HISTORIA DE HONDURAS

La Economia Colonial

Una minería cíclica La dimensión cuantitativa de las extensas y ricas zonas mineras mejicanas o peruanas excede en mucho a la de una provincia pequeña como era la Gobernación de Honduras.

Pero hubo otros factores no relacionados con esta breve dimensión que hicieron que la minería colonial hondureña se moviera en ciclos de auge, nivelación, estancamiento y depresión.

En el año 1585 se alcanzó el pico más alto en la producción hondureña de metales preciosos; la bonanza siguió hasta 1610, luego se nivela y para 1630 se ha estancado y entra en depresión.


Habrá luego sucesivos repuntes a finales del XVII alredor del mineral de El Corpus y durante el siglo XVIII con la entrada en explotación de sitios de importante producción como Cedros, San Antonio de Oriente y Yuscarán.

¿Qué circunstancias mantuvieron a la minería hondureña colonial en una situación de baja o desigual productividad?.

El problema de la mano de obra

La gobernación no sustentaba una población abundante. Los pueblos de indios decrecieron en la segunda mitad del XVI y los principales de ellos se localizaban en Occidente, muy alejados del circuito minero. Además había leyes que impedían utilizar a los indígenas dentro de los túneles. En la época del boom inicial se compró entre 2500 y 3000 esclavos africanos, pero el general proceso de encarecimiento de todos los bienes que se experimentó en el siglo XVII elevó los precios de los esclavos y los mineros de Honduras no los podían adquirir.

Son frecuentes las peticiones de estos para que se les permitiera utilizar indígenas en los túneles o las de ir a proveerse de ellos por el lado de la Nueva Segovia. El empleo de la mano de obra mestiza, población que paulatinamente iba en ascenso, compensó pero no solucionó satisfactoriamente esta escasez de mano de obra.

Falta de capital

La minería es una empresa que, tanto en la etapa de prospección como en las de explotación y mantenimiento requiere de fuertes y continuas inversiones. Damos en figurar que era la Corona Española la que extraía todo el oro y la plata y todo se lo llevaba para la penísula.

La Corona Española cobraba el quinto real, o sea el 20% sobre lo extraído por los dueños de las minas, ya que las minas eran empresa privada, funcionaban con capitales privados de la localidad.

No hubo, desde los tiempos iniciales, adinerados pobladores en el área de Tegucigalpa; muchos propietarios de minas residían en Guatemala. En los distritos mineros los propietarios de minas venían a constituirse en la élite de la sociedad y hay evidencias de que la élite colonial de Tegucigalpa se organizó tardíamente, hasta en el siglo XVIII.

Esto indica que hubo empresarios que luego de un auge decayeron, y otros que, quizás, al hacer algunas rentas marcharon a otras provincias más prósperas o volvieron a España. La falta de capital incidía desfavorablemente en el mantenimiento de las minas, las que al caer en desuso se inundaban y quedaban próximas a derrumbarse.

Tecnología primitiva

Durante el siglo XVI se generalizó en Europa el uso del mercurio para separar el buen mineral de la broza. Dado que podía establecerse la relación entre el mercurio utilizado y la cantidad de mineral beneficiado, la Corona Española estancó este producto, monopolizando su distribución.

El control del mercurio permitía calcular el monto de lo producido y deducir así el impuesto que se debía enterar al fisco. Los empresarios hondureños optaron por no aplicar mercurio y evadir ese control, acudiendo a procedimientos más toscos a base de fuego para disgregar la amalgama, lo que resultaba contraproducente tanto para la cantidad como para la calidad de la producción.

Mano de obra insuficiente, escaso capital, precaria tecnología fueron factores que deprimieron la producción minera hondureña, que por tiempos repuntaba gracias a la bondad de algunos sitios que abundaban en metales preciosos.

La ganadería, una alternativa

Ninguna plaga o alimañas o inclemencias del tiempo impidieron la proliferación montuna de cerdos, vacunos, caballos, cabras. Pero esta población no sólo aumentaba vegetativamente, también fue objeto de cuidado económico.

Las Estancias

La crianza de animales se inició en parcelas más bien pequeñas y vinculada al trabajo en las minas. Había que alimentar a los operarios, acarrear materiales, mover norias, transportar mineral, aprovisionarse de odres, alforjas de cuero, cinchos, reatas y muchos otros implementos. La estancia criaba asnos, mulas, caballos, cerdos y vacunos para todos estos menesteres.

La Hacienda

El avance poblacional hacia el oriente del país, a lo largo del siglo XVII, por las zonas de Cuscateca (Danlí) y Juticalpa empezó a abrir tierras muy aptas para la ganadería extensiva, en las que pronto el número de cabezas de ganado sobrepasó ampliamente al número de pobladores.
Los mineros criollos encontraron en la hacienda ganadera la respuesta económica a los desvelos e ingratitudes que el fluctuante negocio extractivo les reportaba. Otros entraron de lleno, directamente, a esta producción.

