones, los timadores, los que se dedicaban al juego, a la venta de licores, o las mujeres magas y adivinadoras, prostitutas, los saltimbanquis y titiriteros de ambos géneros. No es de extrañar que el significado de "ladino" se hubiera ido deslizando de mestizo a persona tramposa, engañadora. Tampoco es de sorprenderse de que los curas doctrineros prohibieran a los mestizos acercarse a los pueblos de indios por juzgar que los corrompían y estafaban.

El Obispo Cadiñanos presenta un cuadro muy negativo de los mestizos, en especial los que vivían en los valles. Alejados de los sacramentos, pues no había curas que los visitaran, los muestra anegados en los pecados de la promiscuidad y del incesto. Esto significa que al ser pequeños estos grupos familiares, era frecuente la unión libre entre primos hermanos y entre tíos y sobrinas. Las autoridades civiles tampoco los alcanzaban. Era gente que no pagaba ningún tipo de tributo y que se huía a lo espeso de la montaña cuando se aproximaban las autoridades a censarlos o a conocer sobre su producción o a pretender reclutarlos para faenas tales como la construcción del Castillo de Omoa.

Esta población mestiza rural vivía en una situación libertaria, sin mayores ataduras sociales pero con la desventaja de pagar esta situación con un nivel de vida muy precario, a base de una agricultura de escasa y monótona producción.

Tenemos así, en vísperas de la independencia, a una cúpula criolla, rodeada por sus servidores, una población indígena en sus pueblos, ya un tanto marginados, y una ebullente y mayoritaria población mestiza.
© La Prensa Honduras, C.A.
1999 Derechos Reservados  

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