HISTORIA DE HONDURAS

La Honduras colonial. (1542-1800)

(Por Marcos Carías Escritor
profesional de la historia y la filosofía,
considerado uno de los más altos
representantes de la intelectualidad
en Honduras)

Conceptos fundacionales:
Las Leyes Nuevas

La resistencia civil, laboral y bélica de los indígenas fue el contexto ejemplar que sirvió de inspiración para la lucha por la justicia asumida por un combativo grupo de españoles, en su mayor parte gente de la Iglesia, y en la que sobresalió la Orden religiosa de Santo Domingo y de los Dominicos, particularmente su líder Fray Bartolomé de Las Casas.

Se ha señalado que las Leyes Nuevas emitidas en Barcelona en 1542 marcaron un punto de inflexión en el proceso de la conquista, sobre todo para los territorios de la Audiencia de los Confines. Esta legislación que sancionó disposiciones destinadas a proteger a los indígenas fue, en buena medida, fruto de la tesonera labor del Padre Las Casas y sus compañeros.

Tres medidas álgidas, entonces discutidas con vehemencia, presentó Las Casas ante la Corona, en 1542: suprimir de una vez por todas la esclavitud de los indígenas, la encomienda directa y las guerras de conquista. En la primera de ellas tuvo éxito completo. Había un antecedente. En su testamento la Reina Isabel, la Católica, determinó que a los indios debería considerárseles súbditos libres de Castilla y no esclavos. El esclavismo había desaparecido de Europa pero se admitía en las guerras con infieles y en las luchas contra los turcos mahometanos, donde los que caían cautivos eran sometidos a esclavitud, e igual trato se le dispensaba a los cristianos capturados por los turcos.

Los conquistadores, comerciantes o pobladores hicieron hasta lo imposible para probar que los indígenas eran paganos bárbaros y agresivos, repletos de innombrables costumbres y, por principio natural, merecedores de la esclavitud.

Pero el problema de fondo no era conceptual ni legal, era laboral: la necesidad de tener acceso directo y sin limitaciones a la mano de obra indígena.

Las razzias esclavistas contra la costa hondureña fueron tenebrosas acciones sobre la base de tales postulados y de esa necesidad que encubrían.

Es frecuente escuchar que, durante la Colonia, los indígenas americanos fueron esclavos de los españoles, lo cual es incorrecto porque estas Leyes Nuevas de 1542 los liberaron definitivamente de tal servitud. El Padre Las Casas lamentaría no haber sido tan vehemente, como en el caso de los indígenas, a la hora de luchar en contra de la esclavitud africana.

En las otras dos medidas tuvo éxito parcial y diferido. Las guerras de conquista fueron prohibidas pero sólo en 1573, treinta años después; la encomienda directa fue condenada pero a ser suprimida progresivamente.

En esta lucha por la justicia, entre el triunfalismo y los pingües negocios de quienes se estaban apoderando de un nuevo mundo y sus habitantes, había que pasar con urgencia del papel de la Ley a las acciones reales.

Ante la Audiencia de los Confines, que por entonces tenía su sede en la ciudad hondureña de Gracias, en 1545 presentaron requerimiento los Obispos de Chiapas, Bartolomé de Las Casas, de Guatemala, Francisco Marroquín, y de Nicaragua, Cristobal de Valdivieso, a fin de que las disposiciones favorables a los indígenas fueran aplicadas por dicho tribunal. Se acusaba que en dicha región el Adelantado Montejo y sus allegados poseían encomienda no justificable sobre unos 60 000 indígenas.

En teoría, la encomienda parecía más benigna que la esclavitud, aunque fue igualmente devastadora. Provenía de la España medieval: en la frontera de la guerra contra los moros los campesinos pobladores eran encomendados al cuidado de Ordenes militares que los protegían a cambio de que aquellos tributaran de sus cosechas para la debida alimentación de estos caballeros.

En el nuevo mundo a cada poblador español se le debía asignar en encomienda un lote de indios, quienes tenían que procurarle el sustento y trabajarle sus tierras; a cambio el poblador español les aseguraba techo y tenía que velar para que recibieran la fe cristiana y conocieran los civilizados usos europeos. Además del mal trato permanente y del severo regimen de trabajo, fue devastadora la encomienda porque en las asignaciones realizadas se separaba a las parejas y se dejaba a la niñez desamparada. Así se sacrificó a los más débiles y una generación entera pereció antes de nacer.