La inversión era de poca monta, peonadas no muy numerosas de vaqueros mestizos se daban abasto para las faenas de la hacienda, las autoridades las estimulaban para alimentar las minas y sobre todo las ciudades, y no existía la presión fiscal, de inquisitorial vigilancia, como la obligada por la política real encima de la extracción de metales.

El siglo XVIII ya será de consolidación de la hacienda ganadera latifundista, por el Este de Tegucigalpa, Choluteca y Olancho. Así los terratenientes se asentarán sobre la cúpula de la sociedad.

La economía de la Gobernación de Honduras tuvo impacto sobre la Capitanía General y gobernaciones vecinas. En tiempos de auge, de la minería hondureña se proveía la Capitanía General para sustentar su presupuesto administrativo, y de ahí el interés de Guatemala para nombrar a los Alcaldes Mayores.

La economía ganadera se volvió complementaria de la economía del vecino El Salvador. Esta provincia se había ido especializando en productos agrícolas de exportación; primero el cacao, luego el jiquilite de que se extraía el añil, usado como colorante en la industria textil europea. Esta economía agrícola encontró un adecuado complemento en la ganadería hondureña. Los ganaderos hondureños acudían con sus hatos a las ferias salvadoreñas, en especial a la de San Miguel, y también solían llevar su ganado hasta la capital audiencial, Guatemala.

Y en el trajinado camino del tránsito, por el istmo de Panamá lucían su briosa estampa las mulas hondureñas criadas en Pespire.

La hacienda dio lugar no sólo a un provechoso rubro económico alternativo, que superó a la minería, sino además a un mundo cultural de enérgicos contornos conformado alrededor del patrón o dueño del fundo: allí estaban su casona solariega, su parentela y sus clientes, los vaqueros y peones, las diferentes clases de mujeres servidoras, todo un amplio conjunto de personal, usualmente mestizo, ligado con lazos de fidelidad y compadrazgo con el patrón-propietario que, junto a su pudiente familia, nucleaba el mundo de las haciendas ganaderas hondureñas.

PATRIMONIO NACIONAL

Frecuente se escucha la muy desacertada frase "iglesias de los españoles" o las que "nos dejaron los españoles", para referirse a las que fueron construidas en la época colonial. Tenemos también por costumbre creer que toda obra de uso público, una escuela, un puente, un parque, han sido erigidos por "el gobierno". Pues bien, ¡podrán ser contados con los dedos de la mano y aún faltar, los españoles que intervinieron en la construcción de nuestras iglesias! Todas fueron levantadas por hondureños y hondureñas de aquellos tiempos. Nunca faltó un promotor eclesiástico, obispo o párroco, pero el trabajo de construirlas siempre fue producto de una empresa comunitaria.

La principal de estas edificaciones es sin lugar a dudas, la catedral de Comayagua. Fue comenzada por 1665 y finalizada en 1711. Nótese que son los años más negros de la llamada decadencia de España, bajo el reinado de Carlos II. Y esto no es contradictorio.

La crisis en la metrópoli no significó crisis pareja en las colonias. Ciertamente, la famosa flota de las Indias dejó de salir año con año, la corrupción y venta de cargos públicos campeó a sus anchas, pero por lo mismo la presión fiscal decreció y la falta de comunicación tendió a liberar recursos que las provincias ultramarinas pudieron invertir localmente.
La capacidad para emprender una obra como la Catedral, por parte de las gentes de Comayagua, indica la existencia de un relevante grado de riqueza comunitaria. En la obra todos intervenían, quienes con su trabajo, quienes con sus contribuciones monetarias y limosnas.

Muestra también capacidad de gestión y vigorosa iniciativa por parte de un sector que representa el liderazgo local. Una obra de este género constata una toma de conciencia y es un índice de lo que se ha denominado "la patria del criollo", o sea, de la afirmación de una sociedad con rasgos propios, aunque siempre dentro de los parámetros globales del imperio hispánico.

El aprendizaje de los constructores de iglesias fue significativo. El punto de partida: un estilo que algunos especialistas denominan franciscano, aunque no era privativo de esa Orden. Fue el estilo en que se construyeron las primeras edificaciones y que en realidad nunca desapareció del todo. Se caracteriza por su simplicidad y pobreza de medios: fachadas lisas, sin ningún adorno, un pequeño remate triangular que permite distinguir que se trata de una iglesia y no de una casa particular. Multitud de ermitas jalonan el paisaje del país, obedeciendo a este modo de los primeros tiempos.

Compárese la diferencia entre la fachada de una humilde iglesia, como el templo de San Francisco en Tegucigalpa, con la fachada barroca de la catedral de Comayagua, para apreciar ese significativo aprendizaje.