Las Leyes de 1542 dictaminaron que las autoridades civiles o eclesiásticas —gobernadores, contadores y tesoreros de la real hacienda, párrocos, obispos— no podían tener encomiendas, y a quienes se les había adjudicado tenían que devolverlas; asimismo, suprimírselas a los que gozaban de encomiendas desde tierras lejanas, recortárselas a los que se habían adueñado de grandes cantidades de trabajadores indígenas y quitárselas a los que, reconocidamente, infligían malos tratos a sus encomendados.

Las Leyes prohibían usar a los indígenas como bestias de carga y arriesgar sus vidas en las pesquerías de perlas (disposiciones posteriores prohibieron que trabajaran en las minas, dentro de los túneles), e incluso para aquellos que hacían un uso legal y comedido de su encomienda, había un plazo fatal pues no podían heredarlas a sus descendientes.

Las Leyes Nuevas fueron violentamente rechazadas por los conquistadores-encomenderos. Lo que los motivaba era tener tierras y trabajadores que se las cultivaran. Podían ser esclavos o encomendados, pero los requerían bajo su inmediato dominio para beneficiarse con mayor rapidez de los productos de la tierra y enriquecerse. Soñaban luego con fundar un linaje y heredar estas posesiones a sus hijos, igual que hacían los grandes señores terratenientes de la penísula.

Hubo rebelión contra estas Leyes en el Perú, así como en Nicaragua, donde los hermanos Pedro y Rodrigo de Contreras, nietos de Pedrarias Dávila, asesinaron al Obispo Valdivieso en 1550, por ser promotor de las mismas, para terminar siendo ejecutados en Panamá cuando pretendieron tomar por asalto esa ciudad. Cuando los tres obispos presentaron sus requerimientos ante la Audiencia de los Confines para que se cumpliera con las Leyes, fueron rechazados, y el Presidente de la Audiencia, Alonso de Maldonado, echó del local al Padre Las Casas llamándole agitador y loco. Maldonado era parte interesada pues recién había casado con la hija del Adelantado Francisco de Montejo, principal detentador de encomiendas en el área de Gracias. Pero Las Casas consiguió rápidamente su destitución y el nuevo Presidente de la Audiencia, Alonso Pérez de Cerrato, sí manifestó voluntad política para aplicarlas.

La Corona española se colocó del lado de los defensores de los indígenas y en contra de los encomenderos. Razones no le faltaron: estaba recibiendo un alud de críticas debido a los efectos desastrosos de la conquista sobre la población indígena. El sector religioso, catedráticos universitarios y aun el Papa habían externado su inconformidad y sus opiniones pesaban con gran fuerza sobre el prestigio de sus Católicas Majestades. Dejar a los indígenas bajo el mando directo de los conquistadores era tender un muro entre la Corona y el grueso de la población de aquellos territorios, cederles el control, feudalizarlos, cuando precisamente al organizar las Audiencias, como la de los Confines, el Estado Absoluto buscaba afianzarse y no delegar su poder y dominio sobre el nuevo mundo y sus habitantes en los conquistadores.

Otro motivo no fue tan altruista ni político sino, lógicamente, económico. De la población indígena, que tanto había mermado, aún podía extraerse cuantiosos tributos en trabajo o en productos agrícolas. Sobre ellos podía descansar buena parte del sostenimiento del aparato imperial en aquellas tierras.
Dichos tributos habrían de engrosar, con preferencia, las arcas reales que las bolsas de aquellos particulares codiciosos.
Por eso la fórmula era que al vacar las encomiendas por muerte del encomendero las mismas no pasaran a sus descendientes sino que los indios fueran devueltos a la Corona y quedaran bajo su égida. Para los encomenderos esto equivalía a una traición, una mala jugada del Rey que les arrebataba lo que habían ganado con su sudor y sangre.

© La Prensa Honduras, C.A.
1999 Derechos Reservados



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