La catedral fue impulsada en sus comienzos por el Obispo Merlo de la Fuente, mejicano, que trajo artesanos de Puebla para fabricar el retablo del altar de la capilla del Sagrario. Obras como esta y otras obsequiadas por los lejanos Reyes españoles sirvieron como modelo a los talladores locales.

La última parte en construirse fue la fachada y en ella, como en la solución que se había dado a la cubierta de las tres naves, con bóvedas de cañón corrido y cúpula con recubrimiento esmaltado, se manifiesta un profesionalismo adquirido de forma notable, mediante una creativa experiencia de estos constructores que han venido permaneciendo en el anonimato.

El arte: espacio de confluencia indígena y español

La fachada es una lección de teología y está dedicada a exaltar la inmaculada concepción de María. Era una fuerte creencia defendida por las iglesias hispánicas, que la Iglesia romana no había elevado aún a nivel de dogma. En piedra y de bulto, los doctores de la Iglesia se representan en la fachada, como para testimoniar ese misterio.

Y en forma de palmeras y piñas allí figuradas, la tierra del país le rinde su homenaje. La lección se repite en el retablo del altar mayor, coronado con una imagen de la Inmaculada, Patrona de la ciudad, una muy bella talla de procedencia andaluza.

El incendio del viejo templo parroquial de madera estimuló a los vecinos del Real de Minas de Tegucigalpa, que decidieron construir, en 1765, una iglesia con materiales y estampa más duraderos. El binomio ganadería-minería había, por fin, asentado a una élite identificada con los intereses de la ciudad.

Menos abierta que Comayagua a influencias exteriores, que allá las suministraba sobre todo el Obispado, fueron figuras eclesiásticas tegucigalpenses las que promovieron y vieron concluida, hacia 1785, su construcción: los presbíteros José Simeón de Zelaya, el iniciador, y Juan Francisco Márquez, el que la vio concluida.

La obra le fue encargada al arquitecto guatemalteco Gregorio Naciancino Quiroz.
Sus dimensiones no son monumentales pero sí elegantes y proporcionadas. En la fachada están representados, lo que no es muy común, los siete arcángeles, destacándose el patrón de la ciudad, San Miguel, vencedor del demonio.

Fino, como en todo Honduras, es el trabajo de repujado en oro que se luce en los altares y en el altar mayor. Hay detalles figurativos de sello propio, como las volutas en forma de sirena, en el retablo del altar mayor, o como el extraordinario carruaje de Elías, que corona el púlpito. Sin olvidar las pinturas del ábside, que en honor de los cuatro evangelistas produjo José Miguel Gomes, quizás el más importante de los pintores coloniales, nativo de esta Tegucigalpa que está definiendo sus perfiles.

Según una tradición, hubo incluso una competencia. Los "pardos" del barrio de los Dolores, artesanos y transportistas (muleros) se propusieron tener su propia y digna Iglesia y le entraron al trabajo al tiempo que los criollos, y aun terminaron su Iglesia, dedicada a la Virgen de los Dolores, antes que aquellos.

La impronta popular de las etnias ladinas e indígenas, a pesar de las manipulaciones que esta iglesia ha sufrido, aún puede admirarse en la fachada y en el uso de motivos sincréticos, como el sol y la luna, para representar a la divinidad.

El arte colonial hondureño no se redujo a Comayagua y Tegucigalpa. En el istmo sólo Guatemala sobrepasó a la provincia hondureña en cuanto a número, calidad, ubicación de una riquísima producción en arquitectura, escultura, pintura y objetos de culto. Hay que mencionar y, desde luego, recorrer hoy día los Departamentos de Lempira, Choluteca, Santa Bárbara, Yoro, Copan o Intibucá, para admirar lo que la comunidad colonial supo edificar con su esfuerzo e inventiva.

Mención especial merecen las Iglesias en pueblos de indios. De acuerdo con el Obispo Cadiñanos, a finales del siglo XVIII eran las iglesias mejor atendidas y cuidadas de la provincia. Algunas de ellas son auténticas joyas del arte colonial hispanoamericano, como la de Belén Gualcho o San Pedro de Colohete.

Quien se extrañe de que estén situadas en lugares hoy tan apartados debe tener en cuenta que los comunicaciones en aquel entonces eran diferentes y que las comunidades de indios, que sostenían importante población y producción, estaban en rutas principales; no eran pueblos perdidos en el mapa.

Criollos, pardos, indígenas, todos manifestaron su fe y su capacidad de realización comunitaria en la construcción de sus iglesias. Estas son obras que entonces sintetizaban la expresión de la cultura, en términos universales, al engarzarse de forma sobresaliente al arte barroco del Imperio y, en términos particulares hondureños, por su realización peculiar y concreta, producto de la sociedad colonial de la provincia, legándonos con ello además un patrimonio nacional invaluable.

© La Prensa Honduras, C.A.
1999 Derechos Reservados



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